Crítica: Myles Kennedy "The Ides of March"

Lo dije y lo escribí hace años; Myles Kennedy me cae bien, su voz -a medio camino entre la de Kotzen y Cornell- suena también bien y es reconocible, y la música que factura con el grupo antes conocido como Creed, o sea; Alter Bridge, posee algo de encanto hard, aunque únicamente me quede con “Blackbird” (2007), la primera vez que los vi en directo, y “Fortress” (2013), teniendo la amarga sensación de que, desde entonces, van en caída libre, con dos discos a cada cual peor (me refiero a "The Last Hero" de 2016 y "Walk The Sky" de 2019), por no hablar del rock de garrafón y genérico que factura junto a Slash y sus Conspirators, cada vez más mediocre. Pero lo que siento por Myles, a pesar de que haya mucha seguidora (con a) que quiera rebanarme el cuello, es que me gustaría tenerlo como yerno, pero no como pareja. “Year of the Tiger” (2018) nos mostraba su faceta más íntima, esa que ofrece pingües resultados cuando el artista tiene poso y una vertiente ‘caravaggianamente’ interesante, me explico; me gusta un disco íntimo de Mark Lanegan, de Shooter Jennings, Micah P. Hinson, Nick Cave, Harvey, Homme, Ellis; un licor fuerte que me muestre su lado más calmado y con él sus secretos, no uno de vino con casera. Y es que me encantaría que me gustase Myles Kennedy tanto como para justificar sus patinazos o hacer lo propio con su carrera en solitario, a él le gustaría ser Jeff Buckley o Chris Cornell, pero sus discos en solitario poseen el mismo riesgo o nivel transgresión que uno de Chris Martin.

 

Cuando escribí sobre “Year of the Tiger” (2018) no fueron pocas las personas que, siendo tan majete y buen chico, me escribieron indignadas por mi texto. ¿Cómo podía atacar al bueno de Myles? ¿Acaso estaba loco? Aquel disco era una ventana a su alma y, por tanto, era algo puro, pero lo que se olvidaban de admitir es que también era un soberano coñazo. Lo que nadie se esperaba es que el propio Myles lo admitiese y haya querido enmendar la plana con este, “The Ides Of March”, en el que intenta arrojar un poquito más de peligro, aderezar un poco más las canciones con esa estúpida manía de condimentar con blues e influencias rootsy; como esos chavales o chavalas que apenas saben realizar un acorde con cejilla, pero en la tienda de música, cuando prueban una guitarra creen ser Gary Moore y frasean blues de medio pelo.  “The Ides Of March” suena bien, por supuesto, pero también complaciente e inofensivo, como “Year of the Tiger”, sin peligro en la forma, o en el fondo. 

 

Hay intentos de sonar un poquito más abrasivo, “Get Along”, cuya llama no sería capaz de encender siquiera un cigarro y nos llevan a estribillos con los temidos “Oh, oh, oh” y estrofas en las que, para colmo, bajan incomprensiblemente de intensidad. Momentos de auténtico bajona, como “A Thousand Words”, intentos de ponerse el mundo pandémico por montera (“In Stride”) gracias a su slide, reflexionada y escrita en pleno confinamiento. Y un plagio indecente a Sting en la primera parte de “The Ides Of March” y su guitarra acústica (“Shape Of My Heart”) hasta que la canción profundiza en ese aburrimiento que recorre todo el álbum, hasta los innecesarios casi ocho minutos en los que uno, como oyente, no sabe si lo de Kennedy es atrevimiento o un desconocimiento de su capacidad como compositor, cuando no hay una banda que soporte la tensión creativa de semejante duración y, por supuesto, falta Tremonti para justificar la narración de esta canción (sabiendo que el guitarrista tampoco es Satriani, Vai, Bonamassa o Abasi, pero funciona razonablemente bien en canciones como “Blackbird”).

 

Con todo, lo peor está por llegar tras ese esfuerzo, canciones como "Wake Me When It’s Over", “Love Rain Down” o “Moonshot” están a medio camino de la canción de fogata, del café recién hecho de un domingo, un stalkeo furtivo a tu ex o un chupito de hierbas tras una copiosa comida; momentitos absurdos que no nos llevan a ningún sitio y tampoco aportan nada a nuestra vida, más que justificar diez u once canciones para un álbum que puede resultar ideal para dejar de fondo mientras planchas, haces una mudanza o juegas con tus gatos, pero al que cuesta horrores volver de manera voluntaria y plenamente consciente, hasta tal punto que cuando suena "Worried Mind", respiras aliviado por salir del letargo.

 

No estoy exagerando, no estoy dramatizando, seguro que Myles es una bellísima persona, el vecino que todos querríamos, pero carece de peligro y, lo peor de todo, de historias que resulten interesantes, sepa contar y con ellas atraparnos. Afirmar que “The Ides Of March” es un buen disco sería mentirte, no es un horror, pero decir lo contrario es justificarle todo a Kennedy, es como querer emborracharte a base de zumo de piña y no morir de azúcar.


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