Hay cierto puntito de masoquismo en reseñar cada disco que Green Day publican. Más aún, porque en los últimos años, ha surgido una horda de críos y crías que matarían por Billie, Mike y Tré, acompañados de esa detestable generación de millenials que, como los boomers que acuden a ver a Coldplay (guiados por las luces de colorines como polillas), se congregan para ver a Green Day y así tachar en su lista imaginaria de “pendientes por ver en directo”, un artista de su supuesta infancia que, paradójicamente, editaron su mejor disco (“Dookie”, 1994) cuando ellos aún estaban comiéndose los mocos y haciendo rulos de plastilina en el parvulario y creen que "American Idiot" (2004) es mejor de lo que es tan sólo porque lo relacionaban con el final del verano en redes sociales y con eternas partidas en el ya caduco Guitar Hero. Cuando lo cierto es que, de aquel supuesto canto del cisne que fue “American Idiot” (2004) han pasado ya la friolera de veinte años (y un vergonzoso concierto en nuestro país), un disco que nuestros protagonistas firmaron con treinta años y llevan dos décadas grabando absolutas mediocridades como “21st Century Breakdown” (2009) o los inefables y absolutamente horrendos “¡Uno!” (2012), “¡Dos!” (2012) y “¡Tré!” (2012), “Revolution Radio” (2016) y “Father of All Motherfuckers” (2020), que no pasó desapercibido por la terrible pandemia sino por lo flojo de su material. Pero, claro, basta con que Green Day anuncien una gira para que acudan las huestes de Saruman y se enfaden con todo aquel que no opine lo que, en efecto, muchos sabemos desde hace tiempo, aún con todo el dolor de nuestro corazón.
Compré “Dookie” en 1994, pasaron por la extinta pero mítica Sala Revolver, más tarde también compré “Insomniac” (1995), así como la entrada de aquel concierto que nunca se llegó a celebrar por los problemas de mi querido Billie, pude volver a disfrutarlos en directo junto a D Generation presentando “Nimrod” (1997), quise escapar de aquel concierto ya mencionado de “American Idiot” (2004), porque fue una absoluta tomadura de pelo, y desde entonces les he evitado, recordándoles con el cariño adolescente que hay que tenerles pero no queriendo enfrentarme de nuevo a unos músicos (como ocurrió en el trágico Mad Cool de 2017 en el que, total, la mejor actuación de la noche fue a cargo de Ryan Adams) para los que parece que, para poder disfrutarlos, uno debe recurrir a fortísimas dosis de nostalgia y cariño, pero obviar que de punk tienen lo mismo que Weezer, y siguen empeñados en cantar pretendidas soflamas como “The American Dream Is Killing Me” tres cincuentones millonarios que, paradójicamente, sí han conseguido el sueño americano y es pasar de botones a ser los dueños del hotel, nada que objetar, su esfuerzo les ha costado, pero la canción con la que arranca “Saviors”, a pesar de su toque irlandés, es tan ñoña e inofensiva que produce vergüenza ajena. Un álbum grabado entre Londres y Los Angeles con su viejo amigo Rob Cavallo, pero poco queda de la genialidad de “Dookie” (1994) -o las vibrantes líneas de bajo de Mike- cuando suena “Look Ma, No Brains!” o “Bobby Sox”, que imagino que deja sin justificación a todos esos que han llorado con la comparación con la banda de Cuomo, pero evidencia la poca originalidad del trío o el poco interés de Billie en escribir letras con algo de sustancia, como ocurre en “One Eyed Bastard” y, además de su insufrible estribillo, el plagio del riff a The Black Keys.
“Dilemma” y la importancia de crecer es una de las mejores de un álbum que quizá, sólo quizá, debería haber tenido un mayor trabajo y como esta canción e incluso “1981” y su ritmo pegajoso, gana enteros cuando Green Day suenan como deberían y no como todos quieren. “Goodnight Adeline” es, literalmente, prescindible, así como “Coma City”, “Corvette Summer” (a pesar de terminar convertida en un medio tiempo) y “Living In The 20’s” son el punto de hard rock que necesita “Saviors” antes de diluirse con "Strange Days Are Here to Stay", la propia “Saviors” o la insufrible “Fancy Sauce” con Billie sonando como Elmo en pleno subidón de helio, mientras que, por el camino, se quedan buenos momentos que no han sabido rematar, “Suzie Chapstick”, o la bonita pero ya manida “Father To Son”.
En definitiva, queridos todos, un disco claramente superior a los cinco anteriores (si consideramos a la triada de morralla de 2012 por separado), pero que resulta insuficiente si tenemos en cuenta que Green Day todavía poseen suficiente juventud como para firmar buenos discos, quizá más concisos, y no asumir la vida artística de tres dinosaurios a consta de un par de singles y dos discos grabados hace veinte y treinta años. “Saviors” es un chiste que dejó de tener gracia hace décadas, pero les vale para salir de gira y alimentar con el mismo pelargón a los mismos pollos y pollas.
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