SETLIST: Avalancha/ Giant Balls of Gold/ Little Pretty/ Tender Surrender/ Lights Are On/ Candlepower/ Building the Church/ Greenish Blues/ Bad Horsie/ I'm Becoming/ Whispering a Prayer/ Dyin’ Day/ Zeus in Chains/ Liberty/ For the Love of God/ Fire Garden Suite IV - Taurus Bulba/
Si el triunfo del artista en directo es llegar a todos y cada uno de los asistentes a sus conciertos, hacer creer que está actuando en exclusiva para cada uno de nosotros, hablarnos directamente y convencernos de que fuera del recinto, lejos de su música y ese preciso instante en el que está sobre el escenario, no hay nada más, no tengo duda alguna de que el lunes en Madrid (y seguramente en todas las fechas de su gira), Steve Vai no sólo convenció del extraordinario estado de forma y creativo en el que se sigue encontrando, sino de que su guitarra nos habló a todos. Como resume una amiga mía, si cuando acaba el concierto no tienes ganas de escuchar toda su música, es que el artista no te ha convencido, y Steve Vai no sólo provocó ese sentimiento sino también el deseo de tocar la guitarra y me recordó, una vez más, por qué he pasado tantas horas aferrado a un mástil y no hay instrumento que me enamore más.
Pero entiendo a sus detractores, a esos que lo miran con tanto respeto como hastío, Vai no es sólo excepcional, es excesivo y en Madrid no faltaron esos momentos en los que uno cree que podría estar actuando; como cuando agita su guitarra en el aire, haciendo uso abusivo de un puente de resistencia hercúlea, se sube a dos pies sobre su propia pedalera, cruza los brazos y pulsa con la derecha el mástil, mientras la izquierda solea, interpreta canciones con una sola mano o exagera los bendings hasta el paroxismo, trazando esferas con sus larguísimos dedos sobre el diapasón, claro que sí, aunque el ventilador ya no agite su melena, todos los que amamos a Vai sabemos de estos momentos que dan espectáculo porque un concierto de rock también necesita de ellos y él, sabedor de su oficio, los administra con generosidad. Pero, desde el comienzo con “Avalancha” y su acercamiento al metal, o la continuación con “Giant Balls of Gold”, no hay duda alguna (y quizá sea eso también lo que irrita a todo aquel que intenta menospreciarlo) de lo mucho que ama lo que hace, el enorme y desbordante talento que posee y cómo es capaz de expresarse a través de una guitarra que se convierte en una prolongación suya.
Auspiciado por una banda tan solvente y repleta de ganas y talento como él, tras “Light Are On”, Philip Bynoe soleó con el bajo, justo antes de “Candlepower” de “Inviolate” y el solo de Dave Weiner, hasta entonces en un discreto segundo plano, tras el que saltó de nuevo Vai con “Building the Church” y su trepidante ritmo, “Greenish Blues” bajó la intensidad, esa misma que encontramos en “Bad Horsie” y su pesadísimo riff alternándose con relinchos y la pantalla mostrando la mítica escena de la película "Crossroads" de 1986 (también conocida como "Cruce de caminos") con Vai encarnando al mal. “Whispering a Prayer” sonó tan sensacional y emotiva como siempre, en ese jugueteo que se establece con el público, mientras que “Dyin’ Day” dio paso al solo de Jeremy Colson con su contundente pegada. El ligerísimo riff de “Zeus in Chains” nos recordó a todos que Vai, en efecto, está presentando “Inviolate”, un álbum cuyas canciones, por muy obvio que pueda sentirse escrito; ganan en directo y, aunque echásemos de menos ver a su nueva guitarra tricéfala en directo, nos olvidamos de ello rápidamente cuando sonaron “Liberty” y “For the Love of God” (con la colaboración de su técnico a la voz, guitarrista de Last Days Of Eden, Dani) y un final con “Taurus Bulba” y Vai emocionado, despidiéndose una y otra vez mientras la platea era, literalmente, tomada por todos sus seguidores y prometía volver.
A la salida, la sensación era unánime; la simpatía y cercanía de Vai es directamente proporcional a su don, dos horas largas de interpretación instrumental que pasaron en un santiamén y, al que más y al que menos, marcaron de por vida y, cómo no, la sensación de que su guitarra nos había hablado a todos y cada uno; a muchos alejándolos de sus problemas, a otros sumergiéndolos en otros mundos, a gran parte a tocar la guitarra en el aire y a otros pidiéndonos agarrarla por el cuello nada más llegar a casa. El don de Steve Vai no es tocar la guitarra más allá de la capacidad de la mayoría de los mortales, sino la de tocar nuestro corazón con ella y quedarse en el de todos.
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