Cuando escuché “Dealing with Demons, Volume I” (2020) intenté entender un período de zozobra personal como el verdadero desencadenante de la pérdida de rumbo de DevilDriver y cómo un artista como Dez Fafara no podía darse cuenta de que, desde “Winter Kills” (2013) e incluso “Beast” (2011), su proyecto no terminaba de cuajar o evolucionar en la dirección correcta. Si “Trust No One” (2016) resultaba tan adolescente y poco original que echaba para atrás, la publicación de “Outlaws 'Til the End, Vol. I” (2018) era la constatación de que las cosas no marchaban bien y la amenaza de una segunda parte resultaba un auténtico martirio que palidece frente a “Dealing with Demons, Volume I” (2020) y, el disco que ahora nos ocupa, “Dealing with Demons, Volume II” (2023), ¿era necesario administrar con tan poca contención dos discos en tu peor momento? Para colmo, las cosas han cambiado en el seno de la banda, ha regresado Jon Miller al bajo, mientras que Alex Lee y Davier Pérez han tomado posesión de guitarra rítmica y batería respectivamente, encontrándonos a una banda en la cual únicamente Fafara y Spreitzer permanecen, ¿qué está pasando en DevilDriver para semejantes cambios en la época más floja de su carrera? Da la sensación de que la inestabilidad se ha instalado en el seno de la banda, desde la creatividad y la falta de ideas, hasta la naturaleza de DevilDriver y el constante cambio de músicos.
Pero, ¿qué es lo que hace que “Dealing with Demons, Volume II” (2023) sea un mal disco? Las canciones suenan planas, no hay nivel compositivo que las haga brillar con luz propia, no hay un solo estribillo que las justifique, un puente repleto de emoción o un solo que nos haga saltar de nuestro asiento, los aciertos son pocos y con cuentagotas y, cuando surgen, son caminos ya recorridos por la banda; los riffs suenan igual que otros, no hay efervescencia alguna, la ejecución es correcta y contundente pero tampoco tiene el músculo de otras grandes bandas de groove, las letras recurren al tópico por antonomasia y la voz de Fafara se siente desgastada, sin la fuerza de antaño: no se trata de que cante como cuando tenía veinte o treinta años, sino que haya aprendido otra serie de recursos que hagan que su voz resulte. ¿Todavía te queda alguna duda de por qué “Dealing with Demons, Volume II” no llega al nivel de “Beast”, por ejemplo?
“I Have No Pity” es el ejemplo magífico de todo lo escrito anteriormente, una canción aburrida y básica (que, para colmo, acaba en un “fade out”) y, con todo, junto a “Mantra”, son de lo mejor de un álbum que recurre a ellas para abrirse, como tabla de salvación. Otra dupla verdaderamente tediosa es la formada por “Nothing Lasts Forever” e “If Blood is Life”, en la que DevilDriver parecen perder, para colmo, su propia identidad y además de los innecesarios armónicos en su estilo, adoptar las formas del melodeath sueco. Como también ocurre con “Through the Depths,” en la que DevilDriver, a fuerza de copiar, parecen haber parido un nuevo subgénero que es el del black mezclado con el groove, tan absurdo como para diluirse tras el trémolo de la guitarra inicial, o la sensación de estar escuchando una banda industrial segundona de mediados de los noventa al inicio de “Bloodbath” para ir perdiendo fuelle tras los primeros compases, por no hablar de “It’s A Hard Truth” y la sensación de estar escuchando un pastiche repleto de ideas pero en el que no vale ninguna. “Summoning” se convierte en un medio tiempo con bastante poca ventura cuando se siente tan predecible que su escucha no aporta ninguna emoción y la aburridísima “This Relationship, Broken” parece ser la única acertada y visionaria composición de “Dealing with Demons, Volume II”.
Todavía estarán aquellos que aseguren que este álbum suena bien, que las canciones no están tan mal, que DevilDriver siguen partiéndolo en directo, pero la sensación que tengo es la de que, con cada lanzamiento, no han hecho más que perder credibilidad, Fafara lo sabe y por eso resucita a Coal Chamber (también innecesario), y la banda es al groove lo que Nickelback al rollito alternativo. En definitiva, un horrendo desbarajuste, imposible de justificar y, por supuesto, disfrutar.
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