No sé qué resulta más absurdo; si que en pleno 2022, The Cult sigan en activo en semejante estado de forma, que graben discos de altura o que no reciban mayor reconocimiento. "Under the Midnight Sun" es el quinto trabajo desde que decidieron regresar con "Beyond Good and Evil" (2001) y, a excepción de “Hidden city” (2016), un álbum también notable pero que palidece tras "Choice of Weapon" (2012), Astbury y Duffy han sido incapaces -literalmente incapaces- de grabar un mal disco. Junto a Tempesta, Fox y Jones, “Under The Midnight Sun” puede presumir de un sonido sólido y maduro, clásico de The Cult, con una fortísima base rítmica, los agrestes guitarrazos de Duffy y el misticismo de Ian Astbury. Pero quizá, lo que hace más grande a “Under The Midnight Sun” es todo aquello que no se puede contar, pero te hace sentir; sus canciones son rock grueso y sin fisuras que evocan la aridez del desierto pero cuyos arreglos de cuerda te llevan a otra dimensión, como si Astbury hubiese sintetizado a la perfección su propia personalidad con su aventura con Krieger y Manzarek y la música de The Cult se hubiese beneficiado de ello, mientras Duffy adorna aquí y allá las composiciones, hay ecos de los ochenta pero no los suficientes para que resulten cargantes; “Mirror” posee peso, la atmósfera parece subir su presión hasta que entra la voz de Astbury y encontramos su clásica forma de recitar. Un buen puente y al estribillo, repleto de intensidad. Si venías buscando la inmediatez de discos como "Love" (1985), "Electric" (1987) o "Sonic Temple" (1989), quizá no encuentres el goticismo mezclado con el hard rock de aquellos, pero sí toda la emoción de una banda que parece haber ido ganándola con cada año de gira a sus espaldas.
“A Cut Inside” suena repleta de graves, Astbury asegura que si fuese por Duffy grabarían una y otra vez “Sonic Temple” y no sé si es por él que The Cult se internan en la sensación chamánica de ese rock atemporal que parece que va a estallarte en la cara en cualquier momento, pero “A Cut Inside” es violenta sin resultar agresiva o veloz, es tan elegante como robusta. “Vendetta X” suena magnífica, como uno esperaría que The Cult sonasen en el nuevo milenio, quizá uno de los singles más obvios gracias a su producción y dobles voces, además de los arreglos sobre la base rítmica. A veces, tengo la sensación de que, si esto lo firmasen cuatro chavales de veinte años, la prensa internacional se desharía en elogios, pero son unos veteranos los que siguen grabando material de calidad tras casi cuarenta años y eso no vende tanto. “Give Me Mercy” suena oscura y el riff de Duffy se pega como un chicle, tiene un toque gótico propio de los ochenta y un estribillo accesible y sencillo, en un álbum en el que, en lugar de perder fuelle, según avanza la segunda cara, se envalentona y muestra sus mejores números.
“Outer Heaven” inaugura, precisamente, esa segunda tanda, con unos opulentos arreglos orquestales que elevan aún más la voz de Astbury, mientras “Knife Through Butterfly Heart” rompe por completo el ambiente del disco y es aquí donde, justamente, la voz de Astbury parece heredar lo mejor de Morrison, pero también de Lanegan; tu me entiendes, ese tipo de voces con profundidad pero también con magnetismo y magia, que parecen invocar espíritus y levantar mareas, atraer lluvias e hipnotizar áspides. “Impermanence” vuelve a subir la intensidad, esa que ya no nos abandonará cuando The Cult se empeñan en despedir su último disco con la homónima “Under The Midnight Sun” y brillar por todo lo alto, bajo el sol de medianoche, evocando también a Scott Walker, con unos arreglos de cuerda preciosos y la misteriosa sensación de estar escuchándola, en verdad, sobre una duna bajo el sol de medianoche. Desconozco cuántos discos más publicarán The Cult, cuántas giras podremos ver, cómo de imprevisible será Astbury la próxima vez que se suba sobre un escenario, pero lo que sí sé es que cada uno de los discos que publican siguen valiendo su peso en oro, dando la sensación de que están muy por encima de cualquier banda de su generación. Tocados por la gracia, desde luego…
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