Hay bandas y bandas, y Malokarpatan (si no los conoces, corre a solucionarlo) son un caso aparte porque, cuando escuchas un disco como “Vertumnus Caesar” (2023), tienes la sensación de estar escuchando una mezcla de Pink Floyd con black metal y música tradicional eslovaca. Nada que le sorprenda a un perro viejo como soy, que puede presumir de haber descubierto a la banda con su primer larga duración, “Stridžie dni” (2015), pero es que el nivel que están manteniendo es de auténtico lujo con “Nordkarpatenland” (2017) o “Krupinské ohne” (2020), en plena pandemia. Y “Vertumnus Caesar” (2023), tras la introducción que es “Na okraji priepaste otevíra sa hviezdny zámek” se despliega exuberante con los seis minutos de vendaval que es “Kočár postupuje temnomodrými dálavami na juhozápad” (permítame el lector que, en esta ocasión, recurra al conocido truco de cortar/pegar semejantes títulos pero, aunque mi enfermedad por la banda me haga haberlos traducido y haber hecho lo propio con las letras, esta “El carruaje avanza por los valles azul oscuro hacia el suroeste”, me resulta del todo imposible de escribir en eslovaco para esta crítica). Y lo primero que pienso escuchando la primera canción de este nuevo álbum es que Malokarpatan pueden amar al grupo de Waters pero también, con la misma intensidad, a mi querido King Diamond porque es escuchar sus seis minutos y sentir el escalofriante y traqueteante ritmo de ese carruaje en mitad de la noche, llevándome de pleno a canciones como “Arrival” o “A Mansion In The Darkness”, un auténtico lujo que deja en paños menores a todos esos inmovilistas que aseguran que actualmente no se hace buena música o que el rock/metal están muertos.
La propia “Vertumnus Caesar” es un auténtico cañonazo de black, con una parte central o puente magnífica, y las guitarras de Adam pintando de épica un álbum que suena a auténtico clásico. “Vovnútri chlácholivého útočišta kunstkamru” es mucho más directa, muestra de que tras aquel “Krupinské ohne” (2020) han apostado por algo mucho contundente y crudo, dándonos a entender que Malokarpatan siguen queriendo romper sus propias barreras y límites, pero sin abusar en la complicación de su propuesta sino también componiendo canciones que entran a la primera. “Panstvo salamandrov jest v kavernách zeme” es la segunda y última instrumental, marcando claramente la segunda cara de un álbum perfectamente equilibrado en poco más de veinte minutos cada una. Aún con la resaca de “Vovnútri chlácholivého útočišta kunstkamru”, un cruce entre el black y el NWOBHM (pero con sintetizadores), gracias a las espectaculares guitarras de Adam, “Panstvo salamandrov jest v kavernách zeme” nos sumergirá en el rock instrumental de los setenta, más cerca de Tangerine Dream que del black metal instrumental, auténticamente mágica en su desarrollo y cómo Axel nos lleva sobre las teclas.
“Maharal a Golem” y su comienzo cinemático pronto se transforma en un torbellino más negro que toda la escena noruega de los noventa, pero olvidándose del blast beat y más cercana al machaqueo punk (caja, charles, caja, charles) gracias a la fiereza de Axel (esta vez, también tras los parches), que también hará uso de las atmósferas que convierten a la canción en un ominoso himno para darle paso a Adam en la introducción de “Mnohoraké útrapy milostpána Kelleyho” y encarar esta recta final como si de un concierto se tratase, comenzando con la fuerza de un pistón y yendo a un tempo mucho más denso, para firmar una coda final de diez minutos que son auténtica magia; desde el comienzo y un crescendo que no toma prisa alguna para que la canción evolucione y nos recuerden a Ulver cuando se desperezan, con Vladimir haciendo exhibición de su virtuosismo en las voces, una maravilla de composición que guarda sus mejores ases en la parte central (de nuevo, Adam) y las diferentes percusiones de Axel. Con discos así da gusto, Malokarpatan han vuelto a hacerlo, han vuelto a grabar un álbum enorme que pasará desapercibido para el público general, ese que no nos hace falta a los aficionados, pero que a la banda le serviría para girar con mayor asiduidad y dar a conocer su nombre, bien se lo merecen.
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