¿Vas a escribir sobre el concierto de Bruce Springsteen? Esa ha sido la pregunta que más se ha repetido, más aún cuando en los últimos quince días, literalmente, no hemos parado y ha sido una auténtica locura de conciertos. Pero, claro, cómo explicar con palabras lo que significa Springsteen para aquellos que lo llamamos Bruce, como si lo conociésemos personalmente. Para muchas personas, parecerá una locura, para otras será una cuestión de pedantería o causará vergüenza ajena, pero aquellos que usamos su nombre de pilar para referirnos al artista, sabemos las horas que hay escuchando su música en el coche, en nuestras respectivas habitaciones, celebrando, pero también pasando malos momentos en los que una sola canción suya ha sido capaz de canalizar todas nuestras emociones y funcionar como un bálsamo. En mi caso, la música de Bruce me sirve para contarme y recordar mi propia vida; viajar en el tiempo y recordar la primera vez que lo vi en la televisión, a mediados de los ochenta, sin entender nada porque era un crío, novias, amigos, familiares que se han quedado atrás y sus canciones ayudan a revivirlos en mi memoria, apreciar lo vivido y recordar también allí donde no quieres volver. He vivido diecisiete conciertos de Bruce y estrechado tres veces su mano, le he esperado durante horas en mitad de la madrugada y he viajado, he conocido a gente que lo amaba igual o más que yo, y también a auténticos locos que, como él mismo hizo con Elvis, se saltarían la valla de su propia Graceland para conocerle. Es por eso que siempre digo y escribo que acudir a un concierto de Bruce Springsteen es una auténtica celebración de la vida, una ceremonia de conversión por la que cualquiera que entre en uno de sus estadios, saldrá tocado de por vida, mientras tenga algo bajo el pecho, claro…
Cuatro conciertos, tres de ellos en Madrid, en apenas un año, noventa canciones en cinco días, ¿cómo es posible resumir algo así cuando muchas de ellas forman parte del imaginario colectivo y pertenecen a discos que son historia viva del rock? Resulta imposible (a menos que sea un medio generalista, de esos que escriben la crítica antes de que acabe el concierto, las palabras se cobran al peso, habitan lugares comunes y da igual qué gira o año, todas se leen igual). Honestamente, no pensé que volvería a ver una gira mundial de Springsteen, lo deseaba, pero pensaba que sería casi imposible y, menos, durante la pandemia, sabiendo que aquella The River Tour fue en 2016, pero el siete es un número mágico y nos trajo la ida (o primera parte, manga, como quieras llamarlo) el año pasado, para completar Europa en este 2024 y ofrecer tres conciertos en una capital sedienta del único jefe al que merece la pena escuchar, como decía el cartel de un seguidor en Madrid.
Días más tarde, lo que siento es una mezcla de emoción y nostalgia, por la compañía, el momento y las canciones. Springsteen se siente en mucho mejor forma que la anterior parte de la gira, con una E Street Band a prueba de bombas; iniciaron con “Lonesome Day”, excepto el segundo día cuya sorpresa fue “Something In The Night” y, cuando recuerdo las tres noches, creo sentir que el mejor concierto fue el tercero y final pero, si soy justo, es la mezcla de los tres lo que hace grande esta experiencia; escuchar “Two Hearts” o “Seeds”, “Frankie Fell In Love” o el clásico de Fogerty, “Rockin' All Over the World”, sazonado con sorpresas como ”The Ties That Bind”, “Cover Me” o, como siempre digo, mi querida “Trapped” en un tercer día en el que, para colmo, cayó “Atlantic City” de uno de mis discos de cabecera, ¿qué decir? “The Promise Land” sonó a góspel las tres noches con miles de gargantas cantando su estribillo (lo único que me chirrió fue la avalancha de pedigüeños con las dichosas armónicas que se abalanzaban sobre Springsteen como devotos para saltar la reja, un horror), en tres conciertos en los que se mantuvo una parte central del repertorio y una final sin apenas sorpresas, pero suficiente como para tirar los cimientos del estadio Metropolitano, parafraseando “Ghosts”; Steve derrochó carisma, Jake ocupó el lugar de Clarence con la misma dignidad y emotividad de siempre, el maestro Bittan inconmensurable, mientras Garry lucía feliz pero sobrio, como siempre, en la parte trasera del escenario y Nils demostraba su talento con todas sus guitarras, mención especial para esa dinamo que es Max Weinberg (a cuyo hijo, Jay, vi y saludé en la segunda noche madrileña, además de a Jon Landau) y un Curtis King Jr. cuya voz es auténtico terciopelo y así lo demostró en la versión de Commodores, “Nightshift”. “Badlands” y la lucha en el día día, la intensidad de “Because The Night”, ¿cómo quedarse con un solo momento? ¿Quizá “Thunder Road” o “Tenth Avenue Freeze-Out”? Me repito a mí mismo intentando recordar el sueño al día siguiente; has escuchado noventa canciones en directo, en tres noches. Un día echaré la vista a atrás y, por momentos como estos, pensaré que la vida ha merecido la pena, sin duda.
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