Soy plenamente consciente de que hay muchos lectores que sufren verdaderamente cuando leen una crítica a cualquier producto que tenga que ver con Myles Kennedy, porque lo consideran injusto y, como me ocurre a mí también, es el yerno que querría para mi hipotética hija. Lo sé, tal y como he escrito en infinidad de ocasiones; Myles Kennedy tiene un don y es el de caer bien, gustar a todo el mundo o, mejor dicho y lo que considero un defecto; no caer mal a nadie. Canta bien (me recuerda demasiado a Kotzen o un Cornell desnatado, pero es cosa mía) y toca la guitarra moderadamente bien también (que nadie me diga que es Satriani, tampoco lo necesita), pero lo mejor de él es que gusta a sus seguidores y a sus madres, no despierta recelo o causa un fuerte sentimiento en el resto, por lo que no tiene haters. ¿Y esto a mí qué?, te preguntarás. Pues simplemente para explicarte por qué leerás pocas críticas negativas a cualquier cosa que grabe. “Pawns And Kings”, producido por el ya sempiterno colaborador del grupo, Michael Baskette, suena tan bien como cualquiera de los discos anteriores; quizá más exuberante y poderoso que el domesticado "Walk the Sky" (2019), Tremonti, Marshall y Philips tienen oficio y son tan solventes como lo fueron en los súper ventas Creed o la cumbre de Alter Bridge; “Fortress” (2013) por lo que pocas pegas se le pueden sacar a un álbum con semejantes argumentos; músicos con una efectividad más que probada y un vocalista que, además de cantar bien, es un auténtico pedito silencioso que haría parecer a James Taylor como un miembro de pleno derecho de Mötley Crüe. ¿Y esto a mí qué?
Pues esto, lo es todo para ti que lees esta crítica y para mí que la escribo porque “Pawns And Kings” o lo que es lo mismo, como se está perfilando la carrera de Alter Bridge (porque con siete discos, ya podemos hablar de todo un perfil, no me jodas) es todo aquello que detesto en la música; discos producidos con un sonido artificial (como el último de Slash con The Conspirators o casi cualquiera de los anteriores, a excepción de los grabados con Snakepit o el primero de Velvet Revolver), canciones estándar que suenan similares unas con otras, grabaciones en las que no destaca ningún músico por encima del otro, temáticas y letras manidas hasta la náusea, un vocalista sin riesgo o peligro, un guitarrista sobrevalorado desde “My Own Prison” (1997) y un base rítmica que funciona porque es imposible que, para lo que hacen, no lo hiciesen, sería el colmo.
Sólo así te puedes explicar que tras la ominosa introducción de “This Is War” todo suene igual, no quiero decir que el disco no tenga sus ganchos, soy consciente de que “Silver Tongue” se pega y que el riff de "Dead Among the Living" posee bastantes más reaños que las nueve canciones restantes pero, por ejemplo, en esta todo parece estropearse cuando Alter Bridge bajan la intensidad -o son incapaces de mantenerla- y entran las estrofas. Algo que ocurre también en “Silver Tongue” y ese comienzo con Tremonti afilando su guitarra hasta que entra Kennedy y el azúcar hace acto de presencia. Con todo, no es culpa del propio Myles, “Sin After Sin”, la inevitable bajada de revoluciones que es el medio tiempo que toda banda debe incluir tras un comienzo supuestamente fulgurante, es quizá una de las simas más aburridas de “Pawns And Kings”, por no mencionar “Stay”, que podría pertenecer a la banda sonora de Dawson's Creek (y con ello, me estoy refiriendo a lo domesticada que suena, pudiendo compartir espacio con artistas de la época como Sixpence None the Richer, Shawn Mullins, Paula Cole o incluso Toad the Wet Sprocket, esas melodías facilonas propias de la radio universitaria norteamericana que al resto del mundo se exportan a través de sintonías y bandas sonoras de las series más adolescentes). Por eso, cuando suena “Holiday” y su pueril riff de apertura, uno no puede creerse el acceso de cólera contenida o el relleno que es "Fable of the Silent Son" (que podría formar parte de la carrera en solitario de Kennedy), en un álbum en el que, según avanzas, las formas se pierden e incluyen canciones como "Season of Promise" o “Last Man Standing”, que uno tiene la sensación se haber escuchado un millón y medio de veces, o la final y homónima que es tan previsible como todo lo grabado antes, auténticamente tedioso y carente de peligro.
No sé si es problema mío y no soy el público objetivo de esta banda, pero discos como “Blackbird” (2007) o "Fortress" (2013) consiguieron hacerme creer lo contrario cuando esbocé una sonrisa escuchando sus canciones o es que el resto están equivocados. Seguramente sea culpa mía, pero no sé qué puede esperar un ser humano tras siete discos que son como una perlita de sacarina, ¿de verdad alguien esperaba que publicasen algo a la altura creativa de, por ejemplo, “Fortress”? ¿Quiénes son esos que aseguran que “Pawns And Kings” es un gran álbum? Espera, ya entiendo…
© 2022 Conde Draco