Cuando eres pequeño e impresionable, quieres ser Daniel LaRusso y hacer la La Grulla, cuando creces quieres ser Johnny Lawrence y odias a LaRusso por mamón. Sirva como ejemplo de la dicotomía del paso de los años y el proceso de maduración cuando uno acepta otras versiones y realidades, no cuando crees que el mundo es blanco y negro y sólo hay dos tipos de personas e incluso tendencias políticas. Pues bien, los noruegos Ulver nos demuestran que no, que sigue habiendo dos tipos de seres humanos; aquellos que, para referirse a su música, hacen mención a sus primeros trabajos de black metal (dando igual si Ulver llevan décadas sin volver a los bosques, ajenos que sólo Rygg queda de aquellos que los grabaron) y esos otros para los que ya no son una banda sino, pretenciosamente mal denominado; un colectivo y la única referencia posible para referirse a su música, es Depeche Mode.
Sin embargo y con todo esto, el nuevo álbum de Ulver no supone un giro de timón tan drástico y “Flowers OF Evil” corre a rebufo de "The Assassination of Julius Caesar" (2017) con la pequeña particularidad de que en las nuevas canciones, aunque persista el sentimiento pop enterrado bajo capas de siniestros sintetizadores herederos del techno petardo de los ochenta, los estribillos no son tan luminosos, las melodías subyacen a favor del trabajo en estudio, se ha prestado más atención al sonido que al papel; justo lo contrario que al equilibrado "The Assassination of Julius Caesar". Ejemplo de ello es el loop de “One Last Dance” que funciona por su emoción, pero es imposible olvidarse de que son seis minutos abusando del mismo recurso y si la canción nos hace viajar es por nuestro propio bagaje y lo que aportamos como oyentes. Caso similar es el de “Russian Doll” en el cual Ulver parecen no ocultar la década de la que beben y la canción, queramos apreciarlo o no, pierde vuelo respecto a la anterior y parecen preferir a Modern Talking en lugar de a los mentados Mode o New Order.
No ocurre lo mismo con la canción que justifica el disco, su compra y que le pervivirá; "Machine Guns and Peacock Feathers" en la que todo encaja a la perfección, como si las musas se hubieran colado en su habitación y le hubiesen hecho cantar con elegancia, como si los sintetizadores tomasen lo mejor de los clubs y Ylwizaker hubiese acertado con la base, en una letra que, aunque no deje de sonar a “gimmick”, funciona y vaya si lo hace. Sin embargo, en "Hour of the Wolf" las cosas se tornan grises, la interpretación de Garm es brillante, las dobles voces y coros son de lo mejor de “Flowers OF Evil” pero ni el tempo, ni la composición son dignos de una apertura como “One Last Dance” o un single como "Machine Guns and Peacock Feathers". "Apocalypse 1993" es una canción evocadora, con una letra que ahonda es las referencias que circunscriben a “Flowers Of Evil” a un momento tan jodido como el que nos ronda y cuyas imágenes son metáforas de hace dos y tres décadas, pero esta y “Little Boy” proporcionan la sensación de cierre anticipado y, lo peor de todo, hunden al disco en esa gama de grises que antes mencionaba.
"Nostalgia" lo posee todo y conforma un elegante medio tiempo, pero no termina de cuajar a pesar de ser una de mis favoritas, igual que “A Thousand Cuts”, canciones en las que se aprecia un gran trabajo de estudio y es la mezcla la que las salva, ambas concluyen “Flowers Of Evil” de manera elegante pero no tan emotiva como la primera cara. Una colección que, haciéndome disfrutar, no alcanza el nivel de experimentación o de sorpresa que buscaba, me gustan y vuelvo a ellas pero necesito algo más de fondo, de profundidad, de pegada.