Para medir la calidad de un álbum de Dream Theater hay que hilar muy fino y trabajar con parámetros diferentes a los de otras bandas. Por un lado, igual que un deportista de élite puede atravesar una mala temporada o encarar la recta final de su carrera, juzgar a Dream Theater por su calidad técnica es una suprema tontería, no hay ser humano en la faz de la tierra que sea capaz de poner en entredicho la pericia de Petrucci, Myung, Rudess o Mangini con sus respectivos instrumentos (risas de fondo, por favor), pero quizá no deberíamos perder de vista el que quizá, sólo quizá, no estén atravesando su mejor momento creativo. Por lo tanto, eso tan subjetivo de “me gusta” o “no me gusta” hace entrada cuando es imposible argumentar en su contra que el disco suene mal o no estén a la altura (algo totalmente imposible). "A View from the Top of the World", producido por el propio Petrucci y mezclado por Andy Sneap, suena de lujo; con matices y protagonismo y peso en las guitarras ya que Dream Theater parecen haber escuchado a sus seguidores y, a la complejidad técnica, le han sumado un poquito de sazonador de metal para que nadie les acuse de haberse reblandecido con la edad o haber sido tentados de experimentar (“The Astonishing”, 2016) y dados la espalda por esos que piden, una y otra vez, el sonido más clásico de la banda.
Por otro lado, si el sonido convence y su habilidad técnica también, ¿qué es lo que lo que falla? Parece claro que Dream Theater, como otras bandas con sus mismos o más años a la espalda, escuchan mal a sus seguidores más fieles y, cuando recurren a su propio sonido, no están interpretando sus nuevas canciones con los mismos trucos de artificio de antaño, sino que más bien parece un auto-plagio en toda regla; algo que gustará a muchos y nos desagrada a otros. No se trata de que Petrucci y compañía se reinventen sin traicionar a sus raíces, sino que no parezca que estoy escuchando “Pull Me Under” en 2021 bajo otro título. Y así nace "A View from the Top of the World", un disco nacido durante la pandemia, en sus propios cuarteles generales, aprovechando ese tiempo que tanto ansiaban muchos músicos y acusábamos muchos seguidores y plumillas cuando pedíamos tiempo para componer y creer que así se paliaban los errores. Los cuatro músicos componían y enviaban lo compuesto a LaBrie que se reunía con ellos mediante videoconferencia… Esto, que le funciona a muchas bandas desde a The Postal Service hasta nuestros días, parece no haber cuajado del todo para Dream Theater que han decidido grabar y publicar un disco conservador en cuanto sonido y target comercial entre su público, pero que no termina de perfilarse como sobresaliente. Y con esto no quiero mirar a Mangini (grandísimo músico, pero auténtico inocente en lo respectivo a la dirección de la banda, como culpar a Trujillo de los devenires de Metallica), ni a Portnoy (¡cuánto le sigo echando de menos aquí!) y tampoco al criticado James LaBrie al que le falta cada vez más voz y le sobra procesado en el estudio.
“The Alien” fue el primer single y funciona, vaya si funciona; suena potente y musicalmente impoluta, Petrucci sobrevuela por encima de todos mientras Rudess rellena los huecos con su magia y LaBrie se arriesga tan poco en su subida a las nubes que parece que todo lo puede arreglar en el estudio. A estas alturas no me voy a a quejar de James, tampoco lo considero el culpable de todos los males, pero no me gusta que su voz cada vez suene más artificial y forzada, que apenas nos sorprenda con nuevos recursos o su interpretación y, honestamente, la segunda parte de la canción hace que me olvide de su voz gracias a las piruetas técnicas de Petrucci y Ruddess con Mangini y Myung magníficos. “Answering the Call” son casi ocho minutos y siento que podrían haberla resuelto en la mitad, en un disco en el que la contención no hace aparición en ningún momento y parece que tienen que justificar su etiqueta con denominación progresiva de origen. Con todo, me enamora Petrucci y los últimos minutos de una composición que, aunque se enquista en el mismo riff, se endurece lo necesario.
No puedo decir lo mismo de “Invisible Monster”, otro de los singles de presentación. No es sólo que me recuerde por momentos a “The Enemy Inside” sino que siento haberla escuchado un millón de veces y, aunque el tema me resulte interesante y la metáfora no esté del todo tan trillada, no me gusta lo fácil de la melodía y cómo estrofas, puentes y estribillos parecen no brillar, sin cambio alguno, lineales hasta el puente central. Escuchando a James no sé si estamos hablando de las enfermedades mentales o de algo más dulce, no encuentro desgarro, no hay dramatismo o emoción y eso me duele en una banda como Dream Theater que, en el pasado, me ha llevado a otros lugares y me ha convencido. Algo similar siento con “Sleeping Giant”, me gusta lo oriental en el teclado de Rudess y sus arreglos sinfónicos, como la instrumentación de la banda, además del compás de Mangini, hacen que la canción suene diferente, pero diez minutos son muchos cuando parece no haber ideas suficientes y la parte central se hace terriblemente aburrida. “Transcending Time” no sólo evoca tiempos pasados de la banda, sino que podría ser un single de los ochenta, destilando magia en sus primeros minutos y la guitarra de Petrucci mientras Mangini adorna y parece que vamos a llegar a un clímax que nunca llega cuando entran Rudess y LaBrie, la introducción es tan prometedora que el desenlace desencanta y el estribillo se diluye, se pierde. Pena que la inspiración de Rudess para concluirlo no hubiese sido administrada de la misma forma en el comienzo.
Y, para concluir, “Awaken The Master”, repleta de todos los tópicos de la banda y repartidos en sus casi diez minutos de duración, antes de enfrentarnos, ya víctimas del tedio al esfuerzo que supone "A View from the Top of the World" y sus veinte minutos; esa clase de canciones que parecen escritas por la obligación de ser escritas y no susurradas por las musas, una de esas canciones en la cuales hay varios pasajes y cada uno de los músicos tiene su espacio, pero se enfrentan con desánimo según avanzan los minutos y somos testigos de que no hay gancho, no hay sorpresa que merezca la pena al final en un álbum que cierra de manera titánica por el esfuerzo que supone semejante composición pero frustra sentirla vacía y cuesta recuperar algún single.
Como escribía al principio, echo de menos a Portnoy (quiero echarle de menos, creyendo que sería el antídoto, aunque soy consciente de que no), no quiero quejarme de James pero resulta inevitable hacerlo y, sabiendo el cariño que le tengo a la banda, me cuesta pero he de admitir que parecen perdidos en su propio mundo y la clara evidencia de que los atletas también se cansan y no siempre están inspirados, que son humanos y necesitan de una dirección, cambiar de aires y retarse a sí mismos en la publicación de un álbum que de verdad trascienda y no setenta minutos de nueva música que agrade a los de siempre y al resto nos deje con la sensación de lo que pudo haber sido y no fue. No quedan muchas excusas más, aparte del tiempo para componer y sentarse juntos a escribir, tan sólo asumir que Dream Theater son una multinacional desde hace mucho tiempo y viven de lo que fueron y nos recuerdan. Les falta hambre…
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