Recuerdo que cuando este blog comenzó su andadura, Toundra todavía acababan de publicar “(II)” (2010) y estaba a punto de salir “(III)” (2012) y por mucho que les sorprenda a algunos, la banda parecía llevar toda la vida con nosotros en el sentido más profundo de la palabra; su estética musical era de sobra conocida por todos los que disfrutamos de la música, en 2011 el post-rock no era precisamente un desconocido; ni sus principales artistas o discos, ni Simon Reynolds. Pero, sin embargo, Toundra veían más allá que todos nosotros porque lo suyo no era simple y llanamente música instrumental (como la de otras cientos de bandas con las que sientes que con tu ‘looper’ y Focusrite eres capaz de emular sus canciones, sabes perfectamente a qué música me refiero). Toundra parecían venir del futuro y saber lo que allí se estaba cociendo mientras tú, tonto de ti, seguías creyendo que Pelican, Isis o Cult Of Luna era lo más de lo más a pesar de que todas peinaban ya canas. No estoy comparando la música de unos y otros, tan sólo quiero ahondar en la sensación de que, por primera vez (que nadie me lo discuta), un grupo patrio, cuyas pintas podrían ser las del vecino del quinto tomándose una cerveza o bajando la basura, eran capaces de firmar canciones que superaban con creces las de grupos extranjeros con los que, porque sí y sin más motivo (esnobismo), a todo el mundo se le suele caer la baba y orgasmar en directo.
Como también recuerdo uno de sus conciertos durante la gira de “(IV)” (2015) en la Joy de Madrid, en el que también sentí que aquella banda reventaba el techo y se elevaba por encima de todos nosotros. Ni una sensación, ni la otra, fueron casualidad, la banda de Madrid volvía con “Vortex” (2018) y, aunque no me calase tan hondo, tanto aquel como el experimento que es “Das cabinet des Dr. Caligari” (2020) demostraban que lo suyo era crecer y no mirar atrás. La pandemia ha sido la que ha lastrado su agenda, su vida, poniéndola en suspenso, como la nuestra, como la de todo el mundo y cuando les leo explicar la trilogía que es “El Odio” o el cariz general de “Hex”, entiendo perfectamente lo que sienten, lo que pretenden transmitirnos con su música porque es esa cercanía que antes mencionaba lo que les hace creíbles y convierte su música en honesta y no la impostada actitud de muchos otros.
Por eso, por eso mismo, me parece que “El Odio” es una obra maestra, por como las guitarras comienzan meciéndote con ese tono dulzón, gordito, tan cálido, para segundos después, encabronarse y llevarte de un lado a otro. Son veinte minutos pero pasan en un santiamén porque Toundra tienen otra cualidad de la que otras bandas de post-rock carecen y es que, obviamente no hay voces, pero las guitarras cantan; sus melodías son accesibles y puedes seguir la música, a veces te llevan a través de la melancolía, pero otras te hacen subir y sentir esperanza ante una situación social como la actual, en la que los buenos no son tan buenos y los malos siguen siendo igual de cabrones y te encuentras perdido en ese océano, sin saber qué hacer, a quién votar o a quién odiar. “El Odio” no es sólo la mejor carta de presentación de “Hex” sino un pequeño monumento en el que Toundra te da las piezas y tú les das sentido en tu cabeza. Bien sentido, Toundra podrían haber grabado todo el disco como una larga pieza y ni ellos, ni nosotros, nos habríamos resentido porque “El Odio” es orgánica y fluye, no es un pastiche.
“Ruinas” es más directa, no se anda tanto por las ramas, hay cierto ritmo trepidante y me gusta porque es más lineal que “El Odio”, además de porque creo que el trabajo de Esteban y Macón (sin desmerecer al resto) es memorable. Siento lo mismo con “La Larga Mancha” y ese comienzo tan ochentero, y en la que sientes cómo van construyendo la melodía y el clímax, no es que vayan poco a poco sino que van hilvanando la pieza hasta sus últimos dos minutos, como en “Watt” en la que parecen empujarnos a través de varios riffs hasta la subida definitiva (minuto 5:00) en la que la emoción alcanza un nuevo nivel en “Hex”, para acabar todo en un precioso outro y “FIN” en la que agradecemos su ligereza y dulzura para concluir un disco repleto de sentimientos, de frustración, rabia y odio pero también ternura y sensibilidad, optimismo y belleza, como la vida misma.
Recuerdo que hicieron una entrevista para nuestra querida Rockzone en la que Esteban, desanimado ante la situación actual, creía ver la única solución a todo lo que nos rodea en algo tan sencillo, pero tan importante, como hacer feliz a las personas que tienes al lado. Sé que escribir desde la trinchera puede resultar tan fácil como cobarde en algunos momentos, pero, querido Esteban, vuestra música nos hace feliz a mucha gente y eso es un don al alcance de muy pocos. Mi más sentida enhorabuena por Hex.
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