El mundo de la música, a veces, es todo un misterio. Que una banda como Dvne siga inmersa en pleno underground es algo que me irrita, me resulta del todo inconcebible que haya hordas de chavales con camisetas de Kvelertak, Mastodon o clamando por High On Fire (asegurando que son imprescindibles, que lo son, pero pasan de ellos y sólo se acuerdan en redes sociales), para que una banda como Dvne pase completamente desapercibida. “Asheran” (2017) fue un magnífico debut y “Etemen Ænka” (2021) continuó una senda imparable, habiendo firmado uno de los mejores discos de aquel año, un álbum del que es imposible escapar, brutalmente ejecutado y en estado de gracia. ¿Qué más se le puede pedir a los escoceses? La respuesta es “Voidkind” (2024), un disco que ha tardado relativamente poco si tenemos en cuenta la interminable gira de la banda y en el que no se andan por las ramas, no hay experimentos o intentos absurdos de reinventar una propuesta tan equilibrada como la suya, entre el progresivo, el sludge y el post metal con tintes de Stoner, simplemente buenas canciones y trabajo de fondo. Adoro a Mastodon con toda mi alma desde aquel 2004 en el que caí rendido ante “Leviathan” (2004) -madre mía, que me acabo de dar cuenta de que han pasado ya dos décadas, mientras escribo esta reseña-, pero Dvne suenan tan inspirados y frescos que no entiendo como no hay más chavales ahí fuera luciendo camisetas de los de Edimburgo.
Como decía, “Voidkind” (2024) va directo a las entrañas, sin contemplaciones, “Summa Blasphemia” es una auténtica tormenta que se desata nada más pinchar el vinilo, el sonido tosco y arenoso de Dvne golpea con fuerza, mientras Maxime y Victor juegan con sus voces, entre la melodía y los guturales, hasta la sabiduría que es “Eleonora”, en la que Dvne manejan con precisión y construyen un crescendo capaz de erizar cada uno de los vellos de tu cuerpo; no se trata de dar caña porque sí, sino de ser capaces de emocionar con varias transiciones en las que las guitarras parecen electrocutarte pasando de las armonías arpegiadas a los riffs repletos de músculo. “Reaching For Telos” es la búsqueda, la constante persecución, con Dudley inspiradísimo, algo que demostrará también en “Reliquary” en la que hay más agresividad y contundencia que de costumbre, como si Dvne pegasen un golpe sobre la mesa, reivindicando lo que es suyo, hasta el oasis que es “Path Of Dust”, tan necesaria como mágica en su toque oriental, descubriendo que tras la furia también hay belleza en la calma que saben encontrar dentro de la oscuridad de la propia banda.
Un magnífico interludio hasta “Sarmatæ”, una auténtica maravilla en la que los diferentes riffs nos conducen a lo largo de la canción, con Dudley convertido en un auténtico pulpo. “Path Of Ether”, sin embargo, es todo un coitus interruptus, tras “Path of Dust”, no era necesaria, pero es imposible echarles algo en cara a Dvne cuando descargan sobre uno “Abode of the Perfect Soul”, una canción con Allan y Victor sonando magníficos, Dan dejándose la voz hasta la preciosa “Plērōma” y una brutal “Cobalt Sun Necropolis” que ejerce como broche de oro y, aunque crea que no está a la altura del resto del álbum, confirma que lo de Dvne no es un espejismo; que están aquí para quedarse y ya llevan tres discos sobresalientes. Quizá no sea con “Voidkind” (2024), pero estoy seguro de que esta banda está destinada a algo mucho más grande, su sonido y talento los delata.
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