En epílogo de una de mis películas preferidas cierra con la siguiente sentencia sobre el miedo de la gente por reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte y pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. Pues bien, no creo que ni los de Iowa, ni sus propios seguidores sean conscientes del complicado pero delicado equilibrio por el cual la banda se mantiene con vida cuando dan toda la sensación de ser un barco sin rumbo; nueve tipos de los cuales, aquellos con más talento parecen no tener ni voz, ni voto. La presencia de Craig Jones, Sid Wilson y Michael Pfaff es completamente anecdótica (por suerte), Mick Thomson y Alessandro Venturella dan toda la sensación de funcionar en piloto automático y su papel en la composición es mínimo, Jay Weinberg aporta ilusión y ganas, es sangre fresca y contagia con su entusiasmo y su talento pero, como Alessandro o Mick, da toda la sensación de que, a excepción de las partes de su instrumento, el peso en la banda es mínimo en el estudio, mientras Shawn Crahan tiene bastante con sobrevivir y superar sus propios fantasmas, además de ocuparse de la parte artística de Slipknot, Corey Taylor resulta cada vez más y más insoportable y el pobre de Jim Root aporta lo que puede e intenta dar lo mejor de sí mismo, quizá el músico con más cabeza de los nueve...
Pero lo más doloroso no es ser testigos de la confirmación de que Slipknot hace mucho tiempo que se convirtieron en una empresa y su música lleva años carente de alma, sino que son un colectivo sin amor por lo más suyo. Me produce envidia sana ver cómo Dave Grohl homenajea a Taylor Hawkins y cómo Crahan y los suyos son incapaces de darle el espacio que merece en su historia al fundador que fue Joey Jordison. No pedía la publicación de “.7: The Joey Chapter” (2022), ni tampoco una gira como de la que fui testigo, aquel impresionante Memorial World Tour (2011–2013) en el que reinaba el mono de Gray sobre el escenario, pero sí la sensación de que a Slipknot le importan los suyos y cuando escribo esto me refiero a sus compañeros de filas, pero también de sus seguidores. Esos que sabemos que su obra maestra es "Slipknot" (1999) y, en menor medida, "Iowa "(2001) y lo que ha venido después es una lenta pero inexorable degeneración, porque no hay nadie que me pueda negar que "Vol. 3: (The Subliminal Verses)" (2004) posee algunas canciones pero el conjunto fracasa, algo similar a lo que ocurre con "All Hope Is Gone" (2008) y si alguien nos hubiese dicho que a ".5: The Gray Chapter” (2014), lo haría bueno un disco como "We Are Not Your Kind" (2019) y que este haga lo propio, pero al revés, con "The End, So Far" (2022), nos habríamos reído por no llorar. Las canciones de este último no son gran cosa, hay cantidad de relleno, pero parece mejor de lo que es por culpa de "We Are Not Your Kind" (2019) y, con todo, es incapaz de esconder las carencias de Slipknot.
Con Joe Baresi tras los mandos (aunque Jim Root asegure que no le han sacado todo el jugo que deberían al trabajo del productor), "The End, So Far" es el final de la relación con Roadrunner, ese sello del que Corey Taylor asegura que ya es lo que era, quizá ajeno a que ni él ni los suyos tampoco son aquellos del World Domination Tour y peca de los mismos errores que "Vol. 3: (The Subliminal Verses)" (2004), "All Hope Is Gone" (2008) y ".5: The Gray Chapter” (2014), pero con menos pegada en los supuestos singles y, lógicamente, menos inspiración. “Adderall” (titulada así por el medicamento, por supuesto) no rompe la cintura porque no sea una retorcida introducción o no tenga contundencia, sino porque es, simple y llanamente, sosa; es una canción hecha a la plancha y sin sal. No tengo problema en que Slipknot bajen de revoluciones e inicien con una canción de este pelaje, pero sí que la voz de Corey apeste a Stone Sour (ese lamentable cruce entre NIckleback, Creed y Disturbed aguados, ideales para la FM norteamericana) haciéndonos creer que "The Dying Song (Time to Sing)" o "The Chapeltown Rag" son mejores de lo que son (“el efecto WANYK”, entre nosotros), de la primera me gusta la producción y la sensación de estar arrancando una nave espacial tras la introducción, además del tratamiento en los coros más melódicos pero la composición es una gilipollez auténtica; “Let them sing until you die. Die, die, die, yeah”, mientras que de la segunda tan sólo puedo salvar la introducción de Craig Jones, pero detesto la idea de los puentes sin guturales, además del esquema compositivo de un disco que abusa de las introducciones y cuyas canciones tardan en cuajar. “Yen” no me resulta brutal, ni impactante, como aseguraban algunos medios al otro lado del charco; es un jodido aburrimiento con otra introducción que la hace tardar en despegar (casi un minuto), lo mismo que “Warranty” y, de nuevo, esa introducción, a pesar del magnífico trabajo de Jay y el riff de las guitarras, sonando de fondo la percusión de Shawn o su amigo Pfaff.
Otro minuto más antes de "Medicine for the Dead", quizá la más repetitiva, mientras que de “Acidic” me quedo con la guitarra (2:36) y descarto, otra vez, la introducción y la outro, además la forma de cantar de Corey; su voz es bonita, pero ha perdido fuerza, por no decir que nunca ha sido un vocalista especialmente dotado, como para probar cosas nuevas en una banda de nu metal. “Heirloom” posee algo más de maldad, a la que Craig se suma y Jay, junto a Shawn, logran que la sección rítmica suene más a Slipknot que nunca, pena es su estribillo y la incapacidad de Corey de no convertir en Stone Sour cualquier parte melódica, siendo “H377” la gran sorpresa del último estertor del álbum; repleta de mala leche y contundencia (a pesar de la introducción por Slayer, que nadie se olvide), con Jay golpeando con agresividad, imprimiéndole velocidad y consiguiendo la sensación de caos que tanto nos gustaba de Slipknot en el pasado (magnífico el solo, como casi todos los del disco), mientras que “De Sade” es relleno del malo, como la tediosísima “Finale”, impropia de Slipknot, completamente prescindible.
Los que defienden "The End, So Far" es porque venimos de un horror como "We Are Not Your Kind" (2019), pero es un disco más de una banda que se desangra poco a poco y que no transmite lo mismo de antes. Me encantaría sentir lo mismo que todos esos que comentan en redes sociales y se deshacen en elogios, de verdad que me gustaría habitar su misma dimensión, pero me resulta del todo imposible escuchar "The End, So Far" y sentirme el ser más afortunado del universo. Es un disco tibio y nada más...
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