SETLIST: Ghost of Perdition/ Demon of the Fall/ Eternal Rains Will Come/ Under the Weeping Moon/ Windowpane/ Harvest/ Black Rose Immortal/ Burden/ The Moor/ The Devil's Orchard/ Allting tar slut/ Sorceress/ Deliverance/
No exagero si digo que he estado una década escuchando a esa plétora de lloronas que habitan las redes sociales, clamando por una gira peninsular de Opeth por salas para, después, a dos días del concierto, leer al promotor de semejante evento hacer un llamamiento a las salas ante un periplo europeo que ha colgado el consabido “todo vendido” en todas las ciudades por las que ha pasado, a excepción de España, claro. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso es verdad el creciente rumor de que las cifras no engañan y Spotify muestra más seguidores que escuchas? ¿Qué hay un auténtico postureo por fotografiarse con un vinilo por parte de gente que ni siquiera tiene plato? ¿Qué queda muy bien asegurar que escuchas a King Crimson y Opeth, pero luego recurres al negro de Metallica y a System Of A Down en la intimidad de tu habitación? No es algo de lo que sospeche, es que, como cantaba uno de nuestros aragoneses más universales; la apariencia no es sincera. No me creo a casi nadie, ni en redes sociales, ni en persona, porque todo el mundo miente y pueden jurarme y perjurarme que se mueren por ver a Opeth en sala que no acudirán al evento, aunque este se celebre a dos paradas de metro de su casa. En esta ocasión, al césar lo que es del césar, Madness Live está haciendo un magnífico trabajo desde hace muchos años, esforzándose por traer a artistas que, honestamente, si no existieran ellos como promotora, tan sólo nos quedaría soñar con verlos pasar por nuestras ciudades pero nosotros, el público nos merecemos lo que tenemos, a Ticketmaster y a la madre que los parió a todos.
Opeth pasaron por nuestro país presentando “Sorceress” (2016) pero fue en festival y, si tengo que hacer memoria de la vez anterior, es porque fue con “Heritage” (2011) en una sala Penélope (ahora, Mon) en la que no cabía un alma y tampoco faltó algún que otro tímido y bovino abucheo con canciones como "I Feel the Dark", ante el peligro de desgracia de una comunidad de fieles que nos agolpábamos, como podíamos y en absoluto silencio, por ver a los suecos. Empero, fue una buena noche, diferente a la anterior en La Cubierta, cuando cuatro años antes nos visitaban con el Progressive Nation de 2009. Opeth ya eran una leyenda y la oportunidad de verlos en una sala tan diminuta no fue obstáculo para disfrutar de una excelente actuación en unos años turbios para la banda cuando la mitad de sus seguidores clamaban por más guturales, mientras otros abrazábamos de buen grado la nueva orientación de “Heritage”. Tras aquello, once años de sequía en las salas y la inevitable peregrinación a otros países de aquellos que nos resistíamos a ver cómo Opeth no bajaban de Francia. Así, La Riviera, mostraba una excelente entrada, pero a última hora de la noche, ante una legión de seguidores que disfrutamos de cada minuto. Opeth no venían solos, el festín era doble gracias a Voivod que nos aseguraron casi una hora de placer que se inició con “Experiment”. Away y Snake son parte de nuestra adolescencia, pero Mongrain y Laroche cumplen con la misma solvencia que talento, asegurándonos disparos de la talla de “Synchro Anarchy” u “Holographic Thinking”. Disfruté especialmente de “The Prow” o “Fix My Heart”, mientras que decidieron despedir su actuación con una versión de Floyd, “Astronomy Domine” que sonó francamente bien. “Synchro Anarchy” (2022) es un álbum notable que muestra la buena salud de una banda que va a hacer cuatro décadas sobre los escenarios y hemos podido ver hasta tres veces en los últimos seis años (la antepenúltima, acompañando, por cierto, a Lars Göran Petrov en su última visita a nuestro país).
Opeth salieron al escenario y, desde la primera nota de “Ghost of Perdition” se supieron triunfadores; no es que los músicos fuesen a lo fácil o en piloto automático, nada de eso, sino que sonaron magníficos y la comunión con su público (ese que sí asistió) fue sobresaliente desde el comienzo. Con un repertorio no tan obvio como podría parecer, interpretaron la bonita “Demon of the Fall” (de “My Arms, Your Hearse”, 1998) con sus cinco minutos de alternancia entre brutalidad y belleza, seduciéndonos hasta “Eternal Rains Will Come” con la que Mikael Åkerfeldt pareció trazar la carrera de la banda en apenas tres canciones; del éxito más reconocible, a su nueva vena, pasando por el tercer disco de Opeth. “Eternal Rains Will Come” sonó bellísima gracias al buen saber hacer del incorporado Waltteri Väyrynen en su unión con Méndez y las bonitas armonías vocales de la canción.
Pero era el momento de viajar a “Orchid” y la oscuridad de “Under the Weeping Moon” (Fredrik Åkesson es un maestro), diez minutos de violencia que nos recordaron quienes fueron y el porqué de su actual grandeza, de esa libertad por la cual han podido girar el timón de su creatividad a su antojo, además de devolvernos a Åkerfeldt gruñendo como nunca antes, quien quisiera guturales salió más que servido. “Windowpane” es ya un clásico que tiñe de nostalgia y convierte cualquier recinto en algo mucho más íntimo gracias a sus guitarras e introspección de su letra, mientras que “Harvest” arrancó los consabidos suspiros de aquellos que no pudieron más que rendirse y entrar definitivamente en un concierto espectacular que no sólo nos mostraba algunas de las mejores cartas de Opeth sino también una agresividad de la que hacía tiempo que no éramos testigos, como fue el caso de “Black Rose Immortal” (“Morningrise” de 1996) en contraste con la delicadeza de “Burden” o la magnífica “The Moor” “(Still Life” de 1999). Del polémico “Heritage” (2011), uno de mis favoritos pese a los rebuznos de muchos, nos trajeron la crimsoniana “The Devil's Orchard” (eché de menos "I Feel the Dark", qué le voy a hacer, no fue la elegida…) que sonó brillante, haciéndonos entender que todo en su carrera tiene sentido y son diferentes caras de la misma alma creativa, cerrando con “Allting tar slut” (de “In Cauda Venenum”, y quizá no la más apropiada para encarar el cierre), como la homónima de “Sorceress” (2016) en los bises y la inevitable “Deliverance”.
Porque ya no me creo a nadie, es por lo mismo que la opinión de muchos ya no me importa y ni siquiera me molesta en leerla o escucharla (silenciar es el mejor invento del nuevo paradigma), quizá porque tengo otra edad y he aprendido de lo que he escuchado, quizá porque esto es música y es algo completamente visceral para lo que no necesito la validación de nadie, tengo la sensación de que el concierto de Opeth fue maravilloso (como, seguramente, todas las fechas de esta gira) y no hace falta que nadie me lo cuente o recurrir a los mismos estériles debates sobre la banda, los guturales, su carrera, las producciones o los músicos que hacen de Opeth un auténtico gigante pero, tan sólo te puedo decir que anoche Åkerfeldt (sonriente con el público, agradecido de la respuesta y comodísimo) logró lo que sólo él es capaz con su música y es la de hacerte creer que sólo habla para ti. Concierto de cinco estrellas para una gira y unos músicos igual de sobresalientes y, por ende, para un promotor que sigue apostando por traer estas giras contra viento y marea.
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