No negaré que, a veces, los árboles no me dejan ver el bosque. Que, habitualmente, tengo tendencia hacia la negrura más gélida del black y que ahora que se está pasando la moda en redes sociales y demás postureos, el subgénero más bastardo de todos vuelve a ser un cómodo, frío y oscuro agujero en el que refugiarse ante, muchas veces, tanta luz. Pero es esa ceguera la que me hace perder un norte que ya no puedo obviar más. “Abbath” (2016) fue un buen álbum, jalonado por la importancia de aquella descalabrada marcha de Immortal y la incapacidad de aquellos de no matarse entre ellos y lograr que el nombre de la banda se levante por encima de Demonaz o Abbath, pero aquel debut supo a gloria, a pesar del desaguisado de una gira en la que el noruego parecía perdido, a medio camino entre la leyenda y el meme, la reverencia y el gañido, Immortal y una carrera que había despegado como un cohete pero en cuya trayectoria iba perdiendo componentes como King o Creature. Así, “Outstrider” (2019), pese a sus defectos, suponía un buen revés; las canciones no eran de lo mejor que Abbath había compuesto, pero tenía sus ases bajo la manga en forma de singles, además de Mia Wallace y Ukri Suvilehto, al servicio de un músico que proseguía su particular descenso a los infiernos. Pese a ello, “Outstrider” fue un magnífico artefacto que le servía para salir de gira y llevar el black a los niños. ¿Qué podríamos esperar de un Abbath en proceso de desintoxicación, tras un debut estupendo y un álbum resultón, pero lejos de su cima creativa? Por desgracia, más de lo mismo pero en línea descendente.
Tras la horrenda portada de Bjørn Stian Bjoarvik, y la manía de Abbath de figurar en todas y cada una de las portadas de sus álbumes, poniendo de manifiesto que él lo es todo y no hay paisaje helado que se le compare, “Dread Reaver”, es un disco caótico que, a veces, convence, pero se desvanece en las siguientes escuchas. Con una canción como “Acid Haze” que abre a lo grande, con Mia golpeando su bajo, llegando la banda al galope, abriéndose paso entre el hielo, nos hace creer lo contrario. Craso error, “Scarred Core” suena realmente mal (y no me hables de cómo debe sonar el black metal, por favor, que lo sé más que de sobra), porque esto no es cuestión de producción o de buenos músicos, sino que las canciones abandonan el blast para convertirse en algo machacón en el que la banda intenta brillar con sus solos y, pese a ello, junto a “Dream Cull” o “Myrmidon”, uno se queda con ganas de más, pese a ser sabedores de que el noruego puede dar mucho más de sí y que, con esta última, las buenas ideas parecen abandonar “Dread Reaver”.
“The Deep Unbound” o “Septentrion” comienzan de manera prometedora, entre el black y el death, pero terminan perdiendo comba y aunque la versión de Metallica, “Trapped Under Ice”, no desentone (más que nada porque es una gran canción y resucitaría a un muerto), la sensación es mala, muy mala. Algo que se acrecienta con “The Book Of Breath” o la propia “Dread Reaver”, canciones que se sienten pobres; tanto a nivel compositivo, de inventiva, como su poca capacidad para sorprender o impactar, como también por lo poco que le piden a Suvilehto, Wallace y Farstad. Nueve canciones que saben a poco, que parecen escritas al trote cochinero, por la necesidad de grabar y salir de gira, escritas con el mismo poco cuidado que una portada que parece tan de serie B como un burdo fotomontaje entre una criatura del adorado Petagno y el propio Olve Eikemo. Lo siento por Abbath, al que tengo gran cariño, y el respeto que siento por Immortal, pero “Dread Reaver” no es digno de ninguno de los dos nombres, ni del reino entero de Blashyrkh siquiera.
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