"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Hypocrisy "Worship"

Cuando suena la guitarra acústica de “Worship” el orgasmo está garantizado; la forma en la que suena, rica en armónicos, desplegando magia y digna de cualquier introducción a un disco que se precie, es sobresaliente. A estas alturas, nadie va a descubrirnos quién es Peter Tägtgren y sé que a muchos les gustará PAIN (no es mi caso) y a los más jóvenes les habrá llegado gracias a Lindemann, pero lo que Tägtgren ha hecho con Hypocrisy es precisamente lo que le ha permitido hacer esos otros proyectos, al margen de la producción para otras bandas, y es que el combo sueco ha escrito su nombre en la constelación del death metal a pesar de su zigzagueante carrera en los últimos años. Sin embargo, “Worship” no es mi disco. La producción corre a cargo del propio Tägtgren y, según suena el clásico muro de sonido al que nos tiene acostumbrados, sabemos que estamos ante una producción del sueco, pero en “Worship” hay varios elementos que no me terminan de gustar. Es obvio que Peter no está interesado en volver a los caminos ya recorridos con “A Taste of Extreme Divinity” (2009) o “Virus” (2005), por no tirar de fluzo y retroceder más en el tiempo hasta joyas como “Hypocrisy” (1999) o “Abducted” (1996), pero en esta última entrega siento que ese clásico muro, que pocas líneas más arriba mencionaba, en “Worship” se traduce en una pérdida de matices brutal, más cercana a la compresión sin sentido que a esa inquebrantable tormenta eléctrica a las que siempre nos ha tenido acostumbrados. Por otra parte, “Worship” posee demasiada melodía en algunos momentos y composiciones, además de un tempo más ralentizado como norma general y, por último y para qué negarlo, son diez canciones de las cuales realmente sólo hay dos que me parezca que tocan el cielo, “Greedy Bastards” y “They Will Arrive”, y sobrevivan al disco.

El comienzo con la propia “Worship”, tras esa acústica, y Tägtgren gritando es magnífico, es cierto que cuando entran en tromba y el riff principal suena se pierde algo de detalle, lo que es una pena porque ese riff vale su peso en oro y parece camuflado en la descarga general. “Chemical Whore” es un single claro, pero peca de esos puntos antes mencionados; es demasiado pausada y melódica, lo cual no es malo perse, si la canción fuese lo suficientemente buena para aguantar sus cinco minutos. Muy diferente es “Greedy Bastards” en la que el machacón riff de apertura y cómo centrifugan las guitarras en su estribillo hacen que merezca la pena y se instale en nuestra memoria, Por desgracia, “Dead World” es mediocre y su letra es, directamente, penosa; no es que Tägtgren diga que “todos llevamos el veneno dentro” es que resuena infantiloide y sabiendo su posición en contra de las vacunas (tal y como él mismo contaba en una entrevista al medio Tuonela Magazine a finales de noviembre, no es algo que me esté inventando sino que está documentado) la convierte en algo aún más pueril e incluso incómodo. 

Es precisamente la misma temática que parece abordar en la lentísima “We’re the Walking Dead” que, pese a su tempo, posee un excelente trabajo en los arreglos y es otra de esas que cuesta olvidar. Todo lo contrario a “Brotherhood of the Serpent” o “Gods of the Underground”, canciones disfrutables pero medianas, no como “Bug In The Net” o “They Will Arrive”, claras demostraciones de que Tägtgren -Hedlund no cuenta (no toca el bajo en el disco y, para colmo, compone las dos más deslucidas) o el noruego Horgh (Immortal) tras la batería (pero también los lápices de otras canciones que tampoco son las mejores)- es capaz de lo mejor, pero tampoco tiene la capacidad para discernir qué canciones están o no a la altura.

Diez canciones y tan sólo dos que merezcan realmente la pena y otras dos que funcionen y serán dos disparos de gracia en directo no son suficientes para que “Worship” pase de las tres estrellas. Pese a ello, es un álbum disfrutable con buenos momentos y el sello de calidad Tägtgren, no negaré que no haya disfrutado escuchándolo una y otra vez durante este último mes, pero también que no regresaré a él como sí lo hago con “A Taste of Extreme Divinity” (2009) o “Virus” (2005) y eso, tratándose de Hypocrisy sí que es una pena.

© 2021 Lord Of Metal

Crítica: Behemoth "In Absentia Dei"

Los que me conocen, tanto personalmente como a través de mis críticas, bien saben que escribo sobre Behemoth con buen conocimiento de causa. Soy consciente de lo bueno y lo malo de la banda, de la ascensión mediática de Nergal y, lo que es para mí, su proyecto fallido al margen del black death ennegrecido que tan bien practica. De lo que supuso “The Satanist” (2014) para ellos y, nosotros, su público, ese acercamiento a lo que ya logró Jon Nödtveidt en 2006 cuando Dissection se internaron en esa mezcla bastarda de hard rock y black que Nergal supo entender y ahora también, por desgracia, desvirtuar con un disco como "I Loved You at Your Darkest" (2018), que supone la auténtica castración de la bestia mitológica y, quizá lo peor de todo, la senda por la que los polacos continuarán a tenor de los réditos. Por supuesto que sí, soy consciente de todo ello y es por eso que intentaré ser lo más objetivo posible con este nuevo lanzamiento.

“In Absentia Dei” es el testigo de la pandemia que muchas otras bandas también han retratado en forma de evento o cita ineludible ahora que la música en directo está en horas bajas. Alejados de los escenarios, Nergal quería que Behemoth también tuviesen su propio evento en streaming desde una iglesia en ruinas en la que la banda desplegó toda la tecnología y parafernalia posible para ofrecer a sus seguidores lo más cercano a un concierto de auténtico lujo. Sin embargo, mientras examino el vinilo y después de haber visto semejante espectáculo en más de una ocasión, siento tal confusión a la hora de sentarme y ordenar mis pensamientos que he de escribir está crítica de una manera muy diferente, examinando pros y contras.

Comenzando con aquello negativo;
quien mucho abarca, poco aprieta y tengo la sensación de que Nergal se involucra demasiado en proyectos que lo alejan de lo verdaderamente importante que es componer y centrarse en Behemoth y su próximo disco en solitario. Muchos pensarán que no tengo razón, pero basta con ver los últimos lanzamientos de la banda para entender que al polaco no le vendría mal enfocar todos sus esfuerzos en su labor compositiva tras un disco tan fácil y olvidable como "I Loved You at Your Darkest" en el que había buenas canciones pero el cuerpo general era mediocre y su acercamiento a una propuesta más digerible por el gran público, arruinaba por completo a la fiera que eran los Behemoth de "Zos Kia Cultus (Here and Beyond)" (2002) o "Evangelion" (2007). Tanto el EP que fue “A Forest” (2020), al alimón con Niklas Kvarforth, como el directo "Live from Maida Vale” (2020), el EP "O Pentagram Ignis" (2019) o los dos volúmenes de Me And That Man no muestran la mejor cara de Nergal o Behemoth y no ocultan tampoco el hecho de que en ocho años tan sólo han publicado dos álbumes, siendo el resto algo completamente accesorio o una mera curiosidad para aquellos que quieran profundizar o entretenerse con canciones del calado de “My Church Is Black”. 

Por otro lado, la sensación que todos estos lanzamientos provocan en sus legiones (como a ellos le gusta llamar a sus seguidores) es el de auténtico expolio. Está claro que nadie pone una pistola en la cabeza a nadie para que se compre todo este material, pero cada mes, Nergal acude presto a la cita de anunciar un nuevo lanzamiento discográfico (obviemos merchandising como ropa, pedales de guitarra, toallas playeras, velas o café), en múltiples ediciones o su última idea, Artefacts, publicando material ajeno en edición de lujo y, claro, precio desborbitado. Siendo este último lanzamiento propio, “In Absentia Dei”, aquel en el que es más sangrante (nunca mejor dicho) cuando el seguidor medio puede elegir varios formatos y sólo la opción de adquirirlos todos si quiere tener la firma estampada de una banda que siempre había tenido esa atención con sus seguidores. Dando la sensación de que sólo prima el interés comercial. Nada que objetar, que cada uno venda y compre lo que quiera o pueda, tan sólo dejar por escrito lo que sienten muchos seguidores en redes sociales e intentar dar una explicación del actual concepto de Nergal que tienen muchos antiguos seguidores. Sabiendo, más aún, que el siguiente streaming, emitido en Halloween, también será carne de venta, "XXX Years Ov Blasphemy".

Yendo al tema más técnico, destacar un único punto negativo de semejante grabación y es que, por mucho que parezca un directo, no lo es; la banda interpreta en directo, pero es una grabación en estudio en toda regla, sólo que el estudio escogido es una iglesia y no uno de grabación al uso. La banda suena potente y precisa, no podríamos esperar menos de semejante producto, es lo mismo que felicitarnos porque Nergal no falle un solo en el estudio. Una estupidez.

En lo positivo
hay mucho y de ahí la nota que corona esta crítica. Nergal sabe lo que se trama e “In Absentia Dei” es un festín para los sentidos. Las canciones suenan magníficamente bien, la producción es cruda y directa, perfectamente pulida e Inferno, Orion y Seth suenan matemáticamente cuadrados en su ejecución, los arreglos son excelsos y el repertorio escogido denota buen gusto y ganas de agradar; hay que escuchar "Evoe", pero también hay sitio para "From The Pagan Vastlands", "Chwala Mordercom Wojciecha", "Chant For Ezkaton 2000 ev", "Antichristian Phenomenon" o "Decade Ov Therion" y los peajes, aunque grandes, son pocos, como “Bartzabel” o "Wolves Ov Siberia", que es un buen single pero palidece en un repertorio tan contundente. 
Pero hay más, mucho más, el Blu-Ray incluido es magnífico, “In Absentia Dei” es una experiencia para los ojos. Al margen del teatrillo (que puede gustar más o menos), es un producto que está hecho con mimo y el “concierto” está grabado por varias cámaras en HD, con una interpretación profesional por parte de unos músicos que están gozando de una buena madurez. Nergal a la altura de siempre, haciendo las veces de maestro de ceremonias y showman, mientras que Orion e Inferno son una base rítmica que resuena como una apisonadora y Seth, muchas veces olvidado en las labores promocionales, es un gran guitarrista, plenamente al servicio de unas canciones en las que Nergal necesita de apoyo a las seis cuerdas.

Por lo tanto, “In Absentia Dei” es un gran producto, un buen “directo” que entra por los ojos, con una cuidadísima presentación de lujo, a la altura de una banda que es, muy probablemente, la que más cuidado pone en su merchandising y la calidad de este. No puedo darle menos que cinco estrellas, aunque moralmente sienta que Nergal puede dar mucho más sin esperar tanto a cambio.

© 2021 Lord Of Metal

Crítica: Volbeat "Servant Of The Mind"

Escribir durante más de cinco años sobre el mismo grupo, cada vez que publican un nuevo álbum, bien debería valerme para entender que los daneses, llegados a estas alturas, no van a cambiar pero, bien visto, el problema es mío porque soy yo quien no debería esperar un brusco giro de timón sino sentarme en el sofá y escuchar su nuevo disco sabiendo de antemano lo que voy a encontrarme. “Servant Of The Mind” es el mismo pienso con el que Poulsen nos lleva cebando años, canciones hiperproducidas por ese trío demoníaco tras los mandos que es el de Poulsen, Caggiano y Hansen, en las que ya no hay la chispa de "Guitar Gangsters & Cadillac Blood" (2008) y que, tras ser escuchadas una docena de veces, hacen que me pregunte por todos aquellos que me escribieron indignados tras "Seal the Deal & Let's Boogie" (2016) o "Rewind · Replay · Rebound" (2019) y me citaban otras publicaciones o supuestos profesionales de la música escrita que, paradójicamente, ahora con la publicación de “Servant Of The Mind” son los mismos que tienen que desdecirse y cargar las tintas contra aquellos discos para encumbrar a este último, en una suerte de parábola por la que Volbeat han de ser comparados con Motörhead, AC/DC o Bad Religion para hacernos creer que la falta de recursos, originalidad y frescura de los de Copenhague se debe a su fortísima personalidad o señas de identidad. Ajenos a que son ellos mismos, muchas veces, los que critican a esas bandas por su supuesta escasez de miras e inmovilismo.

“Servant Of The Mind” suena mejor producido que "Rewind · Replay · Rebound", lo que tampoco resulta un gran logro si tenemos en cuenta que Poulsen y Caggiano no son Brian Eno y Alan Parsons, y todo su empeño es conseguir una producción redonda y sin fisuras como la de Metallica a primeros de los noventa. Por otro lado, las canciones de este álbum parecen más trabajadas que en los anteriores dos discos, la escritura es ligeramente superior y el propio cuerpo de las composiciones denota más tiempo en el estudio, por lo que supongo que la pandemia ha obligado a la mujer de Poulsen a dejarlo descansar y componer con algo más de tiempo pero, con todo, volvemos a encontrarnos canciones pobres en las que la influencia rockabilly de los cincuenta y el metal no logran la alquímica fórmula de "Guitar Gangsters & Cadillac Blood" (2008) y abundan los coros repletos de vocales abiertas para que hasta el parvulario con más tasa de diversidad funcional sea capaz de no perderse al cantar sus canciones. 

Resulta innegable que “Temple Of Ekur” suena arrolladora pero también prefabricada, las guitarras tienen más presencia y se agradece, hay una mayor concesión al riff y Volbeat parecen revitalizados pero es tan sólo un espejismo cuando entra la voz de Poulsen y nos encontramos toneladas de azúcar en el estribillo, la infantilona “Wait A Minute Girl” con Doug Corcoran al saxofón y Ray Jacildo al piano, transformando por unos segundos a Volbeat en una E Street Band de provincias o el robo descarado a Jeff Hanneman en el riff de apertura de “The Sacred Stones” y su forma de comenzar la melodía en las estrofas, resonando por “Holy Diver”. “Shotgun Blues” es uno de los peores singles que hayan publicado y sólo puedo salvar el muro de guitarras frente al canto tirolés de Poulsen y su planísima forma de cantar.

“The Devil Rages On” emula al clásico “Misirlou”, mientras en “Say No More” y sus primeros compases se destila de nuevo el plagio. Quince canciones son demasiadas para Volbeat y deberían saberlo, “Heaven’s Descent” apesta a la década de los ochenta, como "Dagen Før" es lo mejor que saben hacer cuando quieren sonar como Foo Fighters, algo que repetirán en “Step Into Light”, como canciones como “Becoming” intentan demostrarnos que, como amenaza Poulsen, el disco de death metal de Volbeat podría ver algún día la luz. “The Passenger”, “Lasse’s Birgitta” o “Return To None” parecen sobrantes de la quema e incluso “Domino”, a pesar de su encanto surf, es posiblemente lo más cargante y repetitivo que hayan grabado jamás.

Sonando mejor que "Rewind · Replay · Rebound", “Servant Of The Mind” es otra ración de esteroides asiáticos para aparecer inflado en los festivales de verano y pasar raquíticos los inviernos escuchando unas canciones poco inspiradas, con mucha producción y carentes de la chispa de antaño. Volbeat son actualmente lo que fueron Nickelback a los primeros “dosmil”, una banda sin riesgo, la clásica música que podría escuchar tu padre para creer que está a la honda y avergonzarte delante de tus amigos. 

© 2021 Conde Draco

Crítica: Black Label Society "Doom Crew Inc."

Zakk Wylde es ese tipo de persona a la que perdonas cualquier traspiés porque es tan fiel que cuesta dejar de quererle. Sólo así se puede explicar el feo de Ozzy o Sharon prescindiendo de sus servicios y el silencio sepulcral de reproches con el que el rubio guitarrista ha decidido no formar parte del espectáculo y esperar pacientemente su turno, si es que llegaba y, por suerte para todos, ha llegado. Pero, mientras tanto, no se ha dormido en los laureles y en solitario, con Black Label Society o su divertido proyecto Zakk Sabbath, el bueno de Wylde no ha parado quieto. ¿Quiere ello decir que “Doom Crew Inc.” es lo mejor que ha grabado a lo largo de su ya dilatada carrera? No, para nada, aún a un gran nivel, mirando de tú a tú a un disco como “Order Of The Black” (2010), sigue siendo "The Blessed Hellride" (2003) aquel con el que todos suspiramos y el resto de su discografía, aunque en la mayor parte de sus pasos jamás haya bajado del notable, tampoco ha logrado desbancar a aquel. Sus detractores (porque de todo hay en la viña del Señor) argumentarán que es un pesado con los solos; que no son más que la pentatónica recorrida una y otra vez a lo largo del mástil de sus guitarras Wylde Audio, tiñendo la señal con sus ya habituales flanger, chorus y Wah para darle expresión. ¿Qué le vamos a hacer? Con semejante profundidad de argumentos podríamos desmontar a casi todos los grandes guitarristas de la historia del rock, pero lo que está claro tras escuchar “Doom Crew Inc.” es que Wylde es capaz de firmar robustos riffs repletos de electricidad, pese a las críticas y el paso de los años.

Producido por él mismo y mezclado por John DeServio, todo queda en casa y, sin embargo, me gusta más el sentimiento y las vibraciones de “Doom Crew Inc.” que de otras entregas porque prefiero cuando Wylde se olvida de la acústica y del groove de Pantera para bañarse en su pasión por Sabbath, acercándose más al doom que a otra cosa; “Doom Crew Inc.” es más agradecido porque, aún repleto de solos, va al grano y nos descerraja un tema tras otro, con un impresionante riff principal, olvidándose de la floritura, del armónico artificial metido con calzador, de los dive bombs con el puente, para ralentizar el sonido (“Destroy And Conquer”) o marcarse un single a medio camino entre el hard y el doom, como “Set You free”. 

La banda responde y quizá sea esta formación (con Lorina, DeServio y Fabb) la más estable y con aquella con la que Wylde se siente más cómodo; no hay duda de que el que manda es él, pero el resto responden con solvencia y no echamos de menos ningún solo que no se reparta con Lorina, con una base sólida como la de DeServio y Fabb. El doom y el sonido de los noventa se mezclan en “You Made Me Want To Live” o “End Of Days”. La balada es obligada, aunque menos resultona que las incluidas en “Order Of The Black” (2010) o "Catacombs of the Black Vatican" (2014), mientras que hay canciones menores como “Ruins” o “Forsaken” (con un lúbrico riff más propio de Hendrix que de Iommi) que desembocan en el solo hecho canción, “Love Reign Down” y su versión actual, procediendo la original de “Stronger Than Death” (2000), alejando a “Doom Crew Inc.” de una nota mayor.

Pero si venías a por doom, es lo que tendrás en “Gospel Of Lies”, siendo en estas canciones cuando la banda se crece, como “Shelter Me” y quizá el solo más sabroso de todo el álbum, el feeling de “Gather All My Sins” y su contagioso riff, perfecto para abrir cualquier concierto o festival, mientras que “Farewell Ballad” nos devuelve al Wylde de sus famosos “Book Of Shadows”; encanto sureño, piano sobre acústica y solo redondo, evocando el tono de sus ya olvidadas Gibson Les Paul. Si no te gusta Wylde, “Doom Crew Inc.” no hará que cambies de opinión, pero si estás libre de prejuicio alguno, hay pocas cosas más agradecidas que escucharlo y contar los días para ver a su protagonista sobre un escenario; ataviado entre calaveras y cadenas, con su kilt y tocado indio.

© 2021 Hal Incandenza

Crítica: Converge "Bloodmoon: I"

A veces, crees que cuanta más música escuches más sabrás, cuando, lo que suele ocurrir muy a menudo -a menos que seas un esnob o un pagado de ti mismo- es que cuanta más música escuchas, te das cuenta de que menos sabes. O, lo que es lo mismo; sólo sabes que no sabes nada. Y no escribo esto porque “Bloodmoon I” haya roto mis esquemas y descubierto toda una nueva paleta de colores que desconocía, sino porque escucho o leo a otras personas que parecen haber vuelto a nacer tras escuchar la colaboración de Jacob Bannon y Chelsea Wolfe y, en mi caso, cuando termino de escucharlo siento un gran aburrimiento. Y me pregunto, ¿seré yo quién se está equivocando y el resto tiene razón? Pero, claro, puedo argumentar el motivo de mi bostezo y muchos de aquellos que están orgasmando con “Bloodmoon I” sólo pueden esgrimir experiencias místicas difíciles de justificar con la razón. Intentaré explicar el por qué este álbum no me estremece como "Jane Doe" (2001), "You Fail Me "(2004) o "Axe To Fall" (2009), entre muchos otros. 

Vayamos por partes, siguiendo a la banda desde, precisamente, "Jane Doe" (2001), siendo este el primer disco que compré con el poco dinero del que disponía, soy perfectamente consciente de que Converge han crecido y alcanzado un público mayoritario, para lo que son ellos (no quiero decir que llenen estadios), y también que han trascendido las barreras del hardcore (o como quieras etiquetarlo), precisamente, por esa creatividad que sus miembros rezuman, por un Bannon que antes que cantante puede denominarse como artista mayúsculo, multidisciplinar, que disfruta pintando, realizando sus preciosas serigrafías, colaborando con otros músicos y produciendo los discos que de verdad le gustan y bravo por ello porque sé que todo lo que lleve su sello es sinónimo de calidad. Pero es también por eso que, tanto él como Brodsky, Ballou o Koller, no pueden -porque tampoco deben- encasillarse en el hardcore o post-core y no les puedo pedir que repitan "Axe To Fall" (2009). Pero hay una cosa que me preocupa y es la deformación de su propia esencia si Converge decidiesen continuar por esta senda que nos ocupa, por esa por la que Cult Of Luna parecen eyacular para dentro y Ulver prefieren llamarse colectivo en lugar de banda y renegar del black metal (pero reeditan una y otra vez sus primeros discos, aquellos que sí les dan pingües beneficios, por otro lado).

Y es en este punto cuando nos topamos con “Bloodmoon I”, que es una versión de lujo del concepto “Mariner” (2016) en cuanto a que una banda tan gruesa como Converge coquetea con una artista como Chelsea Wolfe, como la más modesta Julie Christmas. Sólo que, en lugar de lograr la fusión casi perfecta de Cult Of Luna y Christmas, pierden toda la gracia, adaptándose como pueden a lo que en su cabeza seguramente sería magnífico. Y lo que ocurre en “Bloodmoon I”, es que no hay espacio para Wolfe y tampoco para Converge, que cuando suena “Blood Moon” parecen una versión gótica de Evanescence (que no se me altere ninguna seguidora de Amy Lee, que esta no es la arena adolescente para luchar por una dignidad perdida hace veinte años) y cuando Converge cogen fuerza, “Viscera Of Men”, suenan como una parodia de sí mismos, copiándose desde el primer baquetazo de Koller. 

Pese a ello, y sonando magnífico, “Bloodmoon” se siente desnortado, con una banda probando aquí y allá, sin una dirección; creyendo que cuando le ceden espacio a la tortuosa voz de Wolfe es porque tienen que crear un goticismo en el que se sienten forzados y fuera de lugar, como en “Coil” o “Scorpion’s Rising”, rozando el pop más metal o el metal pop (como prefieras) en “Failure Forever”, el post-grunge en “Tongues Playing dead”, desestructurando una canción como “Daimon” con ese ambiente acústico o el western fantasmagórico en “Blood Dawn”. La clara constatación de que Converge no pueden ser banda de acompañamiento sin traicionar a sus musas y el resultado es tan difuso que no puede considerarse a este como un nuevo álbum, propiamente dicho, de los de Salem, sino una colaboración o experimento cuya mayor desgracia es que, para colmo, parece el primer volumen. Lo más irónico de todo es que para los seguidores de Converge, esto no es más que una curiosidad, mientras que para los de Chelsea Wolfe es otra obra maestra, cuestión de las diferentes vara de medir de una unión que, por primera vez, prometía tan poco sobre el papel -cuando nos enteramos- como cuando lo pinchamos sobre el plato. Pena también será perder la oportunidad de ver de nuevo a Converge este próximo verano en festivales, y verlos cantando con Wolfe su propio “Bring Me To Life”.

© 2021 Conde Draco

Crítica: Obscura "A Valediction"

A rey muerto, rey puesto; o eso creyó pensar Steffen Kummerer con la desbandada en Obscura y lo cierto es que tuve miedo por el futuro de la banda, no porque dudase de Steffen sino porque la banda destilaba magia, tanto en estudio como en directo. Pero si hay algo que he aprendido es que Kummerer bien podría ser un moderno Chuck Schuldiner y este su proyecto. Obscura han dado la bienvenida de nuevo a Jeroen Paul Thesseling y a Christian Münzner, además de David Diepold y el resultado es otra obra sobresaliente, más clara y contundente que "Diluvium" (2018) porque Kummerer, en lugar de encerrarse en el callejón sin salida del death progresivo técnico, ha equilibrado perfectamente la balanza y, sin abandonar el death y sin ignorar tampoco su propia habilidad y la de sus compañeros en la banda, Obscura se pueden vanagloriar de haber grabado su disco más directo y pegadizo; los riffs evocan al death metal, claro que sí, porque esa es la naturaleza de la banda y el propio Kummerer, pero el recuerdo nos lleva a la fría Gotemburgo y, examinando los créditos del vinilo, me doy cuenta de que no ando muy desencaminado cuando, tras el trabajo de Eliran Kantor, está Fredrik Nordström (quizá un desconocido para muchos, pero si es así, dejará de serlo cuando mencione a Dark Tranquility, In Flames, Arch Enemy, Hammerfall, Opeth o Spiritual Beggars, entre muchos otros de su impresionante currículo y no siempre como productor, precisamente), además de la colaboración de Björn "Speed" Strid en “When Stars Collide”. Por lo tanto, “A Valediction” posee lo mejor de ambos mundos, el death metal progresivo y técnico se reviste de la melodía sueca, ¿qué podría salir mal? Por supuesto que sí, amigo mío, nada.

El comienzo acústico de “Forsaken” augura lo mejor, el bajo de Jeroen se une con maestría y la banda firma una pieza de apertura que resuena tan mágica como épica, Kummerer es un maestro a las seis cuerdas y cuando eructa ese “ugh!” a uno le vienen a la cabeza miles de canciones míticas y artistas como Tom Warrior cuyo grito es tan sólo la señal para que Kummerer se desboque y la nueva formación de Obscura aprieten como nunca, es death metal pero es increíblemente pegadizo y técnico. Honestamente, suenan de maravilla. “Solaris” es un torbellino repleto de arpegios entre los que Jeroen dibuja sus sinuosas líneas con el ya clásico sonido “fretless” de Obscura, mientras que la pieza principal que da nombre al álbum, “A Valediction”, y ese “Let’s Go” nos coge fuerte por los huevos y nos lleva bien lejos, con Kummerer a medio cocer entre Schuldiner y Laiho. La mezcla entre lo que hacía Obscura y lo que han grabado es tan magnífica y bien equilibrada que uno no sabe si deleitarse con el nivel instrumental o tararear unas canciones que se clavan en el cerebro.

“When Stars Collide” logra que des latigazos con el cuello gracias a uno de los riffs más sencillos pero efectistas de todo el disco, además del apoyo de Björn, y ese sonido sueco de “In Unity”, mientras una canción como “Devoured Usurper”, aunque le deba más al death de Florida (o la final “Heritage”), entra refrescante gracias a su groove, igual que “The Beyond” y su influjo neoclásico. “A Valediction” es un disco variado y repleto de detalles de buen gusto que agradarán a cualquier seguidor del metal por la pasión que derrocha la banda. “Orbital Elements II” es un viaje a la primera parte, publicada en “Cosmogenesis” (2009), pero la banda ya es otra y su sonido ha cambiado, enriqueciéndose aún más. Como “The Neuromancer” es un directo a tu mandíbula y lo que At The Gates deberían estar grabando actualmente, siendo buen ejemplo de ello “In Adversity” y como Obscura son capaces de hacernos sentir que estamos viajando con ellos a través de un vórtice; repletos de cambios de tempo, diversos pasajes y Jeroen y David demostrando que la base rítmica de Obscura goza de mejor salud que nunca. 

Tengo claro que Obscura son una de las mejores bandas de la actualidad y han firmado grandísimas obras, pero “A Valediction” se ha colado entre lo mejor del año y una obra que estoy seguro se convertirá en un álbum clásico atemporal para entender el death metal de nuevo. Schuldiner estaría orgulloso de Kummerer, eso seguro…

© 2021 Lord Of Metal

Crónica: Soen (Madrid) 03.12.2021

SETLIST:
Monarch/ Rival/ Deceiver/ Lunacy/ Martyrs/ Savia/ Lumerian/ Covenant/ Modesty/ River/ Antagonist/ Illusion/ Lascivious/ Sectarian/ Lotus/

Siempre habrá un antes y un después tras la pandemia, tras la sensación de meterse en una sala para escuchar a un artista y ver a todo el mundo a tu alrededor con una mascarilla. Dvne, Amenra y ahora Soen, grandes conciertos en salas pequeñas que parecen haber tenido una respuesta inaudita a causa de la necesidad de esa droga que es la música en directo. En el caso de Soen, ya resulta innegable aceptar lo escrito en esta web y desde que pude verles por primera vez con “Tellurian” (2014); los suecos grabaron dos discos en los que la influencia de Tool era, por desgracia, más que evidente para comenzar a desmarcarse con "Lykaia" (2017) y emanciparse con dos discos enormes como “Lotus” (2019) e “Imperial” (2021) y la constatación es esta gira de presentación de ambos discos que se han convertido en hermanos a la fuerza, por culpa de una pandemia que sesgó la gira de presentación de “Lotus” y, gracias al confinamiento, nos ha regalado uno mucho más pulido, “Imperial” y unas noches en las que priman sus canciones, estando únicamente presentes “Savia” de “Cognitive” y “Sectarian” de "Lykaia".

Sin embargo, si Soen están atravesando quizá su mejor momento y creo que no hay mejor oportunidad para verles en plenas facultades y madurez compositiva, la noche de Madrid tuvo otros dos protagonistas que casi consiguen estropearla; una fue la iluminación, parece mentira que sepamos que Soen van a tocar la noche del tres de diciembre, con meses de antelación y todo el papel vendido, se joda la iluminación del escenario y no haya otra alternativa o solución que verles tocar bajo la luz blanca y cruda de lo que parecía un escaparate de rebajas. El lector creerá saber que algo así es incapaz de arruinar una actuación, pero se equivoca, las luces forman parte de la experiencia de una banda en directo; hay algunos artistas que prefieren unas u otras, salir a oscuras o con un único foco, con predominancia de rojos o colores fríos, de espaldas o frente al público y Joel Ekelöf lo mencionó hasta en dos ocasiones, una al comienzo de la actuación y otra con toda la sala rendida tras “Lotus”. El otro gran enemigo del concierto fue el sonido pobre de la sala, y una banda de primera categoría y plenamente rodada luchando contra, en muchas ocasiones, un barullo en el que predominaban la batería de López y la guitarra solista de Cody Lee Ford, mientras que Ekelöf, pese a esto, sonó tan maravilloso como siempre, no sin su esfuerzo.

Con veinte minutos de retraso, tras Lizard, Soen tomaban el escenario con las sirenas de “Monarch” y López en estado de gracia, Ekelöf embutido en una chaqueta de cuero, gafas de sol y gorra, sonando poderoso durante el riff de Lee Ford y Åhlund, hasta llegar a la parte más melódica del estribillo, uno de esos capaz de elevarte y hacerte olvidar de todo. “Rival” y “Deceiver” muestran que “Lotus” e “Imperial” son dos caras de la misma moneda, pero también el tremendísimo camino que la banda ha experimentado en los últimos cinco años. Un camino que se ve representado también en el contraste entre “Martyrs” y la consabida “Savia” y el influjo de Maynard, una canción menor (me da igual su popularidad o escuchas en streaming) cuando la comparamos con, por ejemplo, “Modesty” o esa obra de arte que es “River” y el clímax de belleza alcanzado con “Illusion”, nada comparable a escuchar a Ekelöf interpretándola en directo. Unión mágica de sentimientos cuando la hilvanan con “Lascivious” o se despiden con “Sectarian” y, como decía al comienzo de esta crónica, “Lotus” con toda la sala rendida y el propio Ekelöf sorprendido por la respuesta del público. Soen siguen creciendo y creciendo, luchando contra los elementos, dejando su titubeante pasado atrás, dibujando un brillante futuro a golpe de talento. Una noche que nadie debería haberse perdido, desde luego que no…

© 2021 Conde Draco

Crítica: Jerry Cantrell “Brighten"

Huyo como de la peste de aquellas personas para los que todo es bueno buenísimo, de esas que no levantan ningún tipo de reacción a su alrededor, de esas para las que todo da igual y nunca se pronuncian porque en la vida, indefectiblemente, hay bueno y malo, síes y noes, y los grises suelen estar hechos para contentar. Y así, heme aquí, me encuentro ante el nuevo disco de Jerry Cantrell y no sé cómo abordar la exploración anal sin lubricante porque me consta que están aquellos para los que Cantrell es Dios y esos otro para los que, amando a Alice In Chains, creemos que lo mejor del de Washington ya ha sido publicado. Cantrell ha coproducido y grabado “Brighten” junto a Tyler Bates, Paul Fig y Joe Barresi y saben qué, ni con toda la ayuda de los ilustres invitados que pueblan el álbum, es capaz de superar “Boggy Depot” (1998) y los desgraciados “Degradation Trip” (2002). Y aquí es cuando podría elucubrar una intrincada teoría sobre cómo la desgracia hace fértiles a los artistas y la estabilidad es la auténtica peste de la que hay que huir cuando el denominador común de las grandes obras es la miseria, pero siendo un argumento tan socorrido y válido para Cantrell, sigue sin ser la verdad tras “Brighten” y es que, simple y llanamente, las canciones no merecen la pena; no es que esté condenando al rubio guitarrista a componer y cantar una y otra vez las tortuosas melodías que caracterizan a Alice In Chains (por ejemplo, “Atone” es un enorme single, su sonido agreste y sepia es magnífico, la melodía es adictiva y malvada, tanto como la propia “Brighten”, a pesar del sonido claramente norteamericano) es que, cuando escucho a Cantrell, quiero que suene a él y en este álbum hay canciones que sonrojan y aburren, mostrando sus mejores bazas al comienzo para irse diluyendo a medida que avanza. El propio guitarrista asegura que es un viaje desde la oscuridad hasta la luz, bonita forma de endulzarlo.

Lo dicho, me encantan “Atone” y tolero razonablemente bien la propia “Brighten”, pero en "Prism of Doubt" la cosa se empieza a torcer, me gustan las armonías vocales (Cantrell es un genio en las dobles voces) pero es complaciente y predecible. Son esas armonías las que salvan una canción como “Black Hearts And Evil Done”. Mientras que “Siren Song”, producida por Duff McKagan (ya que, según Cantrell, el bajista de Guns aseguraba que la pista de bajo era tan buena que no quería tocar él mismo...) o “Had To Know” funcionan por la soledad que transmiten, esa que parece desaparecer en “Nobody Breaks You” y la aburrida “Dismembered” o la despedida por Elton John, “Goodbye”.

Cantrell es incapaz de grabar algo abominablemente malo, por supuesto, pero “Brighten” no es lo mejor que ha grabado y lo sabe, no suena maduro sino lejos de sus mejores momentos creativos y si debo mencionar la plétora de invitados y músicos para justificarlo, como si se tratase de una receta, es que estoy intentando justificar lo injustificable. La carrera de Alice In Chains ha ido en sentido descendente desde “Black Gives Way To Blue” (2009), quizá sería el momento de centrarse y entender que el descanso ha acabado, que pueden y deben grabar un disco mejor que “Rainier Fog” (2018) que a Cantrell todavía le queda mucho trabajo por delante y este “Brighten” no es más que una curiosidad, un regalito, para todos aquellos que compraremos y escucharemos todo lo que lleve su nombre, aunque seamos incapaz de comulgar con ello y pretender engañar al resto.

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Crítica: Khemmis "Deceiver"

¿Sabes esa sensación cuando tienes ganas de un disco que te decepciona, pero, aún así, no puedes evitar no escucharlo y, lo peor aún, defenderlo creyendo que es mejor de lo que es? Pues eso es lo que me ocurre con “Deceiver” de Khemmis, porque cuando comienza a sonar “Avernal Gate” creo estar escuchando uno de los mejores discos del año pero, tras sucesivas escuchas, me doy cuenta de que no es así. “Desolation” fue un giro al metal más tradicional, sin olvidarse de su doom, ese por el que hace unos siete años nos hicieron creer que estábamos viviendo una nueva ola doommy con ellos y bandas como Pallbearer o Crypt a la cabeza, pero no, Khemmis han querido ampliar su paleta de colores y, mientras que no es algo malo por sí mismo, creo que desde “Hunted” (2016) no han vuelto a firmar algo tan redondo como aquel. Con ello no quiero decir que Khemmis sean una mala banda; Ben, Zach y Phil son músicos repletos de talento y una apuesta segura, tras la portada de Sam Turner, “Deceiver” es un disco repleto de emociones, calidad y canciones que me encantan, que me hacen vibrar y seguro que en directo son una apuesta segura, pero también creo que Khemmis funcionan mucho mejor y suenan de verdad sobresalientes es cuando se olvidan de subgéneros como el thrash, el death o el black y algunos de sus tintes en las canciones, para centrarse en el doom, que es donde mejor resultan. 

Así, “Deceiver”, arranca con “Avernal Gate” y una introducción acústica más propia de Opeth que del doom, pero no pasa nada, la canción suena compacta cuando se muscula y melódica cuando juegan con las estrofas y el estribillo, las voces edulcoradas y la contundencia de Zach tras los platos, ¿qué puedo decir en contra? Nada, esto es Khemmis en estado puro y me encanta. “House Of Cadmus” posee el tempo, los de Denver funcionan igual de bien al trote que cuando se convierten en un enorme bloque de granito y sentimos su influencia doom, a pesar de que las voces de Phil y Ben recuerden demasiado a Pallbearer o a Opeth cuando juegan a la filigrana melódica. Tampoco es un problema, el solo repleto de medios, gordito y dulzón, logra que “Deceiver” comience con las dos canciones apropiadas y, como oyente, crea que esta vez van a llegar de nuevo al sobresaliente. Y a ello contribuye otra canción como “Living Pyre”, en la que el doom hace acto de presencia de nuevo y Khemmis nos golpean en la cara; el amplificador repleto de grano y desierto, pero también de la pesadez apropiada para parecer que el trío es un auténtico megalodón. Magnífico.

Lo mismo que “Shroud of Lethe” (a pesar de esos primeros minutos propios de Opeth, de nuevo), siendo una de las grandes bazas de un álbum con tan sólo seis canciones en cuarenta minutos y cuatro de ellas claras ganadoras, mientras que “Obsidian Crow” es una de esas en las que sentimos que la nave naufraga; no sólo es olvidable sino que parece que van a destiempo (soy consciente de ello y le he dado su tiempo, la he escuchado un millar de veces y la sensación es siempre la misma) o “The Astral Road” en la que Khemmis fracasan en la influencia y su duración; casi nueve minutos de heavy metal (sí, aunque suene desfasado, es así) son muchos y, aunque disfruto de algunas de sus partes, la sensación global es de que se han confundido de dirección cuando lo que logran es el bostezo.

“Deceiver” es un buen disco, pero no es redondo y eso quizá sea lo que más me duela de Khemmis porque poseen la calidad necesaria y saben hacerlo muy bien, pero a veces creo que les falla la brújula. ¿Es disfrutable? Muchísimo, pero no la constatación que muchos necesitan para que Khemmis den ese salto tan merecido, cuando poseen las formas y la calidad más que necesaria. 

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Crítica: Me And That Man "New Man, New Songs, Same Shit, Vol.2 ..."

Vaya por delante de que si critico negativamente este proyecto de Darski es porque amo su música cuando se viste de Nergal y no cuando hace de King Dude. Como también que el primer disco de este proyecto, “Songs of Love and Death” (2017) me pareció abominable y si "New Man, New Songs, Same Shit, Vol.1" (2020) parecía sensiblemente mejor fue por las colaboraciones y alguna que otra canción que parecía todo un salto cualitativo pero, ya por entonces, auguraba dos posibles vías para Me And That Man (me da igual si con Porter o sin él) y el polaco ha elegido por la fácil; no espaciar la continuación de aquel y tirar por el mismo derrotero pero con canciones inferiores y colaboraciones de relumbrón aunque quizá no tanto como en el primer volumen. Para que el lector me entienda; las canciones de "New Man, New Songs, Same Shit, Vol.2” son peores que en la anterior entrega, suenan mejor, pero el resultado sigue siendo de baja calidad. Da igual que toque Gary Holt o cante Myrkur, que colaboren Hank Von Hell, Devin Townsend, Blythe o Abbath, la sensación es la de una panda de amiguetes a la que Nergal le ha encasquetado canciones que no merecen mucho la pena y ni con toda la producción del mundo se pueden arreglar.

Es cierto que produce toda la pena del mundo escuchar a Von Hell, pocas horas después de habernos enterado de su muerte y es que tras enterarme de la noticia no pude menos que recordar aquella vez que le vi con Turbonegro, presentando “Party Animals” en 2005, y me invade la melancolía de saber que se ha marchado con una carrera en solitario tan breve pero genial y tan joven, ahora que parecía plenamente recuperado. Pero, pese a ello y la colaboración del noruego, “Black Hearse Cadillac” es mala con dolor y sólo levanta el vuelto en su segunda parte. Nergal prosigue su camino por asemejarse a Cave o Dude, por supuesto que sí, y tira de amistades, como es el caso de Tobias Forge (aquí Mary Goore) en “Under The Spell”, sonando más nasal que nunca, cuya música es pegadiza pero no termina de despegar. Algo similar ocurre con “All Hope Has Gone” y la ayuda de Gary Holt y Jeff “Mantas”, además de la aportación de Blaze Bayley (el ex vocalista de Maiden siempre me ha caído bien, pero me parece un vocalista mediocre, lo siento), sólo puedo salvar el solo.

 

“Witches Don't Fall In Love” con Kristoffer Rygg no es la peor del conjunto, pero suena pueril y quizá el error, como con todo el disco, sea mío, porque sabiendo de la pasión de Olve por Lemmy, pensé que “Losing My Blues” tendría su ritmo traqueteante y sería puro rock ‘n’ roll, pero no, Nergal, Abbath, Chris Holmes y Frank The Baptist firman una canción olvidable que se convierte en un medio tiempo con aires de blues-rock de los cincuenta y el croar del antiguo vocalista de Immortal, pero plana en su desarrollo. "Coldest Day In Hell" con Ralf Gyllenhammar y Douglas Blair es quizá la más interesante por su descarnada interpretación, como “Year Of The Snake” con una leyenda como David Vincent que gana enteros a pesar del robo a Nick Cave, mientras que “Blues And Cocaine” roba el riff de “The Jean Genie” de Bowie, camuflando la guitarra de fuzz. 

 

Aunque "New Man, New Songs, Same Shit, Vol.2” puede ir a peor, mucho peor,  “Silver Halide Echoes” con Randy Blythe es interesante, por desmarcarle de su registro habitual, pero la canción es una de las más aburridas del disco, con permiso de “Goodbye” y la clara constatación de que Alissa White-Gluz es mejor que siga cantando con guturales en Arch Enemy, ya que su garganta es bastante escasa cuando canta melódica y recurre a las tretas de cualquier aspirante de programa de talentos cuando pretende colarnos el gol por la escuadra haciéndonos creer que puede acercarse a una tonalidad propia de las prodigiosas gargantas negras que cantan sin esfuerzo, mientras que a la de Quebec se la siente sufrir en los últimos coletazos de un disco en el que la colaboración con Myrkur (ya sabemos, ese subproducto surgido de la mente de Ulver), “Angel Of Light”, hunde aún más la recta final de un disco que no entra ni con sal de frutas y cuyo final con Chris Georgiadis y "Got Your Tongue" es un robo a la clásica “John The Revelator”, pasada por las aguas del sonido más fácil y radiable.

Sé que el Nergal de "Zos Kia Cultus (Here and Beyond)" (2002), "Demigod" (2004) o "Evangelion" (2009) queda ya lejos y, seguramente, el polaco no tenga ninguna intención en volver a ello, pero una cosa es firmar un disco tan discreto como "I Loved You at Your Darkest" (2018) y otra muy diferente es grabar algo como esto. Haciendo célebre el meme; si mi nieto me pregunta quién fue Nergal, le enseñaré “The Satanist” (2014), si me pregunta de qué murió le pincharé "New Man, New Songs, Same Shit, Vol.2” para que no se confunda.


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Crítica: Exodus "Persona Non Grata"

Parece que la historia se repite y ya no sé si es problema mío o es que Exodus, los míticos Exodus, son los culpables, pero me ha ocurrido algo parecido a lo sentido en "Blood in Blood Out" (2014). Se suponía que este sería el gran disco de Exodus con Gary Holt ya plenamente liberado de su gloriosa etapa con Slayer, con Souza en la banda ya instalado tras numerosas giras, en forma y rodado, con un Hunting tan impresionante como siempre (más, ahora que el hombre se ha recuperado y ganado la lucha contra el cáncer) pero, en definitiva, ya instalados en la tranquilidad y el rodaje del que no pudieron disfrutar en el anterior y sabiendo que aquel no convenció como debía, además de la mano de Andy Sneap tras los mandos de la nave. Honestamente, sentía que Exodus grabarían un disco redondo, quizá no "Tempo of the Damned" (2004) pero sí uno que nos hiciese recuperar la fe en ellos en el estudio, pero no, de nuevo me equivocaba. "Persona Non Grata" no es un mal álbum en absoluto, es muy difícil que Souza, Holt, Altus, Gibson y Hunting grabasen un disco así, del todo incapaces, pero tampoco sé explicar lo que siento cuando escucho este álbum y me doy cuenta de que se quedará fuera de los mejores discos del año en el mundo del metal.

A pesar del trabajo de Sneap y los riffs de Holt, "Persona Non Grata" se siente flojo, débil en su cuerpo; el sonido es potente y las guitarras crujen a todo volumen (tanto que a veces uno se olvida de Gibson y su bajo), además Hunting suena tan poderoso como siempre, pero la apertura que es "Persona Non Grata" son siete minutos y medio (la manía de todas las bandas por grabar canciones que exceden en duración la propia naturaleza de su ser) y, aunque suena robusta y la voz de Souza más chillona y poseída que nunca, uno siente que este tipo de tareas hercúleas en el thrash, mejor dejárselas a una banda como Voivod, mientras Exodus deberían atacar sin piedad en canciones de tres minutos. Mucho mejor cuando suena “R.E.M.F.” y sentimos que Exodus han vuelto por todo lo grande con Altus y Holt escupiendo riffs y Hunting trotando, aporreando su batería como si no existiese un mañana. Como ocurre con “Slipping Into Madness” y su sabor a "Fabulous Disaster" (1989), sabrosísima y agresiva, pero compartiendo momento con una de las peores canciones del álbum, “Elitist”, tan infantil que es impropia de la leyenda de Exodus. “Prescribing Horror” posee la maldad y uno de los mejores riffs de "Persona Non Grata", además de ese acojonantísimo final con niños llorando, quizá la demostración de que una banda puede hacer thrash adulto sin caer en los tópicos (“Elitist” o “Clickbait”) y bordarlo, a ritmo de los campanazos de Hunting.

Lástima que los adelantos, como la mencionadas “Clickbait” (efectista, pero pobretona y tirando de tópicos) o “The Beatings Will Continue (Until Morale Improves)” no sean lo mejor del álbum a pesar de que esta última posee la garra y las ganas, sintiéndose a Souza especialmente corrosivo. Igual que me parece genial el trabajo melódico en las guitarras en “The Years of Death and Dying”, aunque la canción sea floja y cinco minutos se hagan eternos cuando no los necesita. “Cosa del pantano” es curiosa, es tan sólo una instrumental, pero funciona como introducción para “Lunatic Liar Lord”; veréis, no tengo nada en contra de las canciones extensas, pero estamos hablando de Exodus y esta son ocho minutos a los que no les beneficia nada tanto tiempo, habría sido ideal con cuatro minutos porque los coros de Rick Hunolt funcionan en contraposición con la voz chillona de Souza, pero no, la composición pierde fuelle según avanza. Y lo tengo más que claro cuando suena “The Fires of Division” y sé que esto es lo que busco en un disco de Exodus y esto es lo que funciona y en lo que son mejores; thrash puro y duro, con un toque melódico en las estrofas y un buen estribillo jalonado con la fuerza de las guitarras. Incluso “Antiseed”, la última, no siendo gran cosa, se siente poderosa frente a los esfuerzos de la banda por dejar claro que ellos también son capaces de grabar canciones con grandes desarrollos.

Cuando uno acaba de escuchar el disco, la sensación es siempre la misma; doce canciones en una hora de thrash es demasiado y, con todo, Exodus han grabado un disco aceptable, potente y resultón, quizá no es notable, pero nos sirve para tenerlos en activo y que giren por todo el mundo. Souza, Holt, Altus, Gibson y Hunting son grandes músicos y una auténtica maravilla sobre un escenario, echar de menos "Tempo of the Damned" (2004) o incluso "The Atrocity Exhibition: Exhibit A" (2007) no opaca el hecho de que los necesitamos sobre las tablas una y otra vez, ahí donde nunca decepcionan.

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Crítica: Massacre "Resurgence"

La historia de Massacre es típica dentro del metal, esas bandas que publican un álbum y el boca a boca hicieron el resto por la calidad de sus surcos hasta convertirse en una referencia seminal, pero, sin embargo, tras múltiples cambios de formación se ven incapaces de continuar la leyenda y estar a la altura. En el caso de Massacre, publicaron el enorme “From Beyond” (1991), un fiasco como “Promise” (1996) y un disco bueno, pero no notable, como "Back From Beyond" (2014). Así que hemos tenido que llegar a 2021 para que cuando suene el platillazo de Helgetun sintamos que el viaje iniciado con “From Beyond” sigue su curso, para sentir que todo vuelve a encajar y el vicioso riff de apertura nos recuerde que esto es un disco de puro y duro death metal, en el que las guitarras de Johansson, Petterson y Fairfax dan paso a la cavernosa voz de Kam Lee que ha vuelto a la banda y suena tan monstruoso o más que lo que podíamos imaginar. “Resurgence” es un disco que no busca engañar al oyente, bajo la portada de Wes Benscoter, Massacre han vuelto para sonar como deberían haberlo hecho hace años, para reivindicar su trono por encima del de muchas bandas más jóvenes que han crecido a su sombra y me parece bien. Me parece bien porque lo publicado tras “From Beyond” no hacía justicia a lo que la banda tenía que ofrecer, de lo que eran capaces y, por desgracia, no supieron continuar muy al revés de lo que sí supieron hacer, por ejemplo, Autopsy.

Resulta innegable que hay influencia del panteón de Lovecraft en “Ruins of R'Lyeh” o “Innsmouth Strain” pero también reminiscencias de Chuck Schuldiner, de aquella senda que Massacre supieron abrir hace ahora treinta años. Sonido crujiente y aplastante, guitarras repletas de graves, creando atmósfera, riffs repletos de nervio en la mano derecha y Lee abriendo la gruta de garganta y profiriendo profundos growls capaces de soterrar al actual Chris Barnes. “Whisperer in Darkness” es como una sucesión de latigazos hasta que Helgetun se lanza desbocado a golpear el bombo a toda velocidad, ¿queríais death metal? Massacre lo administran desde la tierra de este, con denominación de origen en Tampa, Florida; la otra cuna del death (lejos de la fría Europa, pero igual de brutal).

Me encanta la introducción de “Book Of Dead” y cómo se convierte en una de las más salvajes de “Resurgence” (con Marc Grewe en las voces), como el toque doom de "Into the Far-Off Void" durante sus primeros compases y la ayuda de Dave Ingram. "Servants of Discord" y “Fate of the Elder Gods” poseen la esencia de la banda y su violento ataque, pero ganando en dinamismo, esta última con Pete Slate, como es el caso de “Spawn of the Succubus” y cómo la guitarra narra la melodía al comienzo para que Kam Lee se desgañite una última vez y Massacre entren a degüello. No es por casualidad, por lo tanto, que nos recuerden lo que fue “From Beyond” con “Return of the Corpse Grinder”, un último golpe sobre la mesa que recupera el encanto y parte de la estructura de la original, pero sonando más violenta que aquella y Kam Lee cantando poseído por sí mismo hace treinta años.

Un álbum salvaje, para los amantes del death metal más sólido y old-school de unos supervivientes que, como en la portada de Repka, parecen haber viajado en el tiempo desde otra dimensión y mantener las ganas y el talento intactos. Un disco de regreso que se convertirá en uno de los mejores discos de metal del año y una grata sorpresa, sin duda.

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Crítica: Bullet For My Valentine “Knives"

A veces, sólo a veces, cuando leo o escucho a los seguidores de la actual escena referirse al nuevo álbum de una banda como Bullet For My Valentine y conformarse con un poquito de ruido, entorno los ojos hacia el cielo igual (exactamente igual que cuando estoy esperando a que una banda tome el escenario) y el pipa, roadie o técnico se cuelga la guitarra, segundos antes de que se apaguen las luces, y toca un MI (dos deditos sobre el traste dos, cuerdas cuatro y cinco) con un poquito de distorsión y la turba enloquece como si Hendrix o Rhoads hubiesen bajado del cielo porque es el mismo tipo de locura, de conformismo; un poquito de ruido basta para que la masa se excite. Bullet For My Valentine grabaron un buen debut (“The Poison”, 2005) y dos discos aceptables "Scream Aim Fire" (2008) y "Fever" (2010) para decepcionarnos a todos con el mediocre “Temper Temper” (2013) y resurgir de sus cenizas con “Venom” (2015) y todos rendidos a sus pies, creyendo que lo grabado dos años antes fue un mero traspiés. Pero “Gravity” (2018) confirmó lo contrario, que Bullet For My Valentine son una banda interesada en llegar al mainstream más absoluto siendo capaces de edulcorar su sonido al máximo, hasta perder cualquier ápice de integridad o personalidad lograda a lo largo de los años. “Gravity” (a pesar de las críticas que recibimos en la publicación de su crítica) con el tiempo, se ha conformado como el peor álbum de la banda, hasta tal punto que se ha puesto en duda su capacidad, su seriedad y, lo peor de todo, su futuro. Así que la banda ha corrido presta a endurecer su sonido, a sonar más “heavy” que nunca (qué termino y expresión más rancia, por favor, pero no lo digo yo; lo han dicho ellos) y Matt, nuestro querido Matt Tuck, más interesado en cambiar su look con cada disco, con cada ciclo, no ha dudado en cambiar el rímel y la cuchilla por la barba y el pasamontañas. ¿Cuela? No, por supuesto que no.

 

“Knives” es igual de malo que “Gravity” pero Matt y los suyos nos la quieren colar con una producción más agresiva, más cruda y menos trabajada, tirando de compresión a tope pero, bajo la superficie, tras el cambio de look de Tuck, la portada, la producción y el sonido de las canciones, tras los baquetazos de Bowld, hay lo mismo de siempre; canciones pobremente escritas, con letras repletas de tópicos en las que Matt puede presumir de ser predecible y utilizar las mismas palabras y expresiones una y otra vez en composiciones muy pobres, planas y en las que la agresividad se siente tan impostada (“Parasite”) como forzadas también las partes más melódicas y este disco, te lo creas o no, tiene tanto de melódico que es como si hubiesen querido salpimentar las canciones de “Gravity” y hacernos creer que es metal, cuando nada más cerca de la realidad.

 

“Knives” es un buen single, Bowld ataca con rapidez, mientras las voces se alternan y las guitarras de Matt y Paget hacen un buen trabajo, pero “Reverie” es prescindible y hunde el álbum a la tercera composición; no es el tempo, no es que la voz de Matt se sienta tan débil y su forma de cantar sea tan melódica, nasal y con tan poco cuerpo, es que la canción es aburridisíma. Algo que solucionan con el riff de “No Happy Ever After” y ese toque más cercano a Rammstein o la distorsión en la voz, además de esa forma de poner la directa; es en esos momentos en los que Bullet se crecen y cuando meten esos estribillos tan enclenques cuando el resultado final se resiente, cuando Matt canta melódico y parece una mezcla entre Billy Corgan y Gerard Way. Pese a ello, no me gustaría que el lector pensase que tengo ojeriza a la banda, nada más lejos de la verdad, reconozco cuando lo hacen bien; como es el caso de “Can’t Escape The Waves”, quizá la mejor canción tras “Knives” pero soy honesto, no puedo mentir y afirmar que la ridiculez de “Bastards” esté repleta de emoción porque no es verdad y ni siquiera el trabajo coral la salva, como tampoco que “Rainbow Veins” sea una gran canción porque se ha puesto de moda escribir canciones sobre los problemas mentales y Tuck, en lugar de darle la profundidad y dramatismo que requiere, lo estropea con una de las peores letras de todo el álbum, convirtiéndola en un cliché que roza el ridículo, mientras que “Shatter” posee un riff que podría haber firmado Robb Flynn (cuarta o quinta del disco en la que meten coros y malditos “oh, oh, oh), dejando para el final dos canciones infinitamente superiores como “Paralysed” o “Death By A Thousand Cuts”, justo cuando uno ya ha perdido la paciencia tras escuchar el disco una decena de veces y darse cuenta de que Bullet For My Valentine deberían haber apostado por un disco más breve, con composiciones más directas y menos minutaje (una media de cinco minutos es mucha para la banda de Tuck), más trabajo en la composición y letras, además de olvidarse de tanto coro y esas partes más melódicas y flojitas que son capaces de echar por tierra el riff más contundente de la historia de la banda. Una pena, pero Bullet For My Valentine siguen cavando su propia fosa y lo peor de todo es que parece que ni la banda, ni sus seguidores parecen saber qué es lo que merece la pena y qué es lo que no, qué dirección deberían tomar. Un barco sin rumbo y que con cada lanzamiento provoca más y más indiferencia…


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Crítica: Whitechapel "KIN"

Comienzan a sonar las guitarras acústicas de “I Will Find You” y sé por lo que estoy aquí, por lo que estoy escribiendo sobre Whitechapel y es por su mutación, su increíble esfuerzo por desmarcarse de las férreas barreras del deathcore. Pero tampoco voy a pecar de iluso porque, a estas alturas de la película, en pleno 2021, rara es la banda de cualquier subgénero que acabe en “core” que no haya huido del barco cual rata, alegando madurez, búsqueda de nuevos horizontes o porque ya era hora de quitarse las dilatas de las orejas cuando han dejado de ser una moda y sólo las lucen quienes de verdad las aman. El caso es que si Whitechapel parecen diferentes no es por otro que por el propio Phil Bozeman. Y es que la banda ha ido evolucionando de manera natural a golpe de trauma, de catarsis existencial y emocional de Bozeman; nada que objetar cuando han abandonado el deathcore más genérico (que nadie se me eche encima, era lo que era) para ahondar en un metal maduro y con fondo como es el de “The Valley” (2019), el que para mí es su obra maestra hasta el momento.  

 

Así que, cuando se anunció la publicación de “Kin” (a pesar de su horrenda portada, aunque toda una declaración de principios por alejarse de las clásicas ilustraciones de su discografía y las de cientos de bandas similares), tras escuchar adelantos como “Lost Boy” u “Orphan” (ya, también “A Bloodsoaked Symphony”, pero no) no tuve ninguna duda de que Bozeman volvía a tirar de su panteón de problemas para armar el alma del nuevo disco de Whitechapel, lo que -sintiéndolo mucho por él- me auguraría una hora de sentidísima música con la que alejarnos de la auténtica chorrada abstracta adolescente con tintes dramáticos del común denominador de las letras escritas por bandas de metal actual cuando escapan de los monstruos y la imaginería más clásica.  Más que nada porque soy de los que piensan que, por desgracia, cuando los artistas tienen mierda que sacar es cuando suelen publicar su mejor material y cuando tienen el estómago lleno (literal y figurado) es cuando la calidad de su producción baja a extremos insondables.

 

Con todo, a pesar del comienzo de “I Will Find You” y el cinemático final con “Kin”, el disco de Whitechapel no resulta tan redondo como “The Valley”, quizá porque no se centra en un solo punto de la historia, del drama de Phil sino que picotea aquí y allá y el ethos de las canciones hace que la música responda; la instrumentación es brillante, por supuesto, a la altura de Savage, Householder, Gabe, Wade y el más reciente Rudinger pero no se siente tan sólida o, por lo menos, tan coherente como en el anterior. Lo que no significa que “Kin” sea un mal disco, tan sólo menos redondo.

 

Algo que se siente cuando pasamos de ese inicio al brutal single que es “Lost Boy”; me gusta el cuerpo de la canción, la solidez, la sensación de abigarramiento, de fuerza y robustez, Bozeman suena agresivo y profundo, devorando tu alma y el toque sincopado de la canción junto a la sensación de que la sección rítmica (Householder y  Rudinger) corre atropellada hasta el estribillo me parece sobresaliente, así como la bajada de tempo en “A Bloodsoaked Symphony” y el regusto de que se acercan al death metal y olvidan el deathcore, de que Phil se ha convertido en el auténtico monstruo de las galletas y sólo recuperan algo de velocidad en el doble bombo del estribillo. Ambas canciones, tras la ilusión de “I Will Find You” forman un inicio grueso hasta “Anticure”, en la cual vuelvo a sentir que Whitechapel se desmarcan de todo, no es por la voz melódica sólo sino por el riff principal; por cómo las guitarras adornan y no llevan el peso de la canción, por esa forma de crear texturas y recordarnos a Tool cuando el bajo de Gabe es el que traza la melodía bajo la voz de Phil, mientras “The Ones That Made Us” nos devuelve a los Whitechapel más agresivos, un espejismo entre “Anticure” y la primera parte de “History Is Silent” hasta esa segunda parte en la cual parecen desbocarse, igual que en la alternancia de rabia de “To The Wolves” y el solo de Savage, más cercano al hard que al metal o el single más claro de ese cambio, de más calado y el que mejor representa a “Kin”, “Orphan”, en la cual, aunque no me guste el toque postmetal y el exceso de melodía sí reconozco la influencia de otras bandas y otros artistas en la forma de cantar de Phil, pareciéndome magistral cómo cambian de tercio desde su comienzo, en apenas cinco minutos.

Pena, como no podía ser de otra forma en “Kin”, es la innecesaria “Without You” (un interludio acústico que no aporta nada), “Without Us” o quizá la peor del conjunto, la propia “Kin”, en la que hay buenas ideas y ganas de cerrar de una manera épica, emocional y diferente pero no termina de cuajar en un álbum en el que cuesta entender el equilibrio entre el deathcore, death metal de bajo octanaje, post metal y momentos más dulces que carecen de sentido sin la narración de una historia, como en “The Valley”. Pese a ello, Whitechapel han vuelto a grabar un álbum notable que les hace crecer, aunque produzca la sensación de ser una pura transición. Que desemboque en algo o no, sólo depende de ellos…


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Crítica: Archspire "Bleed the Future"

Con Archspire siento ese orgullo de haberles descubierto pronto, de ver cómo, poco a poco, van alcanzando más y más reconocimiento, cómo cada álbum crece y su propuesta se perfila, madura y son capaces de grabar tres discos como "The Lucid Collective" (2014), el ya clásico "Relentless Mutation" (2017) y, ahora, "Bleed the Future" (2021). De salas a festivales, de ser unos completos desconocidos a ganarse al público con su rapidez, su sentido del humor, su accesible melodía (a pesar de lo intrincado de su música) y, por supuesto, su talento. Así, Archspire, han vuelto a dar en el clavo y, sin complicarse demasiado, entender que el público pide que suban la apuesta de "Relentless Mutation" y ver si son capaces de aumentar la velocidad, lo complicado de su maquinaria y, por supuesto, poner a prueba su habilidad técnica. ¿El resultado? Como no podía ser de otra manera, los canadienses no sólo aprueban, sino que lo bordan, "Bleed the Future" es un disco sobresaliente, muy técnico pero irresistible, sin caer en el aburrimiento de la acrobacia porque sí, sino que es "Relentless Mutation" elevado al cubo. 

“Drone Corpse Aviator” es un innegable single para la banda (si es que se puede hablar de una canción promocional en el death metal técnico); Prewett es una auténtica máquina y Smith le acompaña al bajo, mientras que tras las endiabladas rítmicas llegamos a esos paisajes tan jazzy en lo que la guitarra parece hilvanar un lick tras otro, antes de volver a atacar de manera violenta. Sin embargo, es esa misma guitarra la que dibuja la melodía en “Drone Corpse Aviator”, quizá más accesible que en "Relentless Mutation" pero nunca como sinónimo de poca calidad o facilidad en la composición, en ningún momento para agradar o llegar a un público mayor sino porque la composición lo pide. Como esa locura titulada “The Golden Mouth of Ruin” en la que parecen escupir mil notas por segundo mientras Prewett parece retarse a sí mismo. "Abandon the Linear" juega con la polimetría como ninguna otra, no es que el compás de Prewett coincida con el que llevan las guitarras, es que parece un todo en el que habrá un momento que tu cabeza pida entender de qué se trata y sólo será en el puente de la canción, antes de lanzarse a por los armónicos previos al solo. 

“Bleed the Future” es capaz de pintarle la cara a los enormes y mis queridos Meshuggah, está claro que los estilos son diferentes, pero hacía tiempo que no sentía una agresión sonora acompañada de semejante pericia técnica, como si los de Vancouver utilizasen una claqueta para cortar los tempos de sus endiabladas canciones. Tanto que es necesaria “Drain of Incarnation” o, por lo menos, su comienzo para darnos un respiro antes de que ataquen de nuevo y Morelli, Lamb y Smith nos abran en canal. Es por eso que “Acrid Canon”, a pesar de su velocidad, sea tan agradecida y su melodía nos sirva para no perder la poca cordura en la espacial "Reverie on the Onyx" o ese final que es "A.U.M." y la clara sensación de que Archspire están un paso por delante del metal actual, que han sabido llevar el death metal técnico a otro nivel y pocos son capaces de seguirles el paso. Brillante de principio a fin.

Como única pega, a nivel personal, el trabajo de Dave Otero. No dudo que Oliver (magnífico en su registro, espectacular en su capacidad) y los suyos le pidan semejante acabado, pero hay veces que el bloque de sonido es tal que se pierde detalle de cada instrumento cuando aprietan y la prueba de ello no es sólo el propio sonido del disco sino el dibujo de la onda en cualquier reproductor, una auténtica barra inexpugnable de puro y duro death metal. Por otra parte, Archspire repiten con Kantor en la portada, sabedores de que han encontrado la fórmula y vaya si lo han hecho. La madre que los parió…

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