Cuando escucho “Killing For Revenge” (2024), el nuevo álbum de Six Feet Under, me vienen a la cabeza dos cosas; la primera es Joaquín Reyes parodiando a Mr. T (Laurence Tureaud) cuando nos pedía alejarnos de los asuntos sucios y la segunda es que cuando grabas algo de la calidad de "Nightmares of the Decomposed" (2020) es difícil caer más bajo, sólo queda subir. Y es que al bueno de Chris Barnes parece que la vida le ha pasado factura y los hábitos de los que hace gala en sus redes sociales le han terminado de estropear la garganta, su clásica voz de monstruo de las galletas se ha convertido en algo desastroso que arruina la escucha de sus últimos discos, como si escuchásemos un horrendo ruido de fondo por el que la voz de un ser humano parece convertirse en un arenoso puré que produce auténtica angustia escuchar. Pero tampoco es justo echarle toda la culpa al carismático vocalista, porque si bien las letras y voces de los últimos discos de Six Feet Under son un auténtico desastre, lo que no entiendo es porque músicos de la talla de Jack Owen (Cannibal Corpse o Deicide, entre otros), además de Ray Suhy, Jeff Hughell o Marco Pitruzzella han podido llegar a grabar semejantes desaguisados y ninguno le ha dicho nada a Barnes, en concreto Jack Owen, un músico al que no se le puede tener más respeto después de décadas de duro trabajo y comprobada genialidad que, además, firma la composición de algunas canciones. ¿De quién es culpa que una banda como Six Feet Under grabe "Nightmares of the Decomposed" (2020) y “Killing For Revenge” (2024)? Y, lo peor, ¿cómo es posible que Metal Blade Records publique semejante disco? Hay cientos de formaciones amateur que suenan mejor que los actuales Six Feet Under. A esto hay que sumar la pena que produce que una banda que ha grabado títulos como “Haunted” (1995), “Warpath” (1997) e incluso “Undead” (2012) y “Unborn” (2013), parezca tan perdida, arruinando su legado y la posible imagen que nuevos aficionados tengan de ellos cuando se acerquen a su nueva música.
“Know-Nothing Ingrate” fue el caramelo envenenado, parecía sonar mejor, por lo menos hasta que entraba la voz de Barnes, en la que ya apreciamos su rotísima garganta e incapacidad para cantar, para ir con la melodía, para parecer un ser humano. Un álbum en el que nada parece funcionar, quizá sólo las guitarras y el doble bombo, sonando la mezcla mucho más digna que en el anterior, pero es que ni “Accomplice to Evil Deeds”, ni “Ascension” y su ritmo galopante, son capaces de arreglar la maquinaria rota de la banda. El pesadísimo tempo de “Hostility Against Mankind” carece de toda sensación de agresión a pesar de invocar el doom, sino todo lo contrario, es auténticamente monótona. Las letras son un chiste, como ocurre con “Compulsive” o, el mejor ejemplo de todos, la horrenda “Neanderthal” en la que Barnes parece tan perdido como un perro gruñón buscando el camino a casa y la agonía que supone escucharle completamente roto, mientras repite una y otra vez el título de la canción.
Siento repetirme, pero es pena lo que siento cuando escucho “Judgement Day” o “Bestial Savagery” y noto como a Barnes le cuesta horrores seguir la canción, algo que se acrecienta cuando la recta final del álbum contiene algunas canciones más veloces como “Mass Casualty Murdercide” o “Spoils Of War”, y nos salpica la sangre de unas cuerdas vocales pidiendo descanso en la innecesaria versión de Nazareth, “Hair Of The Dog” que, para colmo, concluye desvaneciéndose. ¿De verdad esto es lo mejor que pueden grabar Six Feet Under? Si es así, por favor, que lo dejen ya, prefiero que nos quedemos con el recuerdo de “Haunted” (1995) y que Barnes, sobrio (como ha anunciado recientemente), se cuide y la salud le acompañe en una gloriosa jubilación a la altura de su leyenda.
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