No me gustan nada los discos, las obras, postragedia. Me explico, cuantos más años cumplo, menos me impresionan y erotizan los dramones que, supuestamente, marcan para siempre la historia de los artistas y los veo, como lo que son, desgracias vulgares y corrientes que los aficionados solemos teñir de un halo legendario, y el mundo del rock es un terreno fértil para este tipo de relatos. En el caso de Riverside, sufrí el disco postragedia, “Wasteland” (2018), por el que recibimos más de una crítica negativa, además de la cabeza de un caballo bajo nuestras sábanas. ¿Era un mal álbum? En absoluto, además de tres estrellas, les disfrutamos en directo como se merecen pero, a la hora de la verdad, volvía a "Anno Domini High Definition" (2009) y nunca a su último esfuerzo. Mi problema con aquel disco quizá fue el aire solemne que le concedían sus seguidores; era un álbum que, a pesar de faltarle tiempo de cocción, debía gustar sí o sí, debía ser dramático, toda una declaración de intenciones, un homenaje, un retrato dramático de lo vivido con el tristemente desaparecido Piotr Grudziński y, por mucho que algunos se empeñasen, no lo era. ¿Había buenas ideas? Sí, por supuesto, pero otras tan vistas, recursos tan manidos y la sensación de haberse metido en el estudio a toda prisa que, en mi más que modesta y humilde opinión, Riverside -a pesar de todo su talento- no terminaban de convencer. ¿Se puede escribir algo así, verdad?
Y es que, “ID.Entity”, sin ser su mejor disco sí que transmite esa sensación de vivir, de banda que está luchando por seguir adelante y, sin olvidar, se resiste a hacerlo de la melancolía. “Friend or Foe?” es vibrante con Michał Łapaj magnífico y Mariusz Duda comiéndose la canción, un puente estupendo que conduce a un estribillo brillante en un álbum en el que, me diga lo que me diga el lector menos avezado, parece estar compuesto desde el bajo, lo que hace que cambie por completo la forma de entender las canciones, de atacarlas y, por supuesto, sonar. Hay una mayor concesión al ritmo, más que a las atmósferas y cuando estás relampaguean no es por las guitarras de Meller sino por el teclado de Łapaj. El groove de “Landmine Blast” y cómo Meller se suma, tienen más riesgo que todo “Wasteland”, a lo que se suma la interpretación vocal de Duda, como “Big Tech Brother”, de verdad, ¿puede haber alguien que me diga que la síncopa crimsoniana de esta canción no merece más la pena que todo el disco anterior? Riverside miran a los grandes, de tú a tú, faltándoles tan sólo un saxo desbocado. Me parece sobresaliente, al igual que “Post-Truth” y los staccato de Łapaj.
“The Place Where I Belong”, aunque valiente con el esfuerzo de Duda, no me termina de convencer, el problema no son sus trece minutos sino su comienzo titubeante, y un puente en el minuto seis que son un auténtico interruptus en un disco con un músculo como el del bajo inyectando sangre. Y así ocurre, “I’m Done With You” vuelve a hacernos vibrar, no es su toque oriental sino el intento por desmarcarse y salir de su zona de confort pero tampoco es la mejor canción de “ID.Entity” y eso no ayuda a la nota global porque, además, las estrofas la frenan y aunque lo solucionan, hasta la final “Self-Aware” no recuperan el pulso que habían sabido imprimir hasta “The Place Where I Belong, dando la sensación de que las siete canciones que componen el álbum, hay dos mitades claramente delimitadas, pareciéndome infinitamente más atrevida la primera. “Self-Aware” no es mala tampoco, pero carece de riesgo y cierra el álbum sin ese sentimiento con el que Duda, Kozieradzki, Łapaj y Meller habían sabido arrancarnos una sonrisa en “Friend or Foe?”. Hay grandísimas ideas, recuerdos de King Crimson y hasta de Rush, buenas intenciones por parte de Riverside y, aunque no sepan mantener el ritmo (nunca mejor dicho), me resulta infinitamente más entretenido que “Wasteland” que, por irónico que parezca, sí parece que fue un auténtico punto de inflexión. Hay vida, claro que la hay…
© 2023 Jack Ermeister