Nails me sigue produciendo el mismo placer de las bandas de antaño; cuando uno no era capaz de ver a los artistas cada día en redes sociales y aquella magia entre el último concierto de la banda y su nuevo disco, que se traducía en años de auténtica desconexión, lograba alimentar la ilusión de su público. No hace falta remontarse al Cretácico, pensar en la televisión en blanco y negro o la era pre-Internet, tan sólo es necesario pensar en los últimos diez años cuando las cosas no se habían salido de madre tanto tantísimo como para que ningún artista posea un mínimo de intimidad con la que alimentar algo de aquel misterio. En este caso, Todd Jones ha estado en la cuerda floja de la realidad más auténtica; cuando estuvo a punto de acabar con la vida de Nails ante la inviabilidad económica del proyecto cuando se ve obligado a alternar su trabajo sobre las tablas con el que le da de comer, y eso sea quizá también el motivo de la dilatadísima espera entre el magnífico “You Will Never Be One of Us” (2016) y este álbum que nos ocupa, “Every Bridge Burning” (2024) en el que, para colmo, de aquellos que grabaron su anterior título; John Gianelli, Taylor Young, Sgrosso o el simpático Leon del Muerte (Leon Michael Sandow) no queda ninguno y ahora Jones se rodea de Andrew Solis, Carlos Cruz y Shelby Lermo, dándonos a entender claramente que Nails es su retoño y el resto están de paso. Sin embargo, pese al baile de músicos, “Every Bridge Burning” (2024) suena igual de brutal que el anterior, quizá porque el alma de la banda es Jones, pero también por el trabajo de Kurt Ballou (Converge) en los mandos de la producción, a lo que hay que sumar la inconfundible mano de Jef Whitehead (sí, amigos, mi idolatrado Leviathan) en la portada, logrando un producto casi redondo.
Casi, porque aunque “Every Bridge Burning” (2024) es magnífico, en mi opinión no llega a “You Will Never Be One of Us” (2016) en el que uno tenía la sensación de estar ante una obra sensacional; no sólo en el envoltorio sino también en las canciones. Es verdad que en “Every Bridge Burning” (2024), Jones y estos nuevos Nails no parecen querer convertirse en la bandera de su propia propuesta estética y esa hiperviolencia de la que hacen gala, firmando un álbum en el que, manteniendo ese nivel de agresión en canciones punk de una media de minuto y medio en un disco de apenas diecinueve, hay más hardcore y sludge que otra cosa, pero todo sazonado con riffs propios del thrash más afilado, con el grano y corrosivo ácido de los de Oxnard. Comenzando con “Imposing Will” y el tormento de “Punishment Map” con Carlos Cruz espoleando el bombo de su batería a tal nivel de repetición que parece una batería programada con semejante velocidad y una “Every Bridge Burning” que parece un espídico homenaje a Slayer, como si la banda de Araya y King saliesen de ultratumba a tope de anfetas. “Bring Me the Painkiller” y “I Can’t Turn It Off” poseen ese encanto thrash que perfora el disco desde la primera a la última capaz y convierte a Nails en una banda de afilada velocidad sin tener porque recurrir al groove, sin que por ello renuncien a él en canciones como “Lacking the Ability to Process Empathy” y la final “No More Rivers to Cross” en las que uno siente el desgarro de Jones abriéndose paso a través de su música, para volver a la virulencia de discos anteriores en “Made Up in Your Mind” o la brutalísima “Dehumanized”.
Un álbum menos coral, sin invitados, y con los cuatro músicos dejándose el alma, hasta hacerte sentir un auténtico mosh en el salón de tu casa o tu dormitorio. Quizá no procure esa sensación de auténtica locura y desquicie de los anteriores, sintiéndose una agresividad plenamente calculada y medida, pero es tan desgarrador y potente como siempre. Jones sabe lo que se hace y su retoño, Nails, sigue siendo un verdadero cohete.
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