"Hymns in Dissonance" de WHITECHAPEL, un regreso a sus raíces más brutales...

Un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque echemos de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley"

"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Arch Enemy “Blood Dynasty”

Parafraseando a Zavalita, ¿en qué momento se jodió Arch Enemy? Los suecos nacieron como un proyecto surgido de la mente de los hermanos Amott y Erlandsson y el legado de Carcass, pero Arch Enemy han sabido consolidarse en la escena del death metal más melódico, alejándose del death de Steer y Walker, con álbumes como "Wages of Sin" (2001) y "Doomsday Machine" (2005), logrando un reconocimiento rápido gracias a la accesibilidad de sus melodías, la incorporación de Angela Gossow y, por qué no decirlo, el recién estrenado circuito digital; cuando canciones de su directo "Live Apocalypse" (2006) circularon con fruición en los primeros años del monstruo que es ahora YouTube, haciendo seguidores y alimentando la demanda de cientos de bandas. Aquellos discos los catapultaron al estatus de banderas del metal melódico y Arch Enemy no desaprovecharon la oportunidad cuando su música sufrió las consecuencias, ¿cómo quejarse cuando tus discos se venden más gracias a los estribillos? ¿Quién querría volver a grabar alguno de sus primeros discos cuando el pastel era tan suculento? Sin embargo, Gossow mantenía el nivel de agresión, todo lo contrario que me ocurre con Alissa White-Gluz; soy consciente de su presencia escénica y su imagen, pero sus guturales no llegan a la suela de las botas de Angela y, aunque la formación actual de Arch Enemy no carece de talento (con Joey Concepcion reemplazando al genio que es Jeff Loomis, pero complementando a veteranos como Michael Amott y Daniel Erlandsson), da la sensación de verdadero fin de ciclo, cuando Arch Enemy prefieren grabar tres o cuatro singles pegadizos, en lugar de discos sólidos que aguanten una escucha tras otra.

Es verdad que Michael Amott, verdadero cerebro de la banda, encuentra en Concepcion la chispa renovada para rejuvenecer dinámica de la banda, tras la época con Jeff Loomis, al que muchos acusan de haber llevado al grupo por un camino de riffs más pesados y atmósferas sombrías, ralentizando su característica energía melódica (como si el pobre de Loomis hubiese tenido voz y voto en la banda a nivel compositivo), por lo que “Blood Dynasty” (2025) parece recuperar de manera fugaz la frescura de hace años. "Dream Stealer" se inspira en Judas Priest con un solo fulminante y un uso agresivo del puente de la guitarra, mientras que "Don't Look Down" y la homónima “Blood Dynasty” parecen jugar con los sintetizadores de los Dark Tranquillity más recientes ( “Blood Dynasty” parece retomar la esencia de canciones icónicas de la banda, con una estructura clásica de death metal melódico y una producción moderna con un trabajo de guitarras impecable), como el momento más sorprendente de todo el álbum llega con su versión de "Vivre Libre" de Blaspheme, donde White-Gluz abandona sus guturales para entregarse a un canto grueso pero melódico y canciones como "A Million Suns" y "Paper Tiger" (otro pequeño homenaje a Priest en el calco del riff) también aportan un aire desenfadado, con riffs rápidos y un cierto toque de heavy metal clásico, en lugar de death, identificando diferentes influencias que pueden haber marcado la evolución de Arch Enemy, cuando "Illuminate the Path" muestra elementos cercanos al rock alternativo, acusando un estribillo accesible o también melodías que pueden recordar a una banda clásica del sonido Gotemburgo como es In Flames (pero los de su etapa más melódica), mientras que "March of the Miscreants" está claramente escrita para ser un single para los conciertos, con su estribillo repetitivo y esos irritantes coros, ideales para invitar al público. Sin embargo, su mensaje de rebeldía y resistencia choca con la realidad de una banda que ya es una de las más grandes dentro del metal, lo que le resta autenticidad, además de producir cierta vergüenza ajena cuando Amott está cerca de la sesentena y Erlandsson o D'Angelo de los cincuenta y parecen querer empatizar con un público que no les corresponde. "The Pendulum" y "Liars And Thieves" cierran el disco, ambas con una fuerte influencia del power metal y un sonido más accesible que podría gustar a nuevos seguidores, pero no creo que convenza a aquellos forjados en el power alemán y, aunque estas canciones funcionan bien en su propio contexto, también producen la impresión de ser un intento de llegar un público más amplio, sacrificando parte de la agresividad que definió a Arch Enemy en su mejor época.

A pesar de sus pocos aciertos, “Blood Dynasty” (2025) peca de lugares comunes y falta de cohesión, la citada "March of the Miscreants" suena irónica, "Illuminate the Path" incorpora elementos de rock alternativo que pueden resultar desconcertantes para los seguidores más veteranos, "The Pendulum" y "Liars And Thieves" cierran el álbum con un toque de power metal totalmente genérico y sin alma y, a pesar de que White-Gluz demuestra su versatilidad vocal, asegurando que incluso los momentos menos inspirados sigan siendo disfrutables, la sensación de redundancia persiste. En conclusión, “Blood Dynasty” (2025) es un disco que cumple con las expectativas del núcleo duro de seguidores de Arch Enemy sin arriesgar demasiado, pero un auténtico bodrio para aquellos seguidores que busquen algo más. A estas alturas de su carrera, Arch Enemy no necesita demostrar nada y “Blood Dynasty” (2025) ofrece una buena dosis de entretenimiento con su metal de fácil digestión, algo así como ‘fast food’ para las orejas. Para los nuevos oyentes, puede ser una entrada accesible al subgénero, pero para los más experimentados, hay opciones más innovadoras en la escena. En cualquier caso, “Blood Dynasty” (2025) reafirma el estatus de Arch Enemy como una de las bandas más rentables del death metal melódico, aunque sin el hambre de antaño que los llevó a la cima.

© 2025 Lord of Metal

Crítica: Imperial Triumphant “Goldstar”

El mundo del metal siempre ha sido un terreno fértil para la experimentación y la innovación, y pocas bandas encarnan este espíritu tan plenamente como Imperial Triumphant, el trío neoyorquino que ha desafiado las expectativas del género durante sus dos décadas de trayectoria y, en su sexto álbum, "Goldstar" (2025), llega como una obra que no solo reafirma su lugar en la vanguardia del metal, sino que también plantea preguntas sobre los límites entre la accesibilidad y la experimentación. En un contexto donde el metal extremo a menudo se aferra a fórmulas establecidas, cada vez más conservador (increíble pero cierto), Imperial Triumphant, con Zachary Ezrin (voz y guitarra), Steve Blanco (bajo) y Kenny Grohowski (batería), se atreven a trascender las etiquetas tradicionales de black metal, death metal o jazz, creando un sonido que es tan único como desconcertante en apenas cuarenta minutos y nueve canciones de "clase A", según su propia promoción, pero, ¿realmente cumple con esa ambiciosa afirmación por la cual deberíamos entender que este disco no tiene relleno alguno? Con un enfoque modernista, que evoca influencias tan dispares como Frank Zappa o John Zorn, escuchar “Goldstar” (2025) invita a pensar que, como oyentes, estamos ante algo más que un simple álbum de metal: convirtiéndose en una experiencia que redefine al mismo.

El viaje de "Goldstar" (2025) comienza con "Eye of Mars", una pieza que establece el tono gracias a una cita de Marshall McLuhan ("el medio es el mensaje") antes de sumergirse en un torbellino de disonancias y ritmos complejos, donde la guitarra de Ezrin y el bajo de Blanco se entrelazan en un caos orquestado. "Gomorrah Nouveaux", combina riffs contundentes con una sensibilidad jazzística, destacando el trabajo de Grohowski tras los parches, quien demuestra por qué es considerado uno de los mejores músicos del momento, mientras que en "Lexington Delirium", con la colaboración de Tomas Haake de Meshuggah, incorpora sintetizadores en un homenaje arquitectónico al Chrysler Building, aunque, en mi modesta opinión, el resultado no alcance la excelencia, quedándose en un nivel más terrenal. Por otro lado, "Hotel Sphinx" sorprende con su mezcla de trémolos veloces y pasajes que recuerdan a la música clásica, mostrando la versatilidad del trío, además de su querencia neoclásica con el blast beat como gasolina de la composición, justo antes del corazón del álbum, "NEWYORKCITY", con Yoshiko Ohara, que irrumpe como un estallido de grindcore improvisado de cuarenta y siete segundos, seguido por el tema principal "Goldstar", que podría haber funcionado mejor como introducción y no un interludio, rompiendo, momentáneamente, el ritmo del álbum. 
La recta final se compone de canciones igualmente impactantes; "Rot Moderne" ofrece una atmósfera densa y opresiva, mientras que "Pleasuredome", con la participación tanto de Haake como de Dave Lombardo, fusiona percusiones de inspiración brasileña con riffs y patrones jazzísticos, creando una pieza que es tan caótica como cautivadora. Para culminar, "Industry of Misery" cierra el álbum con un giro hacia el doom, rindiendo un homenaje distorsionado a Black Sabbath que evoluciona en una paranoia creciente, y aroma beatleniano en la melodía principal, “I Want You (She’s So Heavy)”, dejando al oyente en un estado de total inquietud. Y es que, a lo largo de las canciones de “Goldstar” (2025), Imperial Triumphant demuestran una habilidad única para equilibrar lo accesible con las estructuras más bizarras y aunque no todas las canciones alcancen esa excelencia prometida desde la ilustración de su portada, la sensación general roza el sobresaliente.

Está claro que "Goldstar" (2025) no es un álbum para todos y esa es precisamente su fortaleza. Imperial Triumphant no buscan complacer a las masas ni encajar en etiquetas preexistentes, sino desafiar al oyente en la aceptación de un nuevo paradigma musical donde las reglas del metal tradicional se desintegran en favor de una narrativa más amplia. Personalmente, me parece brutal cómo Zachary Ezrin, Steve Blanco y Kenny Grohowski logran destilar la esencia de Nueva York —su grandeza, su decadencia y su caos— en cada nota del álbum, evocando tanto los rascacielos relucientes como los callejones oscuros de la metrópoli e incluso las alcantarillas. Si bien, "Goldstar" (2025) puede no superar la majestuosidad de discos anteriores como "Alphaville" (2020) o "Vile Luxury" (2018), su enfoque más conciso y directo lo hace más accesible, sin sacrificar la esencia que hace especial a esta banda. Comparado con obras como "The Yellow Shark" (1993) de Zappa o "Angelus Novus" (1998) de Zorn, este álbum trasciende las etiquetas de "metal con influencia jazz" para convertirse en un nuevo territorio, exclusivo de Imperial Triumphant, una declaración artística que no pide permiso y tampoco ofrece disculpas, brillando como un faro de creatividad, invitándonos a pensar de nuevo qué significa realmente la música extrema en este siglo.

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Crítica: Nite "Cult of the Serpent Sun"

El heavy metal (sí, ‘heavy’, aunque te suene rancio, me refiero a ‘heavy metal’, no a metal a secas, como muchos se expresan actualmente, sin propiedad), con su capacidad para evocar épocas pasadas y su energía nostálgica, encuentra en Nite una banda que, sin buscar revolucionar el género, lo perfeccionan con un enfoque más afilado y poderoso. Este cuarteto de San Francisco, formado por Van Labrakis (voz y guitarra), Scott Hoffman (guitarra), Avinash Mittur (bajo) y Patrick Crawford (batería), ha construido su identidad fusionando el metal clásico de los años ochenta con un matiz ennegrecido que los hace destacar. Su tercer álbum, "Cult of the Serpent Sun" (2025), publicado en Season of Mist, marca una evolución en su sonido, consolidando su estilo sin perder la esencia que los caracteriza. Si bien discos anteriores como "Darkness Silence Mirror Flame" (2020) y "Voices of the Kronian Moon" (2022) ya mostraban influencias de gigantes como Mercyful Fate e Iron Maiden, este nuevo trabajo logra una cohesión aún mayor, superando las limitaciones previas, especialmente en la integración de las voces rasgadas de Labrakis y la base instrumental de Nite. Lejos de abandonar su enfoque retro, Nite lo refinan aún más, entregando un vibrante homenaje al metal tradicional, cargado de riffs potentes y una atmósfera oscura que resuena con fuerza en cada nota. La banda se mantiene firme ante las tendencias pasajeras, y su música refleja una devoción inquebrantable por una visión clara, tomando las lecciones de sus trabajos anteriores y aplicando lo aprendido con maestría, transformando lo que antes era un punto débil en una fortaleza. Las críticas a sus discos iniciales apuntaban que las voces monocordes y blackmetaleras de Van Labrakis podían desentonar con la melodía de la banda, pero aquí ese contraste se convierte en un elemento distintivo y bien ejecutado. La producción, manejada también por Labrakis, realza el trabajo de las guitarras de él y Hoffman, mientras el bajo de Mittur y la batería de Crawford aportan una base rítmica sólida y contundente. Inspirados por bandas como Grand Magus o The Night Eternal, Nite ofrecen un álbum que no solo captura la esencia del metal clásico, sino que la eleva con un enfoque más maduro y unificado, demostrando que su fórmula, aunque no rompedora, sigue siendo relevante y poderosa.

"Cult of the Serpent Sun" (2025) se despliega a lo largo de ocho canciones que mezclan la intensidad del metal tradicional con un aire sombrío y épico. El tema principal, "Cult of the Serpent Sun", irrumpe con riffs que recuerdan a Grand Magus, mientras las voces rasgadas de Labrakis aportan una personalidad única que encaja perfectamente con la instrumentación. Le sigue "Skull", un corte explosivo donde las guitarras de Hoffman y Labrakis brillan con intensidad, evocando la grandeza del género, y la batería de Patrick Crawford impulsa el ritmo con una energía implacable. Esta composición demuestra cómo las voces, antes señaladas por su falta de variedad, ahora enriquecen la mezcla con carácter. "Crow (Fear the Night)" emerge como un himno vibrante, con armonías que invitan a corear y un espíritu que podría haber surgido de una fusión entre Mercyful Fate y Dawnbringer, destacando la química entre los músicos. En un cambio de ritmo, "The Mystic" adopta un tono más introspectivo, con una atmósfera más densa que ofrece un respiro frente a la furia de los temas anteriores, aunque no alcanza su mismo nivel de impacto. "The Last Blade" y "Carry On" mantienen la llama del metal clásico con riffs afilados y melodías pegadizas, donde el dúo de guitarras de Labrakis y Hoffman se luce con precisión. Sin embargo, "Tarmut" se siente algo contenida, cuando Nite priorizan el ambiente sobre la potencia, lo que no le resta brillo frente al resto. El cierre llega con "Winds of Sokar", un tema monumental que canaliza la épica vikinga de Bathory, envolviendo al oyente en una sensación de grandeza y heroísmo. Con treinta ys eis minutos de duración, el álbum es conciso pero efectivo, y aunque sus mejores canciones pueden requerir varias escuchas para asentarse, cada un aporta un valor distintivo al álbum, formando un todo sólido y bien estructurado.

Como amante del heavy metal que creció con los ecos de los ochenta resonando en cada riff, "Cult of the Serpent Sun" (2025) es una experiencia repleta de nostalgia pero también de vitalidad. Como escribía unas líneas más arriba, no intentan reinventar el género y eso es parte de su encanto; su fuerza está en tomar los elementos que adoro del metal —los solos apasionados, los ritmos que sacuden cada rincón de tu alma y esa sensación de pertenencia a un colectivo— y dotarlo de un toque oscuro que lo convierte en actual. Escuchar "Winds of Sokar" me transporta a un paisaje épico, con vientos gélidos y cojones, algo que pocas bandas actuales logran con tanta autenticidad. El esfuerzo de Labrakis, Hoffman, Avinash Mittur y Crawford por pulir su sonido, sin traicionar sus raíces, merece reconocimiento. Aun así, no todo es impecable, por supuesto; en "The Mystic" y "Tarmut" podrían haber arriesgado más para igualar la intensidad del resto, pero estos son detalles menores en un trabajo que rebosa pasión y compromiso. Para mí, este álbum es un tributo al metal que no necesita ser revolucionario para impactar; es una prueba de que afilar las espadas más clásicas puede ser suficiente para crear algo memorable. "Cult of the Serpent Sun" (2025) no reescribirá la historia del heavy metal, pero sí reafirma que su corazón sigue latiendo con vigor y, en un mundo saturado de modas pasajeras, eso es un logro que valoro profundamente por parte de Nite. Un disco magnífico para ser escuchado a base de birras y entre colegas, como debe ser.

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Crítica: Whitechapel "Hymns in Dissonance"

A lo largo de casi dos décadas de trayectoria, Whitechapel han representado la comercialización pura y dura del deathcore, al mismo tiempo que se han convertido en la versión más afinada del subgénero, gracias a su capacidad de adaptación. A diferencia de Suicide Silence, con su constante dependencia de los breakdowns, o de Job for a Cowboy, que abandonó el deathcore por completo, la banda de Knoxville siempre se ha apoyado en el carisma de su vocalista, Phil Bozeman (auténtico hombre-orquesta de este proyecta que tiene tintes más personales que de una banda tradicional en la que sus miembros aportan por igual), y en el ataque de tres guitarras para impulsar su evolución natural. Desde el uso de voces limpias hasta producciones más crudas, el nuevo trabajo, "Hymns in Dissonance" (2025), podría decirse que cierra un período de letras introspectivas y música que ahondaban en la polémica (cuando toca temas mucho más profundos o delicados), prometiendo un retorno a sus raíces más brutales. Y en ese sentido, cumple con creces; las vocales limpias y las letras introspectivas de "The Valley" (2019) y "Kin" (2021) han quedado atrás, dando paso nuevamente a los demoledores ritmos de antaño. Podría decirse que "Hymns in Dissonance" (2025) es la interpretación moderna del icónico "This Is Exile" (2008), y el regreso de la crítica religiosa y la brutalidad, asemejándose a "A New Era of Corruption" (2010), con la intensidad vocal de un Bozeman que entre frenéticas ráfagas de palabras desata poderosos gritos de guerra, mientras la banda ataca con renovada ferocidad.

Las transiciones entre blast beats acelerados, riffs incendiarios y pesadísimos breakdowns destacan en canciones como "A Visceral Retch" y "The Abysmal Gospel", recordando los golpes directos de "This Is Exile" (2008) en composiciones como "Hate Cult Ritual" y "Bedlam". Además, la inclusión de pasajes melódicos en "Mammoth God" y "Nothing Is Coming for Any of Us" da equilibrio a la violencia sonora y refuerza la esencia inconfundible de Whitechapel. A pesar de su energía arrolladora, el regreso a los orígenes de Whitechapel se encuentra limitado por la falta de innovación que ha caracterizado sus últimos discos, puede parecer una paradoja pero es así cuando la única novedad destacable es el uso más grueso de Bozeman en las voces. Asimismo, salvo por las dos poderosas canciones con las que cierran, ninguna canción supera la calidad de los sencillos que habían compartido, "Hymns in Dissonance" o "A Visceral Retch", mientras que algunas piezas parecen versiones menos impactantes de estas, como "Prisoner 666" y "Diabolic Slumber". En su mayoría, el álbum rinde tributo a los primeros años de la banda, acelerando la propuesta de "A New Era of Corruption" (2010), por ello, canciones como "Bedlam", "Mammoth God" y "Nothing Is Coming for Any of Us" destacan, ya que combinan brutalidad con una composición dinámica que culmina en solos elegantes y progresiones armónicas que evocan la tragedia en lugar de la simple y ramplona agresión.

Whitechapel maduraron hace tiempo, pero sigue manteniendo su furia intacta. "Hymns in Dissonance" (2025) captura todo lo que los seguidores amaron u odiaron de la banda en los 2000, sin preocuparse en convencer a los más escépticos, percibiéndose este disco como un entretenimiento; una banda disfrutando de la creación de deathcore pesado sin la carga emocional de sus dos discos anteriores. No cambiará la percepción de quienes ya tienen una opinión sobre Whitechapel, pero aquellos que añoran la época en la que Phil Bozeman parecía poseído por un perro rabioso encontrarán sangre fresca. No es su mejor disco, pero tampoco pretende serlo, tiene momentos innecesarios y algunos pasajes excesivamente repetitivos, pero invita a lanzarse al moshpit por pura nostalgia deathcoreta. En un panorama donde el deathcore depende cada vez más de arreglos sinfónicos y estructuras atonales, "Hymns in Dissonance" (2025) es un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque siga echando de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley" (2019) y los hizo dar un paso al frente.

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Crítica: Destruction "Birth of Malice"

Desde siempre, el thrash se ha enfrentado a todo tipo de críticas cuando ha intentado mantener su relevancia. Y pocas bandas han logrado sortear ese desafío tan bien como Destruction (se me ocurren también Overkill, claro), que dejaron una marca imborrable con “Sentence of Death”, allá por 1984, un debut que resonó con malicia, los distinguió de inmediato y al que siguieron tres obras maestras indiscutibles como son “Infernal Overkill” (1985), “Eternal Devastation” (1986) y “Release from Agony” (1988). Sin embargo, tras ese arranque explosivo, llegaron los inevitables altibajos, una ruptura, la posterior reunión y una serie de discos que, aunque mantuvieron el tipo, zozobraron en cuanto a calidad se refiere. Algo que ahonda en la sensación de muchos cuando afirman que el thrash no ha envejecido con la suficiente dignidad que el resto de hijos del metal, y Destruction, como muchos otros veteranos, han tenido que luchar contra esa opinión para mantener viva la llama de la velocidad, la agresión y la crítica social. Con “Diabolical” (2022), la banda liderada por Schmier, reforzada por los guitarristas Damir Eskić y Martín Furia, junto al baterista Randy Black, grabó un solidísimo regreso que aumentaba las expectativas para su siguiente paso y ahora nos entregan “Birth of Malice” (2025), un álbum que no solo cumple con esas expectativas, sino que reafirma que estos alemanes aún tienen mucho por ofrecer en un subgénero que, aunque escaso de exponentes frescos, sigue necesitando de su intensidad y chispa. Pese a ello, es conveniente echar el freno al entusiasmo; aunque “Diabolical” (2022) fue bien recibido, tanto en él como en sus anteriores trabajos, Destruction no han sido capaces de dar el golpe en la mesa definitivo, ese que parece escapárseles también en el álbum que nos ocupa.

El viaje de “Birth of Malice” (2025) arranca con fuerza y personalidad. La pista homónima, "Destruction", es un himno autobiográfico que podría sonar mucho más cursi por sus referencias a discos y asuntos del pasado, de no ser por la ejecución de la banda, que lo transforma en algo poderoso, con riffs afilados que recuerdan a los viejos tiempos y vibrantes solos, cortesía de Eskić y Furia, mientras Schmier, con su voz característica, grita "¡Somos Destruction!", haciendo que la canción, por desgracia, tome un tinte bastante infantil. Le sigue "Cyber Warfare", un ataque veloz cargado de furia con un toque moderno, donde el vocalista suena tan enérgico como en sus días más salvajes, acompañado de un trabajo de guitarra que brilla por su precisión. "No Kings, No Masters" se alza como uno de los puntos álgidos del álbum, con una esencia ochentera que late por sus venas y un ritmo que invita al caos en sus conciertos, mostrando cómo el cuarteto ha afinado la receta de su química tras mantener la alineación de “Diabolical” (2022). "God of Gore" evoca el espíritu de discos como “Eternal Devastation” (1986) o “Release from Agony” (1988), un guiño nostálgico que me agrada por su autenticidad, sonando más natural que el estribillo de la mencionada "Destruction", mientras que "Greed" despega del estilo clásico de Destruction en sus riffs y estructura. Es esa segunda mitad del álbum la que mantiene el ímpetu, aunque también con altibajos. "Dealer of Death" y "Evil Never Sleeps" incorporan influencias más cercanas al heavy metal tradicional, lo que puede diluir un poco la agresividad pura del thrash que espero de Destruction; sin embargo, logran el aprobado gracias al talento de Randy Black y Schmier en la recta final. "A.N.G.S.T." y "Chains of Sorrow" ofrecen contrastes interesantes: la primera con un ambiente más oscuro y pesado, y la segunda como un himno thrash sólido que golpea con fuerza, mientras que el cierre llega con una innecesaria versión de "Fast As A Shark" de Accept, convirtiendo “Birth of Malice” (2025) en un homenaje de casi una hora al metal alemán; la versión suena bien, pero me habría gustado un tema propio.

“Birth of Malice” (2025) deja una mezcla de satisfacción y admiración, pero cierto sabor agridulce, siendo un álbum que destila vitalidad en un año en el que el thrash parece, más que nunca, una especie en peligro de extinción. Schmier, Eskić, Furia y Black han encontrado una fórmula que equilibra nostalgia y frescura y, aunque temas como "Dealer of Death" puedan desviarse un poco de la esencia más cruda del thrash, Destruction conservan suficiente veneno en sus colmillos. Con todo, la primera mitad es claramente superior a su reverso y algunas canciones, sin ser consideradas puro relleno, no producen el mismo placer que aquellas que ocupan los primeros puestos y permanecen poco tiempo en la memoria. Sin duda, es un buen ejercicio por parte de Schmier en su reivindicación de Destruction como una banda en la que cualquier seguidor puede seguir confiando, pero le ha faltado rematar y anotar, dar ese golpe sobre la mesa del que escribía líneas más arriba.

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Crítica: Spiritbox “Tsunami Sea”

Spiritbox han regresado con su esperado nuevo álbum, "Tsunami Sea" (2025), ese tipo de disco que corre de reel en reel por todas las redes sociales, como si fuese a cambiar algo en el panorama musical, pero entiendo el fenómeno; que para un veinteañero -hoy metalero de palo, mañana otra cosa- sea importante estar a la moda y poder hablar o presumir de supuesto buen gusto con sus seguidores. Bromas aparte, la banda de Vancouver, conocida por su fusión de armonías vocales etéreas y una producción contundente, ha buscado expandir su sonido con esta nueva entrega y, habiéndome gustado su anterior álbum, lo cierto es que no puedo quejarme porque desde el inicio, la banda deja claro que mantiene su esencia, cuando "Fata Morgana" abre el álbum con una intensidad arrolladora, evocando la energía de "Cellar Door", la voz de Courtney LaPlante brilla en los estribillos melódicos, contrastando con la agresividad de los versos y, aunque el puente resulta inesperado, logra integrarse de manera orgánica antes de un desgarrador breakdown. Un buen comienzo, una buena presentación, aunque nada nuevo bajo el sol o, por lo menos, nada que nos haga rompernos el cuello. "Black Rainbow" continúa con un enfoque más experimental, pero recuerde demasiado a "Yellowjacket" de "Eternal Blue" (2021), y además la producción incorpora de manera innecesaria la modulación en la voz, una decisión estilística que puede dividir opiniones con la garganta de LaPlante sonando como C3PO en algunos momentos, pero nada tan dramático como para que nos rasguemos las vestiduras. Sin embargo, aunque algunos pasajes de "Black Rainbow" poseen gran potencia, la canción en su conjunto resulta menos impactante, como "Perfect Soul" representa el lado más melódico de la banda, con una estructura digerible y estribillos pegadizos, que, sin reinventar ninguna fórmula, sí destaca por su impecable ejecución y una emotividad que resonará en todo aquel que la escuche. Quizá "Keep Sweet" suene demasiado forzada optando por una orientación más comercial, sin alcanzar la profundidad emocional de piezas anteriores, como "Blessed Be". Su estructura predecible y la falta de intensidad la convierten en un tema completamente prescindible en "Tsunami Sea" (2025), "Soft Spine" ha sido comparada con "Holy Roller", como una versión más sencilla de aquella, pero también es cierto que su fuerza innegable la convierte en una canción idónea para el directo, con la interpretación de Courtney resonando feroz y un riff que agrega un toque de agresividad perfectamente logrado, como "Tsunami Sea"; funcionando como un espejo de la canción homónima de "Eternal Blue", gracias a su atmósfera envolvente, una estructura melódica y la emotividad en la interpretación vocal como puntos fuertes.

"A Haven With Two Faces" marca un punto de inflexión en el álbum; por un lado, recuerda a la esencia de "Trustfall", con una combinación de intensidad y emoción, aquí sí, genuina. LaPlante despliega su impresionante rango vocal con maestría y la banda la arropa reforzando la carga dramática necesaria. Su breakdown es, sin duda, uno de los momentos más memorables de "Tsunami Sea" (2025), al igual que "No Loss, No Love" nos muestra a Spiritbox en su faceta más agresiva, con una instrumentación que, por momentos, se acerca a la crudeza de bandas como The Acacia Strain o, por desgracia, a Emmure, con un enfoque oscuro y una producción que le confiere aún más potencia, superando a "Holy Roller" en cuanto a contundencia. "Crystal Roses" introduce elementos electrónicos (bastante rancios, todo hay que decirlo) y una producción orientada al pop, generando un marcado contraste con el resto del álbum, acercándose a unos Chrvrches con más cuerpo, siendo "Crystal Roses" una de las canciones más flojitas de la banda hasta la fecha. "Ride The Wave" recupera parte de la energía perdida, aunque la sobreproducción sigue siendo una barrera, no obstante, su puente inquietante y el corrosivo breakdown aportan dinamismo al tema. Más aún, gracias al cierre en la recta final del disco; "Deep End", de nuevo con una orientación melódica predecible, en la línea de los finales que la banda suele elegir. Sin embargo, carece del impacto emocional de "Constance" y, aunque la composición intenta llevar al oyente hacia esa emocionalidad tan buscada, la producción, excesivamente pulida, le resta autenticidad.

En términos generales, "Tsunami Sea" (2025) cumple con las expectativas, aunque sin sorprender. Se percibe como una continuación de "Eternal Blue" (2021), en toda regla, pero con una ejecución menos memorable, espontánea y algunos intentos de llegar a más público que son poco acertados y lastran el resultado final. Pese a sus altibajos, el álbum contiene momentos destacados como "Perfect Soul" y "A Haven With Two Faces", que sin duda calarán entre esos que se hacen fotos con el disco en Instagram, pero, si bien Spiritbox sigue demostrando su talento, la producción de Dan Braunstein parece limitar su evolución, alejándolos de sus raíces más progresivas y orgánicas. La esperanza de un regreso a un sonido más auténtico persiste, aunque la dirección actual de la banda, por desgracia, parece estar ya definida, convirtiendo a "Tsunami Sea" (2025) en la entrega menos arriesgada de su corta discografía. Siendo perro viejo como soy, intuyo que sus mayores ganchos proceden de la composición de "Eternal Blue" (2021), mientras que los momentos más bajitos, podría jugarme el brazo derecho, a que han sido compuestos durante la gira y oyendo demasiado los consejos de Braunstein. Es un buen álbum, notable, pero es el claro ejemplo de que lo fácil no siempre es el mejor camino, aunque tu público sea el mismo que consume a Jinjer, Sleep Token, Ghost, Poppy o Architects y, ya se sabe, son platos sencillos para paladares aún sin formar, todo envoltorio. En algunos de estos, como Spiritbox, hay talento, pero la dirección no es la apropiada y tan sólo es su segundo álbum...

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Crítica: Cradle of Filth "The Screaming of the Valkyries"

Escribir sobre Cradle of Filth es hacerlo sobre parte de mi adolescencia, ya he relatado en muchas ocasiones la primera gira de la banda que tuve la inmensa suerte de ver, presentando “Cruelty and the Beast” (1998) y cómo impactaron en mi vida. Desde sus inicios en 1991, la agrupación liderada por Dani Filth ha construido un legado que la ha llevado desde el underground más oscuro hasta la cultura pop mainstream, generando amores y odios a partes iguales. Con su inconfundible mezcla de black metal sinfónico, gótico y una teatralidad del shock rock, han influenciado a incontables bandas dentro y fuera del género. A lo largo de su extensa discografía, han entregado obras maestras como “Dusk and Her Embrace” (1996) o el mencionado y mi favorito “Cruelty and the Beast” (1998), discos que definieron una era para el metal extremo. Sin embargo, lejos de anclarse en la nostalgia, la banda ha demostrado que sigue en constante evolución con lanzamientos más recientes como “Godspeed on the Devil’s Thunder” (2008), “Hammer of the Witches” (2015) y “Existence Is Futile” (2021), todos ellos alabados por la crítica y el público, por su capacidad para equilibrar el estilo clásico de la banda con una producción moderna y un sonido renovado. Ahora, en 2024, Cradle of Filth regresa con “The Screaming of the Valkyries” (2025), su decimocuarto álbum de estudio, una obra que promete consolidar su legado y desafiar las expectativas una vez más. Lógicamente, Dani Filth sigue comandando la banda con su inconfundible voz y presencia escénica, mientras que la actual formación de Cradle of Filth cuenta con Marek “Ashok” Smerda y Donny Burbage en las guitarras, Daniel Firth en el bajo, Martin "Marthus" Skaroupka en la batería y Zoe Federoff en teclados y coros. Un equipo que ha logrado una química impresionante, consolidando una alineación que combina experiencia y frescura, con un sonido que mantiene la esencia de la banda pero con una ejecución impecable. La producción del álbum estuvo a cargo de Scott Atkins en Grindstone Studios, en Suffolk, Inglaterra, contando con una producción limpia y contundente, permitiendo que cada elemento brille con claridad: desde la batería atronadora de Marthus hasta los arreglos sinfónicos y los ganchos melódicos que caracterizan a la banda.

El álbum arranca con "To Live Deliciously", un tema que captura todo lo que hace a Cradle of Filth una banda inconfundible; con una introducción basada en coros eclesiásticos y una orquestación ominosa, la canción explota en un riff demoledor y una estructura vocal pegadiza que combina los registros más agudos y guturales de Dani Filth. Según el propio Dani, la letra es una celebración de la vida sin restricciones, libre de dogmas religiosos y normas impuestas por la sociedad y, musicalmente, combina agresividad y melodía con una producción potente, recordando a los mejores momentos de “Midian” (2000), otro clásico, y “Nymphetamine” (2004), pero con un enfoque moderno que le otorga una identidad propia. Tras este poderoso inicio, "Demagoguery" introduce una mezcla de brutalidad y atmósfera gótica con un ritmo aplastante y cambios de tempo que mantienen la tensión constante. "White Hellebore" es otro punto destacado, con una interacción vocal fascinante entre Dani Filth y Zoe Federoff, quien aporta un tinte operístico sin caer en lo exagerado o la parodia gótica, cuando incorporan una galopada clásica de metal que recuerda a los días dorados de Cradle. "Malignant Perfection" destaca como uno de los momentos más completos del álbum, reuniendo todos los elementos característicos de Cradle of Filth: agresividad, melodía, cambios de ritmo y una orquestación grandilocuente. Su estribillo, respaldado por las voces femeninas de Federoff, es uno de los más memorables del álbum, mientras que "Non Omnis Moriar" ofrece una aproximación más melancólica y oscura, recordando el sonido de bandas como Paradise Lost o Anathema, pero con los colores de Cradle. Mientras tanto, "You Are My Nautilus" busca una estructura más progresiva y cambiante, pero en algunos momentos sufre de falta de dirección, perdiéndose en sus propios giros. El álbum concluye con "When Misery Was a Stranger", una canción que rinde homenaje a los primeros días de la banda, recordando la atmósfera de “Dusk and Her Embrace” (1996) con un sonido modernizado, destacando su sección instrumental, con un duelo de guitarras magnífico y una batería que aporta dinamismo al oyente, notándose el trabajo de Scott Atkins en la mencionada claridad de producción de este álbum cuando, a diferencia de algunos trabajos anteriores, el bajo de Daniel Firth brilla con mayor protagonismo, aportando una base sólida y orgánica al sonido global, la batería de Marthus es precisa, pero explosiva, mientras que el trabajo de guitarras de Ashok y Burbage mantiene el equilibrio perfecto en el sonido de sus riffs agresivos y melodías más accesibles, mientras que Zoe Federoff, por su parte, se muestra como una adición valiosa, equilibrando su interpretación sin caer en el exceso.

“The Screaming of the Valkyries” (2025) es un disco que sigue demostrando la relevancia de Cradle of Filth en la escena del metal extremo. Si bien no supera a los clásicos en los que todos pensamos, pero se posiciona como una de sus mejores entregas en la última década, gracias a su combinación de brutalidad, melodía y teatralidad. En definitiva, Cradle of Filth siguen evolucionando sin perder su esencia y “The Screaming of the Valkyries” (2025) es una prueba de que la banda sigue siendo una de las propuestas más consistentes del metal extremo, un testimonio de que su oscurísima odisea está lejos de terminar, por suerte.

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Crítica: Cryptosis "Celestial Death"

Cryptosis continúan su viaje musical con “Celestial Death” (2025), un álbum que refuerza su identidad sin renunciar a la experimentación. Y es que, desde su debut con “Bionic Swarm” (2021), los neerlandeses han demostrado ser difícil de encasillar, fusionando thrash, death melódico, progresivo y metal ennegrecido con una propuesta audaz y futurista. Si bien su primer trabajo ya mostraba una ambición notable, en esta nueva entrega refinan su sonido y amplían aún más sus horizontes estilísticos, pero sin grandes estridencias lo que, a mi gusto, lastra su crecimiento pero también es cierto que siente como una evolución natural. A diferencia de su predecesor, “Celestial Death” (2025), no se apoya completamente en el thrash, sino que lo utiliza como una columna vetrebral dentro de una paleta sonora más amplia. La influencia de Vektor es verdad que sigue presente, pero se complementa con elementos de melodeath al estilo de Gotemburgo (“Ascending”) y pasajes instrumentales envolventes que evocan otro subgénero como es post-metal (“The Silent Call” o “Coda-Wander Into The Light”), con Marco Prij que mantiene su característico estilo vertiginoso en la batería, gracias a un uso innovador de los platos y un enfoque rítmico que rompe con los moldes tradicionales del thrash en piezas como “Static Horizon” y “Cryptosphere”. Por su parte, Frank te Riet cobra mayor protagonismo gracias a sus etéreos sintetizadores y mellotrones, tiñendo el álbum con una atmósfera densa y, lógicamente, espacial. No obstante, Laurens Houvert refuerza el matrimonio de la banda con el thrash a través de su áspera voz e intensos riffs, asegurando que la esencia agresiva de Cryptosis permanezca intacta.

En términos de estructura, el álbum está cuidadosamente diseñado: su primera mitad se inclina hacia la experimentación, mientras que la segunda retoma la fuerza y agresividad del thrash, lo que me parece un error ya que no me gusta cuando los discos parecen organizados como un meccano cuando las bandas no saben por qué camino deben tirar, más aún cuando todos los momentos no funcionan con la misma eficacia y, si bien las secciones atmosféricas aportan profundidad, algunas transiciones hacen que la energía decaiga en lugar de mantenerla en su punto álgido. Canciones como “The Silent Call” y “Motionless Balance” exploran texturas etéreas pero, por momentos, pierden ímpetu en favor de la ambientación. Además, algunos riffs y pasajes instrumentales se extienden más de lo necesario, afectando el dinamismo de algunas partes del álbum. A pesar de estos detalles, la segunda mitad del disco reafirma por qué Cryptosis siguen siendo una de las bandas más interesantes del thrash moderno. “Reign Of Infinite” emerge con una intensidad feroz, destacándose por su batería demoledora y los abrasadores riffs de Houvert. “In Between Realities” ofrece el único estribillo coreable del álbum, combinando ritmos entrecortados con veloces líneas de trémolo, mientras que “Cryptosphere” adopta un enfoque cercano al thrash progresivo de Symphony X, que, aunque funciona, no termina de gustarme. Para cerrar, la instrumental “Coda-Wander Into The Light” expande la atmósfera del álbum con guitarras melancólicas, creando un epílogo absorbente y envolvente. 

“Celestial Death” (2025) no es un álbum que se deje escuchar fácilmente. Su densa pared de riffs, sintetizadores y estructuras complejas puede parecer abrumadora al principio, pero con cada escucha revela un universo sonoro fascinante. Cryptosis han logrado pulir su identidad sin caer en los clichés del thrash, equilibrando agresión, progresión y ambientación. Aunque aún hay aspectos por perfeccionar, este trabajo consolida su propuesta y los posiciona como una alternativa refrescante dentro del metal extremo. “Celestial Death” (2025) no solo confirma la evolución de Cryptosis, sino que demuestra que el thrash sigue siendo un subgénero de lo más excitante cuando se sigue mostrando en constante evolución, explorando nuevas y emocionantes direcciones.

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Crítica: Architects “The Sky, The Earth & All Between”

Hace unos años, conocí a una chica que, según ella, era muy fan de Architects, su carta de presentación era “Doomsday” y aseguraba que la cantaba con toda su alma en las primeras filas de sus conciertos (sólo fue a uno, pero eso es otra historia más divertida aún). Pero, sin saberlo, ella misma se había convertido en el epítome de cualquier seguidor del metalcore; esa generación insulsa que, en los últimos diez años, han creído que aquel resplandor basado en la rabia adolescente era algo genuinamente suyo y, con el paso del tiempo, cuando los artistas de sus desvelos (tras dos o tres títulos), grababan discos que ya no encajaban en sus parámetros (porque, recuerda, todos los seguidores cumplen años, al igual que los músicos que admiran), les dan la espalda; una generación tan inane y equivocada como las anteriores y las que vendrán, que me provoca un bostezo de tal magnitud como los gymbro, las dilatas y las mangas tatuadas, por ser algo tan manido y sobado, tan representativo de una época que no sé cómo lo va a gestionar esa chavalería que se creía eterna y tan original, cuando busquen ayuda -lógicamente digital- para paliar sus inseguridades. 

Pero, en el caso de Architects, al tener su propio santón, Tom Searle, siempre es fácil alimentar su leyenda, como si la presencia del pobre chaval hubiese podido impactar positivamente en discos como “Holy Hell” (2018) y el descalabre definitivo que ha venido después. Es algo típico en el rock y el cebado de sus leyendas, les pasó a los adolescentes de los ochenta, tras “Master Of Puppets” (1986), creyendo que todas las respuestas estaban en la muerte de Cliff Burton, ajenos a que el malogrado bajista se habría pintado las uñas y engominado como el que más para “Load” (1996), a los adolescentes en los noventa con Cobain y, en menor medida, rango e impacto, en una banda tan orientada al pop, a las masas con bajo nivel de exigencia, que escucha cositas como Architects, Parkway Drive o Bring Me The Horizon y todavía se siguen creyendo que esto es metal. El álbum que nos ocupa, titulado “The Sky, The Earth & The All In Between” (2025) no está a la altura de lo mejor de su producción, aunque muchos le otorguen notas que no le corresponden, por lo que es inevitable mencionar “Lost Forever // Lost Together” (2014), y de este hace ya quince años, siendo, muy posiblemente, esta vez la última que me tome la molestia en reseñar algo nuevo de Architects. El motivo es sencillo, este disco representa su tercer intento fallido de crear un álbum de metal alternativo que no sea un completo desastre, sintiendo que, a menos que ocurra un milagro, es muy posible que la banda jamás vuelva a grabar un disco de calidad y me estoy conformando, simple y llanamente, con un “Holy Hell” (2018), a pesar de todo su azúcar.

Es verdad que después de las actuaciones que vi este verano y la publicación de discos como “For Those That Wish to Exist” (2021) y “The Classic Symptoms of a Broken Spirit” (2022), he llegado agotado a “The Sky, The Earth & The All In Between” (2025) y siento que no puedo perder más tiempo con discos que ofrecen tan poco. Architects no son una banda de progresivo, como se quieren vender cuando aseguran que ninguno de sus discos suena igual, porque esta suprema gilipollez de Sam no podría evidenciar más su equivocación, pero, además, su propuesta musical se ha vuelto tan repetitiva que todos sus riffs parecen haber sonado una y mil veces antes, las estructuras de sus canciones son predecibles y ni siquiera los aderezos electrónicos aportan gran cosa. Honestamente, no sé qué hace un músico como Josh Middleton involucrado en un proyecto más propio de una boy band mezclado con metal de bajísimo octanaje, como tampoco entiendo las reseñas positivas; estoy seguro de que estos son los mismos que ahora desprecian a Fall Out Boy, pero en su época se deshacían con sus canciones. Pero también entiendo que todos los mencionados tienen facturas que pagar...

Si las canciones y la creatividad que exhibe la banda es pésima, la producción podría ser el remate en “The Sky, The Earth, & The All In Between” (2025), Jordan Fish parece haber copiado los mismos ajustes de su trabajo con Bring Me The Horizon, todas las canciones suenan igual; la batería de Dan castrada, inofensiva, las guitarras planas y los coros todos al mismo nivel, mientras que la voz de Sam se siente débil, más aún que en sus directos, como si hubiese aspirado helio y perdido cualquier rastro de agresividad o potencia. “Blackhole” es el claro ejemplo del metalcore de marca blanca que Achitects practican, no me puedo tomar en serio una canción que comienza con una batería pregrabada de jungle noventero, un breakdown tan forzado y una letra púber que evoca la luz y el fuego en los ojos del protagonista, la vacuidad o la medianoche, pareciéndome mentira que estos músicos tengan ya canas en los cojones como para escribir semejantes estupideces propias de una redacción de instituto. ¿Cuál es el público objetivo al que quieren apuntar? Cualquier veinteañero que se enganchase a su música en “Hollow Crown” (2009), ahora mismo estará más cerca de los cuarenta y tendrá otras inquietudes, quizá lo peor sea que “Blackhole” es un refrito de “a new moral low ground” o esos puentes sin fuerza, denotando una desgana que es capaz de calar en el oyente más distraído. ¿Es posible que alguien escuche “Blackhole” y piense que es un temazo? Me deprime muchísimo esa remotísima posibilidad. También es verdad que “Blackhole” no habría tenido esa capacidad para hundirme en la miseria, si hubiese prestado atención al anuncio que era “Elegy”, en la cual ya debería haber tomado nota del drama-queen en el que Sam se ha convertido desde hace años, con esas voces tan melodramáticas.

“Everything Ends” podría ser, fácilmente, la peor canción que hayan grabado nunca, mientras que “Brain Dead” o “House Of Protection” son naderías repletas de edulcorante. Y pensar que al pobre de Chester le llovían botellas de plástico en la gira de “One More Light” (2017), mientras que Architects abren para otras bandas en estadios… “Evil Eyes” es aburridísima gracias a sus coros, “Landmines” carece de chispa, recuerda a “Whiplash”, y "Judgement Day", con Amira Elfeky, y sus versos de inspiración teleñeca; “lluvia, vete ya”, evocan toda la vergüenza ajena del mundo, haciéndome reír cuando Architects me recuerdan a esas canciones de catequesis, “Broken Mirror”, repletas de salmos y frasecillas sencillas, engalanadas con coros genéricos a más no poder, como esa respuesta infantil a las críticas en “Seeing Red”, ¿de verdad esto está escrito por un adulto? Pero, claro, basta escuchar “Chandelier”, ese intento de pseudo metal en el que nada funciona excepto lo cursi de sus versos para entender que Architects fueron un pedete en un jacuzzi de la música de hace una década y da igual que abran para Metallica, que su propuesta actual seguirá siendo el mismo bodrio.

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Crítica: Avantasia "Here Be Dragons"

Tobias Sammet sigue pareciéndome un genio repleto de talento. Su décimo álbum, “Here Be Dragons” (2025), nos embarca en otro viaje de repleto de grandilocuencia sonora, aunque esta vez con menos invitados de lo habitual y un enfoque más contenido. Y es que, Avantasia, desde su nacimiento, ha sabido evolucionar de un supergrupo puntual a la principal vía de expresión de Tobias, sobre todo desde el larguísimo receso de Edguy. Y, con cada entrega, su propuesta ha sido un derroche de teatralidad y arreglos sinfónicos, algo que en “Here Be Dragons” (2025) no es la excepción. Sin embargo, esta vez el álbum deja la agridulce sensación de parecer algo tibio, como si Tobias no hubiese puesto toda la carne en el asador, la discográfica no se hubiese mojado o, simplemente, es que su contenido no está a la altura de lo grabado anteriormente (por no mencionar su portada). "Creepshow", un tema repleto de energía con un estribillo pegadizo a más no poder, pero que se siente algo ligero y forzado, como una versión reciclada de “Rocket Ride” de Edguy. Afortunadamente, la pista que da nombre al disco, “Here Be Dragons”, eleva la nota con su épico desarrollo de casi nueve minutazos, en los que Geoff Tate (ex Queensrÿche) y Sammet intercambian líneas vocales sobre una exuberante base musical. Es verdad que la influencia de los Queensrÿche más ochenteros es innegable, haciendo que la participación de Tate se sienta más una necesidad que un lujo. Como Michael Kiske (Helloween) aporta su destreza en "The Moorlands at Twilight", un tema repleto de energía power metal y un estribillo de los que perduran en tu cerebro. Como Tommy Karevik (Kamelot) brilla en "The Witch", una de las pistas más resultonas del álbum, mientras que Ronnie Atkins (Pretty Maids) añade su arenosa voz a "Phantasmagoria", una pieza intensa con tintes góticos y Bob Catley (Magnum) brilla en "Bring On The Night", un claro homenaje al fallecido Tony Clarkin.

Sin embargo, como un refresco, el tramo final del disco pierde fuerza y sólo "Unleash the Kraken", con su combinación de power y thrash, logra destacar, a pesar de contar con voces como las de Roy Khan (Conception, ex Kamelot) y Adrienne Cowan (Seven Spires), además de tener unas guitarras magníficas, las aportaciones de Khan y Cowan no logran dejar la huella deseada. Con cincuenta minutos de duración, “Here Be Dragons” (2025) es un álbum corto, en comparación con otros de Avantasia, pero su falta de momentos memorables en la segunda mitad lo hace sentirse más largo de lo que realmente es y eso, amigo mío, no es nada bueno, cuando Sammet parece haber perdido parte de su magia en esta ocasión, entregando un trabajo que no alcanza la grandeza de sus mejores épocas. Es verdad que demuestra su maestría en la interpretación vocal, los artistas invitados cumplen con creces, aunque algunos no tengan la suerte de participar en las canciones más jugosas; Geoff Tate y Ronnie Atkins sobresalen y Karevik los sigue de cerca, pero la ausencia de Jørn Lande se siente demasiado; cuando su sola presencia habría elevado considerablemente la nota del álbum, aportando todo el peso y la teatralidad que tanto le caracterizan. 

Aunque “Here Be Dragons” (2025) no logra alcanzar las alturas de discos como “The Scarecrow” (2008) o “Ghostlights” (2016), sigue ofreciendo momentos entretenidos. No es un mal álbum, claro que no, pero sí el menos impactante en la trayectoria de Avantasia. Sammet mantiene viva la esencia del proyecto y demuestra su capacidad para reunir a grandes talentos en torno a su visión musical, para bien o para mal, “Here Be Dragons” (2025) sigue siendo un álbum con la esencia de Avantasia: teatral, vibrante y lleno de colaboraciones estelares. Puede que no sea su mejor disco, pero la pasión de Tobias sigue intacta.

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Crítica: Jonathan Hultén “Eyes Of The Living Night”

Creo que empiezo a entender por qué Jonathan Hultén abandonó Tribulation. Al principio, cuando ocurrió, el troglodita de mi cerebro (ese que ruge al mínimo cambio), pensó que se debía a la creciente popularidad de la banda, a la necesidad de Hultén por hacer sus propios discos y evitar cualquier guiño al black. Es por eso que gustándome “Chants From Another Place” (2020), no me terminó de convencer, como sí hizo “The Forest Sessions” (2022) pero, claro, resulta que los vampiros de Tribulation, después del excepcional “Down Below” (2018) ya mostraron sus ansias de cambio con “Where the Gloom Becomes Sound” (2021) y el mismo troglodita que años antes se había enfadado con Hultén, ahora comenzaba a entender que Jonathan apostaba por una propuesta mucho más personal, artística y arriesgada, mientras que Tribulation olieron el dinero fresco y comenzaron a virar en su búsqueda, porque sólo así se puede entender “Sub Rosa in Æternum” (2024) y, lógicamente, este “Eyes of the Living Night” (2025).

La voz de Jonathan Hultén, o más bien sus voces, es el hilo conductor que une este trabajo, ya que la utiliza como un instrumento más, manipulándola con efectos electrónicos, distorsionándola hasta parecer que canta desde otra habitación o añadiendo más y más pistas para sonar como un coro. A veces, sus letras son tan confusas que podría evitarlas y, simplemente, articular sonido y, en ocasiones, así es. “Eyes Of The Living Night” (2025) es un álbum que se siente como una explosión de color en comparación con su debut de 2020, “Chants From Another Place”, teñido de tonos apagados; azul, verde y gris. Mientras aquel primer álbum evocaba una belleza liminar, este nuevo trabajo florece desde la atmósfera susurrante y embrujada de su predecesor, “The Forest Sessions” (2022), hacia algo más amplio. El álbum arranca con “The Saga And The Storm”, donde una suave ola de sintetizadores y una melodía cristalina de teclado dan paso a la voz de Hultén, que lo guía por senderos más oscuros hasta un clímax en el que traza elegantes arcos de guitarra en el aire nocturno. Si en su debut los espíritus que lo guiaban eran el minimalista Drake, John Martyn y Bert Jansch, aquí parece haber invocado la influencia ochentera de Kate Bush, no tanto en el sonido —aunque el tempo de vals y el clavicordio de caja de música en “Song Of Transience” te recordarán a ella y la pieza instrumental a piano “Through The Fog, Into The Sky” podrían pertenecer a la de Bexleyheath, sino en la ambición de Hultén por crear un universo propio, todo lo contrario a las ansias de Tribulation por abandonarlo y convertirse en una extraña mezcla entre The Cult y Sister Of Mercy de bajo nivel.

En “Eyes of the Living Night” (2025), canción tiene una personalidad única: “The Dream Was The Cure” se alza con un muro de guitarras acústicas rasgadas, “The Ocean’s Arms” navega en un mar de calma y “Falling Mirages” sería un homenaje al folk más puro de no ser por su extraño de teclado. En “Riverflame”, una melodía sutil pero conmovedora sostiene el eco de un piano eléctrico y una guitarra de seis cuerdas llora con una distorsión moderada, mientras “Dawn” llega envuelta en una nube de guitarra acústica y teclados, ascendiendo a través de capas hacia un destino desconocido, mientras que en el cierre en espiral de “Starbather”, esa mini-epopeya que roza el progresivo más clásico, canta “la imaginación no tiene límites”, y este álbum lo demuestra con creces. Maravilloso. 

Hultén dejó atrás el sonido más crudo de su debut para explorar algo diferente a lo que hacía con sus compañeros en Tribulation, y demuestra su valentía en “Eyes of the Living Night” (2025), de manera sorprendente y brillante. Al final, años después, me doy cuenta del cambio de papeles, cuando todos querían cambiar el rumbo, pero sólo uno seguir haciendo arte.

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Crítica: Killswitch Engage "This Consequence"

Me resulta imposible negar que el metalcore de primeros de los dos mil no significó nada en absoluto para mí. Estaba inmerso en otros mundos musicales, otros subgéneros mucho más gratificantes y no sentía la menor atracción por los productos de marca blanca, pero es verdad que "Alive or Just Breathing" (2002) me hizo guardar a Killswitch Engage en un lugar muy especial de mi corazón, el poderío de Killswitch se mezclaba con la melodía y los textos existenciales de Leach, dejando un hueco para la introspección, imposible que su propuesta no llegase allá donde otros grupos se quedaban únicamente en la agresión sonora. Sin embargo, aunque la etapa con Howard Jones fue resultona gracias a su increíble garganta y un puñado de canciones que funcionaban en directo, seguía echando de menos la fragilidad e inestabilidad que Leach traía al grupo, quizá fue por eso que celebré “Disarm the Descent” (2013), pero fue “Incarnate” (2016) el que sentí que tocaba otras teclas y me tuvo enganchado durante mucho tiempo. Lo sé, “Disarm the Descent” (2013) era superior, pero canciones como "Hate By Design" o "Cut Me loose" me tocaban la patata, por lo que perdoné “Atonement” (2019) y recibí con ilusión la noticia de que estaban trabajando en su nuevo álbum, este “This Consequence” (2025) que nos ocupa. Pero, seré sincero, no es su mejor álbum, no es mejor que “Disarm the Descent” (2013) pero sí mantiene el tipo y supera el esfuerzo de “Atonement” (2019), además de sentirse fresco gracias a algunos nuevos recursos de Dutkiewicz y Stroetzel, la inconmensurable labor de Leach, buscando la emoción a golpe de contrastes y un trabajo correcto a la producción (a veces suenan un poquito genéricos, planos), echando de menos al todopoderoso Sneap.

Es verdad que “Atonement” (2019) introdujo nuevos matices en su sonido y es algo que se siente también aquí, desde el inicio con “Abandon Us”, que irrumpe con una avalancha de riffs marcados por el groove, una batería explosiva y la habitual intensidad arrolladora. No hay introducciones, insulsos prolegómenos, ni rodeos; Killswitch Engage entran con todo, buena melodía, la sección rítmica es una apisonadora y el solo Dutkiewicz, aunque breve, de lo más sabroso. Además, Jesse Leach se luce con unos guturales afilados y agresivos, mostrando una versión más áspera y cruda de su voz que en anteriores discos. A pesar de esta ferocidad, los momentos melódicos siguen presentes, permitiendo que Joel Stroetzel y Adam Dutkiewicz alternen pasajes técnicos, riffs demoledores y armónicos, hasta que “Abandon Us” se desvanece y dan paso a “Discordant Nation”. Justin Foley despliega su impresionante técnica; los blast beats se fusionan con un doble bombo implacable, aportando una precisión demoledora, mientras el groove pesado y los cambios de ritmo con toques djent destacan aún más en esta nueva época de Killswitch Engage. 

La banda suena renovada, con ciertos matices que rozan el death metal más técnico, aunque de manera breve, claro está, mientras Jesse combina su voz melódica con feroces guturales, creando un equilibrio entre melodía y brutalidad, y los breakdowns son un diluvio de riffs melódicos, mientras que el bajo de Mike D’Antonio se encarga de darle una profundidad contundente a la mezcla. “Aftermath” es la clásica canción con una introducción melódica, comienza con una sección de cuerdas emotiva, mostrando su querencia por los padres del sonido Gotemburgo, que pronto se transforma en una armonía épica. Jesse entra con una interpretación conmovedora, dejándose la garganta sobre la resiliencia (no puedo con este concepto y su discurso actual, pero lo entiendo en el cotexto de Leach) y la superación personal, mientras la canción muestra en su puente estribillo, sus ansias de convertirse en un himno, percibiéndose ecos de "The End of Heartache" (2004). “Forever Aligned”, el primer single del álbum y el primero en lanzarse desde 2019, es una combinación impecable de riffs intensos, pasajes melódicos y dinámicas vocales variadas, capturando la evolución de Killswitch Engage sin abandonar la esencia emocional y catártica de su metalcore característico. Su fusión de melodías emotivas con secciones demoledoras logra un efecto magnético, entre la nostalgia y la intensidad aplastante, con un cierre de cuerdas que le da un final perfecto tras un viaje repleto de emoción. El segundo single, “I Believe”, adopta un tono más inspirador, resaltando la versatilidad vocal de Jesse sobre un ritmo más dinámico, con un mensaje positivo y alentador, esta canción irradia esperanza y motivación. Mientras que “Where It Dies” se posiciona como una de las canciones más contundentes del álbum. Buenas guitarras, repletas de técnica en el increíble matrimonio entre Adam y Joel, y el frenético trabajo de batería de Justin, fusionando géneros. “Collusion” arranca con un riff pesadísimo, pero pronto se abre paso hacia secciones melódicas que explotan con una energía arrolladora. Jesse brilla en este tema, mostrando lo mejor de su rango vocal: desde pasajes limpios y emotivos hasta los guturales más desgarradores que ha grabado hasta ahora, pura adrenalina. La sorpresa es “The Fall Of Us”, abusando del blast beat y los trémolos, logrando capturar algo de la esencia de la ennegrecida noruega (aunque de manera anecdótica, que nadie se imagine a Killswitch Engage vestidos como Immortal, corriendo por el bosque), mientras que “Broken Glass” demuestra la evolución de la banda sin perder su esencia, la canción más lenta del disco, cuando su peso radica en sus breakdowns densos, interludios de bajo hipnóticos y una sección de batería pesada y machacona. Finalmente, “Requiem” cierra el álbum con una mezcla entre la última reencarnación de la banda y una pequeña dosis de nostalgia con la energía épica de las guitarras y el solo, que recuerdan a los inicios de Killswitch Engage, pero a la vez reflejan su crecimiento a lo largo de las últimas dos décadas. 

Un buen álbum, con un trabajo notable y la sensación de esfuerzo de Killswitch Engage, sonando creíbles pero, a la vez, con la misma emoción adolescente de unos músicos que ya peinan canas, pero sus problemas y los nuestros son los mismos. Echo de menos una producción con más brillo, más contrastes o la potencia de “Disarm the Descent” (2013), ya que en algunos momentos el sonido (no la interpretación) se hace algo monótono y da la sensación de que, aunque intentan escapar de su fórmula, terminan cayendo en ella, pero, en general, no tengo queja; han hecho los deberes y de qué manera.

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Crítica: Mantar "Post Apocalyptic Depression"

Nadie podrá acusarnos, en este humilde blog, de subirnos al carro de algunos artistas cuando ya han despuntado o son lo suficientemente conocidos. En el caso del dúo alemán, Mantar, que irrumpió en la escena con su explosivo álbum debut, “Death by Burning” (2014), no sólo estuvimos en cada una de las noches de aquella pequeña gira, sino en la siguiente y en la siguiente, en salas con apenas una decena de personas y en festivales ante una turba ajena a su música, fuera de España y viéndolos telonear a otras bandas, los entrevistamos e incluso en la noche madrileña compartiendo varias rondas de cervezas en pleno centro de la ciudad, mientras Hanno me contaba de su pasión por AC/DC y yo compartía con él mi foto con Angus. Mantar son tan nuestros, como muchos otros artistas que llevamos compartiendo desde hace quince años. Pero es que los alemanes siguen ofreciendo una buena colección himnos crudos que fusionan punk-sludge con toques de doom y black metal, siendo imposible no quererlos cuando mezclan todo esto con humor, energía feroz y riffs pegajosos. “Death by Burning” (2014) se ganó al público gracias a los guiños a leyendas como Motörhead, Zeppelin y Melvins, mientras que su segundo trabajo, "Ode to the Flame" (2016), no decepcionó y consolidó a Mantar como una fuerza dentro del género. Sin embargo, siento que "The Modern Art of Setting Ablaze" (2018), "Grungetown Hooligans II" (2020) y "Pain Is Forever and This Is the End" (2022) no han alcanzado la cima de sus dos primeras producciones. Es verdad que el dúo se ha mantenido fiel a su filosofía, pero es ahora, con su quinto álbum de material original, “Post Apocalyptic Depression” (2025), que siento que deberían recuperar la intensidad de sus inicios o terminarán por caer en una espiral en la cual seguirán ofreciendo discos cien por cien efectivos, pero sin inventar la rueda o dar un golpe de timón que les haga subir de nivel (a lo mejor es lo que quieren, quién sabe). La producción de “Post Apocalyptic Depression” (2025) es más pulida y la composición se siente más trabajada, pero han suavizado un poco la crudeza y agresividad que definieron con “Death by Burning” (2014) y “Ode to the Flame” (2016), aunque la esencia de Mantar siga intacta; cada canción mantiene una dosis de energía arrolladora, actitud punk y una solidez que invita a romperte las cervicales, “Post Apocalyptic Depression” (2025) sigue la línea de sus últimos discos, apostando por temas dinámicos, pero carentes de la oscuridad más amenazante y venenosa de sus primeras canciones. Hanno mantiene su característico rugido rasposo, “Absolute Ghost”, pero su voz también brilla cuando incorpora un tono más limpio y punk, añadiendo variedad a su interpretación. Desde el inicio, esta canción parece estallar de retroalimentación, abriéndose paso con la batería demoledora de Erinç y un riff cargado de groove, presentando los colores con los que van a teñir este disco de raíces más punk que sludge, “Post Apocalyptic Depression” (2025) no rompe esquemas ni desafía sus mejores trabajos, presentando un sonido más grueso y menos refinado que su predecesor, con una sutil capa de suciedad que ensucia ligeramente la producción, de la que mi mayor queja será la masterización, demasiado comprimida, creando un muro sin matices en muchísimas ocasiones.

Con una duración ajustada de treinta y cinco minutos, la calidad general se mantiene gracias a canciones como "Morbid Vocation", "Principle of Command" y "Two Choices of Eternity", que cumplen su función sin destacar demasiado, mientras que otras como el single "Rex Perverso" y la abrasiva "Halsgericht" sí golpean con la fuerza del pegajosísimo chicle que son Mantar. Empero, el tono del álbum decae y si se mantiene a flote es gracias a cortes sobresalientes como la agresiva "Dogma Down" y el demoledor dúo "Pit of Guilt" y "Church of Suck". El momento más blacker llega con "Axe Death Scenario" que aporta un cierre feroz gracias a los riffs de Hanno, impregnados de energía y su mezcla con melodías sutiles. Por su parte, Erinç dota cada tema con su estilo de batería contundente y sin concesiones, básico como la fuerza de la naturaleza que es en directo. 

Más de una década después de su demoledor debut, Mantar continúan entregando música sólida y bien hecha. A estas alturas, resulta difícil imaginar que publiquen un álbum que no cumpla con las expectativas cuando todos sus ingredientes siguen ahí, las composiciones mantienen sus estribillos y, aunque el impacto no sea tan demoledor como en sus primeros años, Hanno y Erinç conservan su genio y habilidad para crear canciones que perduran en la memoria de sus seguidores. No obstante, la repetición de su fórmula comienza a ser algo tan evidente como para que uno sienta que meten relleno entre otras canciones que sí despuntan, por lo que, para algunos, “Post Apocalyptic Depression” (2025) se sentirá predecible y no les culpo, a lo mejor es hora de crecer, amigos.

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