A veces cuesta tanto escribir por el torrente de sentimientos y de recuerdos, de ideas que se agolpan, que uno siente que verterlas sobre el papel es como querer contener el curso de un río haciéndolo discurrir por un embudo. No puedo escribir sobre Amenra y no querer transmitir muchas cosas que el lector quizá no entienda aquí, descontextualizadas, tampoco atacar a su seguidor medio; ese que se toma a sí mismo tan en serio hasta para sacar la basura o pasear al perro, a esos que acuden a un concierto de los belgas y lo llaman ritual, para los que el logo de la banda es poco menos que una religión y, con todos estos actos, lo único que están haciendo es caricaturizar una puesta en escena y una estética que, con el paso de los años, se siente plenamente impostada. Amenra firman con Relapse, la mítica Relapse, esa que se ha especializado en vinilos de colores del grosor de una oblea (por lo que suelen ondular y su reproducción es desigual) pero que están orientados a ser un producto meramente estético, ideado como artefacto para una red social como es Instagram. Al fichaje por Relapse, hay que sumar que “De Doorn” (“La espina”) está cantado en su propia lengua y cuentan con Caro Tanghe de Oarthbreaker, además del distanciamiento de su serie “Mass” que concluyó con el excelso “Mass VI” (2017). ¿Algo más?
Sí, pero poco, Amenra sigue sonando fieros y musculosos, sudor y lágrimas, sludge e intimistas, siguen siendo la banda sonora del Apocalipsis existencial de cada uno de nosotros, pero a su ya clásico esquema compositivo de calma y tempestad, ahora hay que sumarle el de intranquilidad o calma también, pero chicha: disfrutan de las explosiones viscerales, como ocurre en “Ogentroost”, pero ahora tejen minutos y minutos de minimalismo para crear el estado perfecto con el que sobresaltarte, la voz de Colin sigue su camino hacia el último desgañite, sólo que en “De Doorn” se apoya en la de Tanghe mientras Mathieu y Lennart tensan sus cuerdas sobre la base de Bjorn y Tim, nada nuevo bajo el sol pero sí en el seno de una banda que parece querer avanzar y no estancarse o quizá todo lo contrario.
Porque el problema surge cuando este esquema se repite una y otra vez, cuando escuchamos “De Dood in Bloei” y sabemos que sus cuatro minutos son un paisaje sobre el que desplegar una narración, como una conversación, más propio de Brian Eno que de Amenra, que la canción -como tal- no existe y es una introducción para la explosiva "De Evenmens", ocho minutos de vendaval pero con otra narración y, por supuesto, el mismo riff pero sin intensidad en la parte central de la composición, apenas audible para, ¿saben qué? Construir, de nuevo, un crescendo al más puro estilo de Isis o Pelican y acabar con Caro emulando a Colin. Exactamente lo mismo que hacen en “Het Gloren”, exacto, lo mismo que en “De Dood in Bloei”, “Ogentroost” y, claro, “Voor Immer”. Nada que me desagrade, pero tampoco nada que me sorprenda o me transmita lo mismo que lo sentido con los “Mass”.
Llegado a este punto, intento adivinar qué ha ocurrido con la banda para que tanta gente se suba al carro en los últimos años y no cuando "Mass IIII" (2008). Muchos dirán que es porque se lo han currado en directo pero, ¿sabes una cosa? No puedo callarme mi opinión y cuando veo a un seguidor de Amenra con el tatuaje de su logo, creyendo renacer en directo, posando en redes, coleccionando sus vinilos y cintas y hablo con él o ella, sólo veo a gente con necesidad de reafirmase, la personalidad tan frágil como la cáscara de un huevo y el criterio justito para utilizar la música como herramienta para individualizarse, mentando a Chelsea Wolfe o Lingua Ignota. “De Doorn” es un buen disco, disfrutable y a la altura de la banda, pero no es lo que esos y esas nos quieren vender. Cada vez menos sludge y más dolor como maquillaje, guitarras propias del shoegaze pero sin su poder evocador y el mismo riff, el mismo esquema repetido en cinco canciones. Echo de menos los “Mass” y no soporto la sobre-exposición de un gusto como elemento diferenciador, pero quizá sea problema mío…
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