Crítica: Opeth “The Last Will and Testament”

Cuando comienzas a escuchar música de manera más seria (no sé si debería delimitar esto que acabo de escribir, quizá sí, pero no es el momento), piensas que no tienes ni idea de nada, frente a esos otros; poseedores del conocimiento, que lo reparten rácanamente en persona, pero con fruición en redes sociales. Cuando llevas ya un tiempo escuchando música y tus necesidades son otras, cuando ya comienzas a empezar a entender algo o creer que es así, es entonces y sólo entonces, cuando te das cuenta y sabes que todos esos no tenían la menor idea de lo que decían y siguen sin saberlo. A Mikael Åkerfeldt tiene que pasarle algo similar y sentir una frustración enorme que imagino que supera con gran sentido del humor y mejores dosis de pasotismo, cuando parece señalar la luna y el noventa por ciento del público ve sólo su dedo. ¿Cómo es posible que haya compuesto un álbum como “The Last Will and Testament” (2024) y la mayor anécdota de su single sea si vuelve o no a las voces guturales? Que sí, tío, que no tienes ni idea, que sólo es el meme, el chiste, claro que sí, pero es algo tan persistente que ya ha dejado de tener gracia y apesta a rancio en una carrera que supera los treinta años y la docena de álbumes, de una banda que demostrado estar envuelta en una incesante búsqueda, un progreso que nos ha llevado a todos en un viaje; desde el death metal, al rock, al folk e incluso a retazos de jazz (reto a cualquiera a hablar de jazz y que me explique, de manera consecuente y fundamentada, por qué sí y por qué no, de verdad, sin malos rollos), siendo algo tan fascinante como la calidad a la que nos han acostumbrado.

Y nos encontramos finalizando el año, con un nuevo disco de Opeth que se sitúa ya entre lo mejor, sino el mejor álbum con permiso de Blood Incantation, y también en los puestos más destacados de su propia carrera. Parto de la base de que, para colmo, he tenido la inmensa suerte de haber podido disfrutar de este disco como promocional digital, con tiempo suficiente para escucharlo, con excelente calidad y, además, debo añadir a esta humilde reseña, que también lo he recibido en formato físico, completamente gratis y de manera sorprendente, con una postal firmada por la banda. ¿Qué más puedo pedir? Lo que me lleva a la conclusión de la seguridad aplastante que los suecos tienen en su lanzamiento, la certeza de haber grabado un gran álbum y sus ganas de darlo a conocer al mundo, tras esos cinco años que median entre “Cauda Venenum” (2019) y su larguísima gira, además de la presentación de Waltteri Väyrynen tras los parches en un disco conceptual (bien explicado, además de por la narración de las canciones, gracias a la historia incluida en el formato físico), el primero desde “Still Life” (1999).

Sin embargo, a pesar de que muchos crean que el nuevo álbum de los suecos es un regreso al death, a causa de las dichosas voces guturales, nada de eso. “The Last Will and Testament” (2024) es un paso adelante, un álbum oscuro, con momentos más aguerridos y cercanos al metal que practicaban Opeth, sólo porque la historia lo demanda en la oscuridad del testamento y la voluntad del protagonista así lo requiere, pero conservando más el espíritu de “In Cauda Venenum” (2019) que el de “Blackwater Park” (2001), para que ustedes me entiendan, más próximo al dramón progresivo de “Ghost Reveries” (2005) o “Watershed” (2008), cuando “§2” contiene la fuerza necesaria pero no la agresión, un gran groove que soporta la narración y una atmósfera cargada de teclados, gracias a Joakim, como una tormenta, además del excelente trabajo de Waltteri y, claro, Martín, además de la ayuda de Joey Tempest (Europe), magníficamente encajado, mientras que “§1” es una auténtica maravilla, ¿quién podía esperarse que el nuevo álbum de Opeth incluyese a Ian Anderson de Jethro Tull haciendo las veces de abogado corrupto y un reyezuelo interpretado por el propio Åkerfeldt? Ni en nuestros sueños más húmedos nos podríamos haber imaginado a los Opeth actuales cediéndole el protagonismo a Anderson leyendo el testamento en “§7” y salpimentando su colaboración gracias a su eterna flauta o a Åkerfeldt desvelando el desenlace de la historia y el lógico engaño en “A Story Never Told”. Por cierto, qué complicado me está resultando escribir sobre “The Last Will and Testament” (2024) sin hacer ningún spoiler de la historia (para que luego no me escriban los típicos llorones o los que me han pasado el promo, después de hacerme jurar con sangre para que no ‘desbarate’ nada y no publique este texto, a pesar de que ya circula por decenas de webs otros con menor calidad, sin duda) y que esto no afecte a la experiencia de cualquiera que escuche las canciones. ¿De verdad se puede reseñar un disco así? Con lo sencillo que es escribir sobre “The Wall” (1979), cuando la historia pertenece al inconsciente colectivo.

"§4" y "§5” soportan el peso central del “The Last Will and Testament” (2024) y, de nuevo, Mikael y Fredrik son los que aderezan la base rítmica de una banda que suena como un motor a reacción, a medio camino entre el progresivo y el metal, mientras que en una hay folk en el puente, la dinámica de "§5” en los constante bandazos de Opeth son los que tiñen los estados de ánimo necesarios para encarar la impredecible "§5” y la solemne "§7”. Si te parece que lo que estás leyendo es demasiado abstracto, sólo te puedo pedir que lo hagas mientras suena el álbum y entiendas que las canciones, aunque todas magníficas, sólo se pueden entender como un todo. Claro que puedes escuchar “§1” y alucinar con el nivel de Opeth o la potencia de sus riffs, así como los diálogos entre Anderson y Mikael a lo largo del álbum, pero esto es lo más parecido a una novela; puedes leer fragmentos, pero la historia lo es todo. Siendo quizá "§1” y "§2”, o "§7” las que definen “The Last Will and Testament” (2024) junto a ese magnífico final que es “A Story Never Told”.

Una obra maestra, con o sin guturales, con una banda en estado de gracia, Mikael desatado, las magníficas colaboraciones de Joey Tempest (que sobre el papel parecía una excentricidad pero que en la práctica derrocha buen gusto por parte de ambos) la, quizá más lógica, de Ian Anderson, magnífico en su papel, y el desafío que plantea “The Last Will and Testament” (2024) gracias a una producción exquisita en unas canciones al servicio de la historia. Para mí es un sobresaliente en toda regla, otro golazo de Opeth y un paso más hacia a la eternidad. Escucharlo produce auténtico placer, de verdad.

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