Vaya por delante que considero a Peter Tägtgren un auténtico genio, pero eso no quiere decir que todo lo que haga tenga que gustarme. Disfruto muchísimo de Hypocrisy, incluso en sus momentos menos agraciados y valoro de la misma forma su pericia en la producción, cuando escucho un álbum de Tägtgren sé que el estándar al que voy a enfrentarme está por encima de la media. Es por esto que siempre espero más de él que de otros músicos, sé que puede jugar en su contra, claro que sí, pero es que tan sólo falta tener oídos para escuchar y saber que lo que está grabando bajo el nombre de Pain no es digno de su talento. Desde “Cynic Paradise” (2008) no ha publicado un solo álbum que mire de frente a los anteriores a este, excluyendo aquel debut, “Pain” (1997), que hay que entender como una aproximación; como si Peter estuviese metiendo el dedo en el agua de la piscina para probar la temperatura. A partir de ahí, se sucedieron obras como “Rebirth” (1999), “Nothing Remains the Same” (2002), “Dancing With the Dead” (2005) y “Psalms of Extinction” (2007), discos notables que auguraban una gran carrera al margen de Hypocrisy. No podíamos imaginarnos lo que vendría después, discos magníficamente producidos, envueltos en el mejor papel celofán, pero, sin embargo, escondiendo un verdadero caramelo envenenado.
No es que sean discos horribles (que sí, un poco), es que son colecciones de canciones en las que priman las formas y carecen de fondo, no hay unión y sí muchas ganas de llegar a un público más amplio. Escucharlas es ser testigos de un viaje rancio a los noventa, cuando el industrial reinaba por todo lo alto; algo muy excitante hace treinta años, no ahora, más cuando a Tägtgren parece habérsele pegado el mal gusto y de su antiguo amigo, Till, y, para colmo, salpicar las canciones con ripios infantiles (“Not For Sale”), más propio de un Georgie Dann del metal industrial mezclado con el dance que otra cosa. Para colmo, (y esto es algo muy personal), no sé qué ocurre que, sabiendo que lo mucho que me disgusta Pain, siempre me llega de manera puntual su último disco en formato físico para reseñarlo y siempre siento la misma pereza; lo que no sé si es pura coña del sueco, su discográfico o de los hados. Entiendo que es un regalo y así lo guardo, pero preferiría recibir la edición aniversario de “Crack The Skye” (2009) que encontrarme con “I Am” (2024). ¿Por qué?
Muy sencillo, la robótica "I Just Dropped By (To Say Goodbye)" es pegadiza por machacona, es verdad que puede resultar una de las mejores del álbum, pero esto únicamente dice poco del disco, no mucho de la canción, y es que el aroma a techno ochentero mata una composición cuya mayor baza es el ritmo incesante de la base, y la continuación, “Don’t Wake The Dead”, no es más que pop de sintetizadores. Un medio tiempo tan sosito que hace que la sorpresa inicial pierda fuelle, igual que “Go With The Flow” y ese regusto a Andrew Fetterly Wilkes-Krier, o la pueril hasta la médula “Party In My Head”, que podría haber encajado en su difunto proyecto, Lindemann. “I Am” baja los humos al petardeo y falla en añadir tensión, mientras que “Push The Pusher” ni suma, ni resta, es una más del conjunto, magníficamente producida, pero nada más.
Quizá lo mejor tras el inicio con "I Just Dropped By (To Say Goodbye)", sea “The New Norm”, aunque con ella Tägtgren parezca tener que pagar derechos de autor a Five Finger Death Punch en la testosterona de las estrofas, y “Revolution” sume algo de agresividad a la mezcla, algo que no le viene nada mal en “I Am” (2024), antes del pico glucémico que suponen “My Angel” y “Fair Game”, en un álbum de techno-metal europeo y pedorro en el que la influencia de bandas como NIN, Ministry, Rammstein, Rob Zombie, Five Finger e incluso el tratamiento de la voz de Peter en la final “Fair Game”, pareciendo más Ozzy Osbourne que Al Jourgensen, pasan factura y una muy cara. Un álbum para escuchar y olvidar, situando a Pain como una nota a pie de página de Hypocrisy, como siempre.
© 2024 Lord Of Metal