SETLIST: Alone/ Pictures of You/ Closedown/ A Night Like This/ Lovesong/ And Nothing Is Forever/ Burn/ At Night/ A Fragile Thing/ Charlotte Sometimes/ Push/ Play for Today/ Want / Shake Dog Shake/ From the Edge of the Deep Green Sea/ Endsong/ I Can Never Say Goodbye/ Cold/ Faith/ A Forest/ Lullaby/ The Walk/ Friday I'm in Love/ Doing the Unstuck/ Close to Me/ In Between Days/ Just Like Heaven/ Boys Don't Cry/
Escuchar la música de The Cure es bañarse en una enorme piscina de nostalgia, no porque su música o su propuesta carezcan de relevancia actualmente (considero que tanto Robert Smith, como su imagen y composiciones, además de los músicos que conforman la banda están más que probados en el tiempo y siguen gozando de una excelente salud creativa) sino más bien por su público y, en concreto, mi experiencia con su música, además de la capacidad ensoñadora de unas canciones que siempre han articulado esta como llave para acceder a los sentimientos de sus oyentes. Pero, sin detenerme demasiado en lo que significan para mí, ya que los protagonistas de esta crónica son ellos, escuchar sus canciones en pleno 2022 supone transportarme a mi más tierna infancia cuando su imagen me resultaba tan perturbadora como atrayente o, mucho mejor, recordar mi primer concierto de rock, propiamente dicho, durante la gira de “Wish” (1992) y, desde aquella vez ante Robert, caer rendido por completo a la que fue quizá su mejor época antes del irregular “Wild Mood Swings” (1996), pero que también ha sido lo suficiente fértil como para parir magníficas colecciones de canciones como “Bloodflowers” (2000) y “The Cure” (2004), empero una cosecha harto rácana cuando en tres décadas sólo han publicado cuatro discos, incluyendo el último y poco celebrado “4:13 Dream“ (2008), pero suficiente como para convertir a The Cure en una referencia atemporal, esa clase de banda que no necesita de la aprobación de nadie para seguir subiéndose a las tablas e interpretar las canciones que les vengan en gana, huyendo del piloto automático, para regalar un puñado de clásicos en las recta final de conciertos que rondan las tres horas, mal que le pese a ese Diego Manrique y su lengua, cada vez más alargada, de suegrona octogenaria.
Tras su triunfal paso por Madrid en la edición del Mad Cool previo al escenario apocalíptico que dibujó la pandemia, y armados definitivamente con los servicios del genial Reeves Gabrels (al que todos recordaremos por su asociación con Bowie), Robert Smith, Simon Gallup, Roger O’Donnell, Perry Bamonte y Jason Cooper acudían a su cita madrileña, cargados con una munición de treinta canciones que mostraron los primeros ases tras “Alone”, con “Pictures Of You” o “A Night Like This”, magníficas interpretaciones de “Lovesong” o la siempre celebrada “Push”, mientras alternaban otras como “A Fragile Thing” o “Charlotte Sometimes”. “Want” fue celebrada, igual que la nueva “I Can Never Say Goodbye” fue bien acogida tras las palabras de Robert, como “A Forest” y las luces verdosas del escenario significaron la subida inequívoca de un concierto que se perlaría de clásicos, pero también éxitos de esos que padres e hijos pueden cantar al unísono; “Lullaby” o la ochentera “The Walk” dieron paso a la famosísima “Friday I'm in Love” en un concierto que decidían acabar con “Close To Me”, “In Between Days”, la cinemática “Just Like Heaven” y la inevitable “Boys Don't Cry” y la figura de Gallup disfrutando sobre el escenario, cerca de Robert. Tres horas, repito, tres horas de concierto; en las que demostraron lo que no necesitan, en las que supieron unir a varias generaciones y demostraron que la figura de The Cure es tan alargada como para hilvanar años a través de sus composiciones y, con todo, sigue siendo imposible resumir en tan sólo un folio.
Como único punto negativo, tan sólo destacar el estatismo de un público quizá demasiado poco participativo o frío, que únicamente pareció despertar del todo en la tercera hora del concierto cuando este mostraba su acto más famoso y la inevitable exclusión de algunas canciones que muchos agradeceríamos. Por lo demás, sobresaliente, Robert sigue siendo Robert Smith a pesar del paso del tiempo y su inevitable avance, demostrando que su actitud y personalidad escapan a cualquier crítica, mientras que Gallup imprime de dinamismo a la formación y O'Donnell y Bamonte aportan las texturas necesarias, dejando al maestro que es Reeves Gabrels el peso fundamental de las guitarras. Un auténtico placer para los sentidos y todo un viaje al interior de uno mismo.
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