SETLIST: Frogs/ Wild God/ Song of the Lake/ O Children/ Jubilee Street/ From Her to Eternity/ Long Dark Night/ Cinnamon Horses/ Tupelo/ Conversion/ Bright Horses/ Joy/ I Need You/ Carnage/ Final Rescue Attempt/ Red Right Hand/ The Mercy Seat/ White Elephant/ O Wow O Wow (How Wonderful She Is)/ The Weeping Song/ Into My Arms/
Mi primera gira de Nick Cave fue entre el 97 y 98 y no puedo evitar sentir algo de nostalgia por aquellos años, quizá es algo personal, muy subjetivo, pero resulta inevitable mirar a mi alrededor y pensar, ¿qué ha pasado? ¿cómo es posible que Cave haya pasado de ser un artista de culto a llenar pabellones repletos de gente que corea “The Mercy Seat”, porque recuerdo también una época en la que el videoclip de esta canción era algo casi maldito cuando se emitía de noche en la MTV (cuando esta también era un canal de música y no el esperpento en el que terminó convirtiéndose, no me hartaré de escribirlo). El pasado viernes en Madrid, había padres con niños, ¿les explicarán al llegar a casa qué hay tras una canción como “Stagger Lee”? También había gran cantidad de metaleros, algo del todo comprensible, pero igual de sorprendente cuando recuerdo un festival en el que Cave compartía cartel con Slayer y no podía causar menos revuelo el australiano entre aquellos que disfrutábamos de Araya y Lee, pero también Mustaine y Friedman. Pero tampoco me gustaría que esto que escribo pueda ser motivo de malentendidos, porque prima mi interés sobre el del resto; me da igual que acudan cincuentonas que acaban de descubrir a Cave con Peaky Blinders, para mí su éxito comercial no supone más que una alegría por la posibilidad de verlo sobre las tablas, de que sus giras sean mundiales y toquen España, cuantas más fechas mejor, porque recuerdo una época (esa que tanto romantizo) en la que ver a Nick Cave no era algo fácil y si ahora es capaz de llenar recintos de más de diez mil personas con niños entre su público y las primeras filas abarrotadas por ser testigos de semejante espectáculo, también se debe a su duro trabajo; Cave no ha parado de sacar discos en las últimas dos décadas, su creatividad ha estallado en mil fragmentos y bien con Grinderman, en solitario, con los remozados Bad Seeds o con el genial Warren Ellis a su lado y sus bandas sonoras, su éxito se debe gracias a su talento.
Cave tomaba el escenario con los Bad Seeds, la ayuda de Colin Greenwood de Radiohead al bajo (sustituyendo a Martyn Casey) y el resto de la banda incorporándose con parsimonia a sus puestos, Ellis a la izquierda de Cave y este, con su habitual semblante serio, mirando desde las tablas como un vampiro que acaba de ser exhumado, vestido de manera elegante y peinado con dedicación, como siempre, atacando una pieza tan sutil como es “Frogs”, esa canción que bien vale los céntimos de pago por streaming como aseguraba Cave, y que sirvió para darnos la bienvenida, sonando muy esperanzadora en ese relato del paseo de una pareja en pleno domingo. Pero, aquella calma era falsa, “Wild God” con Sclavunos, tomando el papel protagonista cuando la canción resuena salvaje en su estribillo, es el momento en el que uno entiende ese espectáculo de predicador y góspel en el que Cave convierte su concierto de Madrid durante un par de horas. A partir de ese momento, ya estamos dentro de su mundo, debemos aceptar sus reglas y panteón para llegar a sus canciones, y es complicado explicar lo que volví a ver la noche del pasado viernes; la cinemática “Song of the Lake” nos inundó, Cave presentó “O Children” y nos introdujo en la historia de “Jubilee Street”, nos hizo viajar a un cabaret berlinés en la electrizante “From Her to Eternity”, versiones pulsantes y viscerales de “Long Dark Night” y “Cinnamon Horses”, la tormenta desatada en “Tupelo”, haciéndonos viajar en el tiempo hasta aquel día de enero del 35 en el que el aguacero inundó Tupelo y los pájaros no podían volar pero los peces siquiera nadar en semejante corriente, mientras nacía El Rey, vi a Ellis en trance, atravesado por la corriente, y a Cave sonriendo, como un animal jadeante, gritándole en mitad del escenario, llamando a su amigo, intentando sacarle de semejante viaje astral, mientras él tiraba una y otra vez el micro al suelo en algunas canciones, caos, un auténtico caos entre el adocenado espectáculo en el que se han convertido los conciertos en directo, como si Cave reclamase la atención de todos aquellos que se empeñaban por verlo a través de sus ridículas pantallas móviles. “Conversion” pareció un bálsamo tras tanta pasión, igual que esa composición tan preciosa, tan bella, que es “Bright Horses” y el momento más acojonante y emocional de toda la noche con “I Need You”, y el escenario reducido a la expresión facial de Cave, a piano, interpretando una canción que pareció sacar de sus propias entrañas y en la que no es difícil adivinar el dolor de esa herida abierta como padre, que lo acompañará hasta el último día de su vida. “Carnage” y la turbulenta “Final Rescue Attempt” hasta la celebradísima “Red Right Hand” o la visita al patíbulo con “The Mercy Seat” nos hacían presagiar que aquello llegaba a su final. Tras “White Elephant”, Cave presentó “O Wow O Wow (How Wonderful She Is)” con todo el cariño del que fue capaz cuando explicó la canción, antes de convertir la noche de Madrid en un espectáculo con las palmas en “The Weeping Song” o una final “Into My Arms”, que sirvió de espectacular cierre a una velada repleta de heridas, dolor y sanación a través de su música.
Escribes desde las tripas, muy bien, haz la crítica del concierto, ¿lo harás, verdad? Escribes tan sólo por las personas que siguen este blog, en realidad no vale mucho, hay otras dos decenas de blogs que envían a sus propios fotógrafos, piden pases y publican noticias, vuestro blog si lo leen es por ti y esas críticas que te hacen conectar a otro nivel, me decían dos personas muy cercanas. En realidad, no escribo bien, tengo talento para adivinar el genio de otros, leo mucho, leo muchísimo y escucho más, pero no escribo bien. Lo que pasa es que soy un pecador, me he equivocado tantísimo en mi vida y he buscado tantísimo en los surcos de las canciones que amo, como si quisiera encontrar la dosis perfecta para curarme en cada momento, que me resulta del todo imposible no sentir mucho, como cuando era adolescente y creía ver colores cuando escuchaba música o me picaba la nariz con la luz del sol, cosas raras que me han ocurrido y me siguen ocurriendo como el último viernes en Madrid, cuando sentí a Nick Cave ser una prolongación de todo aquello que me late dentro y me di cuenta, una vez más, que su música es parte de mí. Amo su música porque es parte mía, de quien soy. Fue la clara constatación de que el arte es un remedio para el alma. Algo tan sencillo como presenciar la metamorfosis del vampiro que tomó el escenario y el hombre, de carne y hueso, que lo abandonó con una sonrisa entre los labios, hasta la próxima noche, la próxima ciudad en la que despierte de esa eterna vigilia que parece perseguirle cuando no se sube a un escenario. Dios le conceda muchos años de vida, giras y discos, y a nosotros el tiempo para sanar junto a él.
© 2024 Jota Jiménez