Con el paso del tiempo he tomado cierta distancia de la música de Ryan Adams, no porque no me guste, sino porque me gustó demasiado y creo así haberlo atestiguado en la crítica a “Prisoner” (2017) y su posterior concierto en Madrid presentándolo, sencillamente intenso y desgarrador. Pero, aún así, me explicaré por enésima vez. Mi primer contacto con su música y su universo fue con “Gold” (2001) y me maravilló, de ahí pasé a “Heartbreaker” (200) y su producción con Whiskeytown, todo sonaba tan radiante que hasta aquellos descartes de “Demolition” (2002) sonaban mágicos, tanto o más que su concierto de presentación con Jesse Malin y del cual fui testigo. “Rock N Roll” (2003) era la excentricidad y también compré entrada para su gira hispana que, lamentablemente, fue cancelada por su caída y rotura de hueso en Londres. No pasaba nada, “Cold Roses” (2005) era un doble tan magistral que nada importaba, igual que el country “Jacksonville City Nights” (2005) en el que, años después, conseguí que estampase su firma. “29” (2005) era un pequeño bajón, pero tenía canciones, esas mismas de las que presumía en “Easy Tiger” (2007), por no hablar de esa obra maestra que es “Love Is Hell”, pero cualquiera que escuche y conozca bien a Adams sabrá tanto de su fama como de su inestabilidad, a su brillante producción le seguían todo tipo de desplantes y declaraciones, una actitud díscola y de enfant terrible que a muchos les gustaba pero que siempre pensé que haría peligrar a su música. Y así, era su relación con Mandy Moore vino acompañada de discos tibios como “Orion” (2010), aquel coqueteo con el supuesto metal que tanto ama, pero también “III/IV” (2010) y un notable “Ashes And Fire” (2011) que salvaba su buen gusto hasta el propio “Ryan Adams” (2014) que debía ser su cacareado regreso, pero no. Tontorrona fue su obsesión por Taylor Swift y aquel homenaje, “1989” (2015) versionando íntegro el disco de aquella, hasta que, por fin, Ryan Adams volvió de verdad con “Prisoner” (2017), un disco que aunaba lo mejor de sí con un sonido más domesticado pero efectista, no era “Gold” pero funcionaba y en directo era un auténtico tiro, de verdad que sí.
Pero, a toda cima en su carrera le acompaña una sima y la que venía sería tan profunda como para que el FBI lo investigara; acusaciones de acoso a una menor y maltrato psicológico a sus compañeras Phoebe Bridgers y Mandy Moore, entre otras. La opinión pública se cebó con él, el caso se desestimó por falta de pruebas y el pidió perdón por su conducta. El apagón en redes sociales vino acompañado de la espalda de las discográficas, Ryan Adams tocaba fondo en 2019 y, dos años más tarde, lo sigue tocando cuando afirma que nadie le quiere, que tiene una novela escrita, letras manuscritas para ser publicadas, varios discos en los bolsillos y nadie que quiera escucharlos. Fiel a su promesa, es verdad que tenía tres; “Wednesdays” (2020), “Big Colors” (2021) y un tercero que le queda por ver la luz. Lo que nadie parece creerse es que Ryan Adams es de verdad una víctima de sí mismo, su peor enemigo, un tipo inestable y enfermo, con una personalidad tan inquietante y peligrosa como para resultar atractivo a una opinión pública que le ha permitido todo hasta que ha cruzado ciertas líneas, curioso...
“Big Colors” es un disco con destellos, posee un gran sonido, cálido y redondo, con canciones con gancho (como la que da nombre al álbum), con encanto por los ochenta y la producción de aquellos años (nada descabellado, es el propio Adams el que lo afirma y da pistas de ello, sólo hay que escuchar “Do Not Disturb”, “I Surrender” e “In It For The Pleasure”) pero también canciones con gusto clásico en las que Adams, como siempre, lo borda; “It’s So Quiet, It’s Loud” o “Showtime” y nos recuerda quién es y por qué lo escuchamos, tal es el caso de “Fuck The Rain”, sorprendente cómo las musas eligen a aquellos a los que también maldicen con su látigo. “Manchester” suena a The Lightning Seeds, mientras que “What Am I” nos lo recupera en su formato más desnudo y “Power” en uno más cercano a la película de carretera, como “Middle Of The Line” o “Summer Rain” son tan cinemáticas que podrían ser la banda sonora de cualquier película de la década honrada.
Con todo, la sensación de estar escuchando un disco con descartes es notoria, hay buenas ideas y el sonido es más trabajado que en “Prisoner”, menos rock y más de aquel domesticado que se llevaba en aquellos años, pero tiene poca coherencia. Como puntos positivos, algunas de las canciones muestran la herida, la voz de oro que sigue conservando y el maldito genio musical por el que es capaz de firmar una estrofas que justifiquen su carrera y nuestra atención pero si no es capaz de centrarse y dejar de trabajar a borbotones, de publicar sin control y vivir con menos aún, dejando que el caballo loco de su mente y sus apetitos tomen las riendas, seguirá caminando en la cuerda floja, aún firmando buenos discos y grandes canciones, haciendo peligrar su música y su propia salud. Brillar para volver a hundirse y así eternamente, hasta que no pueda una vez más…