Lo que parecía un aperitivo; “The Big Bad Blues” (2018), tras el descalabro de “Perfectamundo” (2015), se está convirtiendo en una espera interminable por la que, si soy sincero, tampoco puedo quejarme cuando en 2019 pude ver de nuevo a ZZ Top en directo. Pero así es como lo siento, si en “The Big Bad Blues” (2018), Billy se olvidaba de los experimentos y se centraba en lo que mejor sabe hacer, en “Hardware” continúa por la misma senda, pero se olvida de algo muy importante y es el desierto. A pesar de haber sido grabado en Palm Springs, y producido por Gibbons, Matt Sorum y Mike Fiorentino, junto al ingeniero de sonido Chad Shlosser, y haber grabado el videoclip de “West Coast Junkie” en pleno Joshua Tree, “Hardware” acusa la falta del polvo que los de Tejas saben administrar tan bien en todos sus lanzamientos. En “Hardware” (cuyo título homenajea al difunto ingeniero Joe Hardy y su relación con la banda desde los ochenta), hay blues y rock, están todos los ingredientes de ZZ Top, excepto Frank Beard, Dusty Hill y esa sonoridad que echo de menos por la que “Hardware”, a pesar del boogie, se le siente sin el chili picante, sin el mescalero o el tabaco. Suena bien, muy bien, pero demasiado bien. ¿Me entiendes?
Por momentos, suena aséptico, sintético, producido a la milésima, con escuadra y cartabón, contando los milímetros de los compases, eliminando cualquier rastro del ambiente, suena como un disco del 2021 con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. La interpretación de Billy es soberbia, a todos los niveles, las guitarra son calientes (no abrasivas, pero sí con sabor), la voz está en su puntito exacto y el acompañamiento de Matt Sorum y Austin Hanks está también a la altura de esa mezcla de blues y rock sureño que tan bien funciona en los dedos de Billy, pero insisto; no suena redondo.
Así, “West Coast Junkie” parece el single perfecto, con su encanto surfero y sesentero, el polvo (ahora sí) del camino y ese aliño propio de Dick Dale & The Del Tones, aunque también es cierto que me sobran los samplers antes del solo. “Stackin’ Bones” cuenta con Larkin Poe y se beneficia del contraste de los coros con la voz rasposa de Gibbons. “I Was A Highway” es un acierto y refresca la recta final de un álbum en el que, además de “S-G-L-M-B-B-R” y su sensación de improvisación, cuenta con una versión de “Hey baby, que pasó” que le sienta maravillosamente bien a Gibbons. Empero, algo de urgencia no le habría venido mal, y la cinemática “Desert high” evocando a Parsons, Waits en el tono y todo el Joshua Tree en sus guitarras, es el broche. Un final más que digno a un álbum lleno de subidas y bajadas, de momentos francamente olvidables, junto a otros en los que produce auténtico placer escuchar a Gibbons.
A estas alturas de la película, ya da igual que ZZ Top vuelvan o no al estudio, tan sólo que sigan entre nosotros, mientras Gibbons siga orbitando en nuestro mismo mundo, grabando versiones de “Hey baby, que pasó” y disfrutamos de su disco junto a un margarita. No podemos pedirle más, pero sí que lo esperábamos, aunque la intención del propio Gibbons parezca ser justamente esta, pasarlo bien y seguir a lo suyo, punto.