Si sigo escribiendo sobre Iron Maiden no es porque la crítica de un disco suyo atraiga visitas a esta humildísima web (nada mas hay que ver la celeridad con que la red se ha llenado de escritos sobre este nuevo álbum de una hora y veintiún minutos. Sin duda, plumillas muy interesados en plasmar sus aceleradas opiniones desde el fanatismo más exacerbado). No, si sigo escribiendo sobre Maiden, acudiendo a sus conciertos desde 1995, es porque amo a la banda pero, por otro lado, me siento plenamente orgulloso de, aún tras tantos años de militancia activa en sus filas, haber viajado para verles en otros países y haber estrechado su mano, nunca haber pecado de un fanatismo que me haya impedido ver sus subidas y bajadas en esta montaña rusa que es su discografía desde “Fear Of The Dark” (1992). Resulta, por tanto, inevitable hacer un breve repaso, desde aquel, a una plétora de discos que no siempre han colmado ni mis expectativas ni las de aquellos que de verdad aman a Maiden lejos del subidón adolescente por el que hay que perdonarles todo y defenderles frente a viento y marea o justificar a un Bruce Dickinson ególatra y no siempre acertado en sus decisiones y manifestaciones políticas como el “hombre renacentista” con el que muchos pretenden perdonarle todo, absolutamente todo.
La caída a los infiernos comenzó con "The X Factor" (1995) y el penoso "Virtual XI” (1998), nefasta época que dejó algunas buenas canciones (es innegable que el talento siempre ha acompañado a los ingleses, incluso en sus momentos más tristes) y la salida de Blaze que cumplió su sueño de ponerse al frente de una de las bandas más grandes del mundo y el cacareado regreso de Bruce Dickinson tras una discretísima carrera en solitario que pecó de todos los defectos de aquellos que quisieron reciclarse en los noventa bajo la excusa de la evolución y un Harris que juraba y perjuraba que el vocalista nunca más regresaría a filas. El resultado fue un disco como "Brave New World" (2000) que supo muy bien y disfruté en directo pero que, con la mano en el corazón, siempre pensé que fue inflado por la crítica y las ansias de una turba de seguidores cegados por el regreso de Bruce. Con todo, ninguno de los allí presentes aquella noche madrileña frente al escenario, sabíamos que la banda entraría en el mal asimilado del progresivo y que en los próximos veinte años este sería su último “gran” disco. ¿Me sigues? Si amas a la banda de verdad no podrás negarme nada de lo que he escrito y tú acabas de leer, porque tú y yo adoramos “Iron Maiden” (1980), “Killers” (1981), “The Number Of The Beast” (1982), “Piece Of Mind” (1983), “Powerslave” (1984), “Somewhere in Time” (1986), “Seventh Son of a Seventh Son” (1988) y hasta “No Prayer For The Dying” (1990) y somos capaces de orgasmar con "The Rime of the Ancient Mariner".
"Dance of Death" (2003) es un horror que tuve que sufrir en directo también con un Dickinson que se empeñó en hacer de Erik en "Paschendale", un disco que ya apuntaba esas canciones eternas que no requerían de tanto minutaje y eran alargadas hasta lo absurdo, que se traducirían en un "A Matter of Life and Death" (2006), bastante más acertado en la composición, aunque ahondando en esa ambición de Harrison de abrazar el progresivo. "The Final Frontier" (2010), que también disfruté en directo hasta en tres ocasiones (con buenos momentos, todo hay que decirlo, claro que sí), y el desparrame definitivo con el horror que me parece "The Book of Souls" (2015), ¿qué fan de Maiden, repito, qué fan de Maiden es capaz de desear que suene en directo "Empire of the Clouds"? No es que sean veinte minutos, que también, es que es una ridiculez de composición en la que no hay narración, no hay arquitectura suficiente que soporte semejante duración cuando la composición no lo requiere, no hay tensión sino tedio, no hay épica. Y sí, también los vi en directo por aquello que también te pasa a ti, no va a haber una sola vez que Maiden gire que yo, en plenitud de facultades, no asista pero Harris ya no me la cuela…
Y ahora, tras aquella boutade, me encuentro con que Maiden aprovecharon un descanso durante la gira “Legacy” y se metieron en sus, ya bien conocidos, estudios Guillaume Tell en Francia junto a Kevin Shirley para grabar este “Senjutsu” ('tácticas y estrategias') y, como desvela el propio Dickinson, seguir el camino de “The Book Of Souls”, no sólo en su forma de componer y grabar sino en el mismo plan de ruta que se traduce en canciones eternas (cuatro canciones del disco ya son cuarenta minutos), desarrollos eternos y pasajes narrados, dos y tres solos, y composiciones discretas, muy discretas, a las que muchos saludan como el mejor disco de Maiden. ¿De verdad? Mientras que otros, por la presencia de un teclado (poco valiente, nada de riesgo), comparan con “Somewhere In Time” y, por último, aquellos más descreídos, acusan al pobre de Shirley del resultado de un disco tan gris, tan plomizo. Por supuesto, abundan las críticas positivas, los cinco cuernos y cinco rayos, aquellos que se han tatuado la portada en el brazo, mentan el cáncer de Dickinson, las lesiones y lógico desgaste de la vida porque han mojado el slip con una medianía como “The Writting On The Wall” pero tú y yo sabemos que nada de eso es verdad y “Senjutsu” es un soberano coñazo, aunque por esto último muchos me acusen de no resultar profesional. Me da igual, este disco es insufrible.
¿Quiere decir que Maiden no suenan bien, no saben tocar? ¿Qué no haya grandes momentos y Dickinson haya perdido la voz? Para nada, Maiden, mis Maiden, son perros viejos y saben cómo tocar las teclas; los solos, las guitarras de Murray, Smith o Gers saben emocionarte cuando deben, el bajo trotón de Harris resuena y Nicko le imprime fuerza al galope, como el exageradísimo tono de Bruce cuando debe, pero hablamos de un disco en el que, aparte de la poca censura y exigencia a sí mismos en el apartado compositivo, está plagado de auto-plagios, con unas letras -a veces- absurdas que podrían ser aplicadas a diferentes contextos y personajes, repletas de caminos comunes y frases hechas y, ¿por qué no decirlo cuando no es algo malo? La ausencia de estribillos memorables que te hagan llevarle a tu hija al carnicero, que clamen por esos dos minutos antes de medianoche o porque no malgastes tus años. Esa emoción no existe en “Senjutsu”, que comienza con su pieza homónima, arrancando con un poquito de épica (una pizca) y quizá el único estribillo que se clavará en tu memoria. “Senjutsu”, la canción, es un espejismo de un disco cuya densidad crece con cada minuto (sin que esto sea algo positivo) y muestra sus mejores cartas al comienzo.
“Stratego” comienza cien por cien por Maiden, típica en su introducción y cómo Nicko aporrea su batería con Harris a sus lomos. Me gusta, pero porque me recuerda épocas mejores de la banda, tampoco es una casualidad que la canción resulte porque son apenas cinco minutos y esa contención, esa poca necesidad de extenderla, es la que hace que acudan a la urgencia de estrofa-estribillo que tan bien les funciona. "The Writing On The Wall" fue el adelanto y me cuesta identificarlos, pero también me gusta, seis minutos con algo de sentimiento, en los que se alternan los solos y Dickinson eleva la voz en el estribillo, sorprendente que este single -que no me gustó- en el contexto del álbum haya ganado o, por desgracia, en comparación con el resto. Porque “Lost In A Lost World” es uno los primeros bajones del disco y en el que sentimos que perdemos vuelo, tras los minutos acústicos llega un desarrollo anodino hasta los nueve minutos en el que lo mejor son las guitarras, si hay que salvar algo. “Days Of Future Past” mantiene el tipo, nada memorable en su carrera, pero me gustan los solos (repito, a lo largo de todo el disco, es de lo mejor y más sabroso que podremos disfrutar), igual que “The Time Machine”, a pesar de sus siete minutos, resulta accesible, aunque tenga una insufrible introducción y sus últimos dos innecesarios minutos.
Pero lo peor de “Senjutsu”, como en la carrera de Maiden, siempre parece que está por llegar; “Darkest Hour” muestra el agotamiento del disco, de la fórmula actual de la banda y su estado creativo, no sólo por la canción en sí misma sino porque resulta significativo un segundo disco con una ordenación tan poco acertada en lo que es la propia secuencia narrativa. “Darkest Hour” aburre, siete interminables minutos, que comienzan de manera calmada y Bruce narrando, un medio tiempo eterno en el que sólo merece la pena el solo y cuya coda con olas y gaviotas sólo aumenta el desconcierto del oyente. “Death Of The Celts”, de nuevo diez minutos, larguísima introducción, cuerpo central con más cuerpo, pero la misma melodía, solos y despedida de dos minutos, emoción impostada y ausencia de coros. Así se entiende “The Parchment” cuando lo que parece es una segunda parte y la misma estructura, pero doce minutos, aburridísima de comienzo a fin y, como es lógico, con la guitarra administrada de manera rácana pero el solo como único valedor. El chiste continúa con “Hell On Earth” y, de nuevo, lo mismo. ¿De verdad que Bruce no le dijo a Harris; “amigo, no vamos a situar estas tres como despedida porque parece una broma de mal gusto que las tres pequen de lo mismo y suenen igual”?
La culpa no es de Shirley o de Murray, Smith o Gers, magníficos en sus actuaciones e interpretaciones, pero manteniendo un perfil bajo en este patriarcado, sino de la manía de Harris por creerse que Maiden son una banda progresiva y darle su espacio a un megalómano como Bruce Dickinson. Con todo, no pasa nada, soy feliz de que Maiden sigan en activo y tengan la excusa para seguir de gira y a todos esos que aseguran que este es uno de los mejores discos de Maiden, que se enfadarán con esta crítica y creen que amar a una banda es justificarle todo, que les den. Ni estos son nuestros Maiden, ni ellos soportarían "Empire of the Clouds", “Death Of The celts”, “The Parchment”, “Hell On Earth” y “The Red And The Black” en directo sin preguntarse qué coño hacen ahí y por qué no tocan ya de una vez “Flight Of Icarus” o “Aces High”.
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