Déjenme que haga una crítica mucho más personal de “The Harmony Codex” porque, al final, quien acude a este blog tras casi quince años de escritos tan personales (algunos tan malos como divertidos y otros tan estupendos como particulares) busca ese sentimiento, más allá de una crítica escrita para pasar al siguiente disco, redactada sin alma por una persona que ha escuchado el álbum mientras escribía pensando en las visitas o ‘vetetúasaberqué’ y a mí todo eso, plin. Quizá porque tras más de treinta y cinco años escuchando música de manera consciente (ya que en mi casa se escuchaba literalmente de todo -insisto, de todo- cuando era crío, formándome un gusto de lo más heterogéneo contra mi voluntad, hasta tomar las riendas de lo que alimentaba mis propios oídos), he llegado a muchas conclusiones en cuanto a la música, pero una en particular: y es que conocer a los seguidores ha arruinado siempre e invariablemente mi experiencia. Siempre.
Desde aquella chica que aseguraba amar a Black Sabbath por su rubio guitarrista, aquel otro que medía la importancia y trascendencia de la música de una u otra banda en función de sus seguidores en redes sociales, ese otro que era capaz de escuchar la discografía íntegra de Yes o Rush en un fin de semana y creerse investido por la suficiente gracia para hablar de Squier o Peart, ese que también aseguraba que el bajo fretless de Myung trasteaba en la gira de presentación de “A Dramatic Turn of Events” (2011) en Madrid, esos que enmascaran no saber de música asegurando que el sonido de tal o cual concierto “era una pelota”, los que creen que la vida empieza y acaba con Springsteen, no escuchando nada más, creen encontrar frases ocultas en “Zoo Station”, orgasman con Mikael Åkerfeldt, levitaban con los difuntos Anathema, esos que acuden a los conciertos de Coldplay como polillas a la luz o, por último y lo que nos atañe, han elevado a Steven Wilson a una liga que no le corresponde. ¿Dónde están ahora esos que aseguraban que “Hand. Cannot. Erase.” (2015) era el “The Dark Side Of The Moon” (1973) de nuestra generación? Imagino que escondidos de la luz del sol ya que no han vuelto a escuchar aquel disco y no saben cómo justificarse o, mucho peor, siguen ejerciendo de periodistas musicales frustrados en la soledad de sus dormitorios, frente a la tecla.
Pero lo que me ha hecho escribir tan tarde sobre “The Harmony Codex” fue darme cuenta del hype silencioso de sus seguidores cuando uno de mis colegas me preguntaba si lo había escuchado; ¿y a ti qué te ha parecido? Su respuesta fue aún más intrigante; “Estoy esperando a ver qué dice la peña” No me jodas, querido, si a estas alturas de la vida eres incapaz de escuchar un álbum y saber si te gusta o no, tenemos un problema o, mucho peor, eres presa del hype y si este es encumbrando, te lo tragarás, si no lo es, dirás que te ha dejado tibio como si supieses de algo para lo que no hay que saber, sólo sentir. Es mucho más sencillo. ¿Te gusta a ti?
“The Harmony Codex” me gusta, lo he disfrutado de cabo a rabo, pero eso no quiere decir que te vaya a gustar a ti también. Si lo que esperas es un disco de Porcupine Tree, vas mal, pero si esperas "The Raven that Refused to Sing (and other stories)" (2013) también va a salir trasquilado, porque entiendo que este nuevo álbum no pretende marcar un antes o un después, captar a nuevos seguidores o ese forzadísimo encumbramiento por el cual nadie que escriba sobre Steven Wilson pueda evitar la palabra “genio” cuando el tipo del que escribe lleva gafas de pasta, parece inteligente, toca el piano y parece aún más listo y cool cuando habla de King Crimson o progresivo de los setenta. No, no, nada de eso, “The Harmony Codex” podrá gustarte -como es mi caso- pero también repelerte y estará igual de bien, nadie va a poder quitarte el carnet de “intensito” o seguidor más leal de Wilson, puede que “The Harmony Codex” haya llegado a la vida de su creador cuando debía, pero no a la tuya, que estás en otro momento vital. Respira hondo y sé generoso contigo mismo.
¿Por qué me ha gustado? La producción me parece impecable y gana en un buen equipo de música, es un disco que hay que escuchar e invertir el tiempo en él: no vale que lo tengas puesto de fondo mientras pasas la aspiradora y scrolleas en Instagram como un chimpancé, o envías fotos en bragas a tu ex, “Inclination” es una canción de siete minutos que, aunque no deja de ser un collage o pastiche de lo más forzado, contiene partes que se conectan e interrumpen el ritmo para introducir las estrofas a piano, pero hay ecos kraut y jazz, es compleja en su intención y Wilson sale victorioso, por lo que debes esforzarte para escucharle y no oírla, debes concederle siete minutos de tu tiempo, a solas, sin hacer nada más que disfrutarla y llegar hasta la parte final electrónica y su serpenteante guitarra, más propia de Vai que de Wilson. Por eso no me sorprende que “What Life Brings” fuese single y sea de las más escuchadas, es completamente lo opuesto: tres minutos de regusto inglés, medio tiempo, acústicas y piano, melodía ensoñadora y un solo de guitarra que nos lleva volando a la melancolía de “Animals” (1977) pero, lógicamente, con moderada desesperanza, nada de lo que firmaron los Floyd en su pesimista visión orwelliana (uno de mis discos favoritos, con la firma estampada de Waters en mi haber y con el pleno deseo de mi incineración junto a él).
Sin embargo, “The Harmony Codex” también se da de bruces con canciones como "Economies Of Scale" (sólo Wilson podría utilizar un título tan pedante para una canción, admítelo) en un intento de trip hop que lleva al clímax con “Actual Brutal Facts” por el que debería pagarle créditos a Tricky cuando resulta un auténtico calco del estilo de lo que hacía Adrian en los noventa. Los diez minutos de “Impossible Tightrope” me parecen soberbios, escucharla es hacerse a ella y amarla: desde los encabritados saxos, propios de Bill Pullman en Carretera Perdida (1997), los vaporosos coros o los pulsos nerviosos de las guitarras y la sensación de estar escuchando una jam hasta el último segundo, hasta el descanso con “Rock Bottom” y la voz de Ninet Tayeb. “Beautiful Scarecrow” me parece una manera inteligente de abrir la segunda cara del álbum, pero sólo eso, su electrónica nos llevará a la homónima, “The Harmony Codex”, que sí habría agradecido de un poco de contención en su duración, a pesar del magnífico final evocando a Vangelis y Tangerine Dream, mientras que “Time Is Running Out”, a pesar de su facilidad y guitarra, no es de las mejores del conjunto cuando convive con un final como “Staircase” que, de nuevo, me parece magnífica por cómo nos lleva en su viaje y contiene todo lo que hace grande a “The Harmony Codex”, además de poseer una de las guitarras más expresivas de todo lo que ha grabado Steven Wilson (02:07) y ese sonido tan cremoso, con poquita ganancia, pero lleno de intención.
En definitiva, un buen disco, notable, que demuestra que el talento de Wilson va muy por delante del conocimiento y de las ganas de la mayoría de gente que se cree especial por escucharle. Lo que arruina la escucha de “The Harmony Codex” son las prisas, el no saber, el querer aparentar y no llegar a ningún lado. Escúchalo sin prejuicios, disfruta del viaje, disfruta de la música y olvídate del resto; cierra el ordenador, olvídate de esta crítica y vuelve a escucharlo, disfruta, disfruta, disfruta y disfruta. Es sólo eso.
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