Me lo imagino perfectamente; cientos de hombres y mujeres, armados con azadas y hoces, hachas y picas, antorchas en mano, dirigiéndose hasta mi casa, gritando; “¡vergoña, matad al monstruo! Algunos van vestidos como campesinos, mientras que otros lucen camisetas de Soen y, claro, The Ocean. Pero, en el fondo, es divertido seguir causando esas sensaciones en todo aquel que lee y no comparte mi opinión. Quizá, lo que más joda no es que cada uno tengamos una opinión sino esa mentira por la cual muchos creen que todas las opiniones, democráticamente, valen por igual, cuando saben perfectamente que no es así. Como también está bien creer que todo lo que publican algunas bandas es cuasi una obra maestra; Cult Of Luna, Soen, Anathema, Alcest, Isis, Intronaut, Baroness, Kylesa, Pelican, Amenra, Ghost Brigade, por mencionar sólo algunos. Mientras que en la mayoría de los casos es verdad, esto sólo denota el actual y sacrificado oficio del poser de este siglo; de aquel que fagocita discos de un tirón (si llega a escucharlos) y busca validar su propio gusto en redes sociales, posando con el vinilo. No tengo nada en contra de ello, pero sí cuando logran embaucar a otros o, mucho peor, crean efímeras -por suerte- corrientes de opinión.
The Ocean Collective o The Ocean (como prefieras, como lo leas o cómo de esnob seas) son una gran banda y así me lo han demostrado en estudio y en directo, cuyas obras maestras son "Precambrian" (2007) y "Pelagial" (2013), sin desmerecer una discografía tan intensa como interesante y notable, desde “Islands/ Tides” (2002) hasta este último lanzamiento que nos ocupa (no intentes medir con una vara esta crítica, buscando referencias anteriores en esta humilde web porque tan sólo podrías haber encontrado "Phanerozoic I: Palaeozoic" (2018), "Pelagial" (2013) y "Anthropocentric" (2010) antes de que estas y muchas otras se eliminasen en 2015), pero, sin ningún temor a equivocarme y tras decenas de escuchas, he de reconocer que no ha causado en mí la misma herida que su primera entrega, "Phanerozoic I”. Pero, como soy consciente que las respuestas o soluciones sin razonar hacen llorar a El Niño Jesús, me explicaré.
Mientras que el primero se podía entender como una gran pieza musical que evolucionaba de manera natural entre sus canciones, con "Phanerozoic II: Mesozoic | Cenozoic" no ocurre lo mismo, tengo la sensación de estar escuchando ocho canciones (maravillosas, eso sí) pero que no están hilvanadas y, cuando lo parecen, resuenan forzadas. Otro caso es la voz hipertratada y robotizada de Loïc Rossetti, que no favorece a The Ocean y sus canciones sólo brillarán cuando entra Tomas Hallbom y comparten minutaje o Jonas Renkse en “Jurassic | Cretaceous” o Rossetti cambia el tono y el maquillaje del estudio. El tercer punto negativo son los ‘vibes’ (como dicen los millenials más ñoños) de la banda de Maynard Keenan y, en concreto, Adam Jones que poseen canciones como “Triassic” o la mencionada “Palaeocene”, entre muchas otras (como la evidente “Eocene”). Y es que The Ocean siempre ha tenido presente el bajo de Mattias pero las guitarras de Staps y Ramis nunca había mostrado sus cartas de manera tan evidente.
Mientras que a “Jurassic | Cretaceous” no le vendría un mal tijeretazo, “Palaeocene” puede presumir de poseer la voz más fiera de Rossetti. Sin embargo, me gusta “Oligocene” por lo cinemático de su desarrollo, la ausencia de “adamjonismos” y la azulada melancolía de sus letras, de sus guitarras evocando la nostalgia, como la brecha que abren composiciones como “Miocene | Pliocene” u “Holocene” (con Paul Seidel) que sacan de su zona de confort a Rossetti y a la banda del esquema de los de California, como esta última y “Pleistocene” incluyen los arreglos de Dalai Theofilopoulou y redondean un sonido que deja pequeño a cualquier subgénero post.
The Ocean nunca me han decepcionado y esta vez no va a ser el caso tampoco, como también estoy seguro de que sus próximas grabaciones estarán a la altura de las circunstancias, pero hay una tendencia natural en los últimos años para que géneros y bandas minoritarias sean encumbrados a cualquier movimiento y mi olfato, que no me suele fallar, me dice que no es culpa de los músicos sino de aquellos que acceden a su música y no saben pero se suben al carro, para luego, en la intimidad de sus cubículos, escuchar otra música que no queda tan guay lucir o hablar. Si estas expectativas y humos afectan a las bandas y sus creaciones es algo que sólo el tiempo podrá confirmarnos…