Si quisiera hacer más sangre sobre Billy Corgan, sería tan fácil como instar al lector a que revise cualquier escrito sobre él en esta web, creo que hay tanta sinceridad como inquina hacia un artista que lo dio todo en los noventa y cuyo disco “MACHINA/The Machines Of God” (2000) debería haber sido el último, pero de verdad. Y, si es así, es porque todo aquel que haya vibrado alguna vez con su música sabe de su talento y genialidad, esa misma que es la cruz de su propia moneda. Y es que cada genio tiene su propio castigo, ese que malgasta su don. Pero no, en esta ocasión no perderé el tiempo y tampoco se lo haré perder a todo aquel que lea sobre “Aghori Mhori Mei” (2024), un disco tramposo pero que, a la postre, pese a ese cebo de Corgan, puede presumir de obtener su mejor resultado desde, precisamente, aquel supuestamente último del 2000, cuando su segunda parte eran descartes, “Zeitgeist” (2007) fue el fallido regreso de la banda y el propio Corgan reniega de él, “Oceania” (2012), pese a sus defectos, brilla con luz propia (y una preciosa “The Celestials”), me gustó “Monuments To An Elegy” (2014) con moderación, aún a sabiendas de sus errores, y soporté con estoicismo “Shiny and Oh So Bright Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun.” (2018), “CYR” (2020) y el horrendo “ATUM” (2023), por aquello de que Corgan siempre tendrá un enorme lugar en mi corazón. ¿Es “Aghori Mhori Mei” un buen álbum? Lo es, como escribía líneas más arriba, quizá el mejor en veinte años, pero no hay que dejarse llevar por el entusiasmo; Billy Corgan es un auténtico genio, pero también un trilero que, a sabiendas de la recepción de los tres anteriores, ha abandonado premeditadamente el envoltorio sintético de estos y nos ha dado lo que pedimos a los seguidores de siempre y es la vuelta de las guitarras.
Si en directo ya sorprendía que se acordase de temas como “Jellybelly”, “Quiet” o “Siva”, el motivo ya está más que claro y es que Corgan ha hecho un viraje de ciento ochenta grados y recuperado el sonido de The Smashing Pumpkins entre 1991 y 2000 y no hay duda de ello cuando suenan las guitarras de “Edin” o “War Dreams Of Itself” y esta última recuerda a los momentos más aguerridos de "Mellon Collie and the Infinite Sadness” (1995), los arreglos de “Pentagrams” de finales de los noventa, la época de “Gish” (1991) en “Sighommi” o “999”. ¿Quiere decir todo esto que aquellos que hemos mamado de aquellos discos hasta hacerlos parte de nuestro ADN obtengamos los mismos nutrientes de las nuevas canciones? No, por supuesto que no, ahí está el problema; Corgan ha dado la estética y el sonido a las nuevas canciones y el espejismo está más que logrado, pero las composiciones, no están a la altura y, aunque “Aghori Mhori Mei” se disfrute y se pueda justificar, aunque apruebe holgadamente, no es representante de lo que semejante artista es capaz. No se trata de que Corgan tenga que luchar contra la nostalgia alojada en el cerebelo de todos sus seguidores sino, simplemente, que las nuevas canciones no poseen la gracia de las anteriores, aunque sí las maneras.
“Edin” suena musculosa, las guitarras arden por Hendrix, la voz de Corgan suena tan irritante y juguetona como siempre, sobre la capa de gruesísimas guitarras, la banda funciona a la perfección como trío, ocupándose Corgan también del bajo y los teclados, en comunión con Iha para las seis cuerdas, además de contar con Jimmy Chamberlain, un batería de altura, un verdadero monstruo tras los platos. Pero “Edin” agradecería de un recorte, siete minutos son muchos y la parte central no construye clímax alguno, como “Pentagram” se apoya sobre un poderoso bajo que sí funciona a la perfección en los puentes, junto con el teclado. Como escribía unas pocas líneas más arriba, si te gustan las guitarras de su primera época, te encantarán “Sighommi” o “999”, pero falta gancho, un estribillo que evoque toda la rabia y frustración con las que, a menudo, se asocia a la música de los de Chicago, algo que las haga memorables. “Pentecost” parece sacada de la época de “Adore” (1998) y no seré yo quien se queje de semejante referencia, cuando la canción denota el amor de Corgan por el sonido de los ochenta, igual que “War dreams Of Itself” podría haber pertenecido a la segunda cara de "Mellon Collie and the Infinite Sadness” (1995), mientras que la bonita “Who Goes There”, aunque posea la letra más cursi y empachosa que ha firmado Corgan en décadas, posee el mismo encanto que “Pentecost”, buenas formas y, aunque predecibles, sigue siendo mejor que los últimos tres discos de la banda.
“Goeth The Fall”, comparte con “Who Goes There”, una de las melodías más memorables del álbum, mientras que “Sicarus” es totalmente prescindible y si me gusta es por las guitarras de Corgan y Iha, como “Murnau” posee la belleza y los arreglos orquestales sobre los que Billy sabe escribir tan bien, cerrando el disco de la manera más bonita posible y, fundamentalmente, con la necesaria contención que tantas veces he pedido a sus grabaciones. Diez composiciones son más que suficientes y otro disco doble o triple se me habría atragantado cuando Corgan no necesita demostrar a nadie su prolífica capacidad que, por desgracia, va siempre de la mano de la poca autocrítica. Así, “Aghori Mhori Mei” (2024) no empacha y conserva las formas de los mejores años de The Smashing Pumpkins pero, aún con todo esto, echa en falta más canciones que sean capaces de permanecer en tu memoria y el tiempo bañe de recuerdos. Por otro lado, es el disco que deberían haber grabado hace veinte años, la dirección que deberían haber tomado, sólo temo lo que tiene que venir, como siempre…
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