El gran inconveniente que siempre he tenido con una banda como Hatebreed es la temática de sus discos, las letras de sus canciones y ha sido así hasta que les he podido ver en directo, teniendo que reconocer la corriente de electricidad a la que conectan a su público y, por qué no decirlo, Jamey Jasta es un grandísimo frontman que gana en las distancias cortas, es tan honesto en persona y sus redes sociales, como las letras que escribe, pero estamos a finales de 2020 con un disco como “Weight Of The False Self”, que debería haber salido hace meses, y tirando de sinceridad, he de reconocer que podrían haberlo grabado hace cuatro años (justo cuando publicaron el magnífico “The Concrete Confessional”) y nadie habría notado la diferencia. Me explico, Hatebreed suenan igual de vigorosos que siempre, la ejecución es brillante y musculosa, la producción es sólida como una pedrada pero, por mucho que me duela, la excusa que funciona en otras bandas y deberíamos aplicar a Hatebreed, aquí hace aguas; quizá porque es una banda que, aunque ha publicado ocho discos, está muy lejos de resultar clásica o quizá, mucho más plausible, porque su música no se ha convertido en un estilo propio sino que aplican esa suerte de metal contemporáneo, anclado en el hardcore con tintes groove y algunos elementos de otros subgéneros que, aunque funcionan, suenan a más de lo mismo. Me duele escribir esto; pero una vez escuchado un disco de Hatebreed, has escuchado todos y, mucho peor; no es necesario escucharlos para saber a qué suenan.
Sus seguidores pedirán clemencia y mentarán a Slayer o a AC/DC, esa clase de grupos para los que no es necesaria justificación, pero Hatebreed son todavía músicos muy jóvenes, con gran experiencia, ¿por qué no pedirles algo más? A mí cabeza viene una banda como Lamb Of God; hacen groove americano, lo mejor de su carrera ya lo han firmado pero, aunque nos ofrezcan más de lo mismo, cada disco tiene canciones en las que arriesgan, y otras se clavan en tu cerebro. “Weight Of The False Self” es un buen disco pero demasiado plano y menos inspirado que el mencionado “The Concrete Confessional”, cuesta escucharlo y no sentir que estamos escuchando la misma canción doce veces.
Luces y sombras de un disco que supone un bajón respecto a “The Concrete Confessional” (2016), "The Divinity of Purpose” (2013) y, por supuesto, "Supremacy" (2006) o "The Rise of Brutality" (2003), en el que el artista Eliran Kantor vuelve a brillar con luz propia en la portada, inversamente proporcional al trabajo compositivo de la banda; por no mencionar las letras, hacía tiempo que no escuchab algo tan infantil y fácil, tan obvio y forzado, tan poco original y repetitivo, no puedo con tanto derecho, tanta repetición del yo y la constante inyección para reivindicarse a uno y superarse, romper los muros. Treinta y cuatro minutos son muchos para decir constantemente lo mismo, para decir lo mismo que otros tras tantos años…