De todas las veces que he podido ver a Tom Gabriel Warrior en directo, me ha impresionado siempre. Le he escuchado interpretando a Triptykon, Celtic Frost o Hellhammer con la misma profesionalidad y respeto, y jamás he tenido la sensación de que Warrior se aprovechase de su propio legado, jamás. Quizá, el verdadero motivo de semejante integridad se deba a que nunca ha acudido a lo fácil, nunca ha cedido al dinero y orquestado una reunión -cuando era posible- y siempre le he visto dándolo todo en los escenarios más humildes, alejado del caché y el dinero que le han ofrecido por reformar a Celtic Frost (por ejemplo, el célebre Wacken). Pero, aunque ahora nos parezca imposible, hubo una época en la que el metal extremo no tenía salida (sí, menos aún que ahora) y, para muchas bandas, poder grabar o actuar era poco menos que un sueño. ¿Cuántas han acabado su propia historia antes de haberla empezado? Entiendo que en pleno 2024, para un chaval de veinte años sea lo más parecido al Cretácico cuando, actualmente, puedes grabar con un mínimo de calidad gracias a un ordenador y una tarjeta de sonido, puedes comprar instrumentos que llegan a la puerta de tu casa e incluso dar actuaciones en bares que hoy programan la actuación de un cantautor y mañana un monólogo, imprimir tus propias camisetas, púas y creerte que lo vas a lograr (perdón, petar) porque tienes redes sociales y te siguen tus amigas pero, si nos situamos en su contexto, es lógico entender que para una banda como Hellhammer -ahora completamente seminal para el género- su sueño acabase mucho antes siquiera de poder presentarse en directo en una fría ciudad de Suiza (Nürensdorf), a primeros de los ochenta, como para pensarse salir de ella y ver crecer el nombre de su modesta banda.
Por suerte, la historia está llena de carambolas y la música de Hellhammer merecía la pena, tanto como para haber influido a innumerables artistas sin los cuales nos sería imposible entender el black o el death metal. Con la pérdida de Martin Eric Ain, Tom Gabriel Warrior rinde homenaje a su banda y tiene, una vez más, el buen gusto de evitar cualquier variante devenida del nombre original, y decide bautizar a este homenaje con el nombre de Triumph Of Death (como su mítica demo) y rodearse de buenos y solventes músicos, viejos conocidos como André Mathieu, Jamie Lee Cussigh y Tim Iso Wey, evitando así la tentación de grabar en estudio para no establecer comparaciones también porque, por el momento, esto es un homenaje y no una continuación, pero publican este más que apropiado "Resurrection Of The Flesh”, grabado en tres lugares; Houston, Munich y Portugal (Hell’s Heroes Festival, Dark Easter Metal Meeting y SWR Barroselas Metal Fest), obviando los aderezos y centrándose en la interpretación (lógicamente, infinitamente más agraciada que las más pedestres de Hellhammer), con canciones como “The Third Of The Storms (Evoked Damnation)” o la infecciosa “Massacra” con Jamie y Tim demostrando su poderío, pero también el fuerte sabor punk de la banda, mientras “Maniac” o la icónica “Messiah” parecen vigorizadas y devueltas a la vida con la misma ilusión y sensación de efervescencia que las originales.
“Decapitator” es una auténtica apisonadora, igual que la corrosiva “Crucifixion” o “Revelations Of Doom” suenan más a death que al protoblack al que muchos hacen mención, el clásico que es “Reaper” es una afilada cuchilla, como “Messiah” y la propia “Triumph Of Death”, a modo de cierre, nos hace pensar lo que habrían podido llegar a ser Hellhammer si hubiesen tenido la oportunidad, mientras escuchamos este "Resurrection Of The Flesh”, tan crudo y directo, tan ajeno al maquillaje del estudio, tan bien ejecutado e interpretado como para que los ya célebres “ugh!” de Warrior suenen tan acertados como siempre y tengamos la sensación de estar en pleno concierto. No suelo reseñar discos en directo porque, en la mayor parte de las ocasiones, parecen más bien artefactos mercadotécnicos cuya única intención es esquilmar los bolsillos de los aficionados, pero esto es auténtico arte y un sincero homenaje.
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