Soy de esos que creen que cuando una banda se fractura, se parte en dos, la mayor parte de las veces somos doblemente afortunados y, aunque haya abundantes ejemplos de ello, también soy consciente de que hay muchos otros casos en los que salimos mal parados. Seamos sinceros, de todas las veces que he visto a Kvelertak sobre un escenario, fueron aquellas de la gira de “Nattesferd” (2016) en las que ellos mismos me dieron la razón y pude ver dos bandos sobre el escenario; por un lado a la banda y, por otro, a Erlend Hjelvik y no fueron pocas las veces que los disfruté en aquella gira, en total cuatro veces. Aquellos más miopes defendían “Nattesferd”, con sus virtudes, obviando también todos sus defectos, y otros no entendíamos aquel disco tras dos obras como “Kvelertak” (2010) y “Meir” (2013), pero el destino nos confirmó nuestras sospechas y Erlend dejaba la banda envuelto en una cortina de humo, dábamos la bienvenida a Ivar Nikolaisen y muchos se olvidaban, incomprensiblemente, del búho. Muchas han sido las teorías que se han barajado; Erlend no podía con la fama, se sentía superado, quería que Kvelertak cambiasen su rumbo y, quizá la más extraña, pero a la postre plausible, los poco saludables hábitos de los músicos no eran compatibles con los del introvertido Erlend. Fuese lo que fuese, Kvelertak proseguían siendo un vendaval en directo con Ivar enchufado a la corriente, mientras Erlend guardaba silencio.
Sin embargo, el vocalista estaba trabajando en su nuevo proyecto, bautizado con su propio apellido, Hjelvik, y con el mítico Joe Petagno en la portada. He de reconocer que no es el mejor trabajo de aquel que tocó la gloria con Zeppelin, Marduk, Sodom, Autopsy y, por supuesto, Motörhead, pero no deja de ser toda una declaración de intenciones que Hjelvik haya escogido a Petagno, como tampoco que haya contado con Remi André Nygård y Rob Steinway a las guitarras, sonando mucho más afilado que los propios Kvelertak; allá donde había furiosas quintas, ahora luchan guitarras dobladas que trazan la melodía y eso, por muy rancio que suene, es claramente heavy, alejado del sonido -a veces- arty de Kvelertak. En “Welcome To Hel” el crisol de influencias del noruego sigue siendo tan exuberante como en la banda que le dio la fama, pero mientras que en aquella coqueteaban con casi todo tipo de subgéneros derivados del rock, Hjelvik apunta y dispara al metal, como principal bandera de su sonido.
La apertura con “Father War” es pura épica y sobre los empujones nórdicos de Erlend, son las guitarras las que describen la melodía y no llevan al galope. “Thor’s Hammer” es excelente y suena ligeramente parecido a lo que hacía con Kvelertak, de no ser por las omnipresentes guitarras y sus agudos riffs. Algo similar a lo que ocurre con “Helgrinda”, siguiendo la misma fórmula, o enarbolando el tinte heroico como tarjeta de presentación (“The Power Ballad Of Freyr”) o “Glory Of Hel” (con Matt Pike de Sleep/ High On Fire), en las que demuestra que será capaz de romper el cuello de las primeras filas y que el metal a Kvelertak lo traía él con su rasgada y rota forma de cantar, su actitud y sus ideas. El clásico bajón en su segunda cara, empero, es algo imperdonable; “12th Spell” o “Ironwood” son buenas canciones, pero no están a la altura de las cinco primeras, o la poco original “Kveldulv” en la que, por lo menos, las guitarras se clavan en tu cabeza. Pero también hay sorpresas, “North Tsar” toma la negrura del black y el encanto viking metal en sus guitarras, y “Necromance” (con Mike Scalzi de Slough Feg, en los recitados) suena francamente bien.
Pero tampoco me he vuelto loco y entiendo sus defectos, “Welcome To Hel” es un gran debut, pero carece de singles que se peguen realmente, himnos de cerveza en mano y el sudor que Kvelertak transmiten, canciones con estribillos memorables y evitar la repetición constante del mismo tipo de riff, la misma guitarra una y otra vez. Con todo, Hjelvik demuestra que Erlend tenía ideas, aportaba y no solamente era la imagen más representativa de la banda sino también parte del cerebro de esta.