Crítica: The Smashing Pumpkins "CYR"

Se es más cruel con lo que una vez se ha amado que con lo que produce indiferencia. Es por eso que no podía resistirme, ni podré jamás, a escuchar lo último de The Smashing Pumpkins, a pesar de ser consciente que ni Corgan, ni la banda, ni yo mismo, somos aquellos de los noventa. Pero quizá, en esta sagrada ecuación entre artista y admirador, lo realmente importante no seamos nosotros sino Corgan, que se encerró en su propia torre de marfil, de gatos y teterías, de lucha libre y proyectos fallidos, de discos dobles que nunca se publicaron y jamas lo harán, de una D'arcy que jamás volverá pero -maldita sea- tampoco Melissa Auf der Maur o Nicole Fiorentino, aunque tampoco eso sea lo más importante, como tampoco que ahora se esté planteando una segunda parte de "Mellon Collie and the Infinite Sadness" (1995) para el próximo año, sino que Corgan vive en el exceso; en su propio mundo y parece enfadarse cuando todos prefieren recordarle con su camiseta de “Zero” y pantalones plateados porque, en definitiva, a casi nadie le importan las últimas composiciones y le siguen pidiendo aquellas que, con desgana y sonrisa torcida, nos regala en directo y que nos remiten a una época ya pasada. Si alguien me hubiese asegurado que "Oceania" (2012) sería quizá lo más decente de sus últimos veinte años, que su carrera acabó con "Machina/The Machines of God" (2000) y aquella gira de la que también fui testigo y lo que ha venido después es tan irregular que haría llorar a cualquier seguidor de los noventa, no me lo habría creído jamás.

 

“CYR” es peor que "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun." (2018), no porque aquel fuese genial (tampoco era horrendo), simplemente insustancial, con grandes momentos y otros realmente pésimos. Lo que ocurre con “CYR” es marca de la casa; estamos hablando de un disco doble, veinte canciones que no remiten a la mejor época creativa de Corgan, cuando vomitaba genialidad en forma de canciones, si "Mellon Collie and the Infinite Sadness" era el exceso hecho disco, con perlas que trufaban su escucha, a pesar de esas otras que no aportaban,  “Machina II/The Friends And Enemies of Modern Music (2000)” los descartes de "Machina/The Machines of God" y "Teargarden by Kaleidyscope" un proyecto inabarcable con grandes ideas pero pocas canciones que mereciesen la pena, “CYR” no es más que un postizo de "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun." y un sonido para el que no hace falta complicarse demasiado por buscar su génesis; nada más que recordar la colaboración de Corgan con New Order o aquel "TheFutureEmbrace" (2005) en el que Corgan ya apuntaba sus gustos sintéticos e incluso una canción como “Eye”, pero veinte canciones en pleno 2020 son muchas para que Billy mantenga el tipo y si la primera parte de “CYR” es tediosa, la segunda indigesta.

 

No negaré que me gusta "The Colour of Love" pero porque me gusta “A Forest” de The Cure y la línea de bajo Jeff Schroeder, escrita por Corgan, bebe de la de Simon Gallup. Pero, más allá de ese fulgurante comienzo por los ochenta y la adictiva dicción de Corgan en "Confessions of a Dopamine Addict", el sintetizador de la propia “Cyr” es bonito pero encierra una composición aburridota, aunque me gusten los coros de Katie Cole y Sierra Swan en todo el disco, igual que la emoción contenida de “Dulcet In E”, no el synth-pop petardo de “Wrath” o la horterada de “Ramona”, canciones a las que el envoltorio hace parecer algo más. “Anno Satana” es un boceto y el impostado dramatismo de “Birch Groove” pierde altura al lado de canciones como "Wyttch" o "Starrcraft", ¿qué te ha pasado, Corgan? 

Descartes horrendos como “Purple Blood” comparten espacio con canciones que apuntan maneras, como "Save Your Tears" y su hipnótico ritmo, angelicales coros en "Black Forest, Black Hills" se pierden en una canción que aporta tan poco al resultado final como "Adrennalynne" o “The Hidden Sun”, un desastre absoluto cuando cuesta horrores diferenciar entre una y otra, acertar qué estribillo funciona y cuál no sin un bostezo, volver a “CYR” sin pereza, con ganas de escuchar un final como “Tyger, Tyger" o “Minerva”, como para que luego Corgan no se enfade cuando le pidan “1979” o "Bullet with Butterfly Wings" en sus conciertos. Si la reunión con Iha y un virtuoso como Chamberlain fue el reclamo de "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun.", este álbum hunde toda esperanza de que The Smashing Pumpkins vuelvan a ser sombra de lo que fueron. 


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