De todos los músicos a los que sigo en redes sociales, Karl Sanders es uno de los pocos que me genera verdadero interés; siempre me ha parecido un artista dotadísimo, cuya obsesión por el Antiguo Egipto no sólo ha servido de aderezo para la música de Nile sino que ha sido trasfondo de numerosas canciones y algunos clásicos del death metal más técnico que pasará a la historia. De sus redes sociales no puedes esperar barbacoas y modelos, sino un hombre que vive por y para su música. Pero, además de ser un excelente músico (y un tipo de cercano con nosotros, sus seguidores), también es un obrero del rock. Me explico, con ese término me refiero a todos aquellos músicos que se patean salas, duermen en furgonetas, se embarcan en viajes imposibles por tocar en todos los festivales posibles y sacrifican su vida por su pasión, este es su trabajo y no hay glamour alguno, sólo esfuerzo por seguir haciendo lo que aman.
Para que quede aún más claro, cuando Karl Sanders cayó enfermo y Nile tuvieron que actuar (por segunda vez en su historia) sin él, lo hicieron por el mismo motivo que tú y yo tenemos que levantarnos mañana. Para Nile no había otra opción porque habría significado un auténtico drama financiero, como muchas otras bandas que disfrutamos a diario y somos ajenos a sus problemas, no todos los artistas pueden permitirse el lujo de cancelar, aun estando ingresados en un hospital. Y en el caso de Sanders, nadie puede decir que Nile no sea su retoño, a tenor de los constantes cambios en su formación y su empeño por mantenerlo con vida, contra viento y marea, para nuestra suerte; con la reciente incorporación de Dan Vadim Von en el bajo y Zach Jeter, porque Brian Kingsland, aunque parezca veterano, se incorporó tan sólo hace siete años, tras la penosa salida de Dallas Toler-Wade y el final de una de mis formaciones favoritas con esa máquina de precisión que es George Kollias y Sanders a las guitarras.
“The Underworld Awaits Us All” (2024) prosigue la senda de todo lo que la banda ha grabado tras “Those Whom the Gods Detest” (2009). Discos notables, a un nivel técnico increíble, pero que no dejan la huella de los seis primeros. De esta forma, el nuevo álbum puede compararse a “Vile Nilotic Rites” (2019), el cual disfruté muchísimo en su gira y parece obtener su continuación en “Stelae Of Vultures”; los clásicos riffs de Nile cuando cruzan su filo con el groove de sus estrofas y parecen desatar la ira de los dioses egipcios, “Chapter for Not Being Hung Upside Down on a Stake in the Underworld Made to Eat Feces by the Four Apes”, o Sanders y los suyos se deciden por herirte de muerte con un lanzazo de su dja con la seca “To Strike With Secret Fang”.
Es verdad que Nile no han vuelto jamás a firmar un álbum como “Annihilation of the Wicked” (2005) pero también que diecinueve años más tarde, “Naqada II Enter the Golden Age” y “Overlords of the Black Earth” son auténticos bloques de hormigón, de puro death metal técnico, que le ponen muy difícil el pastel a cualquier banda que se atreva a salir tras ellos en un festival. Hay lugar para la magia oriental, esa que tan bien sabe administrar Karl Sanders, en la instrumental “The Pentagrammathion of Nephren-Ka” (que no hace otra cosa que avivar mis ganas por un nuevo álbum suyo en solitario) y, de nuevo, degollarnos a la sombra de las pirámides en “Under the Curse of the One God” con unos Nile robustos como siempre, mientras que la diferente “Doctrine of Last Things” nos ofrece una auténtica exhibición técnica con diferentes partes y armonías vocales mientras ese genio llamado Kollias nos rompe la cabeza. Los platos fuertes, empero, son los más indigestos; “True Gods of the Desert” y “The Underworld Awaits Us All”, aunque gloriosas, se me hacen eternas cuando ambas suman dieciséis minutos y, aun reconociendo el esfuerzo, me gustan las partes más calmadas y con influjo del Nilo en comparación con los experimentos de la segunda. Algo que quizá tampoco arregle la instrumental “Lament for the Destruction of Time” y su sinuoso último minuto, como una negrísima Naja haje (cobra egipcia), por no hablar del horrendo ‘fade out’ final de la mezcla, incomprensible viniendo de la mano de Sanders en un buen álbum, con grandes canciones, que podía haber dado mucho más de sí.
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