Fue una de esas aplicaciones que, supuestamente, se preocupan por la salud y los gustos de uno, que un día me dijo; “estás escuchando demasiado a Blind Guardian” y me mostraba todo tipo de gráficas, porcentajes y mis otros gustos como algo tangencial. Pero, lejos de lo novelado del asunto, a mí mismo me ha sorprendido durante los últimos años, la cantidad de horas que les he dedicado a los bardos alemanes, llegando a convertirse en una de mis bandas de cabecera, cuando se supone que debería dormirme cabeceando con cosas mucho mejor vistas por ese público que orgasma con la última sensación underground, post o progresiva. No quiero resultar demasiado esnob, pero el power metal no es lo mío, como también detesto a todos esos que reniegan de Blind Guardian o el universo de Tolkien, por considerarlo un placer adolescente del que hay que deshacerse cuando llegan las calurosísimas y malvadas corbatas o una pretendida madurez. De esta forma, durante los últimos años he recurrido y disfrutado con fruición de Hansi y compañía porque, después de lo dicho anteriormente con toda la ironía del mundo, creo que a su música se le queda pequeña la etiqueta de power metal y Tolkien o la fantasía en general no son más que el caldo de cultivo para unas letras y unos mundos a los que la rapidísima y técnica interpretación de Blind Guardian les sienta como un guante.
Pero también debemos ser sinceros con nosotros mismos, algo se rompió en “A Night at the Opera” (2002) y, a pesar de que “At the Edge of Time” (2010) es uno de mis discos favoritos, ni a “A Twist in the Myth” (2006) o “Beyond the Red Mirror” (2015) terminaron de convencer, por no hablar del experimento de Hansi, “Legacy of the Dark Lands” (2019). Todos son discos a una gran altura, para qué engañarnos, pero la inspiración parecía haberles abandonado y, a excepción de algunas canciones, la sensación general era que “Nightfall in Middle-Earth” (1998) fue el canto del cisne de Blind Guardian, tal y como los conocíamos, a lo que la salida de Thomas Stauch y la llegada de Ehmke no ayudó; ¿el batería se marchaba porque no estaba de acuerdo con la dirección de la banda? ¿qué ocurría realmente? ¿Había esperanza para Blind Guardian? O tendríamos que recurrir al manido; “están bien, pero antes eran mejores…”
Si eres de aquellos que desconfiaban de los alemanes, lo primero que debes hacer es cerrar esta web y escucharte toda su discografía al completo y entender que semejante duda no tiene lugar cuando hablamos de Hansi, Olbrich, Siepen, Ehmke o Stauch y su música es eterna. Pero es que, además, tras “Legacy of the Dark Lands” (2019), Hansi parece haber entendido que los experimentos mejor siempre con gaseosa y que lo que su público pide es un “back to basics”, tampoco “Beyond the Red Mirror” (2015), con todos mis respetos, por lo que “The God Machine” recupera los estribillos brillantes y épicos, los riffs afilados y melódicos, hipervitaminados y a toda velocidad con las guitarras de Olbrich y Siepen echando chispas, la épica heroica y una base rítmica a la altura de las circunstancia con Ehmke siendo ayudado por Barend Courbois, para conformar un álbum de regreso, por todo lo grande, en el que la sensación es la de haber grabado su mejor esfuerzo en años, teniendo la sensación de que, sin llegar a convertirse en una de sus obras maestras, nos devuelve a los bardos en mejor estado de forma que nunca. “Deliver Us from Evil” es perfecta para abrir un disco tan veloz, con Hansi sonando tan afilado como divertido, mientras la banda parece recuperar aquella energía que les caracterizaba, con un solo magnífico en el puente final, minuto y medio antes de rematarla, por no mencionar los coros a varias voces, pura exaltación del sentimiento más propio de la banda.
“Damnation” posee el contrapunto por el cual Hansi parece dialogar con la banda y la sección coral del álbum (y menuda selección, cinco cantantes, además de Blind Guardian) para conferir la sensación de grandiosidad necesaria, por no hablar del apartado musical y la magnífica labor de Olbrich y el maestro Siepen, logrando que las melodías se claven en tu cerebro. Esa misma que engalana el estribillo de “Secrets of the American Gods” (basada, obviamente, en la obra de Neil Gaiman) tras el comienzo melodramático y unas estrofas en las cuales Hansi revalida como una de las mejores gargantas del metal, adornado además con los arreglos (aquello que falló en la opereta de “Legacy of the Dark Lands”), hasta “Violent Shadows” (también basada en el mundo de Brandon Sanderson), quizá una de las más fáciles del disco (no por poco trabajada, sino por su capacidad como single).
“Life Beyond the Spheres” es pura emoción, como “Let It Be No More” (una canción que se hace necesaria en una recta final de un álbum que no da tregua alguna a base de músculo y el esfuerzo de una banda probándose a sí misma) y un estribillo a la altura de su leyenda. “Architects of Doom” suena poderosa con su tono aguerrido y Ehmke añadiendo pesadez con su doble bombo, hasta que despegan al trote, mientras “Blood of the Elves” cierra con sangre, tan efectista como precisa; no hay ningún recurso nuevo y no es lo mejor del álbum, pero consigue la sensación de concluirlo por todo lo alto gracias a su estribillo, mientras admiras la portada (lejos de la evocación del casco de Malenia, Espada de Miquella, y mi querido Elden Ring), obra de Peter Mohrbacher, y sonríes con satisfacción porque Blind Guardian parecen haber vuelto con su mejor disco en muchos años. La vida es bella con la banda sonora de Hansi, Olbrich, Siepen, Courbois, Ehmke o Stauch, desde luego que sí. Vuelvo de nuevo a “Battalions Of Fear” (1988), con suerte llegaré de nuevo a este “The God Machine” en un par de días, bendito festín…
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