Tsjuder quizá sean la banda menos conocida de esa mal denominada segunda ola que surgió como respuesta a todas las influencias que conformaron el subgénero, pero también una de las menos conocidas por el gran público. ¿Cómo es posible que los creadores de un álbum como "Desert Northern Hell" (2004) no gocen de una mayor popularidad? Quizá su incapacidad de grabar por grabar, habiendo únicamente registrado seis discos desde su formación en 1993, formando el grueso de su discografía un mar de EPs y demos, o su negativa a subirse al carro de la popularidad que atravesó el black hace unos años, son la clave para entender por qué se les escapa un mayor reconocimiento y, sin embargo, no hay aficionado al paladar más extremos que no conozca a los noruegos y su calidad. A sumar al mencionado, “Desert Northern Hell” (2004), "Kill For Satan" (2000), "Demonic Possession" (2002), "Legion Helvete" (2011) o "Antiliv" (2015), son joyas que no pueden faltar en una colección que presuma de amar el sonido más afilado y gélido del norte de Europa. Y, la verdad, es que tras "Antiliv" (2015) y sus ocho años, la espera se estaba haciendo eterna, ante la posibilidad de que los nórdicos repitiesen jugada y grabasen una obra a la altura de sus predecesores, siendo “Helvegr” (2023) el álbum que ha visto la luz este mismo verano; una obra que dista de mi favorito "Desert Northern Hell" (2004), pero con más calado que "Antiliv" (2015) e incluso su debut "Kill For Satan" (2000). Un álbum notable, con la portada de Jonas Svensson y la producción de Pål Emanuelsen (ex Tsjuder) que además de ayudar tras los controles, parece dar su beneplácito a Draugluin y Nag.
Iron Beast abre las puertas al inframundo con la misma mala leche y fiereza de siempre, mientras que Prestehammeren, Chaos FIend o Gods Of Black Blood son, posiblemente, de lo mejor que la banda ha grabado en años. Prestehammeren es la clara constatación de que Tsjuder siguen siendo un auténtico valor activo del black noruego, una canción que bascula entre el black metal de manual y el thrash más atropellado, como Chaos Fiend recordará a los Satyricon más jóvenes y Gods Of Black Blood, con la ayuda de Seidemann (1349, Mortem), a Mayhem, pero pasados por la túrmix de la más auténtica oscuridad y rapidez, como si Tsjuder hubiesen bebido de la fuente de la juventud y su música vibrase en la misma onda que todos aquellos grupos de la primera ola (de ahí, mi mención al comienzo de esta crítica) y a la más absoluta negación de la vida del black se sumase la mala ralea y aceleración más callejera y cortante del speed y thrash de los ochenta. La senda de las grandes influencias sigue guiando a Tsjuder de la mano con Surtr y Dissection, como Pål Emanuelsen abandonará la cabina de producción para tocar la guitarra en Gamle-Erik y desatar el auténtico caos.
Helvegr nos sumerge en esa gruta, herida abierta en la tierra, penetrando en las profundidades de un abismo negro como la noche, un último as bajo la manga antes de que Faenskap og død haga perder altura al álbum; posee un gran riff y la entrega está a la altura, pero la composición no va a ningún sitio, igual que la outro Hvit død, dando la sensación de que “Helvegr” podría haber sido un álbum mucho más breve, quizá un EP más contundente, y estas dos canciones que despiden el disco son tan sólo sobrantes. Pese a ello, “Helvegr” es uno de esos discos que, como buen amante del black, disfruto escuchando por la calidad que irradia y la seguridad que Nag y Draugluin proporcionan cuando todavía, a día de hoy, han sido incapaces de grabar un mal álbum o uno que se aleje de los férreos cánones de su propuesta. Un inmenso gusto.
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