Cada vez que he escrito que los últimos discos de Iron Maiden no están a la altura de su nombre, de su leyenda, no han sido pocas las personas que me han escrito indignadas, pero creo que “The Mandrake Project” (2024), el séptimo disco de estudio en solitario de Dickinson, evidencia lo ocurrido y es cuando se le empiezan a ver las costuras al propio vocalista. Ni Maiden, ni Dickinson tienen que demostrar absolutamente nada a nadie, su nombre está escrito en letras doradas en la historia de la música. Pero, resulta imposible negar que el regreso de Bruce a Maiden fue todo un éxito, algo lógico para ellos y para el vocalista que vivieron la mitad de las noventa, como muchas otras bandas, en una constante lucha por mantener su identidad frente a un público más interesado en otros sonidos. Como digo, “Brave New World” (2000) fue un auténtico éxito, pero algo comenzó a ocurrir en el seno de la banda con "Dance of Death" (2003), un disco claramente menor que los introducía en canciones de otro calado y los acompañarían durante los cinco discos posteriores al regreso de Bruce, hasta el reciente “Senjutsu” (2021), con composiciones generalmente más extensas y esos coqueteos de hard rock con progresivo que Iron Maiden, con su habitual genio, resuelven con maestría pero que nunca he tenido la menor duda que procedían de la mente de Dickinson, obsesionado por llevar a Maiden un paso más allá, justo donde no les corresponde porque los británicos nunca han tenido miedo a dejarse llevar en canciones que sí requerían minutaje como, por ejemplo, "Rime of the Ancient Mariner", pero nunca por obligación, "Empire of the Clouds", cuando la composición no lo requería y obedecía tan sólo a la necesidad, a veces egomaníaca, de Bruce Dickinson (estoy seguro de que muchos no querrán seguir leyendo, pero no importa, soy de los que sigue prefiriendo escuchar cualquiera otra canción en directo que "The Red and the Black", "Tears of a Clown", "The Parchment" o la aburridísima "Paschendale", que ya tuve que soportar durante aquella gira en la que el público permanecía sentado mientras sonaban las canciones más recientes).
Que sí, que Bruce es un hombre renacentista, que sí, que hace esgrima, escribe libros, pilota aviones y, seguramente, hará un risotto de muerte, pero nada de eso hará que trague con todo lo que graba; como ocurre con este “The Mandrake Project” (2024), que él mismo se ha encargado de promocionar y asegura que en su gira no habrá ningún aderezo que valga (literalmente, dicho por él; no habrá monstruos, muñecos o escenografía), tan sólo cuatro tipos defendiendo su música, como si los seguidores de Maiden fuésemos seres unicelulares que sólo nos emocionamos por ver a Eddie y no a cinco músicos colosales dando lo mejor de sí mismos, que es lo que, precisamente, se echa de menos en “The Mandrake Project” (2024), cuando a Dickinson le acompañan Roy Z (con quien firma seis temas de los diez del disco, algo incomprensible), Dave Moreno, Mistheria y la colaboración de Chris Declerq en “Rain of The Graves” y Gus G en “Eternity Has Failed”, en un álbum en el que falta la genialidad de Dave Murray, Adrian Smith o Janick Gers y, por supuesto, el ritmo y las vibrantes líneas de Steve Harris y Nicko pero que, además, no soporta la comparación con “Tattooed Millionare” (1990), “Balls To Picasso” (1994), “Accident of Birth” (1997) o “The Chemical Weeding” (1998), siendo, posiblemente el disco más aburrido de Dickinson hasta la fecha si lo comparamos en su propia liga, con sus esfuerzos anteriores, olvídate de compararlo con cualquier cosa que haya grabado con Maiden o lo que están haciendo otras bandas (de metal o no) y otros artistas de cualquier tipo de género, porque si este disco no lo hubiese firmado Dickinson, posiblemente, ni tú ni yo lo hubiésemos escuchado.
"Afterglow of Ragnarok" tenía que ser el primer single porque es, literalmente, la única canción para enganchar a un posible comprador, es oscura y contiene algo de groove, el estribillo es ligeramente pegadizo y Bruce suena bien, aunque desganado, sobre una base musical tristona y apagada, sin brillo, en la que todos los instrumentos parecen tener la misma presencia, muy similar a lo que encontramos en "Many Doors to Hell" con la incomodidad que supone encontrarse con la voz de Bruce demasiado procesada, por lo demás, arreglos en segundo plano y coros en el estribillo, pero ni un solo riff o solo con el que la banda destaque, teniendo en cuenta que los dos ases del disco han sido disparados en las dos primeras ocasiones y lo que nos espera es el auténtico descenso con la aburridísima "Rain on the Graves" y el solo de Chris Declerq, un medio tiempo que se hace eterno, la percusión irritante de "Resurrection Men" con aires de western timbalero, guitarras planísimas, dignas de una maqueta, Dickinson fuera de tono en algunos momentos y una parte central que suena a chiste con el bajo de Roy Z dando vergüenza ajena. "Fingers in the Wounds" arregla las cosas, de no ser por los aires orientales y la obsesión por sazonar con demasiadas especias canciones que no se podrían arreglar a no ser que acaben en el cubo de la basura de Protools o Cubase, ni causar interés aunque metiese a un centenar de zíngaros y mariachis, con letras totalmente infantiles (¿cómo es posible esta desgana?), algo en lo que ahonda aún más en “Eternity Has Failed" (en la que lo único que merece la pena es el solo de Gus G), un poco de nervio en “Mistress of Mercy" (quizá la tercera canción que podría salvar de la quema), antes del subidón de azúcar que es "Face in the Mirror" y Dickinson arrastrándose por las estrofas, sin su habitual fuerza o carácter (y no me refiero a lo grabado con Maiden sino en su propia carrera en solitario) y el tedio más absoluto para cerrar el disco con "Shadow of the Gods" y sus siete minutos o "Sonata (Immortal Beloved)" con sus diez y esa base programada, todo un bajón en el que no cabría mayor castigo de no ser porque cualquiera podría amenazarte y llegar a torturarte con escuchar de nuevo este “The Mandrake Project” (2024) o el sufrimiento que deben soportar estoicamente sus seguidores más fundamentalistas que justificarán cualquier cosa, desde British Lion a “The Mandrake Project” (2024) y, sin embargo, están por encima de cualquier cosa que firme Blaze Bayley que, firmando discos propios de la serie B más absoluta, parecen por encima de este último esfuerzo de Dickinson (riamos juntos, que aquí hay para todos).
Es por eso que preguntarnos qué ha podido pasar sería pecar de inocencia o hipocresía cuando todos sabemos el pie del que cojea Dickinson, las ansias de un músico genial que necesita del contrapeso de sus cinco socios habituales y que es capaz de lo mejor, por supuesto que sí, pero también de grabar cosas como las que nos ocupan. “The Mandrake Project” (2024) es uno de los peores discos de Dickinson y una gran decepción para quien se esperase un “Tattooed Millionare” (1990) o “The Chemical Weeding” (1998), pero eso ya lo sabíamos todos, tú y yo también. Tres canciones, el resto es purrela de la buena, lo firme Dickinson o quien sea.
© 2024 Jota Jiménez
pic by © 2024 John McMurtrie