Siento arrancar esta crítica así, pero el principal inconveniente que tengo con “Forgotten Days” no es otro que "Heartless" (2017), "Foundations of Burden" (2014) y "Sorrow and Extinction" (2012), una discografía, como es la de Pallbearer, que no baja del notable alto porque si "Heartless" (2017) les adentraba en el terreno más progresivo, sin perder su influencia doom y les hacía alcanzar cotas de sensible belleza en aquellos paisajes en los cuales parecían abandonarnos en lo alto de una montaña, en pleno amanecer. Pallbearer alcanzaron el perfecto equilibrio entre el doom de la última década y su impostada pesadez y el incipiente renacimiento del gusto por el progresivo más tardío y aquí, en “Forgotten Days” (producido por Randall Dunn), lo que me encuentro es que la pulsión entre el bien y el mal, la pastillita azul y la roja, ha decantado la balanza hacia el doom, hasta tal punto en que la losa de acordes han ganado espacio a la melodía (dosificada con cuentagotas, como en “Riverbed”) mientras que los ecos ingleses setenteros se dejan sentir a lo largo y ancho de “Forgotten Days”; cuando las guitarras de Holt y Campbell juegan con los semitonos y las voces se tornan nasales, rompiendo hasta recordar a nuestro querido Ozzy, en lugar de a Lee Dorrian. No hay más queja alguna que la de aquel que hubiese deseado que continuasen con la veta de “Heartless” y hubiesen explotado su vena más proggie.
Me gusta la sensación de presión contenida (no sé explicarlo mejor) de “Stasis” y “The Quicksand Of Existing”, sobre todo esta última, porque crean tensión en un mar de graves y, como un pequeño juego morboso de ‘tease and denial’, te mantienen en el clímax sin necesidad de llegar a desenlace alguno; el solo de “The Quicksand Of Existing” está lleno de intensidad y sólo echo en falta un regreso más memorable a la estrofa pero, con todo, son dos composiciones notables que aciertan en su juego. El sobresaliente llega con “Silver Wings” y “Caledonia”, la primera por su ‘crescendo’, su construcción y cómo Pallbearer parecen llevarte de la mano, con toda la lógica del mundo, a través de un viaje de doce minutos en los cuales te centrifugan en el primero y parecen sumergirte bajo el agua durante toda la canción, para elevarte a los cielos al final. Mientras que “Caledonia” es tan hipnótica y cálida en el tono que es imposible no sentirse atraído por una composición que cierra el álbum y que parece compuesta con tanto mimo, como es interpretada y ese estallido del final, justo antes de volver a la calma; a un rumor, un murmullo…
El lector más espabilado se habrá percatado de dos canciones sobresalientes, dos notables, dos aceptables y la ausencia de otras dos en esta crítica. “Vengeance And Ruination” y “Rite Of Passage” mantienen el tipo pero la primera son casi siete minutos de repetición del mismo esquema y la segunda, aunque más accesible (seguramente la que muchos recuerden por su estribillo) es quizá también la menos especial, la más previsible y aquella que encierra menos dificultad a un oyente que acude a Pallbearer buscando la excelencia, que ha sobrevivido a cincuenta y dos minutos de tempos lentos como el gotear de la miel, deseoso de encontrar lo que encontró en "Foundations of Burden" (2014) y "Sorrow and Extinction" (2012) y, por supuesto, en “Heartless” (2017).
No es un mal disco, para nada en absoluto, pero esperaba tanto de ellos que duele sentir que se han desmarcado tanto del centro en la diana. No podría finalizar esta crítica sin mencionar también lo poco que me gusta la portada, obra de Michael Lierly (hermano de Mark, autor de las anteriores) y que no termina de gustarme. Por ahora, “Forgotten Days”, es el álbum más flojo de los de Little Rock y eso es lo que me deja con tantas ganas de saber cómo saldrán de esta o, por el contrario, si se estancarán en esta propuesta. Seguiremos informando…