Gustándome su debut, “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), recuerdo que cuando lo escuché en aquel mundo previo a la pandemia mundial que nos tocó atravesar, aunque me gustó, debo reconocer que había una falta de contraste que, por momentos, y en aquellos días entendí como un bloque de hormigón contra el que podría estrellar mi cabeza una y otra vez. Había grandes canciones, la ejecución era perfecta, pero la sensación de agresión constante, la escasez de altos y bajos, de valles, hicieron que aquel disco sea uno de esos que uno aprecia con cada escucha y no tras una primera en la cual sentí que era descuartizado sin piedad, con oficio, pero sin esa gracia por la cual hasta un disco de Cannibal Corpse tiene sus momentos, a pesar de mantener su altísimo el nivel de electrocución. Escrito así puede parecer algo abstracto, pero no cuando el guitarrista de Vitriol, Kyle Rasmussen, también productor, aseguraba en entrevistas buscar la variedad entre la oscuridad inherente al espíritu de la banda y esas pinceladas de luz capaces de lograr el contraste y traer la alegría al oyente. Y de esa intención nace el disco que nos ocupa, uno de los mejores que he podido escuchar en los dos meses que llevamos de año, “Suffer And Become” (2024). Un álbum en el que la sensación de aniquilación de su debut se mantiene intacta, pero en el que Vitriol, además de ahondar en esa oscuridad, dejan espacio para luminosos solos, puentes repletos de groove y momentos auténticamente memorables en los que el death se da la mano con el black y otros subgéneros del metal. Si escuchas atentamente un primer disco tan bestial como “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), podrías acertar a adivinar que la banda posee un potencial enorme, pero es cuando pinchas “Suffer And Become” (2024) que entiendes que, si todo va bien y la fortuna les acompaña, Vitriol están destinados a granjearse un gran nombre ya que en ellos se dan ingredientes tales como el talento, la habilidad, la inspiración y una capacidad natural para componer grandes canciones que, a veces, recuerdan a viejos dioses noruegos y de Europa del este, pero también a esos norteamericanos que forjaron su poder en la soleada Florida a primeros de los noventa.
Y es que cuando suena “Shame and Its Afterbirth”, tras su onírica introducción, tienes la sensación de que la banda ha elevado a la enésima potencia todo lo mostrado en “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), como si estuviésemos escuchando a unos jovencitos Cryptopsy, en una canción en la que Matt Kilner parece descargar una tormenta de rocas sobre ti, en comunión con el bajo de Adam Roethlisberger, y un magnífico trabajo de Kyle y Daniel en las guitarras, a medio camino entre los gruesos riffs del death y el caos armónico. Logrando ese buscado contraste con la musculosa, “The Flowers of Sadism”, ¡esto es lo que echaba de menos en su debut! Esta forma de buscar las costuras a su estilo, de cambiar de tercio sin perder la identidad, de no tener la sensación de estar escuchando una larguísima canción de cuarenta minutos sino una colección. Adam muestra su cara más agresiva y en “Nursing from the Mother Wound” la banda parece acelerarse e implosionar, rozando la síncopa de Archspire pero sin sonar tan técnicos o marcianos, mucho más orgánicos y de vuelta al groove, al sudor, con “The Isolating Lie of Learning Another” y la alternancia de caos y melodía, o la maravillosa “Survival's Careening Inertia”, en la que parecen transformarse en otra banda bien distinta y juegan con un formato acústico que, en lugar de hacerles perder altura, redondea su propuesta cuando la imbuyen de melancolía, antes de la tormenta y parecen convertirse en Fleshgod Apocalypse en “Weaponized Loss” gracias a la sensación épica que causan los coros, con Adam en plena liturgia, sermoneándonos como si se tratase de un hijo bastardo de Csihar o Nergal, para degollarnos en “Flood of Predation” y cerrar con lo que podría ser un futuro clásico, “I Am Every Enemy”, y la salvaje “He Will Fight Savagely”.
Es entonces cuando acudes a los créditos del disco y haces una búsqueda exhaustiva de estos cuatro músicos y te das cuenta de que esta banda funciona como una máquina, que nada podía salir mal en semejante experimento cuando en su currículum están involucrados miembros de Those Who Lie Beneath, Atheist o At The Gates. Sólo espero que esa fortuna anteriormente deseada los acompañe y permita crecer aún más, darse a conocer y poder seguir componiendo, porque el nivel mostrado en este “Suffer And Become” (2024) que, desde ya, entra a formar parte de los mejores discos de este año con tan sólo dos meses de vida, es sencilla y llanamente, brutal.
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