La última vez que escribí que a una banda que, supuestamente practicaba hard rock pero, en los últimos años, debido a su único interés por vender, su propuesta se había edulcorado tanto que acusaba una enorme falta de testosterona, un lector habitual afeó la expresión en mi crítica y me pidió una rectificación. Sin duda, porque él entendió una maldad que nunca hubo y también infirió que tener o no tener testosterona es bueno o malo, cuando, sin duda, es algo totalmente relativo. Pero, ¿cómo explicar determinados subgéneros, propuestas u obras si empezamos a castrar el lenguaje y cada uno lo entendemos como más nos conviene? Job For A Cowboy llevan veinte años repartiendo esta hormona, como muchas otras bandas, desde “Genesis” (2007) a “Sun Eater” (2014) y, tras aquel, el más absoluto de los silencios hasta este “Moon Healer” (2024), producido por Jason Suecof, Evan Sammons, Ronn Milier, Ermin Hamidovic y Tony Sannicandro, con una espectacular portada a cargo de Tony Koehl (que también se ocupó de la de “Sun Eater”), en el que la banda de Glendale parece sentirse cómoda ahondando en la propuesta planteada en su anterior álbum, en esa difusa línea en la que se dan la mano el death metal con el progresivo, algún elemento reminiscente de su época inicial más deathcore y la crítica social. ¿Echábamos de menos a Job For A Cowboy? Por supuesto que sí, la voz de Jonny Davy sigue siendo tan poderosa como siempre, las guitarras de Alan y Tony repletas de nervio, mientras que Navene Koperweis (Entheos) suena poderoso tras la batería en su unión con el, a veces Funky, bajo de Nick. ¿Cómo no iba a echar de menos semejante mezcla? Además, “Moon Healer” es un magnífico álbum que roza el notable más alto, una excepcional forma de volver al ruedo, reivindicar su lugar y demostrar que quien tuvo, retuvo, y Job For A Cowboy han vuelto por todo lo grande.
Es esa mezcla, esa por la que “Beyond the Chemical Doorway” comienza de manera magnífica, con un riff repleto de misterio que pronto coge más y más cuerpo hasta que la banda entra en tromba y Jonny nos deja sin aliento, el groove de la canción es poderosísimo y, como siempre, el juego de las dos guitarras; mientras una te atraviesa como una corriente, la otra teje la melodía, sin contar con el espectacular solo central. “Etched in Oblivion” logra cierta sensación de respiro, pero manteniendo la tensión gracias al martillo pilón en el que Navene parece convertirse, como “Grinding Wheels of Ophanim” es la mejor exhibición de técnica de Job For A Cowboy, una muestra de que pueden convertirse en una máquina de precisión sin perder ni un ápice de agresión, o el auténtico trallazo que es “The Sun Gave Me Ashes so I Sought out the Moon”, que desemboca en un death bruto tras el inicio dislocado y más centrado en el alarde que en el puñetazo. Igual que ese momento mágico en el que parecen centrifugar tu cerebro con “Into the Crystalline Crypts” y sus constantes vaivenes, en la que distingues perfectamente el trabajo en las líneas de Nick y esa forma tan característica de tocar, la contundencia de Navene y el trabajo de orfebrería de Alan y Tony.
Pero “Moon Healer” todavía guarda grandísimos momentos como ese comienzo estelar de "A Sorrow-Filled Moon" con Nick haciendo de las suyas y la banda explorando nuevos territorios, con el mismo rotundo éxito de cuando transitan los ya conocidos, como ocurre con la frenética “The Agony Seeping Storm” y la espectacular “The Forever Rot”, como fin de fiesta, siendo la más extensa de todo el disco y resumiendo estos diez años de ausencia y la necesidad de volver a escucharlo una y otra vez. Sólo deseo que vengan de gira lo antes posible y no vuelvan a tardar diez años en publicar material, Job For A Cowboy siguen conservando el talento y los reaños, qué demonios…
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