Crítica: Amorphis "Halo"
Te sientas en tu sofá favorito o te tumbas en la cama, te calzas tus auriculares preferidos o, por el contrario, subes el volumen a tope de tu amplificador para que tus vecinos también disfruten. Pinchas “Halo” y un torrente frío, procedente de la gélida Finlandia, inunda la estancia cuando entiendes que Amorphis lo han vuelto a hacer; la solidez de "Under the Red Cloud" (2015) se une a los arreglos orquestales de “Queen Of Time” (2018) y el resultado es tan brillante como siempre. Y es que Amorphis deben haber firmado un pacto con el mismísimo diablo para que, tras treinta años y la publicación de "The Karelian Isthmus" (1992), mantengan semejante nivel. "Halo" (2022) cuenta con la producción de Jens Bogren y el masterizado de Tony Lindgren. Sus canciones son contundentes en su sonido, espectaculares en su acabado, con un trabajo tan fino en la producción como en la escritura, la voz de Joutsen se muestra agresiva pero también dulce en las partes más melódicas, mientras que Holopainen y Koivussari tejen un precioso manto con sus guitarras sobre la importantísima base de Laine y Rechberger, y Kallio adorna brillantemente las composiciones junto a los arreglos de Ferrini. Amorphis han grabado un disco oscuro en su carácter, pero luminoso en su acabado, el equilibrio perfecto.
“Northwards” es la encargada de abrir semejante colección de canciones, tras el comienzo épico es Rechberger el que se encarga de abrir fuego y todo Amorphis entra. El riff es bonito y la ejecución de la banda es magistral, Joutsen suena cavernoso, mientras que en el minuto 3:20 será Kallio el que borde el solo de teclado, acercando a Amorphis a sus influencias setenteras, tan cercano a Jon Lord que hace subir la nota de una canción cuyo puente irrumpe y se recupera entre coros femeninos. El single que es “On The Dark Waters” logra el complicado equilibrio entre los guturales y las voces melódicas, conteniendo la brutalidad nórdica pero también su accesible belleza, en un disco en el que hay un poco de todo pero con gran sentimiento de cohesión, por ejemplo; “The Moon” está perfectamente situada en el tercer lugar del disco, con un bonito crescendo que añade intensidad a los arreglos y cómo Joutsen canta en las estrofas para cambiar, de nuevo, de voz en los estribillos y Amorphis maneja perfectamente el cambio de tercio en otro puente magnífico.
El compás de “Windmane” (¿7/8 o me equivoco?) les hace sonar diferentes sin que ello les acerque a la petardez progresiva, porque posee todo el sentido, al igual que los arreglos y lejos del ejercicio que esto significaría para otras bandas, encontramos a una banda que es capaz de solucionar cualquier composición con cualquier compás y resultar creíbles. “A New Land” o “When the Gods Came” suenan más gruesas, sobre todo esta última, y el disco gana en cuerpo con canciones poderosas, buen desarrollo y un trabajo exquisito en los riffs y, por supuesto, los solos, trabajadísimos de principio a fin. Mientras que “Seven Roads Come Together”, junto a “Northward” o “War” pertenece a aquellas canciones en las que Amorphis apuestan por la orquestación y, por supuesto, salen victoriosos; el resultado es bombástico, sumando su habitual contundencia al adorno, recordando al éxito alcanzado con “Queen Of Time”, hasta el punto álgido que es “Halo” o la aguerrida “The Wolf” y ese trabajadísimo final, “My Name Is Night”, con Petronella Nettermalm, cerrando semejante álbum con más sensibilidad de la que son capaces de alcanzar muchos coetáneos de Amorphis, sin caer en la sensiblería fácil.
“Halo” es un disco que necesita escuchas, pero no porque no entre a la primera sino porque es un auténtico festín para los oídos, repleto de buenos momentos por culpa de unos finlandeses incapaces de grabar un mal álbum, manteniendo un glorioso nivel a lo largo de los años. Amorphis son incapaces de defraudar, de grabar algo que baje del notable.
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