"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Opeth “The Last Will and Testament”

Cuando comienzas a escuchar música de manera más seria (no sé si debería delimitar esto que acabo de escribir, quizá sí, pero no es el momento), piensas que no tienes ni idea de nada, frente a esos otros; poseedores del conocimiento, que lo reparten rácanamente en persona, pero con fruición en redes sociales. Cuando llevas ya un tiempo escuchando música y tus necesidades son otras, cuando ya comienzas a empezar a entender algo o creer que es así, es entonces y sólo entonces, cuando te das cuenta y sabes que todos esos no tenían la menor idea de lo que decían y siguen sin saberlo. A Mikael Åkerfeldt tiene que pasarle algo similar y sentir una frustración enorme que imagino que supera con gran sentido del humor y mejores dosis de pasotismo, cuando parece señalar la luna y el noventa por ciento del público ve sólo su dedo. ¿Cómo es posible que haya compuesto un álbum como “The Last Will and Testament” (2024) y la mayor anécdota de su single sea si vuelve o no a las voces guturales? Que sí, tío, que no tienes ni idea, que sólo es el meme, el chiste, claro que sí, pero es algo tan persistente que ya ha dejado de tener gracia y apesta a rancio en una carrera que supera los treinta años y la docena de álbumes, de una banda que demostrado estar envuelta en una incesante búsqueda, un progreso que nos ha llevado a todos en un viaje; desde el death metal, al rock, al folk e incluso a retazos de jazz (reto a cualquiera a hablar de jazz y que me explique, de manera consecuente y fundamentada, por qué sí y por qué no, de verdad, sin malos rollos), siendo algo tan fascinante como la calidad a la que nos han acostumbrado.

Y nos encontramos finalizando el año, con un nuevo disco de Opeth que se sitúa ya entre lo mejor, sino el mejor álbum con permiso de Blood Incantation, y también en los puestos más destacados de su propia carrera. Parto de la base de que, para colmo, he tenido la inmensa suerte de haber podido disfrutar de este disco como promocional digital, con tiempo suficiente para escucharlo, con excelente calidad y, además, debo añadir a esta humilde reseña, que también lo he recibido en formato físico, completamente gratis y de manera sorprendente, con una postal firmada por la banda. ¿Qué más puedo pedir? Lo que me lleva a la conclusión de la seguridad aplastante que los suecos tienen en su lanzamiento, la certeza de haber grabado un gran álbum y sus ganas de darlo a conocer al mundo, tras esos cinco años que median entre “Cauda Venenum” (2019) y su larguísima gira, además de la presentación de Waltteri Väyrynen tras los parches en un disco conceptual (bien explicado, además de por la narración de las canciones, gracias a la historia incluida en el formato físico), el primero desde “Still Life” (1999).

Sin embargo, a pesar de que muchos crean que el nuevo álbum de los suecos es un regreso al death, a causa de las dichosas voces guturales, nada de eso. “The Last Will and Testament” (2024) es un paso adelante, un álbum oscuro, con momentos más aguerridos y cercanos al metal que practicaban Opeth, sólo porque la historia lo demanda en la oscuridad del testamento y la voluntad del protagonista así lo requiere, pero conservando más el espíritu de “In Cauda Venenum” (2019) que el de “Blackwater Park” (2001), para que ustedes me entiendan, más próximo al dramón progresivo de “Ghost Reveries” (2005) o “Watershed” (2008), cuando “§2” contiene la fuerza necesaria pero no la agresión, un gran groove que soporta la narración y una atmósfera cargada de teclados, gracias a Joakim, como una tormenta, además del excelente trabajo de Waltteri y, claro, Martín, además de la ayuda de Joey Tempest (Europe), magníficamente encajado, mientras que “§1” es una auténtica maravilla, ¿quién podía esperarse que el nuevo álbum de Opeth incluyese a Ian Anderson de Jethro Tull haciendo las veces de abogado corrupto y un reyezuelo interpretado por el propio Åkerfeldt? Ni en nuestros sueños más húmedos nos podríamos haber imaginado a los Opeth actuales cediéndole el protagonismo a Anderson leyendo el testamento en “§7” y salpimentando su colaboración gracias a su eterna flauta o a Åkerfeldt desvelando el desenlace de la historia y el lógico engaño en “A Story Never Told”. Por cierto, qué complicado me está resultando escribir sobre “The Last Will and Testament” (2024) sin hacer ningún spoiler de la historia (para que luego no me escriban los típicos llorones o los que me han pasado el promo, después de hacerme jurar con sangre para que no ‘desbarate’ nada y no publique este texto, a pesar de que ya circula por decenas de webs otros con menor calidad, sin duda) y que esto no afecte a la experiencia de cualquiera que escuche las canciones. ¿De verdad se puede reseñar un disco así? Con lo sencillo que es escribir sobre “The Wall” (1979), cuando la historia pertenece al inconsciente colectivo.

"§4" y "§5” soportan el peso central del “The Last Will and Testament” (2024) y, de nuevo, Mikael y Fredrik son los que aderezan la base rítmica de una banda que suena como un motor a reacción, a medio camino entre el progresivo y el metal, mientras que en una hay folk en el puente, la dinámica de "§5” en los constante bandazos de Opeth son los que tiñen los estados de ánimo necesarios para encarar la impredecible "§5” y la solemne "§7”. Si te parece que lo que estás leyendo es demasiado abstracto, sólo te puedo pedir que lo hagas mientras suena el álbum y entiendas que las canciones, aunque todas magníficas, sólo se pueden entender como un todo. Claro que puedes escuchar “§1” y alucinar con el nivel de Opeth o la potencia de sus riffs, así como los diálogos entre Anderson y Mikael a lo largo del álbum, pero esto es lo más parecido a una novela; puedes leer fragmentos, pero la historia lo es todo. Siendo quizá "§1” y "§2”, o "§7” las que definen “The Last Will and Testament” (2024) junto a ese magnífico final que es “A Story Never Told”.

Una obra maestra, con o sin guturales, con una banda en estado de gracia, Mikael desatado, las magníficas colaboraciones de Joey Tempest (que sobre el papel parecía una excentricidad pero que en la práctica derrocha buen gusto por parte de ambos) la, quizá más lógica, de Ian Anderson, magnífico en su papel, y el desafío que plantea “The Last Will and Testament” (2024) gracias a una producción exquisita en unas canciones al servicio de la historia. Para mí es un sobresaliente en toda regla, otro golazo de Opeth y un paso más hacia a la eternidad. Escucharlo produce auténtico placer, de verdad.

© 2024 Blogofenia

Crítica: Linkin Park “From Zero"

Entiendo el debate, como también soy tan sincero como para posicionarme e intentar no caer en la crítica fácil; ni Emily Armstrong es tan mala (aunque tenga la misma presencia escénica que un apio), ni creo que la banda tenga que dormir el sueño de los justos tras la pérdida de Chester. Nunca me he considerado un fan a muerte de Linkin Park, a pesar de que compré “Hybrid Theory” (2000) en su día, estuve en la gira de “Meteora” (2003) -por cierto, menudo sonido de mierda que lucieron en Madrid hace más de veinte años, no sé si muchos de sus seguidores actuales de verdad matarían por estar en ese desbarajuste-, he pasado por caja con sus discos y en la última gira con Chester, de las dos oportunidades que tuve, en el último concierto me fui antes de tiempo, completamente aburrido. Esto no se trata de los que "estuvimos antes" y los que están ahora pretendiendo hacernos creer que Linkin Park es el grupo de sus vidas porque, a excepción de aquellos que han perdido la oportunidad de verlos en directo con Chester, la muerte siempre genera una mitología, una leyenda a la que es fácil aferrarse. Lo cierto es que Linkin Park, cuando publicaron “Hybrid Theory” (2000) eran mirados con desprecio por toda la comunidad del rock y el metal, algo que los acompañó -de una manera u otra- hasta su final con el polémico “One More Light” (2017) y ahora, en cierta forma, en su renacer junto a Emily. ¿Había mejores vocalistas? Por supuesto. ¿Deben seguir? Que hagan lo que quieran, si a Shinoda le hace feliz resucitar el nombre de la banda y girar con nuevas canciones, ¿quiénes somos nosotros para prohibírselo? Otra cosa muy diferente es si están a la altura. Lógicamente no, Linkin Park no luchan contra otros grupos similares, como ocurría a primeros de los dos mil, y tampoco contra sí mismos y sus mejores discos, “Hybrid Theory” (2000) y “Meteora” (2003), sino contra la nostalgia y eso, amigos míos, es una auténtica putada.

“¿Desde cero? ¿Como desde la nada?” -se pregunta Emily Armstrong, de manera completamente forzada, y unos segundos después comienza el octavo álbum de estudio de la banda, “From Zero” (2024) y su primer single, “The Emptiness Machine”, la pregunta no solo alude al nombre original de Linkin Park, “Xero”, utilizado entre 1996 y 1999, sino al cambio, tras la muerte de Chester, a la necesidad de encarar de nuevo la vida. El problema no es el cambio de registro en las voces, entre Armstrong y Chester hay un abismo; el de ella es limitado, no tiene recursos ni la fuerza suficiente, Chester no era Rob Halford, tampoco le hacía falta, pero era capaz de cantar como la canción lo requería, su voz era un catalizador de sentimientos en sus inflexiones, subidas y bajadas, cambios de tono y convertir una emoción en un torrente. Aquí no se trata de darle la oportunidad a Emily, como si fuera una academia, es, simple y llanamente, que no posee ese don; podrá estar cantando veinte años más y no lo tiene, podrá versionar “In The End” o “Faint”, pero no será capaz de cantar una canción propia con un calado como el de Chester. Por ejemplo, “Overflow”, es monótona hasta decir basta y la rabia de “Two Faced” (heredera de “Hybrid Theory”, como un calco) o el plagio a “Meteora” (2003) en “The Emptiness Machine” y la pegadiza “Heavy Is The Crown”, con el sampleado sonando como una nueva versión de “Faint”, confirman que Emily no podrá nunca desarrollarse por estar relegada a versionar a Linkin Park, incluso en las nuevas canciones, todo un karaoke.

Otro punto negativo, además de la producción (punto que luego tocaremos brevemente), es la monotonía de algunas canciones, que muchos confunden con la genialidad de lo pegadizo. Está claro que si escucho dos veces, recordaré “Cut The Bridge” (mera copia de “Bleed It Out”) más que “La Villa Strangiato” de Rush, pero no podemos confundir la simplicidad de lo infantil con accesibilidad, el pop no es fácil, de hecho es un género muy complicado por la frugalidad de la genialidad y cómo se manifiesta en una canción, mientras que en otras ni las roza. Linkin Park en “From Zero” (2024) tienen la complejidad justa, sus canciones son básicas hasta la náusea, no hay esfuerzo alguno y parecen no ocultar que “One More Light” (2017) no era fruto de la evolución, como nos quisieron hacer creer, sino un experimento fallido, queriendo situar creativamente “From Zero” (2024) en su primera época, aunque ninguna de estas canciones llegue a la altura de “In the End” o “Breaking the Habit” y todas se sientan como el esfuerzo impostado de querer capturar el momento pasado en una botella, cuando las canciones nacían sin esfuerzo alguno. La broma de Shinoda preguntándole a Emily si puede ponerse los pantalones para berrear en “Casualty” define el momento tan ridículo que nos toca vivir y que cala en Linkin Park, como reflejo de una sociedad estúpida y profundamente mema. Sin embargo, la culpa de “From Zero” (2024) no es de Emily Armstrong y sí de Shinoda. Canciones como “Over Each Other”, quizá la mejor del conjunto, cuando Linkin Park no pretender ser quienes hace más de una década que no son, queda diluida cuando escuchas “Overflow” (que podría ser un descarte de “One More Light”), el relleno que es "IGYEIH", que habría sonado ya rancia en plena época nu metal, o esa final “Good Things Go”, en un álbum en el que Shinoda recupera el fraseo pero tan melódico que pierde el impacto de “Hybrid Theory” (2000) y “Meteora” (2003), acercándolos a una versión aún más castrada de Twenty One Pilots.

Dejo a un lado la polémica de Emily con la cienciología y su relación con Danny Masterson, los mensajes de Cedric Bixler-Zavala en redes, los lloros por Chester y el gritito histérico de esos seguidores que se tatuarían el logo de “From Zero” (2024) en la nalga derecha cuando ni siquiera lo habían escuchado. El álbum es un auténtico artefacto para pasar por caja y salir de gira, la producción es un horror; a tope de volumen, plana, con la batería de Colin en primer plano en muchas ocasiones y sonido a lata en la caja, el bajo de Farrell perdido en la mezcla, las guitarras como puro relleno y la voz de Emily sonando artificial, con momentos sonrojantes, como ocurre en la mencionada “Casualty” y los constantes ripios y chistes de Shinoda a modo de indirectas dirigidas a todos aquellos que él mismo sabía de antemano que criticarían la elección de su vocalista, las nuevas canciones y el rumbo de la banda. Lemmy dijo que si te sentías viejo para el rock es porque, seguramente, lo eras pero es la primera vez que me ocurre lo contrario; siento que la banda que estoy escuchando se ha hecho mayor y, como el señor Burns en Los Simpsons, se han puesto un gorrito de lana y una camiseta con una calavera para hacernos creer que son lo que ya no son. He sentido auténtica grima en algunos momentos, el mal empleado ‘cringe’, que ahora dirá Shinoda rondando la cincuentena.

© 2024 Blogofenia

Crítica: Sólstafir “Hin Helga Kvöl”

“Hin Helga Kvöl” (2024), el octavo álbum de los islandeses, se publica con todos los ingredientes que, en teoría, deberían capturar la esencia de oscuridad y melancolía por los que son de sobra conocidos. Sin embargo, a medida que avanza el álbum, queda claro que no es lo que muchos esperábamos o, por lo menos, en lo personal. A lo largo de sus cincuenta minutos, siento que falta algo, que carece de la solidez de sus últimos lanzamientos, oscilando entre momentos brillantes y otros que caen en lo más predecible y monótono. Y no es necesario que me remita a aquel que les dio a conocer a un público más amplio, como "Ótta" (2014), porque los recientes "Berdreyminn" (2017) o "Endless Twilight of Codependent Love" (2020) me entusiasmaron desde la primera escucha, pero algo ocurre con “Hin Helga Kvöl” (2024), que le hace sentir cojo. Abriéndose con "Hún andar" y un comienzo prometedor, que logra capturar la atmósfera envolvente y nostálgica de la banda a través de la voz y el susurrar de las guitarras en su introducción, hasta que la banda entra y parecemos estar escuchando a una muy diferente, mucha culpa de ello tiene la batería de Hallgrímsson y el enfoque de la melodía, cómo Austmann y Sæþórsson parecen seguirle, careciendo de la sensación inmersiva que caracteriza los trabajos de Sólstafir. "Hin helga kvöl", por el contrario, sí cumple con estas expectativas, recuperando su sabor más black, con blast beats y el trémolo de sus guitarras, añadiendo intensidad y negrura a la mezcla, un sonido más crudo y feroz que bien podría formar parte del clímax de un álbum que se despierta a la segunda canción, un homenaje a sus raíces que tanto me han emocionado en el pasado.

Sin embargo, a partir de aquí, “Hin Helga Kvöl” (2024) muestra la constante tendencia a desviarse hacia un terreno más complaciente y a dar bandazos. "Blakkrakki" se convierte en un hard rock que no resulta del todo efectivo, con voces rasgadas y un coro repetitivo, la canción carece de la profundidad que suele definir la música de Sólstafir, pecando de simplista. En otros momentos, como en "Sálumessa", la canción más extensa del álbum, Sólstafir parecen empeñarse en alcanzar una atmósfera melancólica similar a la de composiciones pretéritas, pero se siente algo forzado, cayendo en el aburrimiento y, mientras "Vor ás" nos ofrece un respiro, siendo uno de los momentos en que logramos sentir de nuevo el espíritu de los primeros álbumes de Sólstafir y el capricho de añadir una voz femenina aporta una textura interesante que recuerda el estilo acelerado de “Svartir sandar” (2011) pero no termina de cuajar, aunque celebre la incursión. Algo que no cambia mi percepción sobre la falta de cohesión de “Hin Helga Kvöl” (2024) y termina jugando en su contra, cuando tengo la sensación de estar escuchando un disco basado en descartes o con diferentes direcciones. Como también he de ser sincero, no me gusta la producción, aunque siento que intentan conservar su sonido más característico, crudo y atmosférico, la voz de Tryggvason está demasiado en primer plano, opacando algunos de los detalles instrumentales que son esenciales en la música de Sólstafir, basta tomar como ejemplo "Blakkrakki", donde afecta a la atmósfera general del tema. Y, por último, tampoco creo que el orden de las canciones ayude a la digestión, impidiendo que el disco parezca tener más cohesión y no un pastiche de ideas.

“Hin Helga Kvöl” (2024) no es un mal álbum, pero quizá les ha pasado factura el exceso de ambición, no logrando la grandeza de discos anteriores y mostrando su genialidad de manera fugaz. Para algunos será más que suficiente, pero para el resto, sabiendo de lo que Sólstafir son capaces, no colma las expectativas tras "Endless Twilight of Codependent Love" (2020).

© 2024 Jack Ermeister

Crítica: Grand Magus “Sunraven”

El metal siempre ha sido perfecto para abordar grandes historias y Grand Magus es una banda que encarna el espíritu y la esencia básica del género, por lo que su decisión de basar su décimo álbum de estudio, “Sunraven” (2024), en el poema legendario Beowulf, ambientado en la Escandinavia pagana del siglo V, tiene todo el sentido del mundo. La música de Grand Magus, llena de potencia y lirismo, refleja el dramatismo de historias heroicas como esta. La voz de JB Christoffersson transmite una profundidad y fuerza únicas y convierte a “Sunraven” (2024) en un proyecto ambicioso, con la promesa de una verdadera experiencia, logrando canalizar los temas heroicos de Beowulf con facilidad en un álbum característico de metal tradicional, pero en el que también se percibe que han encontrado el vehículo perfecto para expresar lo que la banda deseaba desde hace tiempo, cuando comienza a sonar “Skybound” con un coro imponente que captura la atención de inmediato y uno no puede menos que asentir con satisfacción, logrando que hasta la persona con menos capacidad para conmoverse pueda llegar a emocionarse con su música, al igual que en “Grendel” rinden homenaje al monstruo mítico del poema evocando la magia de los Sabbath de Dio (gracias al galope de Ludwig Witt), con una intensidad incomparable, siendo una de las canciones más auténticas del álbum.

Pero, aunque Grand Magus se enfocan en narrar una historia atemporal, “Sunraven” (2024) también funciona como una colección de himnos de metal, sin importar las crudísimas y conmovedoras letras de Christoffersson, conteniendo algunas de las melodías más potentes de la banda desde “Iron Will” (2008). Por ejemplo, “The Wheel of Pain” posee encanto blusero, con una línea vocal triunfal y una esencia agresiva más cercana a los Manowar de primeros de los ochenta, mientras que la canción que da nombre al álbum desprende poder con un solo de guitarra memorable que va directamente al corazón. Christoffersson luce revitalizado, con una voz imponente, riffs llenos de dinamismo y energía que canalizan influencias del NWOBHM, solos expresivos y llenos de sentimiento en donde las influencias de metal vikingo se hacen evidentes en canciones como “To Heorot”, mientras que, a nivel instrumental, Ludwig Witt ofrece un trabajo potente en la batería, con una intensidad inigualable y Fox Skinner lo complementa con una gran labor en el bajo y coros de apoyo, como si Grand Magus se hubiesen hipervitaminado para grabar un álbum que funciona como un crisol de influencias.

“The Black Lake” destaca como un ejercicio magistral de doom de la vieja escuela, mientras que el cierre del disco, “The End Belongs to You”, ralentiza el ritmo, como si fuese una marcha oscura pero decidida, que mezcla melancolía y tensión a partes iguales. De todo el conjunto, “Winter Storms” se siente especialmente reflexiva, evocando una noche sin fin bajo las estrellas escandinavas y, aun así, conserva el núcleo firme del metal clásico con un coro conmovedor que probablemente sea uno de los mejores en la historia de la banda. Treinta y cinco minutos apabullantes, sin relleno alguno (con canciones directas y al grano), repletos de heroísmo, epicidad y grandes estribillos. Me cuesta mucho escribirlo porque no me gustan este tipo de afirmaciones tan categóricas, pero “Sunraven” (2024) es el álbum que más he disfrutado desde “Hammer of the North” (2010). Grand Magus nunca se fueron, pero en este álbum lucen como si hubieran regresado por todo lo grande, derrochando energía y saber hacer. Una auténtica maravilla.

© 2024 Lord of Metal

Crítica: The Cure “Songs Of A Lost World”

The Cure fue el primer concierto, propiamente dicho, al que acudí cuando empezaba a ser adolescente, y no es difícil adivinar el impacto que tendrían en mí cuando, más de tres décadas después, sigo escribiendo sobre música. Quizá sea por eso que, cuando apareció el cartel que anunciaba este “Songs of a Lost World” (2024) frente al pub The Rocket, en Crawley, algo re removió en mi interior. Tras dieciséis años desde su último disco, el decimocuarto álbum de The Cure no se siente tanto como un regreso o un renacimiento, sino como la evolución natural de una banda que ha sido siempre tan atemporal como constante en mi vida y la cultura popular. Robert Smith y The Cure, cuya música siempre ha explorado la mortalidad, la pérdida y la desilusión, nos traen un álbum cargado de experiencia, un viaje pausado y melancólico que transcurre con la intención de dejarnos claro que el tiempo pasa para todos, siendo “Songs of a Lost World” (2024) una meditación apocalíptica sobre el fin de todo (entendido desde la existencia, claro), el paso de los años y la fragilidad de la existencia humana (no sé si también la futilidad, eso dependerá de cada uno). Lanzado en el mismo The Rocket donde The Cure debutaron en 1978, este álbum evoca una mezcla de nostalgia y emoción que resalta aún más cuánto nos damos cuenta que han cambiado tanto ellos como nosotros, su público. Y, a pesar de la declaración de tener varios discos en el bolsillo y canciones de sobra para futuros lanzamientos, la sensación de fin de ciclo que impregna el álbum, y especialmente en canciones como “Alone” y “Endsong”, es inevitable. El inquietante verso de “Alone”; “Este es el final de cada canción que cantamos”, se convierte en el pulso recurrente a lo largo del disco, mientras que en “Endsong”, Robert Smith parece alzar la vista al cielo, preguntándose adónde cojones se ha ido todo, como si nuestra realidad -la suya y la nuestra- se estuviese desintegrando ante nuestros ojos, algo que The Cure se empeñan en dejarnos claro desde la portada y esa cabeza de piedra erosionada, obra del escultor esloveno Janez Pirnat, un símbolo más de la descomposición gradual y de la forma en que las historias e identidades se desvanecen, aunque puedan permanecer como parte del paisaje. 

El sonido de este nuevo álbum es inequívocamente el de The Cure, remitiendo a la profundidad de “Disintegration” (1989) pero con la calma propia de la madurez bien entendida. Lo que no quiere decir que en “Songs of a Lost World” (2024) pretendan emular la exitosa fórmula de su carrera; en lugar de piezas vibrantes como “The Lovecats” o “Close To Me”, lo que encontramos es un sonido solemne, lento y extraordinariamente afectado, como una mezcla de su post-punk y pop, mezclado con la parsimonia y majestuosidad del doom. La introducción sombría de “Warsong” impone un peso fúnebre, con el bajo resonante de Gallup y la guitarra de Reeves Gabrels (el mejor fichaje que podrían haber hecho nunca), añadiendo un toque de shoegaze a la mezcla, además de su ruidismo y solos. Es precisamente su wah el que nos desgarra en “Drone:Nodrone”, una de mis favoritas, mientras que en “And Nothing Is Forever” reflexionan sobre lo inevitable de las pérdidas y las oportunidades no aprovechadas con una melodía a piano que es capaz de conmover cualquier alma. “A Fragile Thing” retumba para expresar la melancolía de un amor doloroso: “Cada vez que me besas podría llorar”, avanzando con una intensidad y una densidad emocional que invitan al oyente a un recorrido íntimo entre la mortalidad y el duelo personal.

Paradójicamente, la voz de Robert suena como si el tiempo no hubiese pasado y en “I Can Never Say Goodbye” dedica la canción a la reciente pérdida de su hermano Richard, en donde el vocalista expresa todo su dolor cuando canta: “Algo siniestro se acerca, para arrebatar la vida de mi hermano”, siendo capaz de capturar toda la vulnerabilidad que cala cada rincón del álbum. Pero “Songs of a Lost World” (2024) no se centra sólo en la experiencia del dolor, sino también en la exploración de la disolución del ego, de uno mismo cuando todo parece cambiar y en esa transformación perdemos también parte de nuestra identidad. En “All I Ever Am”, Smith describe la experiencia de verse en “un escenario oscuro y vacío” enfrentando una “extraña sensación de disociación” o la experiencia del dron que sobrevoló su jardín en “Drone:Nodrone”, transmitiendo la inquietud de no saber si está siendo observado, al igual que en “Endsong”, y sus más de diez minutos de tormenta emocional, cuando Smith se pregunta dónde ha quedado el antiguo mundo y cuál es su lugar en esta realidad, aparentemente fragmentada. 

A estas alturas de la película, The Cure no tiene que demostrar su relevancia y “Songs of a Lost World” (2024) se antoja como un álbum monumental y atemporal que dejará satisfechos a aquellos que busquen la energía post-punk de sus primeros discos, mientras que otros encontraremos reconfortante el sonido más profundo y denso de una banda que parece más actual que nunca en un viaje, el realizado desde aquel pub, The Rocket, que parece empezar a concluir. “Songs of a Lost World” (2024) suena tan natural que parece haber estado aguardando su momento para ver la luz. Tan sorprendente como grandioso. No exagero, cuando escribo que este me parece su mejor álbum desde “Disintegration” (1989).

© 2024 Jota

Crítica: Devin Townsend “PowerNerd”

Devin Townsend es como una de esas sabrosísimas comidas que tanto te gustan pero que pueden llegar a empachar. “PowerNerd” (2024), su nuevo álbum, explora una vertiente diferente y, aunque es innegablemente divertido y adictivo en muchos momentos, no llega a ser tan trascendental como algunos de sus trabajos pasados como, por ejemplo, “Empath” (2019), que funcionó como una explosión emocional y artística, tras la que Townsend parece haber optado por una simplificación en sus composiciones. “Lightwork” (2022) fue un paso en esa dirección, con canciones más melódicas y accesibles (que no terminaron de cuajar, todo hay que decirlo) y ahora tenemos la réplica con “PowerNerd” (2024), que se presenta como la cara opuesta de la misma moneda, inclinándose hacia riffs contundentes y una energía más cruda, completamente desbordante. Es cierto que, por momentos, se siente como un regreso a una versión más despreocupada de sí mismo, una en la que parece haberse “desconectado” mentalmente, como él mismo ha respondido ya en algunas entrevistas de un álbum en las que también asegura haber escrito este álbum en tan sólo once días y, sin saber si es un farol o no, apuesto a que es verdad a tenor de las composiciones y la poca variedad o los momentos que recuerdan escandalosamente a su pasado. Por otro lado, esa espontaneidad se refleja en la estructura del disco: es directo, a menudo pegadizo y todo un derroche de energía. Sin embargo, también es cierto que algunos de estos aspectos juegan en su contra; al desconectarse de esa complejidad emocional que tanto caracteriza sus trabajos previos, “PowerNerd” (2024) puede sentirse algo plano en sucesivas escuchas y predecible en comparación con sus otras producciones.

La apertura con la pista homónima, “PowerNerd”, marca el tono del disco. La voz de Jamey Jasta dando un grito de introducción, seguida de un riff potente y un colorido caos de pop-metal, ofreciendo un comienzo prometedor repleto de energía, con un estribillo fuerte y un ritmo que invita a corear en sus conciertos. “Gratitude”, por su parte, destaca como uno de los puntos altos del álbum por su estribillo, contagioso y positivo, evocando una calidez que sin duda resonará entre los oyentes, más cercana al pop de los ochenta que al metal, territorio en el que también encontramos a “Ubelia”, una pista que combina una muralla sonora de sintetizadores y una melodía hipnótica, mostrando una faceta más intimista dentro de un álbum con tendencia al exceso y mucho relleno, con canciones que dejan la sensación de haber sido escuchadas antes y puede que más inspiradas, como ocurre con “Younger Lover”, intentando combinar la contención acústica con una explosión de prog, no llegando a sorprender tanto como podría por haber visto el truco una y mil veces en mejores prestidigitadores.

La influencia de sus proyectos pasados, como “Empath” (2019) y “Snuggles” (2021), es palpable en la estructura de muchas de las composiciones que oscilan entre lo acústico y lo pesado, lo introspectivo y lo energético. “Glacier” baja el ritmo y establece un ambiente sombrío que contrasta con el resto del álbum, recordándonos el lado más atmosférico y reflexivo del músico, como “Goodbye” y “Falling Apart” también nos desvelan destellos de la intensidad emocional que caracterizó a su música en discos anteriores, aunque sin alcanzar la profundidad de otros momentos más icónicos de su carrera. “Ruby Quaker” nos toma por sorpresa con una canción divertida y extravagante, como un cruce entre McCartney y los Monty Python en su alabanza al café. 

En definitiva, “PowerNerd” (2024) es un álbum entretenido que se percibe como un respiro dentro de la extensa discografía de Devin Townsend, pero se queda corto en términos de innovación y profundidad, apostando por lo directo y sencillo, sacrificando la complejidad y la singularidad que lo han hecho una figura tan relevante en el progresivo, alternando grandes momentos con otros más planos e infantiles, por desgracia, los más abundantes. Llegado a este punto, dudo de si es una obra que invita a celebrar y disfrutar la vida sin complicaciones o, simplemente, una transición hacia una nueva aventura más compleja. Lo único que tengo claro es que no me gustaría haber estado en la piel del ingeniero que haya mezclado semejante galimatías y sí en el que ha finiquitado la portada después de comer frente a su ordenador.

© 2024 Jota Jiménez

Crítica: Gaerea "Coma"

Mis predicciones se van cumpliendo poco a poco, Gaerea se han convertido en referentes mundiales del black con tan sólo tres discos, "Unsettling Whispers" (2018), "Limbo" (2020) y "Mirage" (2022) y parecen no tener límite alguno cuando escucho su nuevo álbum, “Coma” (2024”, y siento que van más allá de las fronteras del black metal al fusionar diferentes subgéneros en la dosis justa. Para los seguidores de la banda, cada álbum nos ha mostrado una evolución desde la crudeza de “Unsettling Whispers” (2018) hasta la introspección de “Mirage” (2022), que se sentía como una culminación de su estilo. Sin embargo, “Coma” (2024) representa un cambio, expandiendo aún más su alcance y presentando nuevas formas. Desde el primer tema, “Coma” (2024) invita al oyente a descubrir una faceta diferente de Gaerea. Si bien sus discos anteriores se alineaban con la sombría atmósfera del black metal tradicional, este álbum incorpora momentos de introspección delicada e incluso esperanza, un giro sorprendente en el sonido característicamente implacable de la banda. 

La canción de apertura, “The Poet’s Ballet”, lo ejemplifica con voces limpias y acordes resonantes que disipan la brutalidad habitual del subgénero y establecen un tono que equilibra luz y oscuridad. Temas como “Wilted Flower” y “Coma” también muestran la habilidad de Gaerea para crear paisajes sonoros inmersivos que atraen al oyente con una calidez engañosa antes de arrastrarlo a intensos pasajes repletos de blast beats y guturales, introduciendo aún más variedad de texturas y dinámicas a lo largo del álbum, lo cual aporta esa sensación de imprevisibilidad tan satisfactoria, por la que cada tema construye su propia narrativa, navegando entre la desesperación, el triunfo y la catarsis con fluidez. Composiciones como “World Ablaze” y “Kingdom of Thorns” reflejan la cohesión temática del álbum, donde los lusos combinan melodías inquietantes con agresividad implacable en crescendos tan emotivos como explosivos. En lugar de optar por un asalto sonoro incesante, la banda juega con altibajos en cada tema, como en "Hope Shatters", utilizando secciones más suaves para intensificar el impacto de los momentos más pesados. No es nada nuevo, pero sí en las formas y como te lo presentan.

El álbum no solo consolida el estatus de Gaerea en el black metal, sino que redefine su lugar en el panorama musical en general, adoptando influencias de post-metal, black metal melódico e incluso post-rock, refrescando su sonido, sin alejarse de sus raíces, enriqueciendo la brutalidad con momentos de respiro y claridad en el caos. Las canciones también varían en estructura: hay piezas cortas y más accesibles junto a composiciones más extensas y tradicionales, siendo esta diversidad la que crea una experiencia inmersiva, atrayendo al oyente a un oscuro núcleo reflexivo, pero permitiendo momentos de alivio. Siendo quizá uno de los aspectos más llamativos de “Coma” (2024) su carga emocional, como ocurre en "Suspended" o la inmediata "Reborn" y su nervioso trémolo; cada canción se siente diseñada para la catarsis, un reflejo de la vulnerabilidad y el crecimiento de la banda, desde la desesperación de “Unsettling Whispers” (2018) hasta la transformación en “Coma” (2024), el álbum no solo explora la evolución de Gaerea, sino que también ofrece una reflexión sobre la experiencia humana; un atractivo universal que resuena más allá del black metal. 

Sin embargo, la producción presenta algunos puntos débiles. Aunque es pulida, carece de un rango dinámico suficiente para destacar los momentos más frágiles. En los pasajes suaves, la compresión no permite que la atmósfera de las composiciones respire como debería, lo cual resta algo de impacto, por ejemplo, los interludios de “Wilted Flower” y “The Poet’s Ballet” se habrían beneficiado de una mezcla menos densa, permitiendo que cada pista resonara con más libertad. Pese a ello, son detalles que no opacan el brillo general del álbum; tan envolvente y emocionalmente potente como cualquier trabajo anterior de Gaerea, percibiéndose como un punto de inflexión para la banda, que demuestra su disposición a evolucionar y a ampliar el alcance de lo que el black metal puede expresar sin perder la intensidad esencial del género. Gaerea emplean con sabiduría la experiencia adquirida en discos como “Limbo” (2020) y “Mirage” (2022) como trampolín para profundizar en su sonido. Cada canción parece un lienzo en el que se logra el brutal equilibrio entre la agresión visceral y la sutileza melódica. Una mística danza entre caos y calma en donde “Coma” (2024) brilla con luz propia, encarnando una dualidad que define la propuesta de Gaerea. Lo avisé hace años y con orgullo cuando hablé con ellos a través de Bandcamp, esta banda se está comiendo vivos a muchos otros artistas con más peso.

© 2024 Conde Draco

Crítica: Jackie McLean "Action"

Llegas a casa en un día de lluvia, te pones cómodo, tus dedos buscan sobre los lomos de algunos de tus discos y se paran justo en “Action” (1967) de Jackie McLean que es, sin duda, una de las obras cumbres de su prolífica etapa en el mítico sello Blue Note (uno de los primeros en salir bajo la supervisión de Liberty Records y la batuta de Rudy Van Gelder, que supo capturar el genio de McLean), un ejemplo audaz de fusión entre tradición y vanguardia que el saxofonista estaba explorando a mediados de la década de los sesenta. Quizá no sea pura casualidad, el aspecto estético es importante en esta selección; la portada diseñada por Reid Miles, con su imagen invertida en negativo, captura a la perfección la esencia del álbum, dando pistas de que puede ser un disco como otro cualquiera, pero ese negativo nos indica que hay una reinvención, una forma de mirar desde otra perspectiva, con un pie en la tradición y otra en la exploración, como indica el propio McLean en el interior del álbum. Grabado en 1964, en un periodo en el que McLean había consolidado su sonido dentro del hard bop y comenzaba a abrirse al jazz modal y al free jazz, “Action” (1967) capta un momento único en su carrera, gracias a un enfoque que combina el respeto por las raíces del bebop y el deseo urgente de innovar, pariendo una grabación poderosa y emotiva que logra captar la energía de su época y anticipar, por completo, el desarrollo futuro del jazz. En “Action” (1967) uno de los aspectos que destacan es la calidad y sinergia de los músicos que acompañan a McLean. Charles Tolliver, trompetista que hacía su debut con McLean en esta grabación, brilla con una intensidad particular, su interpretación en temas como "Plight" y "Wrong Handle" muestra un enfoque lírico y expresivo inusual, mientras que en las piezas más rápidas y energéticas su interpretación resuena con un tono incisivo que complementa perfectamente el sonido del saxofón de McLean. La colaboración de Tolliver con McLean logra que el sonido del álbum se sienta tan fresco como cuando fue grabado, reflejando una química que impulsa cada canción al frente y al oyente deja con ganas de más. 

Por otro lado, la inclusión de Bobby Hutcherson en el vibráfono agrega una dimensión única y atmosférica al álbum. Hutcherson, reconocido tanto por su trabajo en trabajos de jazz convencional como en experimentación libre, encuentra en “Action” (1967) un espacio para desplegar sus alas, su contribución en "Plight" logra un aura casi mística, otorgándole a la pieza una cualidad etérea. Es en este tema donde la experimentación de McLean y Hutcherson cobra vida en su máxima expresión, cuando la vibración cristalina del vibráfono contrasta con la aspereza de los metales, logrando el equilibrio perfecto entre lo melódico y lo disonante. El trabajo rítmico en el álbum también merece una mención especial. Cecil McBee en el bajo y Billy Higgins en la batería no solo cumplen la función de acompañamiento, sino que se liberan de su rol tradicional, aportando ideas que dan mayor libertad a los solistas. Higgins, en particular, muestra una habilidad extraordinaria para mantener un pulso constante en los platos mientras juega con el resto de su batería añadiendo acentos que dan aún más profundidad y dinámica al conjunto. En la pieza que da título al álbum, “Action”, Higgins mantiene una base casi marcial que se transforma súbitamente en un ritmo frenético, como una dinamo incansable que impulsa a la banda, mientras el bajo de McBee, por su parte, juega con las líneas de una manera completamente novedosa en su época; no limitándose únicamente a marcar el ritmo, sino trazando su propio camino.

Es significativo que McLean, discípulo de Charlie Parker y exponente del bebop en sus primeros años, haya tomado la decisión de explorar territorios más abiertos en su sonido. La influencia del free jazz de figuras como Ornette Coleman y Albert Ayler es evidente, pero lo que hace especial a “Action” es la manera en que McLean se mantiene fiel a sus raíces bebop mientras incorpora estas nuevas ideas. McLean logra una fusión entre el lenguaje melódico del bop y la libertad armónica del free jazz que, lejos de sentirse como una ruptura, se experimenta como una evolución natural y orgánica.

Vuelves a mirar la portada en negativo y entiendes a lo que se refería McLean cuando escuchas "I Hear a Rhapsody" y eres testigo de esa habilidad para jugar con lo viejo y lo nuevo, a través de un estándar en el que rinde homenaje a Charlie Parker sobre un ritmo predecible para que el saxofonista despliegue su virtuosismo, aunando la nostalgia con su impredecible forma de atacar las notas. Concluyendo con “Hootnan”, una composición con base en el hard bop que permite a McLean liberar toda su creatividad en improvisaciones que rompen con los moldes convencionales. Acaba el viaje, la aguja vuelve a su lugar, ha sonado “Action” (1967) y crees haber descubierto algo completamente nuevo que no escuchaste la primera vez, desde el torrente inicial hasta el intimismo final, esto no es sólo música, es una forma de arte aún más elevada que escapa a toda comprensión.

© 2024 Blogofenia

Crítica: Tribulation “Sub Rosa In Æternum”

Parece que Tribulation han tomado un rumbo claro en “Sub Rosa In Æternum” (2024), su último esfuerzo, hasta la fecha, en una trayectoria marcada por el constante cambio. Sin embargo, tras la experimentación que definió sus primeros discos, este álbum se siente menos como un paso al frente y sí como una exploración que nunca acaba de cobrar vida, esa que ya comenzaron en “Where the Gloom Becomes Sound” (2021), un disco que ya mostraba la patita cuando en directo tenían más que ver con una versión remozada de The Cult, que de cualquier banda del meloblack. En lugar de la originalidad oscura que caracterizó a “The Horror” (2009) o la rica mezcla de gótico y rock de “The Children of the Night” (2015), en esta ocasión el grupo entrega un álbum que, aunque macabro y ambientado en atmósferas densas, resulta poco impactante y funcione a ratos. “Sub Rosa In Æternum” (2024) busca ser una fusión de influencias de post-punk gótico, death metal y rock clásico, pero los momentos que pretenden ser evocadores se perciben a menudo planos y predecibles, dejando la misma sensación de interruptus que sufrimos con Beastmilk cuando se convirtieron en Grave Pleasures, ese intento de platos a medio cocer entre el postpunk y el goticismo de serie B. A pesar de sus buenas intenciones y un par de singles resultones, esta vez, Tribulation, parecen no poder evitar caer en una repetición de los clichés góticos, sin llegar a renovar o profundizar en su propio sonido, como ocurre con "Saturn Coming Down" y el autoplagio más flagrante.

Hay momentos que intentan destacar, como “The Unrelenting Choir” o la evocación de su pasado más reciente en “Tainted Skies”, donde Tribulation se esfuerza en capturar la esencia del rock más crudo y atmosférico. Sin embargo, aunque estas canciones logran un equilibrio entre la pesadez y la accesibilidad, en última instancia, carecen de la fuerza y la creatividad que cabría esperar de una banda con su historial. La energía y los riffs están ahí, y la voz de Johannes Andersson sigue siendo un punto fuerte; sin embargo, los arreglos son predecibles, y las texturas ambientales, aunque oscuras, no alcanzan a añadir el misterio o el suspense necesarios para hacer que estos temas se sientan realmente inmersivos.

En otras canciones, como “Reaping Song” o “Poison Pages”, el intento de Tribulation de adentrarse en una narrativa gótica se siente forzado. Los ecos de figuras como Nick Cave están presentes y, aunque el álbum parece tener una fascinación por el pasado, siendo una constante evocación (especialmente por el post-punk de los años 80), esta referencia termina siendo más una imitación que una reformulación genuina, como ocurre con “Reaping Song” y el pitido de oídos que debe estar sufriendo el pobre australiano en la distancia, cuando parecen más a King Dude que al propio Cave. Tribulation se dejan llevar por el drama y la teatralidad, pero estos elementos no bastan para elevar el disco y lo que debería ser un espectáculo inquietante termina sintiéndose más como una puesta en escena calculada, con pocas sorpresas, como cuando ves a gente disfrazada de Halloween y el esfuerzo es tan pobre que lo único que sientes es lástima de que no exista un Jason Voorhees que los persiga hasta el fin de sus días. La referencia más obvia, “Hungry Waters”, evoca las atmósferas de “Disintegration” (1989) de The Cure, pero sin la intensidad emocional o el misterio de aquella época. En su afán por capturar esa oscuridad, Tribulation se pierde en un estilo que parece jugar a ser oscuro sin profundizar realmente en él. Es una anti-balada que intenta generar tensión, pero termina sonando más artificial que cautivadora. 

Aunque “Sub Rosa In Æternum” (2024) pretende pasar por una obra macabra y evocadora, carece de la chispa que ha definido los mejores momentos de la banda. Tribulation han crecido y cambiado con cada álbum, pero esta vez parece que han avanzado sin mucha convicción. Los incondicionales encontraremos algunos guiños, sin embargo, para quienes esperaban un regreso a las profundidades de su sonido, “Sub Rosa In Æternum” (2024) queda lejos de cumplir las expectativas y sólo se me ocurre una pregunta; ¿tanto os picaba el corpse paint? No me extraña que Jonathan Hultén huyese del barco antes de que se lo llevase la deriva. De la portada mejor ni hablar...

© 2024 Lord Of Metal

Crónica: Nick Cave & The Bad Seeds (Madrid) 25.10.2024

SETLIST:
Frogs/ Wild God/ Song of the Lake/ O Children/ Jubilee Street/ From Her to Eternity/ Long Dark Night/ Cinnamon Horses/ Tupelo/ Conversion/ Bright Horses/ Joy/ I Need You/ Carnage/ Final Rescue Attempt/ Red Right Hand/ The Mercy Seat/ White Elephant/ O Wow O Wow (How Wonderful She Is)/ The Weeping Song/ Into My Arms/

Mi primera gira de Nick Cave fue entre el 97 y 98 y no puedo evitar sentir algo de nostalgia por aquellos años, quizá es algo personal, muy subjetivo, pero resulta inevitable mirar a mi alrededor y pensar, ¿qué ha pasado? ¿cómo es posible que Cave haya pasado de ser un artista de culto a llenar pabellones repletos de gente que corea “The Mercy Seat”, porque recuerdo también una época en la que el videoclip de esta canción era algo casi maldito cuando se emitía de noche en la MTV (cuando esta también era un canal de música y no el esperpento en el que terminó convirtiéndose, no me hartaré de escribirlo). El pasado viernes en Madrid, había padres con niños, ¿les explicarán al llegar a casa qué hay tras una canción como “Stagger Lee”? También había gran cantidad de metaleros, algo del todo comprensible, pero igual de sorprendente cuando recuerdo un festival en el que Cave compartía cartel con Slayer y no podía causar menos revuelo el australiano entre aquellos que disfrutábamos de Araya y King, pero también Mustaine y Friedman. Pero tampoco me gustaría que esto que escribo pueda ser motivo de malentendidos, porque prima mi interés sobre el del resto; me da igual que acudan cincuentonas que acaban de descubrir a Cave con Peaky Blinders, para mí su éxito comercial no supone más que una alegría por la posibilidad de verlo sobre las tablas, de que sus giras sean mundiales y toque en España, cuantas más fechas mejor, porque recuerdo una época (esa que tanto romantizo) en la que ver a Nick Cave no era algo fácil y si ahora es capaz de llenar recintos de más de diez mil personas con niños entre su público y las primeras filas abarrotadas por ser testigos de semejante espectáculo, también se debe a su duro trabajo; Cave no ha parado de sacar discos en las últimas dos décadas, su creatividad ha estallado en mil fragmentos y bien con Grinderman, en solitario, con los remozados Bad Seeds o con el genial Warren Ellis a su lado y sus bandas sonoras, su éxito se debe gracias a su talento.

Cave tomaba el escenario con los Bad Seeds, la ayuda de Colin Greenwood de Radiohead al bajo (sustituyendo a Martyn Casey) y el resto de la banda incorporándose con parsimonia a sus puestos, Ellis a la izquierda de Cave y este, con su habitual semblante serio, mirando desde las tablas como un vampiro que acaba de ser exhumado, vestido de manera elegante y peinado con dedicación, como siempre, atacando una pieza tan sutil como es “Frogs”, esa canción que bien vale los céntimos de pago por streaming como aseguraba Cave, y que sirvió para darnos la bienvenida, sonando muy esperanzadora en ese relato del paseo de una pareja en pleno domingo. Pero, aquella calma era falsa, “Wild God” con Sclavunos, tomando el papel protagonista cuando la canción resuena salvaje en su estribillo, es el momento en el que uno entiende ese espectáculo de predicador y góspel en el que Cave convierte su concierto de Madrid durante un par de horas. A partir de ese momento, ya estamos dentro de su mundo, debemos aceptar sus reglas y panteón para llegar a sus canciones, y es complicado explicar lo que volví a ver la noche del pasado viernes; la cinemática “Song of the Lake” nos inundó, Cave presentó “O Children” y nos introdujo en la historia de “Jubilee Street”, nos hizo viajar a un cabaret berlinés en la electrizante “From Her to Eternity”, versiones pulsantes y viscerales de “Long Dark Night” y “Cinnamon Horses”, la tormenta desatada en “Tupelo”, haciéndonos viajar en el tiempo hasta aquel día de enero del 35 en el que el aguacero inundó Tupelo y los pájaros no podían volar pero los peces siquiera nadar en semejante corriente, mientras nacía El Rey, vi a Ellis en trance, atravesado por la corriente, y a Cave sonriendo, como un animal jadeante, gritándole en mitad del escenario, llamando a su amigo, intentando sacarle de semejante viaje astral, mientras él tiraba una y otra vez el micro al suelo en algunas canciones, caos, un auténtico caos entre el adocenado espectáculo en el que se han convertido los conciertos en directo, como si Cave reclamase la atención de todos aquellos que se empeñaban por verlo a través de sus ridículas pantallas móviles. “Conversion” pareció un bálsamo tras tanta pasión, igual que esa composición tan preciosa, tan bella, que es “Bright Horses” y el momento más acojonante y emocional de toda la noche con “I Need You”, y el escenario reducido a la expresión facial de Cave, a piano, interpretando una canción que pareció sacar de sus propias entrañas y en la que no es difícil adivinar el dolor de esa herida abierta como padre, que lo acompañará hasta el último día de su vida. “Carnage” y la turbulenta “Final Rescue Attempt”  hasta la celebradísima “Red Right Hand” o la visita al patíbulo con “The Mercy Seat” nos hacían presagiar que aquello llegaba a su final. Tras “White Elephant”, Cave presentó “O Wow O Wow (How Wonderful She Is)” con todo el cariño del que fue capaz cuando explicó la canción, antes de convertir la noche de Madrid en un espectáculo con las palmas en “The Weeping Song” o una final “Into My Arms”, que sirvió de espectacular cierre a una velada repleta de heridas, dolor y sanación a través de su música.

Escribes desde las tripas, muy bien, haz la crítica del concierto, ¿lo harás, verdad? Escribes tan sólo por las personas que siguen este blog, en realidad no vale mucho, hay otras dos decenas de blogs que envían a sus propios fotógrafos, piden pases y publican noticias, vuestro blog si lo leen es por ti y esas críticas que te hacen conectar a otro nivel, me decían dos personas muy cercanas. En realidad, no escribo bien, tengo talento para adivinar el genio de otros, leo mucho, leo muchísimo y escucho más, pero no escribo bien. Lo que pasa es que soy un pecador, me he equivocado tantísimo en mi vida y he buscado tantísimo en los surcos de las canciones que amo, como si quisiera encontrar la dosis perfecta para curarme en cada momento, que me resulta del todo imposible no sentir mucho, como cuando era adolescente y creía ver colores cuando escuchaba música o me picaba la nariz con la luz del sol, cosas raras que me han ocurrido y me siguen ocurriendo como el último viernes en Madrid, cuando sentí a Nick Cave ser una prolongación de todo aquello que me late dentro y me di cuenta, una vez más, que su música es parte de mí. Amo su música porque es parte mía, de quien soy. Fue la clara constatación de que el arte es un remedio para el alma. Algo tan sencillo como presenciar la metamorfosis del vampiro que tomó el escenario y el hombre, de carne y hueso, que lo abandonó con una sonrisa entre los labios, hasta la próxima noche, la próxima ciudad en la que despierte de esa eterna vigilia que parece perseguirle cuando no se sube a un escenario. Dios le conceda muchos años de vida, giras y discos, y a nosotros el tiempo para sanar junto a él.

© 2024 Jota Jiménez

Crítica: The Smile “Cutouts”

Menos de un año es lo que han tardado Thom, Jonny y Tom Skinner en publicar un nuevo álbum, “Cutouts” (2024), tras “Wall Of Eyes” (2024), con el que comparte canciones y es que este último fue compuesto durante las sesiones del segundo. Y lo escribo así siendo plenamente consciente de lo que esto significa y es que The Smile no han publicado un álbum de descartes o sobrantes, a pesar de lo que pueda sugerir el título, sino uno que vive y respira, que tiene entidad propia. “Cutouts” (2024) toma más cuerpo, lo que evidencia que la naturaleza etérea de “Wall Of Eyes” (2024) fue algo plenamente intencionado y lejos del infantil argumento por el que muchos aseguran que esto es un acercamiento a la banda madre, Radiohead, lo cierto es que posteriores escuchas denotan todo lo contrario; si bien "A Light for Attracting Attention" (2022) o "Wall Of Eyes" (2024) se sentían como ejercicios en los que Yorke y Greenwood tomaban distancia deliberadamente de su principal proyecto, “Cutouts” (2024) prosigue esa línea pero con más groove, alejándose de terrenos ya conocidos con canciones en las que prima la base y los arreglos pasan a un segundo plano y si alguna recuerda a Radiohead, principalmente a la época de "Kid A" (2000) y "Amnesiac" (2001), es tan sólo porque la pluma está detrás, no porque Yorke, precisamente él, quiera mirar al pasado ni siquiera para tomar impulso. 

"Foreign Spies" me parece excepcional y cómo York teje el mantra de la canción y su suave crescendo, no es nada nuevo en él pero sigue sonando igual de refrescante porque sientes que la composición lo pide y en ella todo encaja, hasta una más clásica “Instant Psalm” a la que ayuda enormemente el toque oriental de Greenwood, recordándonos más que nunca a los Beatles. No es casualidad que el disco se abra poco a poco, hasta “Zero Sum” y su ritmo, o la desestructurada “Zero Sum” en la que el bajo toma el papel protagonista y uno entiende la comparación de muchos con la época comprendida entre "Kid A" (2000) y "Amnesiac" (2001), "Colours Fly". La producción de “Cutouts” es densa y rica en detalles, pero deliberadamente fragmentada, pareciendo que las canciones se interrumpen o desvanecen, algo que si en “Wall Of Eyes” (2024) podía llegar a desconcertar, en “Cuouts” (2024) provoca la sensación contraria, cuando se siente plenamente voluntario y si en aquel, por momentos, había falta de cohesión (que The Smile solucionaban gracias a su talento en la composición), en el álbum que nos ocupa es la propia calidad de las melodías y las bases lo que suman al resultado final.

“Eyes & Mouth”, ya interpretada en directo, hace ganar en frescura al disco y se siente espontánea, justificando más que nunca la labor de Skinner, mientras que "Don't Get Me Started" es altamente adictiva con Yorke está en estado de gracia, como "Tiptoe" es una estupenda balada a piano que sube aún más la nota del álbum, gracias a la libertad que exudan los dedos del vocalista o los arreglos. Para culminar, la sorpresa más cercana al hip hop de todo “Cutouts” (2024), “The Slip”, y su sincopada continuación “No Words”, afrontando el final del álbum como si fuese un directo, y la deliciosa pastoral que es "Bodies Laughing" para cerrarlo de manera excelsa. Un álbum fascinante y ambicioso pero repleto de talento, administrado sin racanería. Sé que lo he dicho en muchas ocasiones, pero qué maravilla escuchar discos así en un buen equipo y que una simple escucha se convierta en una experiencia. Qué maravilla, ser contemporáneos de The Smile…

© 2024 Jota Jiménez

Crítica: Swallow The Sun “Shining”

Es verdad que el nuevo álbum de Swallow the Sun, "Shining" (2024), ha generado gran expectativa pero, en mi modesta opinión, cuanto menos esperes de ellos, mejor serás recompensado. Y es que este álbum se siente como un paso en falso, un esfuerzo que, aunque tiene momentos de indudable belleza, a menudo se ve lastrado por una falta de cohesión y un desasosiego que nunca logra transformarse en algo significativo. Para que me entiendas -si es que quieres- es un constante y lúbrico tease and denial que no lleva a ningún sitio y en el que la gratificación tampoco está en el camino. Desde el primer tema, "Innocence Was Long Forgotten", y sus ecos a Dawn of Solace , es evidente que la banda busca crear una atmósfera, pero la ambición se convierte rápidamente en un lastre. La producción es grandilocuente y, si bien los arreglos y las guitarras melódicas pretenden ofrecer una experiencia envolvente, a menudo terminan por ahogar las composiciones, dando la sensación de poco riesgo. Los momentos introspectivos, como siempre, se ven interrumpidos por riffs pesados que, lejos de aportar a la narrativa emocional del álbum como en el pasado, son más bien un intento de mantener la atención del oyente. En este sentido, "Shining" puede ser visto como una obra que, en su afán de trascender, olvida la esencia de la conexión emocional que hizo a Swallow the Sun destacar en el pasado.

Canciones como “What I Have Become” resultan refrescantes, no porque sean el epítome de la originalidad sino porque rompen esa sensación de querer epatar al oyente o así parece hasta que llega la calma y todo vuelve a estar centrado en esas melodías tan prometedoras como decepcionantes por redundantes; los patrones rítmicos y progresiones melódicas se repiten con tanta frecuencia que uno puede perderse con facilidad en una neblina de sonido por la que no sabe si está avanzando o ya ha pasado por este mismo camino una centena de veces. Muchos podrán interpretar esta repetición como una forma de enfatizar el dolor y la melancolía pero, en la práctica, se traduce en una falta de dinamismo que convierte a "Shining" (2024) en un esfuerzo que parece ya nacer cansado y culmina baldío.

A pesar de que temas como "Shining" (casi nueve minutos) y la gótica "November Dust", como cruce bastardo entre Paradise Lost y Type O Negative, presentan momentos destacados, la falta de un desarrollo claro provoca que nuestra atención se disperse cuando escuchas algo y sientes que podría haberse resuelto en la mitad de tiempo. Las transiciones no son capaces de crear una narrativa emocional coherente y cada canción parece una colección de ideas fragmentadas, donde el intento de crear una atmósfera de melancolía se convierte en un ejercicio del todo tedioso, donde los matices que alguna vez definieron la música de Swallow the Sun se pierden en un mar de buenas intenciones. Otra asignatura en la que aprueban por los pelos son las letras. Mientras que en trabajos anteriores, logran fusionar poesía y música de manera magistral, aquí las letras carecen de la profundidad y la resonancia que uno esperaría. En lugar de las evocadoras imágenes que caracterizaban sus versos, encontramos una serie de clichés que no logran evocar la angustia o la tristeza de manera efectiva. Frases repetidas una y mil veces hasta la extenuación, repletas de esos tópicos que intentan capturar la esencia del dolor pero parecen vacías, como si se hubieran escrito en un intento por cumplir con una fórmula, en lugar de realmente expresar emociones genuinas. 

Dicho esto, también hay buenos momentos, como la mencionada “November Dust” o la preciosa “Charcoal Sky” (sonando como dignos herederos de Amorphis), una de las mejores interpretaciones de Mikko, y esa final “Shining” que, aunque hubiese agradecido ese poco de contención que escribía líneas más arriba, figuran entre lo mejor de un álbum que me sorprende por la calidad de los finlandeses y el contraste entre las mejores canciones y otras menores como “Tonight Pain Believes” (un título que da tanta vergüenza ajena como su letra) o “Velvet Chains”, que podría haber firmado HIM. Un álbum decepcionante si tenemos en cuenta que estos finlandeses son los mismos de "New Moon" (2009) o "Songs From the North I, II & III" (2015), siendo este álbum que nos ocupa el claro ejemplo de la evolución mal entendida.

© 2024 Conde Draco
 

Crítica: Jerry Cantrell “I Want Blood”

Siempre he creído que Jerry Cantrell es uno de los mejores compositores de los noventa, pero tiene la desgracia de haber competido en una liga demasiado mediática, con otros autores que, comercialmente, han tenido más impacto en toda una generación. Sin embargo, pensar en aquella década es hacerlo en muchos de los himnos que compuso con Alice In Chains. Ahora, regresa con "I Want Blood" (2024), su cuarto álbum en solitario, despertando mucha expectación, tras la escucha de singles como “Vilified” y un álbum acústico, “Brighten” (2021) que, por mucho que nos empeñemos, no colmó las expectativas, mientras que con tan sólo el single de este “I Want Blood” (2024), muchos han creído ver la dignísima continuación de "Boggy Depot" (1998) y los brillantes "Degradation Trip" (2022). Sin embargo, "I Want Blood" (2024) ofrece un recorrido que, aunque presenta los lógicos destellos de genialidad y momentos de profunda introspección, también revela una sensación de conservadurismo creativo. 

Es verdad que la pesadez en la rítmica está presente desde su apertura, que “Vilified”, como el resto del álbum, hace gala de esa honestidad compositiva tan característica suya y las letras navegan en la pérdida, la lucha y la redención, algo que escuchamos en canciones como “Echoes Of Laughter” (quizá la más emotiva, pareciendo hablar sobre la pérdida de amigos y la eterna lucha por encontrar su propio lugar) y “Let It Lie” o las crudísimas guitarras de “Off The Rails”, acompañadas de esas dobles voces tan característica de Alice In Chains, sin embargo, esas mismas señas de identidad que a cualquier seguidor nos hace sentir como en casa, también conllevan un sentimiento de contención, dando la sensación de que tras “Brighten” (2021) y mientras su banda descansa y cuece a fuego lento su nuevo álbum, Cantrell estuviera más preocupado por sonar como él mismo, rendir homenaje a glorias pasadas en lugar de arriesgarse a explorar nuevos caminos. Por ejemplo, “Let It Lie”, pese a su extraordinario sonido, en cuanto a las letras se siente como todo un cliché, rozando lo más infantil, y eso viniendo de un compositor como Cantrell sólo puede significar que ha puesto la directa, una eterna repetición en los temas que rondan las letras de “I Want Blood” (2024), en el que la voz de Cantrell, sin embargo, resuena emotiva.

La producción del álbum es impecable, canciones como "Throw Me A Line" resaltan frente a otras más fáciles como “Afterglow” o “Held Your Tongue” y el regusto a Blue Oyster Cült, o la final “It Comes”, que confirman que Cantrell, tras el último disco acústico, parece haber querido volver al negro y esas reminiscencias a la banda que pertenece, pero con un hard rock moderado, sazonado con riffs más pesados en un álbum que, pese a ello, no termina de estallar, dejándonos con ganas de más, de esa explosión visceral o descenso a los infiernos de los volúmenes de "Degradation Trip" (2022). Con todo, aunque no cuaje del todo, "I Want Blood" (2024) es un buen álbum que demuestra la habilidad de un gran compositor, todavía capaz de emocionar, aunque sea a en algunas canciones, mientras seguimos a la espera de su regreso con DuVall, Kinney e Inez...

© 2024 Conde Draco

Crítica: Ensiferum “Winter Storm”

El nuevo álbum de Ensiferum, “Winter Storm” (2024), es una auténtica tormenta emocional y musical que nos invita a sumergirnos en un paisaje helado, donde la épica se mezcla con el dolor, la resistencia y la esperanza. También es verdad que no llega a las alturas de “Thalassic” (2020) pero no deja de ser una colección de canciones que podría servir de banda sonora para viajar a través de un invierno eterno, donde cada nota resuena con una carga emocional abrumadora y cada letra se siente como una súplica lanzada al viento gélido. Desde el primer segundo, la apertura de “Aurora” nos arrastra hacia la inmensidad blanca y desoladora de una tormenta invernal. Esta breve, pero desgarradora, instrumental de poco más de un minuto nos introduce en la atmósfera perfecta: un preludio casi cinematográfico, lleno de épica, como si observáramos un paisaje solitario y cómo las primeras ráfagas de nieve cubren la tierra. La melodía, etérea y casi fantasmal, establece el tono de lo que está por venir, creando una expectativa dolorosa, como si el invierno mismo tuviera una historia que contar y la naturaleza gélida de este intro fuese una llamada para enfrentarnos las tempestades personales, y la soledad del invierno fuese un reflejo de las batallas internas de cada uno de nosotros.

Así, “Winter Storm Vigilantes” estalla con una energía arrolladora. La guitarra de Toivonen es como el viento cortante, llevando consigo el espíritu guerrero que ha sido el sello de Ensiferum desde sus comienzos, esto sumado al ritmo vertiginoso de Janne y los coros épicos parece lograr que los corazones latan al compás de una batalla inminente. Pero lo que hace que esta canción destaque no es solo la ferocidad de su ejecución, sino la sensación de lucha constante, no solo contra enemigos externos, sino también contra uno mismo, contra el tiempo y el frío implacable de la vida, cuando tenemos que entender que los "vigilantes" de la tormenta que narran Ensiferum no son solo guerreros, sino almas que se niegan a sucumbir a la desesperación. Pero es con “Long Cold Winter of Sorrow and Strife” donde Ensiferum nos alcanza de lleno. Esta pieza monumental de casi siete minutazos es el auténtico corazón del disco, una epopeya sonora que mezcla melancolía y la rabia. Las voces guturales de Petri Lindroos suenan como gritos desde lo más profundo de un bosque cubierto de nieve, clamando por una liberación que parece inalcanzable y el invierno interminable como reflejo de las largas temporadas de dolor que todos atravesamos en la vida, esos momentos donde la luz parece extinguirse por completo. Sin embargo, entre las líneas de tristeza, hay un hálito de esperanza cuando las armonías de guitarra entrelazadas, con la firma inconfundible de Ensiferum actúan como todo un bálsamo, recordándonos que incluso en el invierno más largo, siempre hay una chispa que nos mantiene con vida, eso sumado a la progresión de acordes logra que la canción se sienta como una montaña rusa emocional, que nos eleva y deja caer con una maestría que pocas bandas del palo de Ensiferum pueden igualar. Al César, lo que es del César.

“Fatherland” nos transporta a un territorio aún más introspectivo. La palabra "padre" aquí no solo evoca una tierra ancestral, sino también la idea de herencia sentimiental y emocional, lo que se nos ha transmitido a través de generaciones, como una oda a la lucha por mantener nuestras raíces y no perderse en el vendaval del tiempo. Con un ritmo más pausado, casi meditativo, la canción permite que el oyente respire, pero también nos envuelve en una capa de nostalgia y anhelo. Hay un eco de historias no contadas, de héroes olvidados y de sacrificios silenciosos. El nyckelharpa y el violín, cortesía de Lassi Logrén, añaden una nota folk profunda, como si estuviéramos escuchando antiguas canciones transmitidas en medio de una hoguera durante la noche más fría del año. “Scars in My Heart”, con la participación vocal de Madeleine Liljestam, es un canto a las cicatrices del alma, esas que llevamos ocultas pero que moldean quienes somos. Su voz angelical contrasta de manera exquisita con la agresividad de los riffs y las voces de Lindroos, creando un paisaje sonoro que es tan etéreo como brutal, representando a la perfección el dolor y la belleza, explorando la vulnerabilidad; Liljestam no es solo una invitada en esta pista, sino que su presencia eleva la canción a un nivel más íntimo. Cada palabra se siente como una confesión, y es imposible no sentirse identificado con la tristeza y el anhelo que emana de su interpretación. “Resistentia” parte el álbum y “The Howl” y “From Order to Chaos”, Ensiferum recuperan su faceta más épica y vertiginosa, canciones que recuerdan a los viejos tiempos de la banda, llenas de furia y esos coros épicos, que parecen convocar a las hordas a la batalla. Pero lo que realmente resalta es la habilidad de la Ensiferum para alternar entre la brutalidad y la melodía sin perder un ápice de intensidad. La batería de Janne resulta implacable junto al bajo de Sami, marcando un ritmo que parece emular el caos mismo del que hablan las letras. 

El álbum cierra con “Victorious”, una declaración de triunfo a pesar de todas las adversidades. Si hay algo que “Winter Storm” (2024) nos enseña, es que las tormentas no duran para siempre. “Victorious” es la culminación de esta travesía emocional, un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la victoria puede estar al alcance, si estamos dispuestos a no sucumbir a ella, resultando imposible no sentir una mezcla de orgullo y esperanza al escuchar esta pista final, con sus grandiosos coros y energía imparable. Dando la sensación de que Ensiferum han creado una obra que no solo es un homenaje a la resistencia vital de cada uno de nosotros, sino también a la capacidad de encontrar belleza en el sufrimiento. Un testamento de la dualidad de la vida: frío y calor, lucha y paz, dolor y esperanza. Ensiferum han logrado capturar en este álbum una tormenta emocional, en la que cada canción es una batalla ganada y, al final del disco, nos sentimos también victoriosos, habiendo sobrevivido a esta intensa tormenta musical, encontrando el paralelo en nuestras vidas.

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