Parece mentira pero, a veces, uno se encuentra en una situación que nunca antes habría siquiera imaginado, tras ser testigo de la gira de “All Shall Fall” (2009), devoré con fruición cualquier rastro de Immortal, hasta lograr hacerme con el santo grial de la primera edición noruega en vinilo de “Blizzard Beasts” (1997), rescatada de las entrañas de la mismísima Helvete. Si, en aquellos momentos, alguien me hubiese dicho que recibiría el promo del nuevo álbum de Immortal y, tras escucharlo, no correría presto a escribir mi opinión, pensaría que se trata de una broma pesada. Pero es que, tras escuchar “War Against All”, he sentido que no quería volver a escucharlo y, mucho menos, escribir sobre él. Recuerdo perfectamente que cuando ocurría el cisma entre Abbath y Demonaz, tras la incertidumbre, entendí que los principales beneficiados éramos los seguidores; por un lado, teníamos a Abbath debutando dignamente en solitario y a Demonaz publicando “Northern Chaos Gods” (2018), dando la sensación de que los amantes de Blashyrkh tendríamos cuerda para rato. ¡No podía estar más equivocado! Lo de Abbath fue un espejismo con su primer álbum, “Outstrider” (2019) repetía la jugada pero nos mostraba a un artista completamente fuera de sí en directo, víctima de sus adicciones, mientras que “Dread Reaver” (2022) bajaba tanto el nivel que parecía imposible estar hablando del mismísimo Olve Eikemo. Y lo mismo ocurría con “Northern Chaos Gods” (2018), un buen álbum, correcto, efectivo y frío como el invierno en Noruega, pero alejado de la intranquila sensación de las afiladas guitarras de los mejores Immortal. Con todo, nada hacía presagiar que Harald Nævdal, tras desechar de nuevo cualquier idea de reconciliación, firmaría un álbum tan horrible como el que nos ocupa, “War Against All” (2023).
Resulta del todo imposible apuntar a un único problema en un disco en el que tan sólo la inicial, "War Against All", soporta repetidas escuchas, más cuando nos damos cuenta de que, si bien funciona, es una constante repetición e incluye uno de los solos más chapuceros, atropellados y poco armónicos de la historia del black metal y eso es decir mucho. "Wargod" da la sensación de ser un borrador que ni el propio Demonaz sabe cuándo concluir y, a excepción del cambio de tempo tras el minuto inicial, es una composición que pasa sin pena ni gloria. El trémolo de “No Sun” y su riff auguran una buena canción de metal que pronto se convierte en un cliché, con una producción plana y tediosa, con Demonaz a cargo de los mandos y todos los instrumentos de todas las composiciones del álbum. Exagerado es el cansancio en las fórmulas que trasmite “Return To Cold”, aburridísima a lo largo de sus casi cuatro minutos, cuando debería sonar efervescente y cargada de épica, haciéndote creer que "Nordlandihr" es bastante mejor de lo que es; quizá porque en ella, Demonaz, deja de jugar a ser Immortal y se sale por la escuadra, consiguiendo una canción de metal alejada del reino helado que les llevó a la fama y se empeña en reivindicar en la pretenciosa “Immortal” (como si con ella sintetizase la dilatada carrera de la banda) o la enésima evocación del mundo inventado, "Blashyrkh My Throne" en la que, por chocante que pueda parecer, por primera vez deseo que no lo vuelvan a mentar o usar como inspiración de ninguna nueva canción que aguarde en el horno.
No es el peor disco que he escuchado pero sí el menos excitante y el menos agraciado de toda la discografía de Immortal. Desconozco si Demonaz enterrará, de una vez por todas, el mítico nombre de una formación auténticamente seminal o si hará lo propio con el hacha de guerra y volverá a hablarse con Abbath, pero si esto es lo que nos depara el futuro de Immortal, mejor dejarlo en el recuerdo y disfrutar de “Battles in the North” (1995), una vez más.
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