Siempre que alguien me ha escrito, casi siempre encolerizado por una crítica (pocas veces ocurre lo contrario), y ha espetado el consabido “no sé para qué escribes sobre este artista o banda si no te gustan”, he sentido la misma mezcla de apatía y pena porque, como también he escrito en muchas ocasiones, se es especialmente crítico con aquello que más has amado y es muy difícil hacérselo entender a terceras personas que quizá no hayan sentido lo mismo. Y, leyendo “The Storyteller: Tales of life and music”, he tenido tiempo para pensar en muchas cosas; porque el tiempo de su lectura (breve, porque se digiere de un tirón y en dos empujones acabas el libro a ritmo de Black Flag o AC/DC) ha sido un reencuentro con muchísimas cosas, tantas que me resulta imposible resumirlas en la crítica de un libro que, sorprendentemente, me ha gustado pero, fundamentalmente, ha servido para afinar mi concepto sobre el Grohl actual para que aquel adolescente que una vez fui sea ahora capaz de hacer las paces con el artista que una vez él también fue y en el personaje que se ha convertido actualmente. Es, por lo tanto, obligada la advertencia para todo aquel que lea esta crítica que entienda que no voy a hablar únicamente de Grohl y esta, por motivos sentimentales, tiene más de mí que de él. Así, seguramente el fanático de Grohl dejará de leer en este preciso momento o en las próximas líneas, pero aquel que se quede será porque compartió codazos conmigo en los noventa en alguna sala de mala muerte. Igualmente, sed bienvenidos todos, aquellos que odiarán este texto y esos otros que quizá me entiendan porque sientan lo mismo.
Uno es más crítico con lo que más ama y así es, porque la decepción aguarda al borde de cada esquina y más si eres adolescente y eso fui en los noventa. Ni que dudar tiene que aquella época fue mítica por muchos motivos y todos y cada uno creeréis que son puramente subjetivos y que cada década tiene algo de especial porque es la que te ha tocado vivir en un determinado momento de tu vida, claro que sí, pero los noventa fueron especiales de verdad; diferentes a todo. No es sólo la constante sucesión de escenas y bandas emergentes, sino aquellas que ahora son dinosaurios y en aquella época pertenecían a la contracultura, a la mal llamada música alternativa, me estoy refiriendo a unos años en los que grandísimas obras, ahora seminales, se sucedían y los gigantes del momento sucumbían ante bandas de sala. Franela y sudor, pantalones rotos y Converse, guitarras de segunda mano, pelo enmarañado y muchas hostias de verdad en los conciertos a los que asistías. ¿Te imaginas? Aquellos fueron los años de mi adolescencia, en los que leí y escuché con fruición, años de formación con santos musicales como Cobain, Cornell, Vedder, Staley o Weiland entre cientos de otros. Así, cuando el libro de Grohl arranca con Scream y su breve paso por la banda, resulta hasta simpático el olvido de cuando tocaron en Barcelona y sufrió las interminables partidas de bingo en el hotel de la ciudad Condal o cuando entra en Nirvana, resulta imposible también no soltar la lagrimilla porque para él era su nueva banda, pero para nosotros no había nada más grande en el mundo en aquellos años, porque nosotros lo vivimos como él.
Es en ese momento, cuando la prosa sencilla y de rápida ingesta de Grohl se mezcla con mis recuerdos y aquel primer disco de Foo Fighters en 1995, para el lector podrá parecer el Cretácico, para mí supone la primera toma de contacto con una banda totalmente fresca, a la que comencé a seguir, como el propio Grohl bien sabe, porque él y Smear estaban en Nirvana. Aquel concierto se celebró en noviembre del 95 y coincidimos con ellos, por casualidad, mientras comían en el Burger King del centro comercial en el que estaba la Sala Aqualung (tal y como lo lees); Grohl puso cara de espanto auténtico cuando vio la camiseta de Nirvana de mi amiga, con un Cobain apuntando al frente con una pistola (por eso entiendo perfectamente la anécdota contenida en el libro y el autoestopista irlandés) y le regalamos a Pat Smear un bote de Lacasitos, a modo de “Footos”, que reinó durante todo el concierto sobre su amplificador Marshall. No hacía ni un año de la muerte de Kurt y Foo Fighters desprendían ganas de vivir, al igual que en su segunda visita a nuestro país, apenas un año después, con una la Sala La Riviera medio vacía y todos sujetando a Grohl mientras hacía body-surfing sobre nosotros, a la salida le pintarrajeamos la furgoneta (sí, la misma que aparece en “Back And Forth”) con dibujos y cosas sobre Nirvana, éramos tremendamente estúpidos, éramos adolescentes y todos hacemos idioteces, seguramente tú también. Así, el libro de Grohl hace las delicias de todos aquellos que vivimos de primera mano aquellos años porque supone un viaje junto a él, entre confidencias y hechos que ya conocíamos, pero también cotilleos, lo que no quiere decir que aquel que se haya subido al carro en los últimos años no pueda disfrutarlo, por supuesto que sí.
Y es, a partir del 99 y su último concierto en España (en una pequeñísima tienda de discos del centro de Madrid, ahora convertida en una de zapatillas de deporte, en la que presentaron y firmaron “There Is Nothing Left To Lose” y acabó con la policía nacional desalojándonos en plena calle Hortaleza), cuando sentí un distanciamiento con la banda, fueron años en los que Grohl vio el pastel norteamericano y comenzó a comérselo a bocados; la banda empezó a girar profusamente por el continente norteamericano, sus canciones aparecían en decenas de bandas sonoras, supieron dónde estaba el dinero y la popularidad y no les culpo; discos como "One by One" (2002), el doble “In Your Honor” (2005), "Echoes, Silence, Patience And Grace" (2007) funcionaron bien a pesar de sus defectos, pero les alejaron también de nuestro país, no volviendo hasta 2011 para presentar “Wasting Light” y, tras el documental “Sonic Highways” y su banda sonora, seis años más tarde con "Concrete and Gold" en 2017.
Es entonces cuando yo también me doy cuenta de lo ocurrido y del odio volcado durante años sobre un músico que una vez amé; además de la innegable sobreexposición y la cantidad de discos menores pero súper ventas, el problema era y es mío; el adolescente que permanecía atrapado en mí, aquel que elevó al estatus de leyenda a Cobain o Vedder, no podía aceptar de manera inconsciente que para hordas de fans Grohl dejase de ser “el batería de Nirvana” para ser “el cantante de Foo Fighters”, no podía aceptar que “I’ll Stick Around” desapareciese del directo o “Everlong” fuese un himno de estadio, que el malogrado Hawkins cantase clásicos de Queen o el ex Germs que un día fue Pat Smear tocase versiones en directo. Era mi propia estupidez, por supuesto, no puedo culpar a un músico que, por otra parte, lo único que ha hecho ha sido seguir con su vida y trabajar sin descanso.
Con todo, tras el acto de contrición, y lograr que mi yo adolescente se pliegue ante Grohl, este sigue haciendo de trilero en su libro; como cuando despacha a Stahl o Goldsmith en dos frases, cuando edulcora su egoísmo o prosigue con la creación de su propio personaje; ese colega buenrollista capaz de masticar chicle, eructar, beber cerveza y comer alitas de pollo a velocidad de infarto. Pequeños pecadillos, sin embargo, que no manchan una biografía incompleta, con muchos capítulos por escribir, que se disfruta de un sorbo y supone el reencuentro con aquel batería delgado que golpeaba la batería con tal contundencia que elevó la guitarra de Cobain a la estratosfera. En definitiva, un libro que contagia las ganas de vivir y superar cualquier problema y de eso Grohl sabe un rato, además de significar para mí la aceptación de su música de nuevo, esta vez frente a millones de personas y, sin olvidarme de aquellos primeros años, entenderle como músico y también como personaje. Sin rencor alguno.
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