"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Lorna Shore "Pain Remains"

Si alguien nos hubiese dicho que Lorna Shore iban a convertirse en una de las formaciones de metal con más proyección de los últimos años y que llevarían su estilo allá donde otras bandas, abanderadas de cualquier core, no han sabido hacerlo, además de sobreponerse y que un tipo con tanto talento y carisma como Will Ramos haría que nos olvidásemos de los nombre de anteriores vocalistas, pensaríamos que se trata de una broma, porque Lorna Shore tenían que haber desaparecido o haber formado parte del pelotón de otras bandas de su generación, encadenando giras de interminables carteles, hasta fenecer publicando discos genéricos. Pero no, “Immortal” (2020) fue un punto y aparte que confirmaron con "...And I Return to Nothingness" (2021). ¿Serían capaces De Micco y Ramos llevar a la banda aún más lejos o es que acaso eran un espejismo su anterior disco y EP? Lorna Shore han venido para quedarse en esta última encarnación; no sólo han sabido fusionar los arreglos sinfónicos el death metal y, en última instancia, el deathcore sino que Lorna Shore mezclan death y black sin complejo alguno, repartiendo gañidos y trémolos riffs que acaban en pig squeals en dos tonalidades; del agudo al grave y viceversa, jugando con la prodigiosa garganta de Ramos para que O'Connor nos haga caer en el más profundo de los breakdowns y Yager y Archey nos ametrallen; Lorna Shore hace mucho que dejaron de ser core, han sabido convertirse en algo más grande que toda la escena junta.

"Welcome Back, O' Sleeping Dreamer" es tan enorme que cuesta no perderse en sus vericuetos, estamos hablando de más de siete minutos de épicos coros y una velocidad espídica en la que sus célebres breakdowns suenan tan vastos o contundentes que parecen llevarte de viaje al núcleo terrestre; sabes que van a empotrarte contra el suelo cuando ves una actuación de Ramos y este se apoya sobre sus rodillas, pasando de los guturales más cavernosos al chillido más cercano a Filth que al death. "Into the Earth" es un maltrato continuo, no hay respiro, ni un solo segundo de tregua entre la batería de Archey y las guitarras de De Micco y O'Connor, mientras que en "Sun//Eater" o "Cursed to Die" son los arreglos sinfónicos los que conducen a Lorna Shore para el desarrollo de ambas composiciones, convirtiendo, por ejemplo, a "Cursed to Die" en la canción más épica de todo “Pain Remains”, pura melodía. 

"Soulless Existence" es más clásica dentro de los parámetros que manejan Lorna Shore, con una introducción de Ramos cercana al black y unas finales "Apotheosis" o "Wrath" que parecen cerrar un álbum en el que De Micco está también tocado por la gracia y una banda que parece tan engrasada y puesta a punto, tan repletos de talento y energía, como para haber grabado un álbum que pinta a la perfección el estado en el que se encuentran. Pero la sorpresa llega tras “Wrath” con la auténtica despedida de “Pain Remains”, que no es ni más ni menos que más de veinte minutos de una suite titulada como el álbum y dividida en tres partes; "Pain Remains I: Dancing Like Flames", "Pain Remains II: After All I've Done, I'll Disappear" y "Pain Remains III: In a Sea of Fire". Un esfuerzo auténticamente titánico en el que Lorna Shore entran en la narración a través de diferentes escenarios, repletos de emoción y desgarro, además de diferentes partes que, sin embargo, parecen formar un todo. 

Sé que “Pain Remains” no es un disco perfecto, no me termina de gustar la producción y, a veces, abusan del mismo formato cuando varias de sus canciones comienzan con una introducción para, acto seguido, entrar a la melé. Pero nada de ello oscurece el resultado de un álbum en el que Lorna Shore demuestran su grandeza con el gran fichaje de Will Ramos. Hay que prestar mucha atención a lo que se cuece en New Jersey…

© 2022 Lord of Metal

Crítica: The Mars Volta "The Mars Volta"

Recuerdo cuando se publicó "De-Loused in the Comatorium" (2003) y todos creímos olvidar a At The Drive-In. The Mars Volta sonaban tan marcianos como repletos de energía, aquel y todo lo que vino después fue el más puro mestizaje entre rock de los setenta e influencias latinas, mezcladas con free jazz y arreglos a medio hervir entre la psicodelia y el hard rock que aseguraban su nombre en la historia del rock. "Frances The Mute" (2005) y, en menor medida, "Amputechture" (2006) nos hacían creer que su creatividad no tenía parangón, es verdad que “The Bedlam in Goliath” (2008), “Octahedron” (2009) y “Noctourniquet” (2012) no estaban a la altura, pero estamos hablando de discos notables que mantenían la leyenda de Omar Rodríguez López y Cedric Bixler-Zavala pero, de pronto, un apagón; The Mars Volta anunciaban su separación cancelando abruptamente todos sus planes de gira (aún conservo la entrada de su última gira) y, entonces, los titubeos, los mil y un proyectos, el regreso descafeinado de At The Drive-In y, lógicamente, también el de The Mars Volta. Un retorno que, tras el subidón del anuncio, planteaba más interrogantes que certezas, más miedos que alegrías, ¿serían capaces de grabar algo a la altura de los discos anteriores? La respuesta, como podrá apreciar el lector, es que no; The Mars Volta han grabado un álbum aceptable, en el que todo suena estupendamente bien pero sin originalidad o riesgo, un disco en el que la ausencia de título podría significar que es el que mejor representa el espíritu de la banda o desgana e indecisión, inclinándose por esto último todo aquel que se atreva a escuchar un álbum en el que hay talento y oficio, pero falta inspiración, falta esa originalidad y sensación de estar derrochando genialidad de los discos anteriores, cuando The Mars Volta, hasta en sus momentos más bajos, eran capaces de hacerte viajar sin necesidad de ninguna sustancia adicional.

Omar es un maestro y la característica voz de Cedric es toda una garantía, como ocurre en “Blacklight Shine” , Eva Gardner y Marcel aportan la especia en la base rítmica, todo debería pero no es así, tras el entusiasmo que contagia la primera canción del álbum, “Graveyard Love” no termina de despegar y “Shore Story” confirma que el disco carece de fuerza; no hay destellos de hard rock, ni falta que haría, pero tampoco hay esa sensación de peligro, de estar adentrándonos en otros territorios inexplorados, de estar mezclando colores que no deberíamos, no hay ese estallido y la experiencia de escuchar a The Mars Volta pierde todo su voltaje. “Blank Condolences” resulta exasperante y quizá “Vigil” y su desgarro en la letras, además lo accesible de su melodía, es la única que termina de calar de la misma forma que aquel que está a punto de ahogarse intenta agarrarse a cualquier cosa que flote. 

Como es el caso de “Que Dios Te Maldiga Mi Corazon”, quizá la única que más recuerde a lo que antiguamente despertaban en uno, aunque son apenas dos minutos y “Cerulea” pida tanto prestado a Bon Iver que termine por desconcertar, como es también el caso de "Flash Burns From Flashbacks" o “Palm Full of Crux”, composiciones que pasan sin pena ni gloria y que exigen todo el esfuerzo por parte del oyente por intentar recordarlas, increíble viniendo de aquellos que alguna vez firmaron “The Widow” o “Televators”. “No Case Again” o la acústica “Tourmaline” no arreglan un disco en el que cuesta quedarse con una canción y aparentes descartes como “Equus 3” o la final “The Requisition” son lo mejor de canciones que, pese a todo el buen gusto del mundo (“Collapsible Shoulders") no terminan de calar.

He estado escuchando estos últimos meses “The Mars Volta” y, al final, me he decidido a reseñarlo por lo mismo que intenté exprimirle todo el jugo al de Billy Howerdel y, sin quererlo, pasó a un segundo plano hasta que me olvidé por completo de sus canciones. Lo mismo que me ocurre con estas de Omar Rodríguez López y Cedric Bixler-Zavala en las que creo que hay más excitación por mi parte, que por la suya. Estoy deseando verlos de nuevo en directo este verano, quizá ese sea su hábitat natural y en donde desplieguen todo aquello que aquí echo en falta.

© 2022 Conde Draco

Crítica: Obsidious "Iconic"

Recuerdo perfectamente el hype alrededor de Obsidious, como si fuese ayer. También la desbandada de Obscura por parte de Rafael Trujillo y Sebastian Lanser y, por supuesto, mi primer pensamiento. Y es que soy de los que creen que cuando una banda se divide, en muchas ocasiones (no siempre, pero ocurre), los beneficiados somos los seguidores. En este caso, tenía claro que Obscura no se resentiría y no precisamente por la más que probada calidad de los fugados, sino porque siempre he entendido a la banda como el proyecto de Steffen Kummerer y sabía que Trujillo y Lanser nos sorprenderían con algo de calidad, como así fueron atestiguando los singles publicados, además de la incorporación del vocalista Javi Perera o el bajista Linus Klausenitzer (Alkaloid). Pero la sorpresa ha sido mayúscula, porque jamás podría haber esperado que el resultado de tan especiado plato fuese semejante manjar, y es que con su debut, “Iconic” (2022), Obsidious han firmado un álbum de death metal técnico progresivo con tintes de ópera rock y un sentimiento apocalíptico mezclado con temática espacial. Llegados a este punto podríamos llevarnos las manos a la cabeza y pensar que el resultado es cargante, pero nada más lejos de la verdad, “Iconic” es un plato gourmet apto para los paladares más refinados pero cuya calidad no impide su disfrute por aquellos que no gusten tanto del progresivo pero busquen igualmente la melodía o el virtuosismo. Obsidious han grabado uno de los mejores discos de un año que se acaba y, cómo un triple de Curry antes del bocinazo, ha entrado milagrosamente para demostrar, no solamente su talento, sino que hay vida mucho más allá de Obscura.

Tras una apertura exuberante pero, a veces fallida, como "Under Black Skies", uno siente que “Iconic” crece con canciones como “Sense Of Lust”, en las que la voz de Perera se muestra auténticamente versátil entre las partes más altas y el tono más oscuro, además del siniestro sentimiento del bajo de Klausenitzer y la maravilla de arreglos de Trujillo. ¿Por qué "Under Black Skies" no me convence si se muestra tan espectacular en el inicio del álbum? Pues muy sencillo, a pesar de ser una opinión puramente subjetiva y desde el gusto más propio, creo que a veces roza el power. ¿Es algo malo? En absoluto, pero rompe la coherencia de un álbum que entiendo es puramente death, como ocurre con la propia “Iconic” y el derroche técnico de Trujillo, además de las diferentes partes que la integran y cómo Perera se centra en los guturales, a pesar de su alternancia melódica, mientras que “Bound By Fire”, aunque sorprendente, creo que adolece de la naturaleza del resto de “Iconic”, pudiendo meterla en el mismo saco de "Under Black Skies", mientras que el problema de “Bound By Fire” no es su acercamiento más épico al power sino, simplemente, que no termina de ser el mazazo que es, por ejemplo, “I Am”, como auténtica demostración de lo que Obsidious son capaces si unen sus virtudes, su gran nivel de composición y su emputecimiento, cuando de verdad quieren devorar galaxias y no sólo se conforman con grabar una canción. Además, los coros de “I Am” la elevan, logrando una sensación aún más grande; si el mundo se acabase y sonase como banda sonora mientras baja un imponente objeto de entre las nubes, a nadie le extrañaría.

Claro, por el camino, Obsidious también nos sueltan la edulcorada “Iron And Dust”, recordándonos a los más insufribles Dream Theater (lo que no es un insulto para ninguna de las dos bandas, ambas tienen mis respetos y la primera mi propia militancia durante años entre sus filas de seguidores) pero estoy seguro de que Obsidious no pueden esperar que otras composiciones como la mencionada “Iron And Dust”, “Delusion” o “Nowhere” (la cual disfruto a ratos, cuando Perera suena más poderoso) funcionen igual que “I Am” o, por ejemplo, “Devotion”, siendo esta última un trabajo finísimo, desde su comienzo, pasando por su crescendo hasta esa sensación liberadora en la que todo Obsidious parecen más sueltos que nunca, además del sonido del bajo de Klausenitzer y los arreglos de Trujillo. Siendo “Nowhere” y la final "Lake of Afterlife" quizá las menos representativas del asombroso trabajo de una banda que acaba de firmar un debut arrollador.

Por lo tanto, cuatro estrellas más que merecidas para Obsidious, debido a su talento y ejecución, además del trabajo en estudio que derrochan sus canciones, además de una producción cristalina pero poderosa. En contra, algunas canciones que les alejan de lo que creo que debería ser el espíritu del disco y de la propia banda. Con todo, esta última apreciación no empaña en absoluto que “Iconic” sea un auténtico cohete y prometa un excitante futuro.

© 2022 Lord Of Metal

Crítica: Exhumed "To The Dead"

A veces, siento que estoy predicando en el desierto. ¿Cuántas veces tendré que dejar por escrito que Matt Harvey está haciendo una grandísima labor al frente de Exhumed y las delicias de los amantes de Chuck Schuldiner con Gruesome? Basta con escuchar “Gore Metal” (1998), “Slaughtercult” (2000), “Anatomy Is Destiny” (2003) y “All Guts, No Glory” (2011) o los más recientes “Death Revenge” (2017) y “Horror” (2019). En concreto, “Death Revenge” (2017) me parece una auténtica obra maestra y fue publicada hace tan sólo cinco años. Pero es que, Harvey regresa con este “To The Dead” tan sólo tres después de entregar “Horror” (2019), ¿estamos locos? Está claro que Exhumed son una banda underground (quizá no tanto, me cuesta cada vez más diferenciar entre unos y otros) pero no me vienen a la cabeza otros que mezclen grindcore, death metal y semejante calidad técnica en cada entrega, además de dejarse acompañar de las musas. Odio hacer este tipo de comparaciones porque amo a estas bandas, pero pondría a Exhumed a la altura de Carcass o Cannibal Corpse, podrían compartir cartel cualquier noche y no desentonarían ni unos, ni otros, conformando un triple cartel de ensueño. Lo que hacen Exhumed no se puede resumir en death metal bruto, técnico y salpicado de gore, pero con tan buen gusto y amor por la serie b, por la viscera y la sangre que resulta imposible resistirse.

Produce Alejandro Corredor y es Marc Schoenbach el que firma, de nuevo, la portada de un álbum que no deja respiro desde la inicial “Putrescine and Cadaverine” nos trae a unos Exhumed que no se niegan a sonar old-school pero con un toque más actual, sin dejar de ser crudos. El regreso de Ross Sewage se agradece en cortes como "Carbonized" o "Rank and Defiled”, en los que él y Mike Hamilton suenan especialmente agresivos, mezclando su poderosa pegada con los primitivos riffs de Harvey. “Drained of Color” tiene ese olor a podredumbre tan típico de Exhumed hasta que cambian la dinámica y la canción parece romperse gracias a la manera de golpear de Hamilton, mientras que "Lurid, Shocking, and Vile" recuerda a los clásicos de goregrind o grindcore, y Harvey parece llevarlo a otro nivel deseando devorar por completo nuestra alma, no será hasta la veloz “Undertaking the Overkilled" y sus armónicos que descerrajarán toda su artillería sobre nosotros y uno de los riffs más adictivos del álbum, ¿es posible mantener este nivel de agresión con semejante inspiración y nivel técnico? Por supuesto, cuando Harvey se une a Sebastian Phillips para terminar de rematarnos con “Necrotica” y quizá dos de las mejores canciones de “To The Dead”; "Defecated" y "Disgusted", poco más de ocho minutos en los que Harvey demuestra tener una grandísima creatividad a la hora de componer un riff tras otro, como si tuviese la cartera repleta de ellos, como si el resto de bandas tuviesen que esforzarse por componerlos y a Exhumed se les cayesen de las manos a pares en cada canción. 

Llegados a este punto, me es difícil discernir si Exhumed están a la altura del adorado “Death Revenge” (2017) o “All Guts, No Glory” (2011), Matt Harvey lo ha vuelto a hacer y con eso me basta. Tan sólo queda que regresen a Europa (no pasan por nuestro país desde 2014) y presenten semejantes canciones. Mientras tanto, seguiré reivindicando, una vez más, la figura de Harvey como auténtica mente pensante, como genio poco valorado frente a otros compositores con menos inspiración, pero más mediáticos. Sencillamente, brutal de principio a fin.

© 2022 Lord Of Metal

Crítica: Arctic Monkeys "The Car"

Poco me equivocaba con “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018) cuando afirmaba que era el peor álbum de Arctic Monkeys, como tampoco lo hacía cuando prefería no asistir a su gira. No se trata de, como muchos de sus seguidores aseguran, que aquel fuese el intento fallido de este “The Car”, nada de eso, a “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018) no sólo le fallaban las formas, también la composición. ¿De verdad había algún seguidor sobre la faz de la tierra, de esos que se derriten en redes sociales cada vez que la banda publica un single, que eche en falta “The Ultracheese” en directo o, en general, en su vida? ¿He de creerme que alguien necesita escuchar “Science Fiction” en su vida a excepción de cuando se disfrace de Nick Cave de pega en Halloween? ¿Es posible que Alex Turner haya aprendido, por fin, algún acorde de piano para defender las nuevas canciones en directo y no como ocurría durante la gira de “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018) en la que daba tanta vergüenza ajena cuando parecía evocar el espíritu de Errol Flynn golpeando las blancas y negras con su miembro, saliendo este victorioso en las comparaciones? Todas estas preguntas no necesitan respuesta; no porque sean capciosas y formuladas con toda la ironía del mundo, sino porque el tiempo nos ha dado la razón a unos y otros. “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018) es un álbum horrendo que, como todos los discos horripilantes del mundo, ayudan en la nota a sus sucesores y es cierto que “The Car” (2022), con más luces que el anterior y pese que a incluye algunas canciones que siguen rozando la mediocridad, es claramente superior a aquel. El problema viene cuando echamos la vista hacia atrás y lo comparamos con el magnífico “AM” (2013), “Humbug” (2009), “Favourite Worst Nightmare” (2007) y, por supuesto, el inmediato y adolescente “Whatever People Say I Am, That's What I'm Not” (2006), llegando a la conclusión que hasta en “Suck It and See” (2011) había mucho más que salvar.

Con todo, “The Car” (2022), aprueba con holgura; las canciones no son inolvidables pero están más trabajadas, Jamie Cook suena magnífico, la base de Matt Helders y Nick O'Malley es solvente y remite a la magia de los setenta y los arreglos de cuerda están magníficamente compuestos, añadiendo dramatismo y, por qué no, glamour cuando la situación así lo requiere. Mientras que Turner y su característico tono, resuena perfecto en unas letras mucho más afinadas que las escritas en “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018). No es que no haya momentos sonrojantes tampoco; es que suenan más naturales, menos forzadas y uno no tiene la sensación de estar escuchando horribles y pretenciosos ripios sobre música de ascensor. ¡No eres un fan, no amas a la banda, no eres un profesional! -gritarán los más sensibles, mientras leen estas líneas. A esta web hay que venir ya llorado de casa, seamos serios…

Pero lo cierto es que las diez canciones del álbum, desde "There'd Better Be a Mirrorball" tienen carácter de single. Turner nos sube a bordo de su lujoso coche pero el olor de la tapicería sigue siendo el del hule en lugar de piel (seguramente vegana, sin crueldad, tranquilo), evoca a Scott Walker, claro que sí, pero también a The Last Shadow Puppets y esta referencia se agradece porque no suena tan distante a la de aquel, Turner se siente cómodo y, cuando la canción despega, lo haces con él de viaje a los setenta; "I Ain't Quite Where I Think I Am" es un magnífico ejercicio de estilo que no encuentra continuación en "Sculptures of Anything Goes” a pesar de la mordacidad que la letra parece destilar en el cambio de residencia de Turner y el tono sombrío de una composición que pronto nos lleva de nuevo a “The Car” con la amable "Jet Skis on the Moat" y, por supuesto, “Body Paint” y su falsete, narrando una escena de infidelidad. La acústica “The Car” es quizá una de las mejores del conjunto; la guitarra acústica y sus arpegios parecen conducirnos hasta los golpes de Helders pero son los arreglos y el aullido de las guitarras eléctricas los que añaden la tensión, esa que luego, por desgracia, desharán con “Big Ideas”.

Otro acierto es “Hello You” y, de nuevo, los arreglos tiñendo de elegancia toda la canción hasta "Mr Schwartz" (que podría haber firmado Paul McCartney, pero carece de la fuerza que sí evocaba “The Car”) o la sensacional “Perfect Sense” en la que el pulso creativo existe pero entre la letra de Turner y los, mencionados hasta el hartazgo, maravillosos arreglos. Conformando un final tan elegante como sobresaliente en un álbum en el que parecen haber casi domado aquello que querían lograr pero se les escapa en “Tranquility Base Hotel & Casino” (2018). Los amantes de los guitarrazos y las melodías más accesibles, del riesgo y la chulería tendrán que esperar hasta la próxima reencarnación de Alex Turner, pero “The Car” (2022) es un buen ejemplo de que saben hacer las cosas bien cuando quieren y talento les sobra para ello.

© 2022 Conde Draco

Crítica: Disturbed "Divisive"

¿Conoces esa sensación de cuando alguien que quieres te está contando un chiste y tú sonríes por cortesía, esperando que llegue el clímax y reírte, aunque no sientes nada en absoluto, llega el momento de la sonora carcajada y sigues petrificado sin saber cuándo deberías haberte reído o no? Es entonces cuando tu estratagema es la de hacerle creer a la otra persona que eres tonto de remate por no pillarlo, para que no descubra que lo es ella o que, mucho peor, te estás riendo por cumplir porque el chiste, como cantaba Morrissey, dejó de tener puta gracia hace mucho. Pues esa mueca de hiena es la que he tenido durante los últimos veinte años cuando alguien me mencionaba con excitación a Disturbed y yo escuchaba sus discos intentando adivinar en dónde se hallaba aquello que tanto entusiasmaba a millones de personas. “The Sickness” (2000), “Ten Thousand Fists” (2005) o “Indestructible” (2008) se supone que debían despertar en mí el amor por la obra de Draiman pero soy de los que creen que el pseudometal alternativo con ínfulas del post-grunge de los dos mil ha envejecido tan mal como era de esperar; ya en aquella época resultaba un subgénero rancio, repleto de clichés y con una producción plana. ¿Qué podías esperar de Disturbed, Nickelback, Godsmack, Staind o Creed? En efecto, poco o nada.

Sin embargo, "Evolution" (2018) no mostró una cara aún más mediocre de la banda, ¿qué podíamos esperar de Disturbed tras un disco tan horrendo que, pese a todo, se aprovechó inesperadamente de la inane versión de “The Sound of Silence”? Pues lo que hacen todas las bandas en su posición; regresar a aquello que sí llena sus cuentas bancarias y parece colmar a sus poco exigentes seguidores. Ya desde la portada, de nuevo con The Guy en ella, y prescindiendo de Kevin Churko tras los mandos, pero con Drew Fulk (Papa Roach, A Day To Remember o Motionless In White pero también Lil Peep o Fever 333), intentando remozar aún más el sonido de Disturbed, Draiman y los suyos superan la nota de “Evolution”, pero sin demasiado esfuerzo; las letras son ramplonas, las melodías ya conocidas, los riffs no son tampoco un dechado de originalidad y el sonido del disco, por desgracia, vuelve a ser plano (todo parece sonar al mismo volumen, no hay protagonismo, las guitarras no destacan en absoluto y parecen tener la misma presencia de agudos que el bajo, mientras que en el set de Wengren parece imposible diferenciarse lo que es la caja de un timbal).

Seguramente, cualquier oyente, pasará por las canciones de “Divisive” y pensará que están bien, que son mejores que aquellas que daban forma a “Evolution” e incluso, en su error, sentirá que no están tan mal, pero uno más crítico también deducirá que son más de lo mismo y el más espabilado se aventurará en creer que las musas de Disturbed han visto tiempos mejores y no le faltará razón. Diez canciones, una colección que se abre con “Hey You” y Draiman haciendo de Draiman; no faltará el momento en el que sincopará su fraseo (haciendo honor a sus memes de “Down With The Sickness” y su cacareo) pero, a pesar de sonar sólidos, la sensación general es de aburrimiento cuando cuatro minutos se hacen eternos y parece unirse a “Bad Man”, con la sensación de que Disturbed componen todas sus canciones a raíz de un título sobre el que orbitan sus letras y la angustiosa repetición. “Bad Man” suena tan pasada de fecha, como si la hubiesen cocinado durante la época de "Ten Thousand Fists" (2005) y hubiese estado guardada como descarte o, mejor dicho, sobrante durante los últimos dieciocho años. 

Resulta inútil destacar una canción sobre otra, cuando “Divisive” suena igual que las anteriores, como “Unstoppable” (quizá la mejor de esta colección), “Love To Hate” suena noventera y, lógicamente, llega tarde. “Don’t Tell Me” con Ann Wilson debería ofrecer una tregua pero sólo consigue el tedio más absoluto tras “Feeding The Fire” (en la que sí aciertan en la melodía y ofrecen algo ligeramente diferente a lo que Draiman nos ha condenado a lo largo de todo el disco) pero acabamos exactamente igual a como comenzábamos “Divisive” y el pálpito de haber escuchado una y otra vez la misma canción; “Take Back Your Life” (que podría haber formado parte de “Evolution”), “Part Of Me” (con una introducción propia de los también caducos Alien At Farm) o la, absolutamente prescindible, final “Won’t Back Down”.

Si lees otra críticas de internet, creerás que nos hemos equivocado y Disturbed han facturado un discazo (¿de verdad te lo crees?), si lees los comentarios de sus videos en YouTube, pensarás que no puede ser tan malo cuando miles de personas aseguran haber perdido a un familiar y “Divisive” haberles salvado la vida pero, acércate y escucha, tú y yo sabemos que Disturbed son a la música lo que el colesterol malo a tus arterías.

© 2022 Michael Brisgau

Crítica: Candlemass "Sweet Evil Sun"

En pleno 2022, tras haber disfrutado profundamente de aquel “The Door to Doom” (2019) y de su gira, además de haberles conocido, he de admitir que sufrí un tremendísimo hype con aquel disco, la vuelta de Johan Langquist era algo demasiado sabroso e incluso aquellos aspectos que no me convencían del álbum terminaron gustándome. Pero el tiempo, el maldito tiempo (ese cabrón que corre raudo como un caballo desbocado), ha hecho que escuche más de la cuenta “The Door to Doom” y, gustándome y pareciéndome un buen álbum, me he percatado de muchos de esos defectos. Quizá sea por eso que el nuevo álbum de Candlemass, este que nos ocupa; "Sweet Evil Sun", era uno de los más esperados para saber cómo evolucionaría la reunión con Langquist, si sería una segunda parte de “The Door to Doom” y seguiría teniendo la sensación de que Johan desentona en algunos momentos, con Candlemass tirando hacia una suerte de metal añejo o si, por el contrario, volverían a sonar más doom, más cercanos al mítico "Epicus Doomicus Metallicus" (1986). Por otro lado, justo cuando termino de escribir esta última frase, me doy cuenta de que lo que planteo es un auténtica entelequia y tiene más que ver conmigo que con la propia banda; estoy seguro de que si Langquist o Leif Edling leyesen esta reseña o tuviese la oportunidad de decirles lo que pienso, seguramente se reirían y, con amabilidad, me explicarían que la vida cambia; que ni ellos, ni el mundo, son lo mismos que en 1986.

"Sweet Evil Sun" está producido, de nuevo, por Marcus Jidell, por lo que pocos giros de timón nos encontraremos cuando ni entre los músicos, ni el productor, hay gran cambio, lo que tampoco signifique nada negativo. Sin embargo, en donde sí hay diferencia es en el papel de Langquist; tal y como esperaba, la unión entre Candlemass y él, parece cuajar definitivamente, como se siente en "Wizard of the Vortex"; un inicio apabullante en el que, como oyentes, sentimos que hay una promesa, la de un álbum en el que nos esperan sorpresas y un nivel compositivo infinitamente más alto, jalonado por esa cohesión que sí que se siente. La canción, "Sweet Evil Sun" es, de nuevo, otra gran composición en la que prima la potente base rítmica de Leif Edling y Jan Lindh y la guitarra de Lars Johansson, crudísima, sonando en primerísimo primer plano y con un tono excelente.

“Angel Battle” baja los ánimos y tira de su doom más clásico, funcionando magnífico el cambio de ritmo pero, sin embargo, es la primera vez en el álbum que siento que, a pesar del magnífico sonido, vuelven a sonar más cercanos al heavy metal más tradicional y que sólo cuando vuelven a bajar las revoluciones, es cuando conservan su identidad; demostrándome que lo que aquí falla es la escritura, como en “Black Butterfly”, el solo de Lars es arrebatador pero el peaje que tengo que pagar por escucharlo son casi seis minutos de una canción por la que no siento la misma pasión. Algo similar me ocurre con “When Death Sighs” en la que la voz es la auténtica protagonista y la que se lleva todas las miradas en su magnífica interpretación, pero, aparte del solo de Lars (de nuevo), siento que el disco entra en punto muerto. Por suerte, “Scandinavian Gods” me saca de esa amarga sensación, me gusta la reverberación de la batería de Jan y cómo Johan vuelve a atraparnos, además de las dobles voces, y cómo el tono pesadote de la canción nos atrapa por completo. En mi opinión, habría dejado “Devil Voodoo” y su evocación sabbathiana, para el final, porque logran un auténtico interruptus tras “Scandinavian Gods” y, aunque la segunda parte de la canción, levanta el vuelo, tendremos que esperar hasta “Crucified” y su emoción, o una de las cotas del álbum; “Goddess”, en donde demuestran gran parte de la garra que poseen en directo y que funciona como despedida (porque “A Cup of Coffin (Outro)” es tan sólo una coda de minuto y medio).

"Sweet Evil Sun" muestra a unos Candlemass mucho más seguros de sí mismos, lejos del subidón de su regreso y la incorporación de Langquist, y se siente a lo largo y ancho del álbum, me quedo con eso y es más que suficiente. Es una tristeza pensar que llevan cuarenta años y la frase que me viene a la cabeza es que “progresan adecuadamente” pero también es cierto que no hay mayor piropo para aquellos que no se duermen en los laureles y, pese a ser parte de la historia, siguen trabajando por grabar grandes canciones, y conservan intactas su ilusión y sus ganas de sorprendernos. Rozando el notable.

© 2022 Lord Of Metal 
pic © 2022 Linda Akerberg

Crítica: The Cult "Under The Midnight Sun"

No sé qué resulta más absurdo; si que en pleno 2022, The Cult sigan en activo en semejante estado de forma, que graben discos de altura o que no reciban mayor reconocimiento. "Under the Midnight Sun" es el quinto trabajo desde que decidieron regresar con "Beyond Good and Evil" (2001) y, a excepción de “Hidden city” (2016), un álbum también notable pero que palidece tras "Choice of Weapon" (2012), Astbury y Duffy han sido incapaces -literalmente incapaces- de grabar un mal disco. Junto a Tempesta, Fox y Jones, “Under The Midnight Sun” puede presumir de un sonido sólido y maduro, clásico de The Cult, con una fortísima base rítmica, los agrestes guitarrazos de Duffy y el misticismo de Ian Astbury. Pero quizá, lo que hace más grande a “Under The Midnight Sun” es todo aquello que no se puede contar, pero te hace sentir; sus canciones son rock grueso y sin fisuras que evocan la aridez del desierto pero cuyos arreglos de cuerda te llevan a otra dimensión, como si Astbury hubiese sintetizado a la perfección su propia personalidad con su aventura con Krieger y Manzarek y la música de The Cult se hubiese beneficiado de ello, mientras Duffy adorna aquí y allá las composiciones, hay ecos de los ochenta pero no los suficientes para que resulten cargantes; “Mirror” posee peso, la atmósfera parece subir su presión hasta que entra la voz de Astbury y encontramos su clásica forma de recitar. Un buen puente y al estribillo, repleto de intensidad. Si venías buscando la inmediatez de discos como "Love" (1985), "Electric" (1987) o "Sonic Temple" (1989), quizá no encuentres el goticismo mezclado con el hard rock de aquellos, pero sí toda la emoción de una banda que parece haber ido ganándola con cada año de gira a sus espaldas.

“A Cut Inside” suena repleta de graves, Astbury asegura que si fuese por Duffy grabarían una y otra vez “Sonic Temple” y no sé si es por él que The Cult se internan en la sensación chamánica de ese rock atemporal que parece que va a estallarte en la cara en cualquier momento, pero “A Cut Inside” es violenta sin resultar agresiva o veloz, es tan elegante como robusta. “Vendetta X” suena magnífica, como uno esperaría que The Cult sonasen en el nuevo milenio, quizá uno de los singles más obvios gracias a su producción y dobles voces, además de los arreglos sobre la base rítmica. A veces, tengo la sensación de que, si esto lo firmasen cuatro chavales de veinte años, la prensa internacional se desharía en elogios, pero son unos veteranos los que siguen grabando material de calidad tras casi cuarenta años y eso no vende tanto. “Give Me Mercy” suena oscura y el riff de Duffy se pega como un chicle, tiene un toque gótico propio de los ochenta y un estribillo accesible y sencillo, en un álbum en el que, en lugar de perder fuelle, según avanza la segunda cara, se envalentona y muestra sus mejores números. 

“Outer Heaven” inaugura, precisamente, esa segunda tanda, con unos opulentos arreglos orquestales que elevan aún más la voz de Astbury, mientras “Knife Through Butterfly Heart” rompe por completo el ambiente del disco y es aquí donde, justamente, la voz de Astbury parece heredar lo mejor de Morrison, pero también de Lanegan; tu me entiendes, ese tipo de voces con profundidad pero también con magnetismo y magia, que parecen invocar espíritus y levantar mareas, atraer lluvias e hipnotizar áspides. “Impermanence” vuelve a subir la intensidad, esa que ya no nos abandonará cuando The Cult se empeñan en despedir su último disco con la homónima “Under The Midnight Sun” y brillar por todo lo alto, bajo el sol de medianoche, evocando también a Scott Walker, con unos arreglos de cuerda preciosos y la misteriosa sensación de estar escuchándola, en verdad, sobre una duna bajo el sol de medianoche. Desconozco cuántos discos más publicarán The Cult, cuántas giras podremos ver, cómo de imprevisible será Astbury la próxima vez que se suba sobre un escenario, pero lo que sí sé es que cada uno de los discos que publican siguen valiendo su peso en oro, dando la sensación de que están muy por encima de cualquier banda de su generación. Tocados por la gracia, desde luego…

© 2022 Conde Draco

Crónica: In Flames/ At The Gates (Madrid) 26.11.2022

SETLIST: The Great Deceiver/ Pinball Map/ Cloud Connected/ Behind Space/ Graveland/ The Hive/ Scorn/ Only for the Weak / Leeches/ Foregone Pt. 1/ Wallflower / State of Slow Decay/ Alias/ The Mirror's Truth/ I Am Above/ Take This Life/

In Flames, como ya he escrito en muchas ocasiones, son esa banda de la que muchos reniegan en redes y corrillos, criticando sus últimos movimientos, pero luego, cuando los ven sobre un escenario se les caen sus argumentos y se encuentran berreando el estribillo de “Alias” u “Only For The Weak” pero, ayer sábado, tras el magnífico concierto de los suecos en Madrid (quizá el mejor que han podido dar jamás en esta ciudad), me di cuenta de algo muy importante que sirvió para la combustión de semejante noche y que es vital para entender el actual estado de forma, en directo, de una banda a la que muchos dábamos por perdida en estudio. Es verdad que la pandemia ha aumentado las ganas de conciertos, para unos y para otros, para su público y para los propios artistas, como también que el nacimiento de The Halo Effect parece haber sido el gran motivo por el que In Flames hayan publicado dos singles como "State of Slow Decay", "Foregone Pt. 1" o "The Great Deceiver" (canciones que no son la cuadratura del círculo, pero sí lo suficientemente agresivas y compuestas con ganas, como para hacer que nos olvidemos de algo tan pueril como "(This Is Our) House") o se lancen a interpretar composiciones de sus épocas más remotas, pero hay otro gran motivo por el que este pasado sábado sentí que la sala La Riviera se iba a caer sobre nosotros; la vieja guardia de In Flames o, por lo menos, aquellos que han dejado de estar en sus trincheras, con sus lamentos sobre la pérdida de Jesper, Peter, Daniel o Niclas, sus críticas a todos los discos desde "Come Clarity" (2006), han dado paso a un ejército de nuevos y jóvenes seguidores, mucho más abiertos de mente, que no lloran sobre la portada de “Battles” (2016) sino que valoran la carrera de In Flames en su conjunto y siguen dándoles la oportunidad de demostrar que hay talento y ganas. 

Puede ser esto, la sana competencia con The Halo Effect o los dos años de pandemia, llámalo química o, simplemente, magia pero hasta el que firma esta crítica tuvo que rendirse ante una noche extraña en la que Orbit Culture o mis queridos At The Gates se debían erigir como valedores, apuestas seguras (unos, por juventud, los otros por veteranía y saber hacer), de una nueva gira de In Flames y un disco al que le faltan tres meses por ver la luz y, sin embargo, se vivió una entrega inaudita por parte de un público voraz, excitado y repleto de alegría que retroalimentó a unos músicos que quizá no se esperaban semejante explosión. Ayer sábado no hubo ni una puta garganta, desde la primera hasta la última fila, que no corease sus estribillos, hasta tal punto que, desde la primeras posiciones (y sé que no soy el único), tanto Anders como Björn no pudieron hacer otra cosa que aplaudirnos y, con los ojos enrojecidos, jurar que no olvidarán la noche de Madrid. “Holy Shit!” -le dijo Gelotte a Anders, lejos del micro, tras "I Am Above" y la respuesta de un público que parecía querer tomar el escenario, mil quinientas personas saltando y apretándose contras las primeras filas. Si el sábado no estuviste en el concierto de In Flames, te has perdido uno de los conciertos con mejor ambiente y más energía de los últimos años, y es que todos tuvimos la sensación de haber vivido algo histórico.

Con la reciente incorporacion de Anders Björler, tras la salida del fugaz y controvertido Jonas Stålhammar, At The Gates volvían a Madrid con "The Nightmare of Being" (2021) pero, fundamentalmente, "Slaughter of the Soul" (1995). “Spectre of Extinction” sirvió de introducción, sonando mucho más dramática y sólida en directo, mientras que “Slaughter Of The Soul” y el mítico “Go!” de Tomas sirvieron para que el concierto despegase. "At War With Reality" y "To Drink From the Night Itself" sonaron perfectas, grandiosa la dupla entre Anders y Martin, como mi favorita, “Cold”, y ese puente tan bello. "Heroes and Tombs" o "Death and the Labyrinth" nos recordaron la grandeza de "At War with Reality" (2014), como la final “The Night Eternal”, precedida por ese petardazo que es y siempre será “Blinded By Fear”. 

Es verdad que el repertorio podría haber sido mejor, que hay canciones como “Wallflower” que podrían haber dado paso a otros clásicos, que “I Am Above” no es lo que muchos esperaríamos para un final de concierto de In Flames, toda la razón y, seguramente, si hubieses hablado conmigo esa misma tarde habrías notado como me goteaba el colmillo ante semejantes elecciones pero, mi décimo concierto de In Flames me guardaba una sorpresa mayúscula, algo con lo que nadie puede contar, ni siquiera ellos mismos. No había comenzado a sonar una sola nota (estás leyendo bien, sólo habían puesto el pie sobre el escenario) y el público comenzó a gritar de tal forma que Anders miró al resto perplejo, ¿qué es lo que está pasando? Cuando Tanner Wayne comenzó a maltratar su batería, fue el momento en el que toda la sala pareció caerse sobre ellos y el riff de “The Great Deceiver” generó que los primeros cuerpos comenzasen a avalanzarse sobre el foso; no era algo violento, simplemente pura energía, las luces parpadeaban y parecía que Björn o Chris Broderick se movían a cámara lenta pero, en realidad, In Flames cabalgaban a toda velocidad gracias a uno de sus nuevos singles. Poco nos podíamos imaginar que aquello sería la tónica de todo el concierto y no únicamente el espejismo efervescente de la primera canción, “Pinball Map” tensó aún más la energía e In Flames sonaron más veloces que en “Clayman”, mientras Anders se volcaba con las primeras filas. “Guided by the pinball map. The driver still unknown to me. Who was sent to glorify? Before we injected this common pride” -cantamos todos a grito pelado frente a un Anders que parecía no entender por qué no se le escuchaba a pesar de estar dejándose la garganta. El motivo era sencillo, más de mil personas tapaban su voz, cantaban los solos, coreaban los riffs, no era casualidad que Bjorn pidiese más volumen en varias ocasiones.

La introducción de “Cloud Connected” hizo que toda la pista volviese a botar, e incluso el trémolo de “Behind Space” fue coreado por aquellos que no la conocían, pero supieron convertir la pista en una olla a presión. “Graveland” y “The Hive” sirvieron para calentar un concierto en el que se evitaron los últimos discos y sí supieron mirar a "The Jester Race" (1996) "Whoracle" (1997), e incluso “Colony” (1999) con “Scorn”. Poco podíamos esperarnos que “Clayman” (2000) haría acto de presencia tan pronto, por segunda vez tras “Pinball Map”, con una interpretación de “Only for the Weak” que dejó a Broderick, Anders, Björn, Bryce y Tanner completamente fuera de sí ante semejante coro del público, como si nunca hubiese sonado antes, grandísima interpretación (además de tener la suerte de conseguir la púa de Björn). “Leeches” y su ritmo dieron paso a la agresiva “Foregone Pt. 1”. De “Battles” (2016) hubiese elegido otra muy diferente a “Wallflower”, pero “State of Slow Decay” volvió a calentar un concierto al que poca leña hacía falta para prenderse a la mínima y “Alias” o “The Mirror's Truth”, además de los constantes cánticos lograron que Anders tuviese que callarse de nuevo y asegurar que estaba viviendo el mejor concierto de toda la gira, siendo su enésima noche. 

El éxtasis llegó, contra todo pronóstico, con “I Am Above” y Anders no sabiendo cómo continuar la letra cuando se encontró con que el público lo tapaba por completo, ni Björn daba crédito tampoco. “Tened por seguro que volveremos pronto”, y “Take This Life” terminó de reventar la sala, con tanta energía y fuerza que pareció un cohete a reacción. Las luces encendidas, la sala repleta, cara de emoción en el escenario y sonrisas entre el público, mi décimo concierto de In Flames ha sido diferente, soy consciente de los defectos de sus últimos discos, de sus traspiés y equivocaciones, pero lo que Madrid vivió el pasado sábado fue, sencillamente, el mejor concierto de In Flames en nuestra ciudad y uno de los mejores de este año en una semana en la que Krisiun, Nile, Voivod, Opeth y At The Gates parecían poner el listón demasiado alto para Anders y los suyos. In Flames están más vivos que nunca y fue gracias a todos los que acudimos a su concierto en Madrid. No hay palabras para describir semejante noche…

© 2022 Blogofenia
Fotos © 2022 Bruna Skaff

Crónica: Opeth (Madrid) 25.11.2022

SETLIST:
Ghost of Perdition/ Demon of the Fall/ Eternal Rains Will Come/ Under the Weeping Moon/ Windowpane/ Harvest/ Black Rose Immortal/ Burden/ The Moor/ The Devil's Orchard/ Allting tar slut/ Sorceress/ Deliverance/

No exagero si digo que he estado una década escuchando a esa plétora de lloronas que habitan las redes sociales, clamando por una gira peninsular de Opeth por salas para, después, a dos días del concierto, leer al promotor de semejante evento hacer un llamamiento a las salas ante un periplo europeo que ha colgado el consabido “todo vendido” en todas las ciudades por las que ha pasado, a excepción de España, claro. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso es verdad el creciente rumor de que las cifras no engañan y Spotify muestra más seguidores que escuchas? ¿Qué hay un auténtico postureo por fotografiarse con un vinilo por parte de gente que ni siquiera tiene plato? ¿Qué queda muy bien asegurar que escuchas a King Crimson y Opeth, pero luego recurres al negro de Metallica y a System Of A Down en la intimidad de tu habitación? No es algo de lo que sospeche, es que, como cantaba uno de nuestros aragoneses más universales; la apariencia no es sincera. No me creo a casi nadie, ni en redes sociales, ni en persona, porque todo el mundo miente y pueden jurarme y perjurarme que se mueren por ver a Opeth en sala que no acudirán al evento, aunque este se celebre a dos paradas de metro de su casa. En esta ocasión, al césar lo que es del césar, Madness Live está haciendo un magnífico trabajo desde hace muchos años, esforzándose por traer a artistas que, honestamente, si no existieran ellos como promotora, tan sólo nos quedaría soñar con verlos pasar por nuestras ciudades pero nosotros, el público nos merecemos lo que tenemos, a Ticketmaster y a la madre que los parió a todos.

Opeth pasaron por nuestro país presentando “Sorceress” (2016) pero fue en festival y, si tengo que hacer memoria de la vez anterior, es porque fue con “Heritage” (2011) en una sala Penélope (ahora, Mon) en la que no cabía un alma y tampoco faltó algún que otro tímido y bovino abucheo con canciones como "I Feel the Dark", ante el peligro de desgracia de una comunidad de fieles que nos agolpábamos, como podíamos y en absoluto silencio, por ver a los suecos. Empero, fue una buena noche, diferente a la anterior en La Cubierta, cuando cuatro años antes nos visitaban con el Progressive Nation de 2009. Opeth ya eran una leyenda y la oportunidad de verlos en una sala tan diminuta no fue obstáculo para disfrutar de una excelente actuación en unos años turbios para la banda cuando la mitad de sus seguidores clamaban por más guturales, mientras otros abrazábamos de buen grado la nueva orientación de “Heritage”. Tras aquello, once años de sequía en las salas y la inevitable peregrinación a otros países de aquellos que nos resistíamos a ver cómo Opeth no bajaban de Francia. Así, La Riviera, mostraba una excelente entrada, pero a última hora de la noche, ante una legión de seguidores que disfrutamos de cada minuto. Opeth no venían solos, el festín era doble gracias a Voivod que nos aseguraron casi una hora de placer que se inició con “Experiment”. Away y Snake son parte de nuestra adolescencia, pero Mongrain y Laroche cumplen con la misma solvencia que talento, asegurándonos disparos de la talla de “Synchro Anarchy” u “Holographic Thinking”. Disfruté especialmente de “The Prow” o “Fix My Heart”, mientras que decidieron despedir su actuación con una versión de Floyd, “Astronomy Domine” que sonó francamente bien. “Synchro Anarchy” (2022) es un álbum notable que muestra la buena salud de una banda que va a hacer cuatro décadas sobre los escenarios y hemos podido ver hasta tres veces en los últimos seis años (la antepenúltima, acompañando, por cierto, a Lars Göran Petrov en su última visita a nuestro país).

Opeth salieron al escenario y, desde la primera nota de “Ghost of Perdition” se supieron triunfadores; no es que los músicos fuesen a lo fácil o en piloto automático, nada de eso, sino que sonaron magníficos y la comunión con su público (ese que sí asistió) fue sobresaliente desde el comienzo. Con un repertorio no tan obvio como podría parecer, interpretaron la bonita “Demon of the Fall” (de “My Arms, Your Hearse”, 1998) con sus cinco minutos de alternancia entre brutalidad y belleza, seduciéndonos hasta “Eternal Rains Will Come” con la que Mikael Åkerfeldt pareció trazar la carrera de la banda en apenas tres canciones; del éxito más reconocible, a su nueva vena, pasando por el tercer disco de Opeth. “Eternal Rains Will Come” sonó bellísima gracias al buen saber hacer del incorporado Waltteri Väyrynen en su unión con Méndez y las bonitas armonías vocales de la canción.

Pero era el momento de viajar a “Orchid” y la oscuridad de “Under the Weeping Moon” (Fredrik Åkesson es un maestro), diez minutos de violencia que nos recordaron quienes fueron y el porqué de su actual grandeza, de esa libertad por la cual han podido girar el timón de su creatividad a su antojo, además de devolvernos a Åkerfeldt gruñendo como nunca antes, quien quisiera guturales salió más que servido. “Windowpane” es ya un clásico que tiñe de nostalgia y convierte cualquier recinto en algo mucho más íntimo gracias a sus guitarras e introspección de su letra, mientras que “Harvest” arrancó los consabidos suspiros de aquellos que no pudieron más que rendirse y entrar definitivamente en un concierto espectacular que no sólo nos mostraba algunas de las mejores cartas de Opeth sino también una agresividad de la que hacía tiempo que no éramos testigos, como fue el caso de “Black Rose Immortal” (“Morningrise” de 1996) en contraste con la delicadeza de “Burden” o la magnífica “The Moor” “(Still Life” de 1999). Del polémico “Heritage” (2011), uno de mis favoritos pese a los rebuznos de muchos, nos trajeron la crimsoniana “The Devil's Orchard” (eché de menos "I Feel the Dark", qué le voy a hacer, no fue la elegida…) que sonó brillante, haciéndonos entender que todo en su carrera tiene sentido y son diferentes caras de la misma alma creativa, cerrando con “Allting tar slut” (de “In Cauda Venenum”, y quizá no la más apropiada para encarar el cierre), como la homónima de “Sorceress” (2016) en los bises y la inevitable “Deliverance”.

Porque ya no me creo a nadie, es por lo mismo que la opinión de muchos ya no me importa y ni siquiera me molesta en leerla o escucharla (silenciar es el mejor invento del nuevo paradigma), quizá porque tengo otra edad y he aprendido de lo que he escuchado, quizá porque esto es música y es algo completamente visceral para lo que no necesito la validación de nadie, tengo la sensación de que el concierto de Opeth fue maravilloso (como, seguramente, todas las fechas de esta gira) y no hace falta que nadie me lo cuente o recurrir a los mismos estériles debates sobre la banda, los guturales, su carrera, las producciones o los músicos que hacen de Opeth un auténtico gigante pero, tan sólo te puedo decir que anoche Åkerfeldt (sonriente con el público, agradecido de la respuesta y comodísimo) logró lo que sólo él es capaz con su música y es la de hacerte creer que sólo habla para ti. Concierto de cinco estrellas para una gira y unos músicos igual de sobresalientes y, por ende, para un promotor que sigue apostando por traer estas giras contra viento y marea.

© 2022 Blogofenia

Crítica: Lamb of God "Omens"

Hay críticas que se escriben solas, mientras que hay otras que, en mi opinión, no necesitan escribirse y, sin embargo, uno siente la imperiosa necesidad de dejar por escrito lo que no es necesario. Pero, quizás, lo que me ha obligado a sentarme frente a la página en blanco, tras muchas escuchas de “Omens” es, además de dejar una pequeña huella en todo aquel que lea este escrito, también la amarga constatación de que “Omens” se ha publicado y ha desaparecido. Me explico, "Resolution" (2012) fue un disco enorme al que, sin duda, afectó lo ocurrido en República Checa y que sentó a Randy Blythe en el banquillo de los acusados ya que fue el disco que nos acompañó durante el largo camino que este recorrió hasta su sentencia en 2013, algo que fue magníficamente relatado en el documental "As the Palaces Burn" y que, lógicamente, impregnó también la composición de "VII: Sturm und Drang" (2015) con Blythe lamiéndose las heridas en directo, como también fue inevitable la repercusión de "Lamb of God" (2020) tras la salida de Chris Adler y su sustitución por Art Cruz. Sin embargo, sorprende la poca presencia de “Omens” en redes sociales (en el actual boca a boca), la sensación de esas críticas escritas en automático, la repetición de clichés en las opiniones y lo poco que ha dado que hablar un disco que ha sido publicado hace escasamente un mes. ¿Qué ha ocurrido con “Omens”? ¿Por qué da la sensación de que ya no es noticia, por qué nadie menciona lo excepcionalmente bien y bruto que suena este disco?

Parece imposible no recordar la entrevista de Randy Blythe en Kerrang! cuando aseguraba que no se veía haciendo lo mismo con cierta edad, quizá porque sea más de lo mismo, quizá porque lo mejor que podían haber grabado ya lo han grabado o porque Lamb Of God, para bien y para mal, hace mucho tiempo que forman parte ya de esa guardia del metal, esa vieja confiable a la que acudir (que nadie se alarme por esta última imagen y sospeche cualquier filia o fobia, si no conoce la referencia original) que, como Slayer, facturan una y otra vez el mismo tipo de disco, con la misma efectividad y confianza del que dispara una recortada esperando lograr el destrozo. Por otra parte, Lamb Of God, poseen una calidad y un método que, practicando el groove típicamente norteamericano que facturan, es prácticamente imposible que fallen en el tiro. Me refiero a que, al revés que muchas de esas bandas supuestamente seguras, Lamb Of God tienen los ingredientes y el talento para poder grabar una y otra vez el mismo álbum y que siempre resulte notable, cuando no sobresaliente.

Así, sin más novedad que el asentamiento definitivo de Art Cruz tras los parches y la constatación de Josh Wilbur como un miembro más, “Omens” produce el lógico placer del reencuentro cuando sabes que la otra parte jamás te va a fallar o decepcionar. “Nevermore” es simple y efectista pero su mecánica funciona y, a pesar de que son apenas dos notas las que soportan la melodía, es un comienzo arrollador para los de Virginia, además de mostrarnos la versatilidad de Blythe, que junto a “Vanishing” y “To The Grave” conforman una triada musculosísima sobre la que abrir “Omens”. Consiguen electrocutarnos con “Ditch” y la sensación de un breakdown eterno que Cruz convertirá en una descarga, mientras que la propia “Omens” les hace sonar más cerca de Pantera que nunca, en lo que parece claramente un homenaje, además de la ayuda vocal de seis gargantas acompañando a Blythe.

La segunda parte del disco, abriendo con "Gomorrah" ralentiza el clímax anteriormente alcanzado pero también es cierto que ayuda a construir esta cara y que "Ill Designs" logra subir a esa montaña rusa en la que "Grayscale" y su riff nos ayudan a despeñarnos desde las alturas, siendo el momento de valorar el excepcional trabajo no sólo de Cruz y Blythe, sino también el incombustible Mark Morton, secundado por Willie y un John Campbell cuyo bajo suena atronador en su unión con Cruz, auténticamente intratable en "Denial Mechanism", antes de la última sorpresa que es "September Song", conformando un disco sin fisuras, un producto magníficamente elaborado desde la composición, su interpretación o presentación pero cuya capacidad de sorpresa, como indicaba al principio, es nula y, a excepción de algunas de sus canciones, tampoco produce la sensación de estar ante su mejor obra. Notable, como siempre, pero de Lamb of God esperamos todos más, ¿no es así? Desde luego que sí. 

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Crítica: Kampfar "Til Klovers Takt"

Cuando suena la guitarra de Ole Hartvigsen al comienzo de "Lausdans under stjernene" sabes que estás escuchando black metal de calidad. No se trata de la repetición de clichés de muchos artistas o el interés únicamente económico de otros, Kampfar han vuelto por la puerta grande, pero de manera súbita, como siempre. No esperes grandes campañas de marketing, docenas de ediciones en diferentes colores para expoliar repetidas veces el bolsillo de los mismos seguidores, nada de eso, escuchando "Til klovers Takt" (2022) tienes la misma sensación que con "Ofidians" (2019) o el maravilloso "Profan" (2015), un disco rico en matices, compuesto con cariño e interpretado con la misma fiereza de siempre, Kampfar no buscan lo fácil, pero logran que así lo parezca el mero hecho de seguir grabando buenas canciones. Si lo pienso bien, "Til klovers Takt" (2022), tras su supuestamente apacible, pero también inquietante portada, conserva todos los elementos que los han llevado a la popularidad; esos medios tiempos que se aceleran sin compasión, voces rasgadas, guitarras emocionales y puentes magistrales, logrando la sensación de hacerte creer que, durante los minutos que dura el encantamiento, no podrías estar escuchando nada más profano pero, a la vez, de mayor calidad. Kampfar son una banda que quizá nunca logre llegar a grandes audiencias (como Behemoth, por ejemplo) pero eso no es impedimento para que sus grabaciones suenen maravillosamente bien y en "Til klovers Takt" hay un poco de todos sus discos o quizá desde "Mare" (2011), pasando por "Djevelmakt" (2014) o los citados "Profan" (2015) y "Ofidians" (2019).

"Lausdans under stjernene" abre el disco de manera enérgica, pero también hay sabiduría en una composición cuya guitarra sirve como introducción para guiar al resto de la banda, suena emocional pero también ligeramente épica en el ritmo marcado por Dolk y Ask, hay un interludio que sirve para articular el torbellino de una segunda parte, pero también otro mucho más folk, con instrumentos de cuerda, justo antes de regresar a la agresividad y, de nuevo, a la primera parte; consiguiendo que los ocho minutos que dura la canción pasen a toda velocidad y necesites más, quieras volver a escucharla. ¿Cuántas veces te pasa eso tras escuchar una composición de casi nueve minutos? Sabes que un libro de dos mil páginas te ha gustado cuando te quedas con ganas de más y podrías volver a leértelo, "Lausdans under stjernene" y "Til klovers Takt" es así.

Pero quizá lo más grande del álbum es que todas las canciones gozan de la misma inspiración, como "Urkraft", con un increíble trabajo en los arreglos y sus dobles voces, los coros dotando de fuerza a una composición que, a pesar de su duración, también posee una segunda parte y hasta un desenlace, como si Kampfar disfrutasen planteando unas preguntas que llevan a un nudo y su posterior solución, sorprendiendo que en cuatro minutos de canción nos hagan disfrutar de semejante viaje. "Fandens trall" es un estallido en el que no hay tregua hasta su recta final, mientras que "Flammen fra nord" es un auténtico descenso a los infiernos, tan oscura pero, a la vez, tan abrasiva que es inevitable rememorar el mejor black metal grabado jamás, como "Rekviem" y su acceso de veneno y, de nuevo esos coros y arreglos, que la elevan a categoría de himno. ¿Puedes imaginarte esta canción en directo? Sorprendente que Kampfar giren por pequeñísimas salas, canciones como "Rekviem" piden más aire para combustionar mejor…

La sensación de exuberante festín es tal que cuando suena la final "Dødens aperitiff" y su magnífico ritmo, el asalto de sus últimos minutos, y el conjuro de Dolk logran que el aparentemente apacible comienzo nocturno de "Lausdans under stjernene" se disipen con el último alarido de este, consiguiendo que quieras escuchar "Til klovers Takt" (2022) en bucle. No puede haber mayor piropo o agradecimiento a la obra de un artista que haciendo uso de ella, disfrutándola una y otra vez. Kampfar nunca decepcionan, qué calidad. Luego nos quejaremos de que actualmente no se graba música de calidad y el metal no es el de los noventa, ¿quién puede decir semejante majadería?

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Crónica: The Cure (Madrid) 11.11.2022

SETLIST: Alone/ Pictures of You/ Closedown/ A Night Like This/ Lovesong/ And Nothing Is Forever/ Burn/ At Night/ A Fragile Thing/ Charlotte Sometimes/ Push/ Play for Today/ Want / Shake Dog Shake/ From the Edge of the Deep Green Sea/ Endsong/ I Can Never Say Goodbye/ Cold/ Faith/ A Forest/ Lullaby/ The Walk/ Friday I'm in Love/ Doing the Unstuck/ Close to Me/ In Between Days/ Just Like Heaven/ Boys Don't Cry/

Escuchar la música de The Cure es bañarse en una enorme piscina de nostalgia, no porque su música o su propuesta carezcan de relevancia actualmente (considero que tanto Robert Smith, como su imagen y composiciones, además de los músicos que conforman la banda están más que probados en el tiempo y siguen gozando de una excelente salud creativa) sino más bien por su público y, en concreto, mi experiencia con su música, además de la capacidad ensoñadora de unas canciones que siempre han articulado esta como llave para acceder a los sentimientos de sus oyentes. Pero, sin detenerme demasiado en lo que significan para mí, ya que los protagonistas de esta crónica son ellos, escuchar sus canciones en pleno 2022 supone transportarme a mi más tierna infancia cuando su imagen me resultaba tan perturbadora como atrayente o, mucho mejor, recordar mi primer concierto de rock, propiamente dicho, durante la gira de “Wish” (1992) y, desde aquella vez ante Robert, caer rendido por completo a la que fue quizá su mejor época antes del irregular “Wild Mood Swings” (1996), pero que también ha sido lo suficiente fértil como para parir magníficas colecciones de canciones como “Bloodflowers” (2000) y “The Cure” (2004), empero una cosecha harto rácana cuando en tres décadas sólo han publicado cuatro discos, incluyendo el último y poco celebrado “4:13 Dream“ (2008), pero suficiente como para convertir a The Cure en una referencia atemporal, esa clase de banda que no necesita de la aprobación de nadie para seguir subiéndose a las tablas e interpretar las canciones que les vengan en gana, huyendo del piloto automático, para regalar un puñado de clásicos en las recta final de conciertos que rondan las tres horas, mal que le pese a ese Diego Manrique y su lengua, cada vez más alargada, de suegrona octogenaria.

Tras su triunfal paso por Madrid en la edición del Mad Cool previo al escenario apocalíptico que dibujó la pandemia, y armados definitivamente con los servicios del genial Reeves Gabrels (al que todos recordaremos por su asociación con Bowie), Robert Smith, Simon Gallup, Roger O’Donnell, Perry Bamonte y Jason Cooper acudían a su cita madrileña, cargados con una munición de treinta canciones que mostraron los primeros ases tras “Alone”, con “Pictures Of You” o “A Night Like This”, magníficas interpretaciones de “Lovesong” o la siempre celebrada “Push”, mientras alternaban otras como “A Fragile Thing” o “Charlotte Sometimes”. “Want” fue celebrada, igual que la nueva “I Can Never Say Goodbye” fue bien acogida tras las palabras de Robert, como “A Forest” y las luces verdosas del escenario significaron la subida inequívoca de un concierto que se perlaría de clásicos, pero también éxitos de esos que padres e hijos pueden cantar al unísono; “Lullaby” o la ochentera “The Walk” dieron paso a la famosísima “Friday I'm in Love” en un concierto que decidían acabar con “Close To Me”, “In Between Days”, la cinemática “Just Like Heaven” y la inevitable “Boys Don't Cry” y la figura de Gallup disfrutando sobre el escenario, cerca de Robert. Tres horas, repito, tres horas de concierto; en las que demostraron lo que no necesitan, en las que supieron unir a varias generaciones y demostraron que la figura de The Cure es tan alargada como para hilvanar años a través de sus composiciones y, con todo, sigue siendo imposible resumir en tan sólo un folio.

Como único punto negativo, tan sólo destacar el estatismo de un público quizá demasiado poco participativo o frío, que únicamente pareció despertar del todo en la tercera hora del concierto cuando este mostraba su acto más famoso y la inevitable exclusión de algunas canciones que muchos agradeceríamos. Por lo demás, sobresaliente, Robert sigue siendo Robert Smith a pesar del paso del tiempo y su inevitable avance, demostrando que su actitud y personalidad escapan a cualquier crítica, mientras que Gallup imprime de dinamismo a la formación y O'Donnell y Bamonte aportan las texturas necesarias, dejando al maestro que es Reeves Gabrels el peso fundamental de las guitarras. Un auténtico placer para los sentidos y todo un viaje al interior de uno mismo.

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