SETLIST: The Everlasting Gaze/ Doomsday Clock/ Zoo Station/ Today/ Spellbinding/ Tonight, Tonight/ That Which Animates the Spirit/ Ava Adore/ Disarm/ Bullet With Butterfly Wings/ Empires/ Beguiled/ 1979/ Jellybelly/ Cherub Rock/ Zero/
Hay una conocida web que guarda los repertorios de casi todos los artistas y me informa de que ha sido mi noveno concierto de The Smashing Pumpkins, pero no es del todo cierto, sé que se me escapa uno o dos que todavía no he marcado, así como esas veces que he interactuado en persona con Billy Corgan o aquel prometedor concierto de Zwan en Madrid, hace veintiún años, sin contar aquella actuación en Radio 3, el concierto en los locales de ensayo La Nave, la prueba de sonido a plena luz del día en el extinto y tierno Festimad de Móstoles y otra vez frustrada, como aquel concierto que anunciaron junto a Neil Young en Las Ventas de Madrid y que no recordarás porque se canceló por culpa de Young y un sándwich, era 1997 y el tiempo ha volado de cojones, no sé si tú ya estabas en la tierra, pero yo sí y Corgan ha sido parte de esa banda sonora, como mañana Pearl Jam, pero no siento nostalgia, me alegro de haber vivido todo aquello. Siendo así, podemos decir que mi idilio con The Smashing Pumpkins viene de largo, como la gran mayoría de artistas sobre los que escribo en este blog, ¿qué demonios haría aquí dándole a la tecla si no? Se me ocurren un buen puñado de webs que escriben sobre conciertos porque hay que hacerlo, cuyos críticos no asisten, se van a la tercera canción y pasado mañana estarán a otra cosa porque esto de la música es algo temporal y no da de comer a nadie, excepto a los de siempre. ¿Qué esperaban? Nadie hace esto por dinero, eso llega o no y casi nunca lo hace. Escribes sobre música porque te apasiona, porque llevas décadas yendo a conciertos y sientes esa pulsión por la que tu opinión es igual de válida o más que la de muchos otros seguidores que también aman a la banda que acaban de ver y punto.
Pero Billy, nuestro querido y díscolo Billy, no tiene esa misma relación con los que opinamos sobre su música, no importa. Llevo con orgullo que bloquease esta web e incluso reportase una crítica, es bonito cuando sabes que uno de tus ídolos de la adolescencia ha leído algo que has escrito, aunque no le haya gustado, como cuando le dije que los autógrafos se firman, no se venden a través de tu cafetería pija en Chicago, tampoco le gustó, qué cosas tiene Billy. Pero, el caso es que allí estaba ayer, de nuevo esperando mi enésimo concierto de los de Chicago, con la misma ilusión que cuando llevaba mi camiseta de Zero y creía que todo era posible. Por el camino, Corgan ha hecho y deshecho a su antojo, también es normal, la banda es suya y hace lo que quiere, Iha, Chamberlain y D’arcy son tan sólo secundarios, como se empeñó en aclarar con aquella analogía del circo en “Vieuphoria” (1994), y como el tiempo también ha dejado patente, Corgan es un genio, repleto de talento, pero que necesita el contrapeso de estar en una banda para no desbarrar y firmar discos mediocres o embarcarse en proyectos que termina abandonando por el desborde que suponen.
Es por eso que entiendo a Corgan y, por supuesto a Billy, la idiosincrasia de haber firmado canciones inmortales que todo el mundo te pide, mientras salpicas tus conciertos con las nuevas que a nadie le interesan, como cuando bautizas a tu gira con uno de los versos más famosos de uno de tus singles y la gente se tira la primera media hora de concierto pidiéndote la canción de “guorisvampair” o “la de la rata”, que es lo mismo y en el fondo creo que hasta te lo mereces porque salir de gira supone salir de tu zona de confort y enfrentarte a aquellos que compran tus discos, pero también esos otros a los que les importa un bledo pagar más de doscientos euros por un festival ubicado allá donde Tarantino levantó La Teta Enroscada, en un barrio en pie de guerra porque nadie ha contado con sus vecinos, con el nombre de una poderosa compañía eléctrica como si fuese un Coachella de cuarta regional, y nos meten antes, a cajón, a Dua Lipa con el pretexto de saciar a las hordas de modernos que acuden a su recinto de césped artificial y así se creen que tienen el mismo talento que los del Primavera Sound para hacer carteles eclécticos, cuando a los de aquí no les da más que para meter a unos Motxila 21 como cabezas de cartel, cuando el único y auténtico reclamo del festival es Pearl Jam, no Avril Lavigne. Pero el caso es que da igual lo que escriba porque yo, que soy tan listo, también estaba ayer esperando a que Billy tomase el escenario y nos golpease el pecho con “The Everlasting Gaze” y la inmensa suerte de volver a ver a Iha y Chamberlain que, aunque él crea que son secundarios, bendita la forma de aporrear la de Jimmy, otro genio, pero siempre a la sombra, como Iha que, aunque pistola de juguete en el soporte del micro, no llegaría a desenfundarla como en otras ocasiones contra las pastillas de su guitarra.
Un repertorio extraño en el que no faltan “Tonight, Tonight” o “Ava Adore”, pero que cuela una versión de “Zoo Station” de U2, francamente irregular y en tercera posición, descalabrando la subida del concierto, pero Corgan -como Vedder- ama a U2 y supongo que la reciente gira del “Achtung Baby” (1991) le ha sacudido los cimientos, como a cualquier amante de la música que creciese en los noventa. “Disarm”, las innecesarias “That Which Animates the Spirit” o “Spellbinding” conforman el ecuador de un concierto en el que el nuevo fichaje de la banda, la youtuber Kiki Wong, pasa completamente desapercibida en una de esas extrañas jugadas de Corgan, mientras que el festival por entero parece celebrar la ansiada “Bullet With Butterfly Wings”, por no hablar de “1979”, paradas obligatorias en el repertorio que Corgan parece cantar con verdadera desgana, deseando regresar al ignorado “ATUM (A Rock Opera In Three Acts)” (2023) y después ceder con la magia de la frescura de “Cherub Rock” y esa brutal “Jellybelly” con la que Corgan sonrió, ¿algo más? Claro, la icónica “Zero” cerrando mientras Billy parece que, como Elvis, ya ha dejado el escenario, aunque su cuerpo siga ahí, una hora y media de canciones escritas por un personaje de Stevenson cuya mayor desgracia es haber alcanzado la fama y no sentirse reconocido por todo lo que hace, a pesar de haber marcado a millones de corazones, como si eso no fuese suficiente, que se sube al escenario y parece brillar pero, otras veces, desaparece gracias a su túnica de Nosferatu, mientras en las entrevistas sigue mentando a Cobain, un fantasma que también parece perseguirle, una época ya pasada que no olvida pero que, sin embargo, le llena de ira cuando le ocurre lo mismo a esos que hemos pagado su entrada. La mente de Corgan tiene que ser un lugar mágico, pero también inhóspito, de cualquier forma sigue siendo un auténtico monstruo sobre el escenario…
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