Que me considere un dignísimo seguidor de Devin Townsend no quiere decir que trague con todo lo que el canadiense nos ofrece; soy consciente de su genialidad, a todos los niveles, pero como casi todos los genios, también doy fe de su poca contención y a veces excesiva confianza creativa. Disfruté muchísimo de "Empath" (2019) pero, posteriormente, es un disco al que apenas he vuelto y eso ha hecho que me de cuenta de muchos de sus defectos, algo parecido me ha ocurrido con "Transcendence" (2016), aunque en menor medida, y totalmente con "The Puzzle" (2021) y "Snuffles" (2021), creyendo en su momento que ambas entregas sufrieron por la temida pandemia; quizá no estoy preparado para ellos, quizá no es el momento, quizá prefiero escuchar "Transcendence" (2016) y, fundamentalmente, "Ocean Machine: Biomech" (1997), "Infinity" (1998) o "Terria" (2001) porque representan mi zona de confort -eso pensé, pero estaba equivocado. Lo cierto es que, con la mano en el corazón, mientras que Townsend mantiene el tipo en directo, en estudio siento que está perdiendo fuerza y que "Empath" (2019) tiene grandes momentos, pero no representa lo mejor que ha grabado; sobre las tablas, al igual que ocurre con "Transcendence" (2016), pintan bien por el enorme talento que derrocha y, en estudio, suenan maravillosamente bien también, pero a la larga no convence. Es por eso que sentía mucha ilusión por “Lightwork”, ¿sería el disco con el que me reconciliaría plenamente?
Evidentemente, no. Por supuesto que hay talento en sus canciones e interpretación, pero tampoco es el supuesto y cacareado regreso al pop de alguien que jamás ha transitado remotamente esa constelación, Devin puede haber incorporado elementos de este, pero su propuesta siempre ha sido lo suficientemente bizarra como para no encajar en un género u otro y en “Lightwork” lo que encontramos es un sonido blando, pulido, redondito e inofensivo. Imagino que esto es lo que mucha gente identifica erróneamente por pop, pero no debería ser así; el pop es una auténtica labor de orfebrería cuando se compone y se produce bien, el pop dejó de significar “lo popular” desde hace muchos años porque, queridos míos, lo popular de nuestros días no posee la calidad de todo aquello que se le atribuía al pop en origen. Todo esto pare decirte que, si para ti, lo que suena en “Lightwork” te parece que es pop, escuchar “Pet Sounds” (19669 o “Thriller” (1982) te va a volar la cabeza, porque no es ni remotamente parecido a nada de lo grabado en décadas pretéritas, ni siquiera en esta. “Lightwork” es un disco blandito, accesible porque no echa para atrás y no requiere esfuerzo excepto en tu lucha contra el bostezo, Devin Townsend ha grabado un disco en el que no hay sobresaltos y eso es malo, muy malo.
“Moonpeople” sirve de introducción y no es casualidad que te recuerde a Muse, pero lo que sí sorprende es que siendo Townsend no haya riesgo alguno y suene tan previsible y domesticada, no hay exceso en ningún momento; no hay arranque de megalomanía, no hay locura, no hay humor, sólo cuatro minutos inofensivos y cuando crees que el álbum despega con “Lightworker”, te das cuenta de tu error y, aunque la progresión de acordes y su melodía son agradables, también percibes que es insípida y su estribillo carece de desgarro o emoción. La introducción de “Equinox” debe a The Postal Service, pero no hay crescendo tampoco y ni siquiera el minimalismo de aquellos, sólo un bostecito que se prolonga hasta la repetición innecesaria de “Call of the Void” y quizá una de las peores letras de Devin en mucho, mucho tiempo. De “Heartbreaker”, siendo generoso, me quedo con el sintetizador, mientras que “Dimensions” parece más interesante en su primera escucha que cuando llevas una decena y te das cuenta de que no tiene nada, siendo la más interesante “Celestial Signals”, quizá la única que puedo volver a escuchar sin pensar que Devin está atravesando un bajón anímico para el que no hay vitamina posible, ni paciencia que lo soporte. “Heavy Burden” podría ser un descarte de The Arcade Fire, “Vacation” el próximo sencillo del disco de despedida de Travis y “Children Of God” el góspel convertido en un mantra repleto de reverberación. ¿Qué coño es todo esto, Devin?
“Lightwork” es una de las grandes desilusiones de este año, un disco que tal y como ha llegado, espero que se aloje en mi olvido, un consuelo para mi bolsillo cuando evite su gira y un suspenso abrumador para un genio acostumbrado a las buenas notas, pero que parece haberse dormido en el cálido abrazo de unos seguidores que podrían vivir en el interior de su recto y una crítica que, como no le entiende, prefiere regalarle buenas palabras en lugar a atreverse a defenestrarle, no sea que el resto vaya a pensar que, en realidad y lo más plausible, es que no tienen ni puta idea y menos valor aún para dejarlo por escrito. Este sí que no te lo compro, amigo Devin, todo para ti.
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