Recuerdo la primera vez que vi en directo a Legion of The Damned y lo mucho que me impresionó su austera puesta en escena y Maurice gruñendo como un poseído, oculto tras su larga melena lacia, parecían venir de otro mundo y he de reconocer que devoraron a la banda principal. Sin embargo, desde entonces, parece que la carrera de la formación ha sido zigzagueante y, a pesar de su enorme calidad, hay momentos en los que parece que han desaparecido de la escena para, poco después, descerrajarte un nuevo álbum y una nueva gira, con su habitual sello de calidad. The Poison Chalice (2023) es la continuación de Slaves Of The Shadow Realm (2019) y se siente igual de sólido, infecto y ponzoñoso que los anteriores (entiéndanse estos adjetivos como algo positivo en el ya de por sí pútrido mundo del death) pero, en mi opinión, mucho más inspirado que el anterior, aunque no llegue al nivel de Sons Of The Jackal pero es, al fin y al cabo, un disco en el que no hay una sola canción que sobre e incluso aquellas menos acertadas siempre son bienvenidas, cogiéndote por el pecho y metiéndote de lleno en las fauces de la maquinaria de Países Bajos. “Saints of Torment” es un auténtico cohete gracias a la mezcla de death con thrash que Legion Of The Damned administran con generosidad, lo mismo que ocurre con “Contamination” en la que el tempo de Erik los acerca peligrosamente, pero con gusto, hacia ese sucísimo thrash, mientras Twan y Fabian escupen riffs uno tras otro. Quizá, "Progressive Destructor" gana en potencia, a lo que hay que sumar el tono desquiciado de Maurice, recordando al mejor Van Drunen de primeros de los noventa.
"Skulls Adorn the Traitor's Gate" es un hachazo gracias a su riff y la maestría de la base rítmica, mientras que “Retaliation” baja el nivel, fundamentalmente porque se siente como puro y duro relleno cuando las cinco anteriores (hasta “Behold The Beyond”) y las cuatro que concluyen el álbum, son especialmente agresivas y suenan más inspiradas que nunca. Por ejemplo, "Savage Intent", al igual que “Chimes of Flagellation”, son canciones que desprenden actitud death y convierten a la banda en una apisonadora, es quizá la segunda la que hace que te reencuentres con ellos, cuando Erik golpea sin tregua y el bajo de Harold cabalga sobre él, desprendiendo ese puntito siniestro y cruel en el que Legion of The Damned saben moverse también.
Pero no todo es el trote death al que nos tienen acostumbrados, “Beheading of the Godhead” es un medio tiempo en el que los neerlandeses se sienten cómodos y, ganando ese puntito de groove, mientras la guitarra nos deleita con su sweep picking, es Maurice el que interpreta con su peculiar tono rasgado, lejos del gutural, para sonar más oscuro que otras bandas del norte de Europa, para saber cerrar con el número perfecto de diez composiciones y la homónima “The Poison Chalice”, dando la sensación de que es un álbum más meditado y trabajado, mejor escrito y compuesto o, por lo menos, con las musas susurrando sobre el hombro de los músicos, firmando su mejor disco desde Feel The Blade (2008), sin entrar en comparaciones con el mencionado Sons Of The Jackal (2007) y Malevolent Rapture (2006) -auténticos hitos de su carrera- pero sí mejor que Slaves of the Shadow Realm (2019), Ravenous Plague (2014) o los inmediatos anteriores, lo que no quiere decir que estos hayan sido mediocres porque estamos refiriéndonos a una carrera sólida y casi sin fisuras.
Por lo pronto, Legion Of The Damned han vuelto a la vida, huele a tierra húmeda y los cuervos graznan de nuevo, la carretera les espera y los mejores festivales del mundo, además de salas repletas de seguidores que echábamos de menos su brutalísima propuesta. The Poison Chalice (2023) quizá no sea perfecto, pero es un álbum notable que los devuelve a la palestra y eso siempre es digno de celebración.
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